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Entrevista a Gloria Elizo y Pablo M. Fernández Alarcón, cronistas de la corrupción

“Si la Fiscalía investigara los archivos de Villarejo, daría un vuelco la memoria histórica de este país”

Fuentes: Ctxt [Foto: Gloria Elizo y Pablo M. Fernández Alarcón, autores del libro ‘El emérito de las cloacas’]

El Técnico. El Cirujano. El señor de las tinieblas. Pepe Pig. Son muchos los apodos que ha ido coleccionando José Manuel Villarejo a lo largo de su accidentada carrera de policía, comisario, detective privado, empresario, preso VIP en Estremera y fuente preferida de periodistas alcantarilleros. En su libro sobre el comisario, publicado por Escritos Contextatarios, la editorial de CTXT, Gloria Elizo y Pablo M. Fernández Alarcón le ponen un nuevo mote: El emérito de las cloacas. 

Como exintegrantes del equipo legal de Podemos en varias causas judiciales contra Villarejo, Elizo y Fernández se vieron compelidos a desentrañar la tupidísima trama de operaciones realizadas por el comisario a lo largo de casi medio siglo: servicios rendidos a políticos (del PSOE o del PP), a empresarios, a jueces, a traficantes de armas y de drogas y, sobre todo, a sí mismo. Servicios generalmente secretos, muchas veces ilegales y siempre muy caros, que le permitieron acumular una fortuna, forjar una amplia red de relaciones y, de paso, almacenar una audioteca alejandrina de conversaciones grabadas a modo de seguro contra traiciones y palancas de chantaje. 

Después de varios años de investigación –y justo cuando el comisario ha salido de la cárcel y acapara los platós y titulares con filtraciones puntuales pensadas, como siempre, para amedrentar a sus enemigos– Elizo y Fernández publican un libro sobre Villarejo que parte de los hechos conocidos para narrar, con cierto brío literario, lo que podría ser la versión verdadera, la chunga, de los últimos 50 años de historia española: desde el momento, en 1972, que un joven cordobés de 21 años se hace con la placa de la policía franquista –su primer destino: las siempre conflictivas “provincias vascongadas”– hasta las filtraciones más recientes de las conversaciones telefónicas entre Pepe y “la Cospe” sobre la incómoda “libretita” de Luis Bárcenas. 

La desconcertante crónica de Elizo y Fernández, prologada por Manuel Rivas y Patricia Fernández, nos permite sacar tres conclusiones. Primero, durante y después de la Transición, la “modernización” del cuerpo policial patrio no solo no fue tal, sino que estuvo dirigida por el núcleo duro de la policía política franquista. Así, esta pudo garantizar su propia impunidad, mantener muchas de sus prácticas predemocráticas y controlar desde las bambalinas la vida política del país. La económica, también: muchos supervivientes de ese núcleo duro, jubilados y condecorados, han pasado a dirigir los servicios de seguridad de las empresas del Ibex 35. 

Segundo, la política española ha estado en todo momento vinculada con –y subordinada a– poderosos intereses económicos (sobre todo relacionados con el tráfico de armas y de drogas) y políticos (sobre todo de Estados Unidos); intereses que a su vez han fomentado la corrupción a todos los niveles. 

Tercero, quienes en teoría deberían haber investigado, descubierto, denunciado y perseguido a los agentes de esta corrupción –la policía, el poder judicial y la prensa– se dejaron embaucar o chantajear si no se convirtieron directamente en cómplices. Si sabemos lo que sabemos, más allá de las filtraciones interesadas realizadas como parte de luchas de poder entre corruptos, es gracias a un puñado de policías, jueces, fiscales y periodistas valientes que se atrevieron a meterse donde no les llamaban. 

Visto el panorama, y dada la oportunidad única que han abierto las causas judiciales en curso, Elizo y Fernández animan a la sociedad civil a tomar cartas en el asunto: “Ninguno de nosotros puede esperar que le digan la verdad simplemente subcontratando esa verdad a los políticos, a los tribunales o a los grandes medios de comunicación. No basta con indignarse ante los trapos sucios que dejan las guerras entre los intocables. Hace falta más. Bastante más para que la ciudadanía se haga dueña de su propia democracia”.

Gloria Elizo (Madrid, 1966) es abogada, exjueza y diputada en el Congreso por Unidas Podemos. Pablo M. Fernández Alarcón (Madrid, 1969), filósofo y politólogo, dirige el Instituto Clara Campoamor mientras ultima su estancia en Bruselas tras dos años como asesor en el Parlamento Europeo. 

El pasado 2 de junio nos enteramos de que el juez García-Castellón, de la Audiencia Nacional, archivaba por segunda vez la investigación a Repsol, Caixabank y sus respectivos presidentes por los espionajes encargados a Villarejo. En lugar de las empresas y sus presidentes, el juez solo procesará a sus jefes de seguridad. ¿Cómo leen ustedes esa noticia? 

Pablo M. Fernández Alarcón (PMFA): Como una batalla más de la guerra interna entre los que son hoy en día los dos grandes poderes económicos de este país, Florentino Pérez e Ignacio Sánchez Galán, una batalla en la que Villarejo y su gente solo han sido peones. Por una parte, están los jefes de seguridad, que cuando son de Villarejo trabajan para los dos bandos, es decir, para ellos mismos. Por otra, la apuesta por el que va ganando, que hoy es Florentino. La Audiencia ordenó al juez que siguiera investigando a los presidentes de Repsol y Caixabank por los presuntos encargos a Villarejo. Y se ve que le ha costado muy poco trabajo volver a desimputarlos, o desinvestigarlos, o como se diga. La imputación por los presuntos encargos de Sánchez Galán, sin embargo, es al revés: te desimputan, e inmediatamente te vuelven a imputar. 

Gloria Elizo (GE): Queda claro que a los presidentes se les puede desinvestigar mucho más fácilmente que investigarlos. (Risas) 

Su libro presenta a Villarejo en siete concisos capítulos. Les ha salido mucho más breve que los expedientes interminables de causas como Tándem y Kitchen

GE: Nos hemos limitado deliberadamente a un puñado de casos paradigmáticos. Hay muchos otros, aunque quizá no tienen el mismo valor novelístico, todos con prácticamente los mismos personajes. Son casi historietas, por ese punto que tienen de tragicomedia y de que todo suena un poco a cómic, a ficción.

PMFA: Lo más importante es tener en cuenta que los casos de corrupción que han salido a la luz son fundamentalmente la crónica de las guerras entre las estructuras reales de poder en España. Los casos conocidos no los conocemos porque la policía o la prensa los haya descubierto. Han salido de forma interesada, como munición en alguna guerra interna. Y es verdad que, en alguna ocasión, algo se les ha ido de las manos, y que han emergido detalles que no deberían, y luego se ha hecho lo imposible por que las cosas volvieran a su cauce cuanto antes. Si te fijas, los afectados son siempre figuras que ya pertenecen al pasado. Y lo normal es que al final se acabe sin condenar a nadie. 

Ustedes dos han tenido un papel en varias de las causas judiciales contra Villarejo, como la del Pequeño Nicolás, donde Podemos se ha personado como acusación popular. Esta conexión personal no la mencionan en el libro. ¿Por qué no? 

GE: El libro lo hemos construido como una serie de crónicas alternativas, como la posibilidad de otro relato a partir de unos hechos conocidos. Por eso nos interesaba ser testigos más que protagonistas. Poner al lector ante una historia con unos hechos que están en los medios pero que cobran un sentido nuevo –un sentido nuevo que exige un contexto y una reflexión–. Y quizá ahí hablar desde la experiencia de los autores, como una especie de recurso de autoridad que condicione el juicio de los lectores, es contraproducente.

Una idea central del libro es que nada es lo que parece. No solo es que el relato oficial sea falso; incluso los supuestos descubrimientos de la “verdad” detrás del relato oficial –por periodistas, policías o jueces– son, a su vez, una ilusión, parte del juego de espejos. Ustedes hablan de “vacunas”, “voladuras controladas” y de agentes que crean problemas y amenazas falsos –terrorismo, narcotráfico– para después vender ellos mismos la solución, al modo del mafioso que cobra su cuota de protección. ¿Cómo evitan que su propio trabajo acabe haciéndole el juego a Villarejo y compañía? 

GE: Practicando un método forense. Es decir, partiendo estrictamente de hechos contrastados. Y luego tratando de diferenciar entre los personajes, con su punto cutre y casi patético, y unas estructuras muy firmes que, esas sí, desvirtúan enormemente la democracia de un país. 

Aun así, a veces me ha dado la sensación de estar viendo una peli de Oliver Stone. ¿Cómo resistir la tentación de las teorías de la conspiración? 

GE: Hay que mantener algún tipo de cordura realista que te proteja de la paranoia. Pero cuesta, ¿eh? Recuerdo que las primeras veces que hablamos con personas que llevaban mucho más tiempo en la investigación tuvimos una cierta sensación de que podía tratarse de gente un poco pirada, en serio, con un problema como de psicosis. 

PMFA: La primera sensación que compartimos Gloria y yo es que la gente que se dirigía a nosotros con estos temas probablemente eran una manada de paranoicos, que estaban enfermos o drogados, fatal de la cabeza…

GE: De ahí la importancia de partir de los hechos –que, por otra parte, son casi todos públicos–. Hacemos una lectura honesta de los acontecimientos que les dé sentido: un puzle en el que encajen todas las piezas, sin hacer trampa, para superar ese espacio de opacidad y de mentiras que han adornado la historia de España en los últimos cincuenta años. 

PMFA: Además, renunciamos a exigir al lector que lo que contamos se tome como una verdad revelada. Lo que contamos es una interpretación plausible para que luego el lector lo piense. Y en este sentido es crucial fijarse en el dinero. Si uno sigue el dinero, nunca se equivoca. Si te fijas en estos policías que montaron el sistema por el cual fueron capaces de arreglarle la vida a cualquier individuo de la vida política o financiera –y que prácticamente todos pasaron por el País Vasco–, te das cuenta de que ninguno en ningún momento ha tenido otra intención que la de ganar dinero con el negocio de la impunidad. Empezando por la suya.

Hablando de dinero, ¿hay algún resentimiento de clase en toda esta historia? Villarejo, que nace en un pueblo de Córdoba, no es un vástago de las élites del régimen, que digamos. Es un chaval de provincias que se hace a sí mismo y al que la crema del país le acaba suplicando favores. 

PMFA: Ese es un tema muy interesante. Sabemos poco de la biografía más allá del relato que ha hecho de sí mismo. Tiene un hermano sacerdote y parece que sus padres no querían que fuera policía. El caso es que acaba en el año 72 destinado en Guipúzcoa en una especie de mega oferta pública de empleo para policías, casi toda destinada a mandar gente con un perfil muy político al País Vasco. 

¿La policía como un ascensor social? 

PMFA: El Cuerpo General de la Policía franquista, tanto la brigada de investigación criminal como la política-social, tiene mucho que ver con una clase media de carácter más o menos humilde pero fuertemente desplazada, ideologizada por el franquismo y con un sentido de la autoridad absolutamente funcional al Régimen. Después, cuando el sistema autoritario empieza a hacer crisis, “el Norte” se convierte en la última esperanza para la perpetuación del sistema franquista. José Sainz, Manuel Ballesteros o Rafael del Río se convierten en grandes maestros de pupilos como Villarejo, que van dando continuidad a esa misma forma de ejercer el poder, de influir en la política y de prestar un servicio a los del dinero. En ese sentido, sí que hay un componente relevante de clase. 

Hay que recordar que el franquismo no funcionaba como un sistema legal, aunque se fuera revistiendo cada vez más de leyes. El franquismo es fundamentalmente un sistema de autoridad en el que todo el que está por encima puede hacer lo que quiera contigo y tú puedes hacer lo que quieras con el que está debajo. Y eso empieza en la familia. Los únicos elementos más o menos transversales son la Iglesia Católica, que era la única que se podía saltar la jerarquía para afrontar los abusos más graves, salvo los suyos propios, y el miedo a tropezar inadvertidamente con alguien que esté por encima tuyo, esa cosa tan franquista de “usted no sabe con quién está hablando”.

Ahora bien, en ese sistema, ser miembro del Cuerpo General de Policía, de la Brigada de Investigación Criminal o de la Brigada de la Investigación Social, era pasar a prácticamente omnipotente y tener al 99,9% de los españoles por debajo. Y, además, la Brigada Política-Social se constituye como la verdadera guardia pretoriana del régimen, mucho más que el ejército. Eran los que realmente hacían el trabajo sucio, con los que se podía contar. Y a su vez podían contar con el Régimen.

Un trabajo sucio que se creía necesario también en democracia, por la amenaza terrorista. Del libro se desprende que, en esos años, la policía sigue inspirando miedo, no solo a los ciudadanos sino también a los líderes políticos. Los sucesivos presidentes del gobierno simplemente no se atrevieron a provocar a la cúpula policial. 

GE: Al principio era un miedo mutuo. En todas partes. La democracia no podía llegar y pedir cuentas. Al final, sin embargo, esa cúpula acaba interviniendo en la composición de los gobiernos. Y no son solo las amables recomendaciones de los ministros salientes del franquismo a sus sucesores. Hay verdaderos conatos de rebelión de la policía. En noviembre de 1982, cuando Felipe González ha ganado las elecciones, hasta envían al secretario general del sindicato del entonces Cuerpo Superior de Policía para convencer a Felipe de la conveniencia de poner a José Barrionuevo –excarlista convertido a falangista monárquico, convertido a liberal– a cargo de Interior. “Tenga usted en cuenta”, le dicen a Felipe González, “que sus escoltas también son policías”. Ese secretario general del sindicato se llamaba José Manuel Villarejo Pérez. 

Hablan un par de veces de “una oportunidad única” que hay que aprovechar para que, de una vez, salga a la luz la verdadera historia de este país. ¿Estamos viviendo un momento excepcional? ¿A quién toca aprovecharlo? 

GE: A los periodistas, a los políticos, a la ciudadanía en general y al propio sistema judicial. 

Los jueces, ¿podrán? Del libro se desprende que tienen ustedes poca fe en la judicatura. 

GE: No, no. No es cuestión de tener fe o no tenerla. Ayer había una noticia muy interesante en la que se contaba cómo Villarejo había pedido declarar voluntariamente en el juzgado en relación con unas cintas intervenidas y referenciadas con información de los años 70, 80 y 90. ¿Qué pasó? Pues que al final se suspendió la declaración porque no se encontraba… ¡la llave del archivo donde tenían guardadas las grabaciones! 

¿La llave física, literal que abriera el cajón? 

GE: Exacto. Ese es el nivel de comicidad. De ahí que nosotros hablemos de historietas. Y, aun así, mantenemos que el procedimiento de Tándem,así como el del Pequeño Nicolás, aparecen como oportunidades históricas para dar la vuelta al sistema de opacidad. La ley de Secretos Oficiales del año 68 ha salvaguardado todas las costuras del régimen, sin ningún despunte. En Tándem, sin embargo, tenemos el archivo de Villarejo, un señor que afanosamente guardó toda esa información del pasado. Desde la Fiscalía Anticorrupción podría emprenderse una profusa investigación. Imagínate el vuelco que daría a la memoria histórica de este país. 

¿Aún existe esa oportunidad? 

GE: Desgraciadamente, parece que la cosa ya discurre por otros derroteros. Todas las piezas con alguna posibilidad de investigación criminal se van archivando. Mientras tanto, sigue sin tocarse la ingente cantidad de información que fue hallada en las dos incautaciones a Villarejo y que el CNI –dice– no ha sido capaz de desencriptar, aunque el propio Villarejo va filtrando selecciones según sus intereses, a modo de publicidad, chantaje o amenaza. Los jueces que han tenido que lidiar con esto lo han hecho desde una posición que va desde el miedo absoluto a la cirugía más cuidadosa. Por otra parte, como ejemplo, a un fiscal que se lo tomó demasiado en serio y en quien Villarejo personalizaba todos sus problemas, Ignacio Stampa, lo han separado de forma casi sumaria. 

PMFA: En realidad, quien quiere saber lo que hay en esa caja fuerte de la Transición, lo sabe. Están las dos cosas fundamentales que han movido la política en España desde la Transición como producto del juego internacional: el comercio de armas y el tráfico de drogas. Es decir, el dinero de verdad. No es casual que la Ley de Secretos Oficiales blinde todo lo relativo al comercio de armas que se hace en España y lo deje exclusivamente al albur de las sucesivas presidencias del Gobierno. 

En otras palabras, todos los presidentes de la democracia han estado en el ajo. Por otra parte, en el libro también insinúan que los que han gobernado la España democrática lo han hecho porque les han dejado –si no directamente seleccionado– otros poderes mayores. Los servicios secretos de Estados Unidos, por ejemplo. 

GE: Es una obviedad que la historia de España ha corrido de forma paralela a los intereses internacionales, en función de la necesidad del control político y social en Europa. Esto viene de lejos. Franco no hubiera sido Generalísimo sin la confianza de Hitler y Mussolini. En los 70 la clave son los americanos. A partir de los años 80 el tráfico de armas y de drogas se convierten en elementos clave en el ejercicio de los conflictos a nivel mundial. En realidad, España soloforma parte de ese esquema global. Pero hay quien lo aprovecha mejor que otros. 

Si algo deja claro el libro es que las élites políticas y económicas de España –incluidos policías como Villarejo y la misma Familia Real– han tenido excelentes relaciones con grandes traficantes. 

PMFA: De nuevo, solo hay que volver a algunos hechos conocidos y contrastados. Por ejemplo, Abdul Rahman El Assir, el hombre que se ha ido a Abu Dabi a hacerle compañía al Emérito, es un traficante de armas perseguido en España por delito fiscal y en busca y captura en Francia por el caso Karachi. Es un señor que asiste a la boda de Felipe VI con Letizia, asiste a la boda de la hija de Aznar, invita a la flor y nata del establishment español a la boda de su hija y presume de tener entre sus mejores amigos a dos personas que, por así decir, viven chalet por chalet: Mohamed VI de Marruecos y Felipe González, que por casualidad comparten playa en Tánger. 

En todo este entramado, ¿Villarejo no es más que un facilitador? 

PMFA: Con una peculiaridad: que lo graba todo. Cuando recibe un encargo, graba a la persona que se lo encarga y de alguna forma la fideliza para siempre. No se trata de un chantaje grosero, pero se hace entender. En ese sentido, es un facilitador, digamos, peligroso. Mafioso. 

O sea, una especie de J. Edgar Hoover, el exdirector del FBI: el hombre en las sombras que los tiene controlados a todos porque no hay nadie sobre quien no tenga un expediente comprometedor. 

PMFA: Es como Hoover, pero en versión cañí. Tiene problemas con las cuentas de las revistas que dirige desde los años 70. Después, tras no conseguir eludir una sanción interna, trata de montarse una versión cutre de la Agencia Kroll fuera de la policía. En los 90 lo tienen que rescatar de una condena firme de prisión por el caso de la Cienciología. Parece que solo aspira a montarse un parque temático en Córdoba y a hacer cameos en las comedias españolas de Martes y Trece. Se estanca en el escalafón, tarda muchísimo en ser comisario, siempre está como a rebufo. Luego se convierte en empresario de los fondos reservados, la manipulación de las acciones, las guerras internas de los partidos… En fin, es un buscavidas. 

Y un superviviente. Parece que no hay quien pueda con él. 

GE: Tengo la sensación de que Villarejo ha tenido siempre la creencia de que tenía la suficiente información como para manejarse con solvencia en cualquier escenario. Cree que tiene tres dispositivos con los que puede amenazar con saltar todo por los aires. El primero es Juan Carlos I, que es la carta que ya jugó cuando consiguió las grabaciones de Corinna Larsen. El segundo son los encargos del Ibex, con Florentino que de momento va ganando. Y el último es Felipe VI. 

¿Se saldrá con la suya? 

GE: Creo que las cosas, al final, le van a salir más o menos bien. No deja de ser un figurante: el dedo en el que todo el mundo se fija, sin ver lo que ese dedo está señalando. 

PMF: No creo que Villarejo vaya a volver a la cárcel. Pero da un poco igual. Es un emérito. Está acabado. Hace ruido, amaga, crea titulares… Pero ya no tiene prácticamente ninguna carta en la manga. Ha gastado muchísima munición. Le ha servido para salir de la cárcel, eso sí, pero el problema que tiene es que ya es famoso. Esto significa que tiene que resignarse a ser inofensivo, como el otro emérito, a ser parte de un pasado cerrado, de un residuo histórico del que ya no tiene sentido seguir exigiendo responsabilidades. Solo tiene que callarse y entonces lo dejarán en paz. Es muy peculiar el paralelismo. A ambos eméritos les cuesta aceptarlo.

¿Y esa última bala? 

PMFA: Esa bala está ahí pero nunca se disparará. Es que el juego es así: tienes que jugar entre la amenaza y el hecho de que todo el mundo sabe que solo te queda una bala. Pero por eso mismo nunca la podrás disparar.

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La presentación de Villarejo, el emérito de las cloacas será el viernes 10 de junio a las 19.00h en Librería Machado (Círculo de Bellas Artes, calle Alcalá 42, Madrid).

Fuente: https://ctxt.es/es/20220601/Politica/39924/entrevista-gloria-elizo-pablo-m-fernandez-alarcon-villarejo-sebastiaan-faber-corrupccion.htm