La poeta, periodista e investigadora Laura Casielles publica ‘Arena en los ojos’, una obra esencial para entender cómo la colonización del norte de Marruecos y del Sáhara Occidental definió la historia del siglo XX en España y sigue haciéndolo hasta nuestros días.
Laura Casielles (Asturies, 1986) es poeta, periodista e investigadora y esas tres formas de relacionarse con la realidad cristalizan en Arena en los ojos. Memoria y silencio de la colonización española de Marruecos y el Sáhara Occidental, recién publicado por Libros del K.O. Un volumen que alcanza las mejores cotas de la literatura de viajes, la crónica periodística, la investigación académica y el ensayo histórico. El resultado es una exquisita guía con la que sacarnos de la insospechada ignorancia que la sociedad española mantiene sobre unos hechos sin los que no se puede entender el último siglo y medio de su historia.
Casielles une los puntos que cruzan el Estrecho y que relacionan capítulos históricos cruciales como el origen de la Semana Trágica de Barcelona con la represión del Rif de principios del siglo XX, el aplastamiento de la Revolución de Asturias de 1934 con las afinidades entre la Legión y las llamadas «tropas moras», la última colonización española –realizada por la Segunda República– con el fortalecimiento de los militares africanistas y el golpe de Estado de 1936, la nostalgia por el franquismo en algunas excolonias con el proceso de construcción del Marruecos independiente, la traición al Sáhara Occidental y una supuesta Transición tranquila a la democracia…
La escritora, que ya había abordado estos episodios nacionales en sus libros de poesía, en sendos artículos periodísticos, en su tesis doctoral y en la docuweb Provincia 53, nos regala ahora una pieza fundamental para entender nuestra memoria y nuestra responsabilidad en la situación de la población del Rif y del pueblo saharaui.
Laura escribe como habla y siempre habla buscando las palabras que inviten a la conversación. Para esta entrevista, nos atiende por videoconferencia desde su casa en Madrid.
La lectura de su libro provoca un gran desconcierto
porque nos hace constatar la ignorancia que arrastramos como sociedad
sobre nuestra historia colonial en Marruecos y el Sáhara Occidental. Un
borrado tan eficaz de unos hechos tan recientes requiere de un gran
esfuerzo por parte de todo el ecosistema político y cultural de este
país. ¿Por qué tanto interés en silenciar esta parte de nuestra
historia?
Efectivamente, no se puede entender la historia de España sin la de sus colonias. Y es algo que vemos muy claro, por ejemplo, en el caso del colonialismo europeo en América Latina y de toda aquella empresa de expolio y ocupación que permitió el desarrollo de determinadas potencias en el otro lado del mundo. Tampoco se puede entender el siglo XX sin pensar en lo que hacían las metrópolis europeas en África. La cuestión es por qué en Francia, Italia o Reino Unido llevan haciendo esa reflexión crítica desde hace décadas y aquí llegamos tan tarde.
La intuición en la que me muevo es que es una historia que tiene todo que ver con los episodios más complicados de nuestra historia reciente, los que más nos está costando sacar a la luz: la Guerra Civil, la dictadura franquista y, muy fundamentalmente, la transición a la democracia. Entonces, iniciar la pregunta por lo colonial es abrir una especie de caja negra que, además, está llena de elementos que problematizan y que llenan de ambivalencias esta cuestión.
El colonialismo español en Marruecos y el Sáhara Occidental desmonta ciertos binarismos que nos pueden resultar, más o menos, cómodos, lo que nos obliga a darnos cuenta de que las posiciones son más complejas. Incluso quienes nos situamos en un lugar que habla más desde la herida de la historia reciente, si abrimos el mapa y miramos hacia lo colonial, también tendríamos un lugar de privilegio. Tenemos que hacernos esas preguntas, que son complicadas.
Pues comencemos por la primera pregunta: ¿por qué dedicarle más de 15 años de su vida a investigar y reflexionar sobre la colonización del norte de Marruecos y el Sáhara Occidental? ¿Qué supuso aquel primer viaje a Marruecos cuando estudiaba Periodismo?
Este libro surge de mi asombro al darme cuenta de que no tenía ni la más remota idea sobre algo que pasó hace muy poco tiempo y muy cerca. En ese viaje a Marruecos sentí lo que mucha gente cuando pisa por primera vez el otro lado del Estrecho: una especie de fascinación, una gran sorpresa al constatar que, a apenas media hora de barco, estaba un lugar donde se vivía de manera muy diferente y donde, aunque los paisajes eran parecidos, las ciudades eran distintas y el idioma era otro. Pero, poco a poco, esa fascinación va mostrando también sus aristas y una se va dando cuenta de que no se puede idealizar y de que, también, hay que hacerse preguntas más complejas sobre lo que se está viendo.
Empecé a estudiar árabe y, con una beca, trabajé como periodista en Rabat durante dos años muy interesantes. Fue entre 2010 y 2012, cuando tuvieron lugar las movilizaciones populares y las revueltas en distintos países árabes. En aquel periodo viajé a Tetuán, uno de esos lugares que nos resultan tan familiares, con sus calles con nombres en español, pero que no sabemos muy bien el porqué. Y de esa idea difusa de que el norte de Marruecos había sido una colonia española –algo que no estudiamos en el colegio–, pasé a darme cuenta de que no se trataba de la historia de otro lugar, sino que también había mucho de nuestra propia historia y memoria.
También entonces tuvo lugar la revuelta de Gdeim Izik, a la que Marruecos no permitió que llegásemos los periodistas. Y descubrí un segundo silencio, en este caso sobre el Sáhara Occidental. De pronto, las piezas empezaron a encajar. Ese desconcierto y asombro me llevaron a hablar con gente, a leer mucho, a la escritura de este libro.
Y lo hace atendiendo a la complejidad y, a veces, la incomodidad que genera , por ejemplo, que en el llamado Protectorado de Marruecos mucha gente mayor recuerde los tiempos de la colonia española con nostalgia porque, como explican, la independencia supuso una nueva colonización. O que fuese la Segunda República la que materializó la última colonización, en concreto, la de Sidi Ifni, o que no aboliese la esclavitud que se practicaba en el norte de Marruecos. ¿Cómo se explica que la Segunda República mantuviese una política colonialista?
La colonialidad es una matriz de pensamiento transversal a todas las ideologías. Es como lo patriarcal. Sabemos que ser progresista, de izquierdas o, incluso, revolucionario no significa ser feminista. Pues con lo anticolonial pasa lo mismo. Especialmente a principios del siglo XX, cuando la colonialidad estaba muy instalada en cualquier posición ideológica. Y en el caso español, estamos hablando del eufemismo del Protectorado. La colonización se planteaba en términos de misión civilizatoria. El ansia de expansión territorial y de expolio económico se escondía bajo una retórica de progreso. Se justificaba la ocupación con el supuesto objetivo de llevar infraestructuras y de mejorar la vida de sus habitantes.
En términos republicanos, hay solo un pasito entre las misiones pedagógicas que se hacían en la Península y lo que se hacía en Marruecos. Porque, además, es verdad que la Segunda República introdujo cambios como una mayor atención a la educación o la reducción del componente militar de la administración colonial. Pero en aquel momento no cabía en la cabeza que la colonización fuese algo ilegítimo.
Uno de los capítulos más esclarecedores es, curiosamente, ese en el que empleas el pensamiento hipotético para reflexionar sobre qué habría podido pasar si la Segunda República no hubiese reprimido brutalmente, y con la ayuda de las tropas moras, la Revolución de Asturias de 1934, si no hubiese mantenido en Marruecos a los altos mandos del africanismo militar –impulsores del golpe de Estado en el 36–, si hubiese impulsado un proceso de descolonización…. ¿Por qué te parecía importante hacer este ejercicio?
Porque permite plantear las fisuras y contradicciones que nos produce esta historia a nosotras mismas. Para hablar de lo colonial no podemos manejarnos en términos de buenos y malos porque no entenderíamos nada. Siempre hay un alto grado de ambivalencia. Tenemos que ahondar en lo que nos resulta incómodo –como en mi caso es la República– porque supone meter el dedo en la llaga de nuestros propios mitos e ideales históricos.
Es inevitable pensar que si la Segunda República no hubiese permitido a los militares africanistas hacerse fuertes en el Protectorado, el golpe de Estado quizás no se habría producido. Y cuando se mira desde la ventana privilegiada del futuro, dan ganas de decirles a los fantasmas de los dirigentes republicanos “pero, ¿cómo no os disteis cuenta?, ¿por qué teníais a esta gente allí concentrando cada vez más poder?”.
Preguntarnos qué habría pasado si las cosas se hubiesen hecho de otro modo nos permite recordar que no tenía por qué hacerse así, que había otras opciones, que no estaba escrito ni era un destino unívoco. Y que, por lo tanto, en el presente también tenemos opciones que pueden cambiar el curso de las cosas.
Como antes decía, en ese tiempo era muy difícil salirse de la matriz del pensamiento colonial, pero sí que se habría podido escuchar a los sectores de la población marroquí del Protectorado que creyeron que a la República sí podían plantearle reformas, como una mayor soberanía en algunos ámbitos, acercarse a la igualdad salarial con respecto a los españoles que vivían allí… Aún no barajaban la independencia. La República no atendió sus peticiones, pero sí fueron escuchados por los africanistas, que les hicieron grandes promesas que, después, el franquismo nunca cumpliría.
El desconocimiento que hay en nuestra sociedad sobre esta historia es tan grande que imagino que, a medida que investigaba y reflexionaba sobre ella, el asombro sería parecido al que produce la formación feminista: cada vez identificas más y más claves hasta que te das cuenta de que es un vector de la realidad.
Ha sido exactamente así: una vez que descubres las preguntas ya no puedes dejar de hacértelas. Por ejemplo, cuando camino por Madrid o por otra ciudad española, no dejo de ver las huellas de colonialismo en los nombres de las calles, en los monumentos. O cuando me fijo en un periodo histórico, no puedo evitar indagar en lo que estaba pasando en las colonias y suelo encontrar conexiones que no podía imaginarme. Pero, sobre todo, me pasa con las noticias, en las que se habla mucho de Marruecos, pero de manera desconectada del pasado que nos unió y que nos separa. Informativamente, se abordan las relaciones entre Marruecos y España como si no hubiese una historia previa de poder y violencia.
Y esa forma de conectar el reflejo de la memoria desde ambas orillas, de hacerla aflorar, como escribe, se manifiesta también en la escritura. Su libro conjuga literatura de viajes, crónica, investigación periodística y académica, autoetnografía… y todo, desde su poética, muy reconocible, y hablándole de tú a quien le lee. ¿Por qué decidió contarlo así?
Fue saliendo de esa manera, pero viéndolo ahora, me doy cuenta de que es reflejo de la complejidad que deseaba mantener en la historia. No quería un libro afirmativo, de respuestas, sino que deseaba que la persona que lo lea me acompañe en mi exploración y en mis preguntas. Unas preguntas que vienen del viaje, de la conversación, de la experiencia personal, del estudio y de la lectura gozosa de otros textos. Y todo eso tenía que entrar en juego, como huellas del camino. Y quería que fuese un libro entretenido, que no hiciera falta tener conocimientos previos del tema.
Aunque escribir desde la primera persona me da cierto pudor y, a menudo, me suscita dudas, me parecía que para reflexionar sobre lo colonial, es fundamental una escritura situada que diga desde qué privilegios o posiciones políticas se habla.
Y el libro también es una carta larga porque lo me gustaría es que la persona que lo lea aporte nuevas piezas al puzle, a este trabajo a continuar en común.
Aunque buena parte de lo que sabemos desde un prisma decolonial de lo ocurrido en Marruecos y el Sáhara Occidental ha sido producido por la academia, cuesta entender por qué la universidad española va tan por detrás en estudios decoloniales y poscoloniales.
Parte de la respuesta tiene que ver con que la expansión del pensamiento poscolonial tiene lugar en un momento en el que España está saliendo de la dictadura y abriéndose al mundo. Después, los estudios poscoloniales entraron en un proceso de crítica interna, lo ha que ha dificultado sumarse. Lo llamativo es que en la universidad española sí se han hecho estudios poscoloniales, pero, sobre todo, sobre las colonias de Inglaterra o de Francia. Y cuando se han centrado en las colonias españolas, a menudo han intentando trasponer aquí las teorías y conceptos que, por ejemplo, se diseñaron para la India o para Argelia. Y, claro, no encajan.
Lo mismo ocurre cuando pensamos el antirracismo aquí con los conceptos estadounidenses basados en la negritud. En España, hay que pensar también en la población musulmana, gitana… Si no analizamos los procesos de exclusión constituyentes del nacionalismo español lo que hacemos es reproducir el pensamiento anglosajón, lo que tiene mucho de colonial.
En el libro, aborda que los partidos políticos de derecha reivindican el pasado colonial español en Marruecos y el Sáhara Occidental, mientras que el PSOE perpetúa mitos idealizados de esa colonización. Llama la atención la falta de interés de los partidos de izquierda sobre esta cuestión. Muestra de ello es que el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos aprobase en 2022 una Ley de Memoria Democrática que no incluye ni una sola mención al colonialismo.
Esto último es algo que me tiene alucinada. En el debate político, la única que toca el colonialismo es la derecha y lo hace para reivindicarlo en términos de memoria de héroes o caídos. Por ejemplo, abordan la derrota de Annual para decir que es necesario recordar a “nuestros muertos” en las guerras del Rif. También están quienes vivieron en el Protectorado y lo recuerdan con nostalgia, pero, claro, es que eran jóvenes y felices, ¿cómo no lo van a recordar con nostalgia?
Creo que los partidos de izquierda no se atreven a tocar el tema porque entonces tendrían que hacerse cargo del derecho que tienen las personas del Rif a ser reparadas cuando es de donde salieron las tropas moras. Sigue resultando difícil hablar de eso.
En el caso del Sáhara Occidental, aún no hemos sido capaces de asumir la responsabilidad política que nos corresponde como potencia ocupante. Como manda la ONU y La Haya, España debía y debe hacerse cargo del proceso de descolonización. Y quizás, en toda esta situación, tenga que ver, por ejemplo, que Iberdrola es uno de los mayores inversores en Marruecos.
En 2012, en el centenario del comienzo del Protectorado, salió la publicación más grande que hay sobre este tema hasta el momento, una publicación que me indignó tanto que es uno de los detonantes de que me dedicase a investigar esta cuestión. Se llama La historia trascendida y está compuesta por decenas de artículos que, en su totalidad, eluden los problemas. Usan una retórica muy parecida a la que se ha empleado con la Guerra Civil: la de la reconciliación, vamos a hablar de las dos partes y a darnos la mano de nuevo. Pero, claro, es que la publicación fue patrocinada por Iberdrola que, por entonces, consiguió la concesión para construir el segundo parque eólico más grande de Marruecos. Y ya sabemos cómo son las puertas giratorias entre algunos gobiernos y esa empresa.
España bombardeó estas colonias con armas químicas, pese a que estaban prohibidas desde la I Guerra Mundial. Las consecuencias llegan hasta hoy, cuando estos territorios presentan los porcentajes de cáncer más altos del país. Por otra parte, España entregó el cabo Juby y el Sáhara Occidental a Marruecos a cambio de poder seguir pescando en esas aguas territoriales. ¿Qué peso puede tener en todo este silencio sobre las colonias el deber que tiene España de reparar a sus víctimas con indemnizaciones, de tener que reconocer con la nacionalidad española a sus descendientes, de pagar pensiones a los miembros de las tropas moras…?
Creo que tiene mucho que ver. Es muy importante pensar en lo España hizo en América en los siglos XV y XVI y reconocer sus consecuencias hasta hoy. Pero nos resulta más fácil hacerlo, incluso realizar gestos simbólicos como pedir perdones públicos, porque está muy lejos. Pero en los casos de Marruecos, del Sáhara Occidental o de Guinea Ecuatorial, hay personas vivas que deberían ser reparadas y otras que tendrían que someterse a procesos judiciales por lo que hicieron. Y, también, están quienes siguen beneficiándose económica y políticamente de lo que hicieron allí. Todo eso está sin destapar y el gran recordatorio es el Sáhara Occidental, un conflicto que, por seguir abierto, actúa como un Pepito Grillo que nos recuerda permanentemente lo que hicimos mal.
España vendió el Sáhara Occidental como un precio asumible a cambio de su tranquilidad en el paso a la democracia. La orden de descolonización se publicó en el BOE el día siguiente a la muerte de Franco. Es enormemente simbólico. La entrada en ese nuevo tiempo, en el que todo sería diferente, se sella con una traición. Da mucha vergüenza y no hay quien lo admita. Y también es gravísimo que, después, España no haya ido a los organismos internacionales a defender la culminación de ese proceso de descolonización. Como todo lo ocurrido con el Sáhara Occidental es insostenible, los partidos de izquierda han optado por eludir esta cuestión y mirar hacia otro lado.
Leyendo su libro da la sensación de que quienes vivieron bajo las colonias españolas tienen una imperiosa necesidad de hablar, no solo sobre aquellos tiempos sino, especialmente, sobre cómo sigue marcando sus vidas hoy.
Sí, y de maneras muy distintas. En el caso de los campamentos de personas refugiadas de Tindfuf, hay una urgencia por contar sus historias del éxodo, pero también su relación con familias en España por el programa Vacaciones en Paz. Hay un afán que tiene que ver con la necesidad de que su situación se resuelva.
Pero en la zona norte de Marruecos, lo que me encontré fue esa complejidad de la que hablábamos y que no permite leerse desde nuestras categorías de pensamiento poscolonial. En Tetuán, por ejemplo, te encuentras a mucha gente mayor que elogia los tiempos del franquismo, que dice que entonces éramos “pueblos hermanos”, reproduciendo la retórica que permitió la colonización. Son las mismas personas que te explican que viven en la zona con mayores tasas de cáncer por las armas químicas con las que España bombardeó el Rif. Y esta ambivalencia tiene que ver con cómo se hizo la descolonización. La administración colonial francesa era la que negociaba con el sultanato marroquí, la que establecía los marcos generales y la que llevó las riendas del proceso de descolonización. España era subsidiaria de Francia.
Así que cuando se construyó el Marruecos independiente, el modelo que se impuso fue el de la zona que había estado colonizada por Francia. De tal manera que en la zona del Rif vivieron una especie de segunda colonización: se impuso un modelo lingüístico en el que el español fue sustituido por el francés, y las élites que asumieron el gobierno fueron las que habían sido conniventes con la administración francesa. Desde entonces, la zona norte ha quedado en desventaja y aunque lo ha intentado, su población no ha conseguido el grado de soberanía que desearía. Precisamente, la mayoría de la migración marroquí procede del Rif Oriental y está estrechamente relacionada con la colonización y la descolonización mal hecha.
En el caso del Sáhara Occidental, el franquismo envió a la Sección Femenina para imponerles a las mujeres saharauis, con una cultura más igualitaria que la nacionalcatólica en muchos aspectos, que asumieran su modelo de mujer. ¿Queda algo de ese colonialismo de género?
En los procesos de colonización, siempre se intenta adecuar las mujeres a determinadas normas de conducta, modos de vida y de pensamiento. El sistema de género es uno de los puntales de la construcción colonial en todas partes. Y es curioso porque cuando en España pensamos en la colonización, intuitivamente imaginamos que allí también hubo un intento de convertir al catolicismo, como ocurrió en América Latina o en Guinea Ecuatorial.
Sin embargo, en Marruecos y en el Sáhara se permitió la práctica de la religión islámica. Pero la socialización de género en el Protectorado se hizo mediante la separación entre sus mujeres y las nuestras. No se permitían las relaciones entre mujeres españolas y hombres marroquíes. Las consideraban contranatura, como las homosexuales.
En el Sáhara, la colonización implicó un proceso de sedentarización de las poblaciones nómadas. En consecuencia, tuvieron que construirse casas y eso cambió radicalmente las vidas de las mujeres. El franquismo encargó a la Sección Femenina que les cambiase los hábitos y para ello entraron, literalmente, hasta la cocina. En una entrevista a su delegada en El Aaiún en el año 70, le preguntaron por lo más urgente que había que hacer en el Sáhara. Respondió que había que generar necesidades a su población que tuviera que satisfacer mediante el consumo.
Como todo tiene su ambivalencia, aunque el franquismo destruyó su modo de vida nómada y, consecuentemente, un espacio de libertad que no tenían otras mujeres de la región, las saharauis recibieron también unas herramientas políticas y de socialización de las que se reapropiaron para usarlas de manera distinta a la prevista. Por ejemplo, en la lucha nacionalista saharaui las mujeres están muy presentes. También tuvieron un papel determinante en la construcción de su Estado en el exilio, entre otras razones porque los hombres estaban en la guerra.
El libro se cierra con un repaso de las noticias del último año que evidencian la importancia que sigue teniendo la historia colonial en la actualidad política española. Una de las más destacadas es la asunción por parte del Gobierno español del plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara y la renuncia al derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, reconocido por las Naciones Unidas.
El Gobierno de Sánchez ha adoptado una postura que no habían tomado ni los gobiernos más conservadores que ha tenido este país. Fue una decisión muy sorprendente, pero también muy reveladora de todo el entramado político, económico y de poder en el que el Sáhara es constantemente una moneda de cambio para otros asuntos. Por un lado, fue un golpe terrible para el pueblo saharaui, que se sintió, una vez más, abandonado por el Gobierno español. También mostró con muchísima nitidez cómo funciona el engranaje: el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática viene a España a pasar la COVID, se lía en la frontera de Ceuta y Marruecos y, a continuación, hay un cambio de posición del Gobierno de España.
En lo que respecta a la cuestión del Sáhara Occidental, siempre ha habido un desajuste muy grande entre los gobiernos de España y su opinión pública, para la que el apoyo al pueblo saharaui es algo de sentido común y bastante transversal ideológicamente. Así que me pregunto cuándo saldremos masivamente a las calles para exigir que se respete su derecho a la autodeterminación. ¿O es que hace falta una guerra en el Sáhara y que mueran miles de personas para movilizarnos?
¿Y qué le gustaría que pasara ahora que Arena en los ojos está en las librerías?
Me hace mucha ilusión que esa carta larga que es el libro comience a recibir las respuestas en forma de conversaciones sobre otras historias y genealogías del Protectorado y del Sáhara Occidental, sin reproducir las lógicas de poder y colonialistas de las que hemos hablado. Y creo que el feminismo nos permite encontrarnos de otro modo, por ejemplo, con otras investigadoras poscoloniales de Marruecos o del Sáhara Occidental con las que podemos compartir vivencias y reflexiones, sin minimizar la cuestión nacional, pero que sí la complejizan de otra manera.
En el Sáhara Occidental y en los campos de Tinduf hay muchas mujeres que, además de continuar con la lucha nacional por no estar resuelta aún, necesitan espacios de activismo, de encuentro y reflexiones sobre sus libertades, derechos sexuales y reproductivos, desde lo LGTBI y desde la conciencia de muchas otras cosas. Y, también, en el Rif y en el resto de Marruecos. Creo que el feminismo nos da claves para construir esa conversación fuera de las categorías heredadas de lo nacional, lo político y de las grandes palabras. Y, a la vez, que sigamos construyendo una memoria colectiva que avance hacia un futuro que sí se haga cargo de su responsabilidad y que logre avanzar hacia un proceso de verdad, justicia y reparación.