«No hay mal -reza la sentencia clásica- que por bien no venga». Y el aforismo adquiere plena validez histórica y moral en el caso de la absolución, en un tribunal de El Paso, Texas, y por delitos menores, del abominable terrorista Luis Posada Carriles. La declaración de inocencia del afamado criminal, con todo lo aborrecible […]
«No hay mal -reza la sentencia clásica- que por bien no venga». Y el aforismo adquiere plena validez histórica y moral en el caso de la absolución, en un tribunal de El Paso, Texas, y por delitos menores, del abominable terrorista Luis Posada Carriles.
La declaración de inocencia del afamado criminal, con todo lo aborrecible que en sí misma sea, tiene su lado positivo. Esta parte positiva es la nueva y repetida evidencia de la corrupción, el consignismo y la razón de Estado que imperan como norma en el sistema de justicia estadounidense. Y, más todavía, la manipulación, el chantaje y las amenazas de represalias que se ejercen contra los jurados que enfrentan la disyuntiva de acceder a las órdenes del poder o atenerse a las consecuencias.
Eran tan evidentes los delitos migratorios que se le imputaban a Posada Carriles, y tan sólidas las pruebas documentales, periciales, testimoniales y circunstanciales que acreditaban sus infracciones a la ley, que era materialmente imposible declararlo inocente. Pero ya se vio, una de tantas veces más, que en Estados Unidos la justicia se compra, se vende, se alquila, se tuerce, se burla o se subyuga. Lo notorio ahora, sin embargo, es que ese acto de comercio, de torcimiento y de doblegamiento ha sido evidentísimo, público y a la vista de todo el mundo.
Como público, evidentísimo y a la vista de todo el mundo ha sido el ilegal e injusto encarcelamiento, que ya cumple doce años, de los cinco jóvenes cubanos que habían logrado infiltrarse en las organizaciones terroristas de La Florida para conocer y anular los planes de bombazos contra instalaciones cubanas en la isla y en terceros países.
La farsa del juicio a Posada Carriles, con declaración de inocencia, y la farsa del juicio a los cinco antiterroristas cubanos, con sus monstruosas penas carcelarias, son una y la misma cosa. La ley y el sistema de tribunales al servicio del poder político y económico.
Leyes, tribunales, policías y cárceles como instrumentos para doblegar y destruir enemigos políticos e ideológicos. Mecanismos para hacer política y no para impartir justicia. Pero política ruin, política del crimen, política de daño a personas, instituciones y sociedades. Y si bien es cierto que esa aberrante política estadounidense daña en este caso concreto a los deudos de las víctimas de Posada Carriles, al pueblo cubano y al esfuerzo de convivencia pacífica entre las naciones cubana y estadounidense, también es verdad que esa sistemática política de torcimiento, negación y burla de la justicia lastima en primer término y de manera general al pueblo de Estados Unidos.
Ese pueblo es la primera víctima de un sistema de justicia corrompido, venal, elitista, racista. La evidente injusticia que se comete a favor de un confeso y jactancioso terrorista y en perjuicio de sus víctimas, y la también evidente injustica que se ha cometido y se sigue cometiendo contra los cinco antiterroristas cubanos son la más actual demostración de lo podrido del sistema de justicia estadounidense.
Pero ese sistema envilecido se ceba diariamente en miles y miles de personas encarceladas o privadas de la vida sin falta alguna cometida, sobre todo y como bien se sabe en la población negra, latina, de piel roja, asiática y de otras minorías raciales. Y por contrapartida, ese torcido sistema de justicia deja en libertad al poderoso, al influyente, al rico y, como en el caso de Posada Carriles, al cómplice o al instrumento de los crímenes perpetrados por la élite del poder.
Esa élite del poder, representada ayer por un texano y hoy por un hawaiano, ha salido con todo en defensa y protección de uno de los suyos. Hoy Obama puede decir con respecto a Posada Carriles, lo que ayer dijo John Foster Dulles refiriéndose al primer Anastasio Somoza: «Sí, es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra».