Traducido del inglés por Sinfo Fernández
«No empezamos la Intifada precisamente por diversión», dijo Sami, el joven estudiante activista islámico de Hebrón, al sur de Cisjordania. Él y un grupo de jóvenes estudiantes universitarios estaban discutiendo los pros y los contras del levantamiento de Al Aqsa, que este semana entró en su octavo año.
«Nos empujaron y obligaron a levantarnos contra nuestros opresores y torturadores porque la alternativa era, y continúa siendo, la aniquilación nacional», añadió Sami acentuando sus palabras, como si quisiera persuadir a sus colegas de la rectitud de sus convicciones.
«Pero la Intifada ha sido un desastre económico, político y humano para nuestro pueblo», replicó Anwar, su amigo y compañero de clase, casi de la misma edad.
«Sí, pero Israel no va a concedernos la libertad en bandeja de plata. Los argelinos perdieron más de un millón de shajid [mártires] hasta lograr la independencia», respondió Sami.
«OK, pero los argelinos tenían muchos aliados y el mundo entero estaba con ellos, pero nosotros nos enfrentamos solos a Israel, que también controla Estados Unidos y Europa y puede movilizar al mundo entero contra nosotros», le refutó Anwar.
Esta breve conversación en la Escuela de Ingeniería de Hebrón caricaturiza más o menos la forma en la que la mayoría de los palestinos se refieren a la oficialmente terminada pero aún en marcha Intifada de Al Aqsa.
Los dos estudiantes, que provienen del mismo entorno cultural y socio-económico, tenían doce años de edad cuando, el 28 de septiembre de 2000, se inició el levantamiento, después de que el entonces líder de la oposición israelí Ariel Sharon, acompañado de cientos de guardias de seguridad armados hasta los dientes, invadiera la explanada de la Mezquita de Al Aqsa en Jerusalén Este para demostrar la determinación judeo-sionista de arrebatar el santo lugar de manos musulmanas.
Sin duda, la provocativa excursión de Sharon provocó la Intifada. Después de todo, a casi cada palestino le resulta demasiado familiar la historia sangrienta que arrastra ese hombre como asesino con las manos manchadas de la sangre de miles de palestinos, libaneses y otros árabes, la mayor parte de ellos niños y civiles inocentes. En efecto, su papel en las masacres de Sabra y Chatila fue y sigue siendo demasiado espantoso como para ser olvidado.
Sin embargo, es importante recordar que fue la sistemática persecución israelí de los palestinos y el firme rechazo a permitir que se pueda crear un estado viable palestino lo que hizo inevitable el levantamiento, con o sin la incursión de Sharon por el Haram Al-Sharif [Noble Santuario] de Jerusalén.
Volviendo la mirada atrás, la Intifada ha supuesto un relato espeluznante de la brutalidad israelí, comparable a la persecución nazi de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Durante los pasados siete años, el ejército israelí ha cometido todos los crímenes y atrocidades concebibles contra un pueblo básicamente indefenso.
Se mató a tiros a niños en su camino a la escuela, a mujeres embarazadas camino del hospital o se las obligaba a dar a luz en los bloqueos de carreteras israelíes porque los soldados no les permitían acercarse al hospital que estaba allí, un poco más abajo, en la misma calle.
Atraían a los niños al salir de las escuelas para matarlos a sangre fría. Helicópteros de combate bombardearon calles atestadas de gente y se arrojaron bombas de una tonelada sobre apartamentos llenos de civiles durmiendo.
Según el Centro Palestino de Estadística, la cifra de palestinos asesinados por soldados israelíes y colonos paramilitares judíos ha sido de 5.300 desde el 29 de septiembre de 2000 al 29 de septiembre de 2007.
Las víctimas incluyen a 978 niños, 363 mujeres, 506 asesinatos y 149 palestinos asesinados mientras atravesaban los controles y bloqueos de carreteras israelíes.
Unas 60.000 personas resultaron heridas, muchas de las cuales tendrán que sufrir minusvalías durante toda su vida, y 11.000 fueron encarceladas sin esperanza de ser liberadas.
Durante el mismo período, el ejército de ocupación israelí destruyó 7.512 hogares y causó serios daños en más de 663.000, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza.
En el curso de la Intifada, los dirigentes israelíes trataron de convencerse a sí mismos de que los palestinos estaban amenazando la existencia misma de Israel. Una psicosis colectiva engulló a los dirigentes militares israelíes, como el anterior jefe del estado mayor Moshe Yaalon, que llegó tan lejos como para definir al pueblo palestino de «cáncer» que tendría que ser erradicado, bien con quimioterapia o con amputación.
Yaalon declaró que, por ahora, estaba usando quimioterapia pero que no dudaría en acudir a la amputación si fuera necesario.
Una mentalidad tan enferma y escalofriante, combinada con la más espantosa maquinaria de guerra del mundo, convenció a muchos palestinos de que Israel estaba empeñado en liquidarles como pueblo. En efecto, la carnicería gratuita de palestinos en cada calle, cada barriada, cada campo de refugiados y cada ciudad hicieron inevitable que los jóvenes palestinos se embarcaran en las denominadas operaciones de martirologio, conocidas también como suicidios bomba, contra objetivos civiles y militares israelíes.
En palabras del fundador y líder de Hamas, el Sheij Ahmed Yassin, a quien Israel trató de asesinar en 2003, los palestinos tenían que elegir entre ser asesinados en silencio en el «matadero sionista» o morir como hombres en las calles de Tel Aviv y otras ciudades israelíes.
Las bombas humanas fueron de hecho una táctica desesperada que trató de crear una apariencia de disuasión para hacer que Israel reconsidere su macabra represión sobre los palestinos. Sin embargo, precisamente, esas acciones acabaron volviéndose contra los palestinos mientras Israel obtenía el mayor de los éxitos al utilizar con frecuencia las escenas de la conmoción para vilipendiar a los palestinos.
Además, Israel utilizó a los suicidas bombas como pretexto para infligir más masacres mortales contra los civiles palestinos, lo que explica la inmensa desproporción del número de víctimas palestinas comparadas con las bajas israelíes. También utilizó a los suicidas bomba como pretexto para construir la denominada valla de separación, que es en la actualidad un gigantesco muro de hormigón en Cisjordania, en los territorios ocupados palestinos.
En vez de construir el muro a lo largo de la antigua línea del armisticio entre Cisjordania e Israel propiamente dicho, el gobierno israelí construyó el muro tierra adentro de Cisjordania, incorporando grandes franjas de tierra árabe a Israel y reduciendo los centros de población palestina a ghettos de facto.
El hombre que dirigió la campaña de la carnicería, Ariel Sharon, yace ahora sin conciencia en un hospital por segundo año consecutivo después de sufrir una apoplejía masiva a comienzos de 2006.
La analogía nazi está finalmente penetrando en el discurso occidental. Por ejemplo, Gerald Kaufman, un parlamentario británico judío, argumentó hace unos años que Ariel Sharon había logrado que la Estrella de David pareciera la Svástica. De forma similar, el Premio Nóbel portugués, el laureado José Saramago, observó: «No me explico cómo, para proteger a una poca gente, se tiene que confiscar la tierra a los campesinos y destruir las cosechas y cientos de seres tienen que estar esperando en los controles y bloqueos de carreteras antes de que se les permita regresar exhaustos a casa, si es que no acaban asesinados».
Hoy en día, siete años después, los palestinos pueden encontrarse en el umbral de otra Intifada. Israel, apoyado por unos EEUU post 11-S que a menudo parecen y actúan como si fueran más israelíes que Israel y más sionistas que el sionismo, está inflexiblemente negándose a poner fin a sus cuarenta años de ocupación del territorio palestino.
Y, aprovechándose de las divisiones internas palestinas, Israel está tratando de imponer un «acuerdo de paz» sobre la Autoridad Palestina que muchos palestinos de a pie dicen que es peor que una rendición.
«Los palestinos están soñando si creen que Israel va a reconocer sus derechos sin una lucha firme», dice el Profesor Abdul-Sattar Qassem de la Universidad Nacional de Nayah.
Esa ha sido la realidad desde que Israel rechazó permitir la creación de un estado palestino tras los Acuerdos de Oslo de 1993. Las palabras de Qassem se verán justificadas una vez más tras el anticipado fracaso de la próxima conferencia de paz de noviembre en Estados Unidos.
En la actualidad, los palestinos se enfrentan como nunca antes a la peor de las situaciones. No obstante, los palestinos han estado siempre acumulando represión y miseria como incentivo para levantarse contra sus torturadores más que como causa de sumisión. Por eso, la Intifada continúa.
Enlace con el texto original en inglés:
http://weekly.ahram.org.eg/2007/865/re3.htm