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Sigue vigente la inhumana Ley de Ajuste Cubano

Fuentes: Rebelión

El pasado 19 de mayo, Cuba denunció por enésima vez ante la ONU el carácter inhumano de la Ley de Ajuste Cubano, vigente en los Estados Unidos desde el 2 de noviembre de 1966. Y lo hizo a través de su representante alterno en dicha organización, Rodolfo Benítez, durante una sesión de la Asamblea General […]

El pasado 19 de mayo, Cuba denunció por enésima vez ante la ONU el carácter inhumano de la Ley de Ajuste Cubano, vigente en los Estados Unidos desde el 2 de noviembre de 1966. Y lo hizo a través de su representante alterno en dicha organización, Rodolfo Benítez, durante una sesión de la Asamblea General dedicada al tema Migración y Desarrollo. Días atrás, numerosos medios de la reacción mundial, fundamentalmente españoles, «informaron» a sus seguidores que «uno de los obstáculos más simbólicos del régimen cubano está a punto de caer. El Gobierno de Raúl Castro estudia permitir a sus ciudadanos viajar al extranjero como turistas», porque «ahora necesitan un permiso especial muy dificil de conseguir». Con esa elevada carga de cinismo se expresaba, por ejemplo, Televisión Española, un medio público en manos de los gobiernos de Madrid que, precisamente, siempre han sido -Felipe González, José María Aznar, y José Luis Rodríguez Zapatero como últimos presidentes- de los que más dificultades han impuesto a la población cubana para concederles visados.

La cuestión migratoria siempre ha sido un arma muy utilizada por los enemigos de la Revolución Cubana para tratar de desestabilizar al gobierno que la dirige, y, a día de hoy, la mísera e inhumana estrategia sigue siendo igualmente utilizada. Como consecuencia de esa práctica tan deplorable, no pocas personas creen que el gobierno cubano mantiene «secuestrados» a sus gobernados, no dejándoles salir de la Isla. Cuando fundamentalmente los «secuestradores» son los gobiernos de aquellos países que no conceden visas a la población revolucionaria, o, en el mejor de los casos, complican enormemente la concesión de las mismas, desenmascarar al enmascarado es una tarea que considero importante. Hagamos un breve repaso a más de cincuenta y dos años de mentiras y agresiones imperialistas respecto a este escabroso tema.

Las autoridades norteamericanas y sus obedientes lacayos incitan, mediante el engaño, a abandonar el país ofreciendo facilidades que no proporcionan a ciudadanos de otros países. La mencionada y asesina Ley de Ajuste Cubano es buena prueba de ello. Y se puede calificar a la citada ley de asesina porque ¿cuántas muertes perfectamente evitables no ha provocado en el estrecho de la Florida? Después, una vez conseguido su propósito, se desentienden del engañado emigrante y le abandonan a su suerte -mala en muchísimas de las ocasiones.

Al triunfo de la Revolución, el gobierno de los Estados Unidos comenzó a abrir sus puertas de par en par a todo aquel que quisiera abandonar la Isla; comportamiento inusual hasta entonces, a pesar de que los yanquis fueron los dueños y señores de Cuba durante casi 60 años. Así empezó el éxodo de profesionales calificados. Ofrecieron altos salarios para privar a los cubanos de médicos, maestros, ingenieros, técnicos…

Basándose en el principio de que la construcción del socialismo es tarea de hombres y mujeres libres y voluntarios que quieren hacer una sociedad nueva, el gobierno de Cuba nunca prohibió la salida de esa ni de ninguna otra gente. En más de cincuenta y dos años de Revolución a nadie se le ha obligado a vivir en Cuba en contra de su voluntad. A veces se demoró algunas salidas, es cierto. Si se trataba de algún especialista se le retenía hasta que se contara con otra persona que ocupara eficientemente su puesto, según el trabajo que éste desempeñara.

Fue el gobierno de los Estados Unidos quien interrumpió las entradas legales a su país, no el gobierno de Cuba, quien nunca se opuso, insisto, a la salida ordenada y legal -con visa y pasaporte- de sus ciudadanos para ese u otros países.

Aprovechando la Crisis de Octubre -en 1962-, los imperialistas cerraron sus puertas separando de esa manera a muchas familias cubanas, puesto que muchos miembros de éstas ya estaban en los Estados Unidos como avanzadilla y no podían volver sobre sus pasos -el gobierno yanqui lo impedía, no el cubano-. En cuanto al resto de las familias que todavía permanecían en Cuba y querían marcharse, las autoridades norteamericanas les negó la entrada legal a su país.

Esas calculadas y estudiadas medidas no fueron gratuitas, y provocaron las salidas ilegales y clandestinas utilizadas por el gobierno de los Estados Unidos de incesante propaganda contra la Revolución. Publicitando de manera rastrera y miserable los hechos, llegó a recibir -y hoy todavía recibe- como héroes a las personas que ilegalmente arribaban a sus costas, aunque estas lo hicieran secuestrando embarcaciones y utilizando como rehenes a las tripulaciones de las mismas. Se han dado casos también de cubanos llegados a Estados Unidos mediante el secuestro de aviones. Al llegar al imperialista país, lejos de ser detenidos y puestos a disposición de las autoridades cubanas, los reciben con todos los honores concediéndoles el permiso de residencia. En cuanto a los aviones, tampoco los devuelven a Cuba; se los quedan y los subastan.

Ante la negativa norteamericana de preservar sus costas del arribo de ilegales, la respuesta de Cuba fue autorizar a los cubanos residentes en los Estados Unidos a que fueran a por sus familiares. Y efectivamente, entre octubre y noviembre de 1965, por Camarioca llegaron cientos de barcos llevándose a muchos de ellos. Por supuesto que aquella afluencia masiva de emigrantes no gustó demasiado a los yanquis, y dio lugar a un acuerdo con el gobierno revolucionario que permitió la salida legal de un número determinado de cubanos hacia los Estados Unidos. Pero no pasó mucho tiempo sin que volvieran a cerrar sus puertas, estimulando nuevamente las salidas ilegales. Desde el triunfo de la Revolución, este comportamiento ha sido siempre una constante.

Bastante tiempo después, en abril de 1980, unos cuantos individuos penetraron en la embajada de Perú, en La Habana. Como los peruanos no entregaron a los ocupantes, el gobierno cubano advirtió que no trataría de impedir la entrada de más gente al diplomático recinto. Dicho y hecho. Unas 10.000 personas se hacinaron en el mencionado lugar durante una pila de días. Eso fue el preámbulo de lo que luego se conocería como el éxodo del Mariel, un puente marítimo que llevaría a más de 100.000 emigrantes hacia los Estados Unidos. No voy a decir que en esa ocasión no salieron de Cuba profesionales calificados, pero lo que no cabe la menor duda es que la Revolución se «desprendió» de una buena cantidad de antisociales, gente del lumpen… a los cuales el gobierno cubano no rechazaba; pero obviamente tampoco iba a tratar de retenerlos, y mucho menos cuando con la gente calificada no lo había hecho. De modo que, más exageradamente en esta ocasión, volvía a repetirse la historia.

Más adelante, en agosto de 1994 y siempre provocado por idénticos motivos, se desató la llamada «crisis de los balseros». La gente irresponsable, que se dejó seducir por el imperio, salió en precarias balsas rústicas afrontando las 90 millas que separan a un país del otro, exponiendo a niños inocentes que en Cuba, como todo el mundo sabe, eran grandes privilegiados. No pocas personas perecieron ahogadas en el intento de llegar al «paraíso», cuyo territorio alberga a más de 40 millones de pobres; a unos 50 millones de personas sin seguro médico -entre ellas muchísimos niños-; a 4 millones de individuos sin techo que les cobije; numerosa cantidad de niños y adolescentes en los cementerios víctimas de las armas de fuego en las escuelas y en las calles; numerosísima cantidad también de individuos víctimas del consumo de drogas… No pocas personas fueron pasto de los tiburones en el intento de llegar al «paraíso», donde más del 20% de la población es funcionalmente analfabeta; donde, según el propio FBI, ya en 1980 -año del mencionado éxodo del Mariel- los casos declarados de violación ascendían a 82.000; 500.000 personas fueron robadas, se llegaron a cometer 23.000 asesinatos y 85.000 personas resultaron heridas de bala. Estas escalofriantes cifras, lejos de reducirse, fueron año tras año y hasta el día de hoy en rapidísimo aumento.

No voy a extenderme ahora con el caso de Elián González, porque es un caso relativamente reciente y seguro que permanece bien fresquito en nuestras memorias.

En la actualidad, en cuanto al tema migratorio se refiere, Cuba mantiene la misma política: permitir la salida legal de todos aquellos que no quieran quedarse en la Isla. En cuanto a la de los Estados Unidos también sigue siendo la misma: evitar la entrada legal de emigrantes cubanos a su territorio -cuando lo permite lo hace a cuenta gotas-, fomentando de esa manera las salidas ilegales que a menudo se convierten en tragedias.

Si las autoridades norteamericanas no están por la labor de aceptar la emigración legal y ordenada que pudiera evitar las tragedias que de vez en cuando acontecen en el estrecho de la Florida es, sencillamente, porque este humano método les priva del impacto publicitario que tanto anhelan y persiguen para desacreditar a la Revolución. Pero, conociendo la verdad de este escabroso tema, ¿quién se desacredita realmente?

De todos modos, a pesar de la estimulación interesada que el ciudadano cubano recibe para que abandone su país, las cifras reales de la emigración cubana hacia los Estados Unidos contradicen la extendida creencia que, fruto de la citada propaganda, muchas personas lamentablemente poseen.

Según el Censo de Población de Estados Unidos, en 1990 el registro de emigrantes procedentes de América Latina era de 8.407.837 -cifra a la que habría que sumarle la elevadísima cantidad de emigrantes ilegales que lógicamente no están registrados-; mientras que los procedentes de Cuba ascendían a 736.971, incluidos los que ya tenían la ciudadanía -a esta cifra no es necesario sumarle nada, puesto que en los Estados Unidos no existen cubanos ilegales-. Incluso la emigración canadiense era superior a la cubana: 744.830 -también la emigración canadiense cuenta con bastantes ilegales en el país imperialista; se estima que unos 130.000 en 1996-. Cierto que Canadá cuenta con más habitantes que Cuba, pero es un país desarrollado y no sufre un bloqueo tan despiadado y prolongado en el tiempo como el de la Isla. Sin embargo a nadie he oído hablar de éxodo canadiense hacia los Estados Unidos.

Después de la conocida «crisis de los balseros», la emigración cubana a los Estados Unidos seguía estando también por debajo de la mitad del correspondiente a bastantes países latinoamericanos. Teniendo en cuenta que la población de algunos de esos países es aproximadamente la mitad de la población cubana ¿por qué tampoco oímos hablar de «crisis migratoria» respecto a ellos?

En tiempos más recientes -en septiembre de 2006-, la sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana editó el boletín «Washington Informa». En él se recogen datos oficiales del censo de población de cubanos y cubanas en los Estados Unidos: 1.249.820. Pero reconoce que un tercio de ellos ya nació en allá. De modo que la población cubana emigrada al país vecino era de unas 800.000 personas. Y si nos referimos a la emigración cubana en todo el mundo la cifra no supera el millón y medio, menos de un 13% de la población de la Isla; bastante inferior a la de muchos países que le rodean.

Recordemos, una vez más, que la siniestra Ley de Ajuste Cubano permite la acogida de todos los cubanos que hayan llegado ilegalmente al vecino país -SOLO ILEGALMENTE- a partir del uno de enero de 1959, concediéndoles la residencia legal y la posibilidad legal de acceder a un trabajo.

Sabido es que ningún individuo de otro lugar del mundo goza de semejantes ventajas, como tampoco la tuvieron los cubanos que allá emigraron antes del triunfo de la Revolución.

Resulta curioso, pero en los Estados Unidos existen millones de indocumentados, millones de emigrantes ilegales, como ya he comentado, y sin embargo, sobra decir por qué, ninguno es cubano.

Estos millones de maltratadas personas, pertenecientes a todo el planeta, tienen el perfecto derecho de preguntarse por qué a ellos se les persigue y se les expulsa cuando viajan ilegalmente y, en cambio, a los cubanos que lo hacen se les premia y estimula.

En el prólogo del libro «Operación Peter Pan. Un caso de guerra psicológica contra Cuba» de Torreira y Buajasán, Ricardo Alarcón de Quesada dice y pregunta: «Estados Unidos es, así, el único país con dos leyes migratorias: una para todo el mundo y otra exclusivamente para los cubanos. ¿Se quiere mejor prueba de la manipulación del tema con fines contrarrevolucionarios?».

Con los acuerdos habidos en septiembre de 1994 y en mayo de 1995, el gobierno norteamericano se comprometió a conceder 20.000 visas al año. Pero, como con otros compromisos forzosamente adquiridos, año tras año incumple el acuerdo rebajando considerablemente la cifra de visas concedidas.

Está claro que no dejan miserablemente de apostar por la aplicación de la Ley de Ajuste Cubano, a sabiendas de que con ella pueden seguir asesinando a personas adultas y a niños inocentes. Pero ¿qué puede importar tan fatales consecuencias a mentes tan rastreras e inhumanas si además ese es el resultado que persiguen?

El 30 de noviembre de 1909, el periódico «Previsión» -órgano de prensa del Partido Independiente de Color- publicó en sus páginas un artículo de Tomás Carrión que, entre otras cosas, decía lo siguiente: «La estatua de la Libertad, iluminando al mundo está sencillamente amenazando al mundo; la llamada antorcha que aquella estatua colosal sostiene en su mano derecha, no es tal antorcha, es simplemente una tea».

A saquear todo lo que pueden y más se han dedicado los gobiernos de los Estados Unidos desde su mismo nacimiento y, para ello, contra todo aquel que se le resiste, nunca han dudado en utilizar la tea en cada una de sus múltiples aplicaciones, incluida la política migratoria.

Blog del autor: http://baragua.wordpress.com

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.