En su primer ensayo, ‘El Estado feroz’, el periodista Pablo Elorduy analiza las políticas de venganza y represión que caracterizan la reacción de orden desarrollada desde distintos frentes tras la crisis de 2008.
Hay un hilo que conecta, sin demasiado disimulo, la infiltración de agentes de policía en colectivos políticos de izquierda, la condena a varios años de prisión por una pelea en un bar de Altsasu (Navarra) que dejó un tobillo roto a un guardia civil, y las multas impuestas en virtud de una ley orgánica de protección de la seguridad ciudadana que, pese a las promesas electorales del PSOE, sigue vigente. Son algunas expresiones, de diversa dureza, de lo que el periodista Pablo Elorduy (Madrid, 1978) define como Estado feroz, ya manifestado con anterioridad pero exacerbado tras la crisis de 2008.
En su
primer ensayo, Elorduy presenta la tesis de que las turbulencias de todo
tipo ocurridas después de la catástrofe de las hipotecas subprime han
dado lugar en España a una reacción en la que las fuerzas policiales,
la judicatura, la Corona o los principales partidos políticos del
sistema han tenido como proyecto compartido “acelerar una restauración
del orden tras el estallido de lo inesperado”. En El Estado feroz
(Verso, 2024), Elorduy, coordinador de actualidad política en El Salto,
analiza con detalle diferentes episodios sucedidos en los últimos 15
años —con orígenes rastreables en la dictadura— y cita los nombres y
apellidos —de José Manuel Villarejo a Manuel García Castellón, pasando
por Fernando Grande-Marlaska, Carmen Lamela o Eduardo Inda— de quienes
han jugado, a varias alturas, un papel determinante en la reafirmación
de la capacidad represiva del Estado.
Lo que se lee en el ensayo es el trayecto desde la llamada “España feliz”, que no resistió la crisis global de 2008, hasta la emergencia del Estado feroz, representado por instituciones no elegidas democráticamente pero legitimadas por la Constitución de 1978 y por la acción política de sus principales intérpretes. Así, el Estado feroz supone una combinación de acciones en la que participan, según Elorduy, “el interés del capital, la pura expresión del poder, la inercia del funcionamiento burocrático” y también una alta dosis de nacionalismo. No se trata en ningún caso, afirma el autor, de maniobras en la sombra, ni de manos que mueven hilos que nadie puede ver. Al contrario, Elorduy repite que son actuaciones de poderes “bien visibles” en las calles, reprimiendo manifestaciones; en las páginas de los periódicos, publicando informaciones interesadas; o en los despachos de los más altos tribunales, manufacturando órdenes judiciales. Las políticas de venganza que caracterizan al Estado feroz se pueden resumir en tres palabras: el “¡a por ellos!” con el que se despidió desde sus lugares de origen a los más de 6.000 agentes policiales destinados a impedir el referéndum del 1 de octubre de 2017 en Catalunya.
En un sano ejercicio de humildad, Elorduy reconoce que el libro —“un inventario incompleto del empleo de esos medios e instrumentos en un tiempo histórico determinado”, dice él, una crónica periodística de primer orden sobre la política en España en las últimas décadas para quien firma esta entrevista— no ofrece ninguna solución “al problema de bloqueo ni aporta a los movimientos ninguna hoja de ruta para vadear los límites que la estructura de los Estados modernos, y las superestructuras en las que se insertan, imponen para la acción política”. Pero eso no significa que no existan caminos o herramientas, indica, sino que estas “pueden ser encontradas por muchas personas trabajando conjuntamente y pensando el futuro al mismo tiempo”.
¿Qué es el Estado feroz?
Es un concepto abierto, no me pertenece a mí esta definición, en el sentido de que cualquier adjetivo que le queramos poner al Estado nunca va a tapar al sustantivo “Estado”. Es difícil de concebir cuando hablamos de Estado de derecho, por ejemplo. Parece un sintagma unido, pero lo importante es el Estado, que podría sobrevivir —de hecho lo hizo durante el franquismo o la dictadura de Miguel Primo de Rivera— sin ser un Estado de derecho ni nada que se le parezca.
El adjetivo no deja de ser un adjetivo que pretende calificar ese tipo de actuaciones de poderes salvajes, como decía Ferrajoli, o de poderes aparentemente descontrolados que toman en su orden del día la necesidad de defender al Estado como ellos piensan que se defiende mejor. Yo, desde luego, no pienso que se defienda mejor así. Por poner un ejemplo, esta semana se ha conocido la condena a muy pocos meses de cárcel a una serie de empresarios en Cartagena que habían llevado a cabo abusos sexuales a menores de entre 14 y 17 años. En este caso, el Estado feroz serían esos jueces que han dilatado tanto el proceso como para que sea necesario pactar esas penas de cárcel tan ínfimas, esos jueces que no consideran relevante acelerar el juicio y lo posponen diez años.
Imagínate que un grupo de trabajadores retiene o rapta a un empresario durante diez horas. Ese juicio, según un esquema de Estado de lo que llamo Estado feroz, sería inmediato, con unas penas desorbitadas. Y, sin embargo, en este caso vemos todo lo contrario. Lo que afecta a cierta noción del Estado es lo que se castiga con mucha dureza. Y aquello que no lo afecta, a esa concepción patriarcal, capitalista, etcétera, puede encontrar respuestas más laxas, en este caso de parte de la Justicia.
¿Cómo responderás a quienes digan que la suma de acontecimientos o
sucesos que expones en el libro para tratar de definir ese Estado feroz
no demuestra su existencia?
Diciendo que, probablemente, si se
refieren a la existencia de una gran conspiración, tienen toda la razón.
No estoy hablando de una logia como la P2 italiana, no hablo de ese
tipo de estructura, aunque hay quien dice que existen, el propio
Villarejo lo ha comentado en algún momento. De lo que hablo es casi una
inercia derivada de la supervivencia en el poder de una ideología que se
hace transparente, como todas las ideologías triunfantes aspiran a
hacerse transparentes.
Todos estos episodios se conectan en el sentido de que obedecen a la lógica de ser magnánimo con los fuertes y muy feroz con los débiles. Esto lo vemos en las fronteras, en cuestiones como el acceso a la luz en la Cañada Real… No lo vemos solo en temas como Catalunya o Podemos, lo vemos con esa ferocidad que recorre todas las administraciones aunque yo me centro en las más enfocadas a ejercer la represión o el control social.
Repites “lo vemos” y en el libro insistes en que no es algo oculto, ninguna conspiración, sino algo visible.
Sí,
es visible. Cada día podemos ver ejemplos de esta excepcionalidad que,
al final, como cualquier excepcionalidad que se repite tanto, genera un
patrón. Cuando hablo de excepcionalidad me refiero, por ejemplo, a que
los diputados y diputadas socialistas siempre hablan del suceso de la
valla de Melilla de 2022 como algo excepcional pero sabemos que estas
lógicas de fronteras son regulares: antes vino lo que pasó en El Tarajal
y todos los días vemos forcejeos en las vallas de Ceuta o a gente
arriesgando su vida en el mar porque no se dan vías de acceso seguras.
Claro que lo vemos, es transparente, no hay que pensar en conspiraciones ocultas. Creo que cada vez hay más conciencia de la existencia de esos poderes excepcionales, no estamos en la época previa al 15M en la que podía haber un mayor grado de abstracción o de pasotismo si quieres.
¿Cómo sería España sin ese Estado feroz?
Probablemente
republicana, probablemente más democrática y probablemente mejor para
toda la población que vive en España. Ahora, dentro de la principal
hipótesis del libro, que es que este Estado feroz se recrudece o se hace
más visible a raíz de la crisis económica de 2008, hay que tener en
cuenta que una parte importante de la población aboga por que sea así y
apoya este sistema de aplicación de políticas de excepción y a varias
velocidades: unas capas altas, otra intermedia que prefiere sacrificar
algo de libertad entendida en términos clásicos por la nueva noción de
seguridad que se está imponiendo en todo el mundo, y una capa que, como
dice David Garland, es la que paga el precio de la libertad, ese 25% que
no se puede ir de vacaciones, no está en los registros y al que no se
apela en ningún momento.
La utopía del funcionamiento sin el Estado profundo, sin estos mecanismos tan fuertes de represión y coerción, nos ayuda a pensar en escenarios en los que, por ejemplo, no hubiera pasado nada si se hubiera permitido el referéndum en Catalunya el 1 de octubre. Muy posiblemente Catalunya no hubiera llegado a la independencia, pero incluso aunque hubiera sido así, o hubiera sido una posibilidad política, se habría basado todo en un diálogo y unos términos que no nos tienen que repeler porque tienen que ver con la democracia y el republicanismo, no entendido como la nostalgia de la II República, un episodio luminoso pero que sabemos cómo terminó, sino entendido desde un plano de pensamiento político y filosófico.
¿Puede existir una organización estatal sin esa dimensión feroz?
Realmente
es difícil. También lo vemos en Francia o en Alemania. Pero aquí hay
unas características propias de la supervivencia del franquismo y la no
ruptura con la historia siniestra del siglo XX. En la realpolitik vamos a
ver siempre aparatos de Interior con alto grado de autonomía y
descontrol, en la política real vamos a ver que todos los estamentos
militares de los grandes países armamentísticos tienen un alto grado de
potestad para las inversiones, se llevan la parte más importante de los
presupuestos. Esto no cambia en España con respecto a otros países. Sí
cambia esa supervivencia del franquismo que hace que la ideología esté
más escorada, no sé si decir a la derecha, pero sí a ciertos valores
previos de venganza contra parte de la población. Esto lo hemos visto en
la extrema derecha, que nace más contra un otro nacional que contra un
otro migrante aunque ambas tendencias convergen.
No podemos poner un ejemplo de ningún país del mundo del tamaño o PIB de España, pero sí que hay prácticas más democráticas en otros países del entorno europeo que aquí no se han desarrollado.
Tras el 15M y el referéndum por la independencia del 1
de octubre se manifiesta abiertamente. ¿Obedece a una lógica
acción-reacción, estímulo-respuesta?
Sí, completamente. Hay un
momento tan importante de desconcierto en lo que entonces llamábamos
“régimen del 78”, aunque ahora la etiqueta pueda estar obsoleta, que
lleva a que esa lógica de reacción se lleve mucho más allá de lo
necesario. El Estado habría sobrevivido a la llegada a los cuadros de
mando de Podemos, o un 15M entendido como un magma difuso. Y habría
venido bien abrir las ventanas. Pero hay un momento de repliegue que
impide que ese primer paso se dé y que deja tiempo para la reacción
feroz de la policía, que monta la brigada patriótica, de los jueces, que
van más allá de admitir a trámite demandas y querellas contra Podemos…
Es una reacción de miedo, se sienten acorralados y empiezan a actuar con
algunos movimientos inteligentes, como la abdicación del rey Juan
Carlos, y con otros francamente torpes como esto de la policía
patriótica.
Si Podemos no hubiera accedido a las instituciones, ¿se habría explicitado ese Estado feroz tan claramente?
En
la cuestión de la guerra contra los pobres, sí. La crisis genera esta
nueva narrativa de sadismo, común a todo el proyecto europeo de la
austeridad. Los pobres tienen que pagar por una crisis que,
evidentemente, no han generado, pero que se asocia con ir en contra de
los valores del neoliberalismo o haber hecho que fallen, muy burdamente
explicitado porque no todo el mundo se ha hecho entrepreneur o empresario.
Yo marco la fecha de la crisis de 2008, pero estas cosas son un continuo. Estoy seguro de que en el País Vasco me van a decir que ya han pasado por ello y que va a haber críticas que me digan que acabo de llegar a este conocimiento. Pero sí creo que la crisis marca un antes y un después porque el programa de la austeridad plantea esa guerra contra los pobres, normalmente expresada con más crudeza contra los migrantes. Al pobre doméstico se le acepta en determinados momentos como una clase media depauperada, pero los migrantes son ahora mismo la mayor parte de esa población que no llega a fin de mes, que no puede afrontar gastos imprevistos.
Anteriormente, aunque dentro del periodo de restauración
democrática, existió el terrorismo de Estado. ¿Está en esa misma lógica
del Estado feroz?
Sí, claro, es la gran escuela de las políticas
de la venganza, el momento en el que se llega a una síntesis entre las
políticas de la venganza del franquismo y las necesidades de control que
obsesionaban a Felipe González. Tanto el Batallón Vasco Español como
posteriormente los GAL dejan una impronta que tiene que ver con la lucha
contra un enemigo otro al que no se quiere dar ni un palmo de terreno
en lo ideológico ni en lo político. En el nivel de la seguridad se
sobreentiende que para eso ya estaban Interior, las policías, la Guardia
Civil, pero lo que los GAL pretenden atacar es lo ideológico, lo
político, incluso lo popular, porque quieren sembrar el terror no solo
en la gente que está en la organización ETA sino en los entornos
políticos.
Parafraseando al poeta Leopoldo María Panero, ¿fue ETA la única oposición que existió al Estado feroz?
No
quiero dar tanto valor a ETA. Es verdad que en el libro no abordo las
oposiciones sociales y populares a este tipo de funcionamiento, pero las
hubo. El ejemplo de los insumisos o de las mujeres que iniciaron la
batalla por el aborto legal son oposiciones muy fuertes. En un Estado
como España, que lleva a cabo una Transición gobernada en gran medida
por las élites, que uno de los primeros derechos conseguidos sea el
aborto legal o el divorcio significa que hay una oposición en la calle
descomunal. El antifranquismo, incluyendo con polémica a ETA al menos
hasta el año 1973 o 1975, fue muy plural y defendía, inspirado por la
revolución portuguesa, otro modo de funcionamiento del Estado, mucho más
plural, abierto, democrático y, en algunos casos, la abolición del
Estado, como en el caso del anarquismo.
¿Hasta qué punto la Constitución de 1978 opera como la coartada formal que permite la existencia de ese Estado feroz?
El
texto de 1978, para empezar, es un texto que establece la monarquía y
en el que el nombre propio que aparece es el de Juan Carlos I. Lanza a
navegar una nave que se ha mostrado exitosa hasta ese periodo de
2008-2012. A partir de esa época, la Constitución ha sido rehén de
quienes no quieren un cambio en el statu quo. Al ser una
Constitución monárquica, tendría que ser completamente cambiada o
sustituida para que el Estado tuviera un desarrollo democrático pleno.
Porque establece esta cuestión del rey y también, de manera ambigua,
esta cuestión de la jefatura de las Fuerzas Armadas que da lugar a
interpretaciones sobre el artículo 62. Esta idea de todo para el pueblo
pero sin el pueblo y el rey como último garante que puede llamar a un
desarrollo autoritario de esa misma Constitución si se interpreta de una
determinada manera.
¿La modificación en 2011 del artículo 135
de la Constitución para establecer como prioridad absoluta el pago de la
deuda pública es Estado feroz?
Es Estado, una cuestión, además,
de supervivencia en la superestructura que ahora marca indefectiblemente
todas las políticas económicas y sociales, que es la Unión Europea. Lo
que puede ser feroz es el momento en que se asume que se va a descargar
en el cuerpo social las consecuencias de la crisis. El artículo 135 solo
certifica esto, ya veníamos de un hachazo por parte de Zapatero en mayo
de 2010 que marca un cambio y lanza la austeridad con un programa
basado en ese poder coercitivo del Estado contra quienes se opongan a
las recetas neoliberales. Esto lo vimos posteriormente con la aprobación
de la Ley mordaza ya por parte del PP.
¿Qué papel juega la Ley de Secretos Oficiales de 1968 en ese Estado feroz?
La
ley de Secretos Oficiales de 1968 es una cuestión que hay que reconocer
al PNV todo el interés que tiene en parecer como Sísifo, arrastrando la
roca a la montaña para ver cómo cada legislatura hay un problema
diferente por el que no se puede aprobar una nueva ley que, en el fondo,
lo que tiene que decir es que prescriba en algún momento lo que ahora
permanece secreto ad calendas graecas, como decía Pilar Urbano.
En España hay un entendimiento muy estrecho de lo que puede ser divulgado. A veces se hace a través de la prensa, pero para los y las historiadoras es un problema que haya tanto material clasificado como secreto. Y, además, se van añadiendo capas y capas de secreto. Como hemos visto en el caso Pegasus, muy sintomático del momento histórico en el que estamos, los intereses para ser transparentes se van enterrando cada vez más en la arena del desierto. Además, la demanda de transparencia por parte de la población que se dio en la década de los años 10 está remitiendo, o al menos así parece. Esto es grave porque significa que, al final, la Ley de Secretos Oficiales será cosa de los grupos políticos que quieran impulsarla. Pero mientras no quiera ninguno de los dos grandes partidos, seguiremos subiendo al monte con la roca y por muchos años más.
¿Cuál es la relación entre aquello que se llamó la Cultura de la Transición y el Estado feroz?
De
conflicto. Una de las cosas que expongo, basándome en datos o en la
interpretación de algunas autoras, es que en ese momento de crisis se
pierde la felicidad aparente o banal de la cultura anterior, que es la
Cultura de la Transición. Y esto, que puede parecer una intuición y la
gente puede decir que ahora es más feliz o que de dónde lo saco, está en
una encuesta de felicidad que sacó Gallup la semana pasada.
Objetivamente, por condiciones de vida y sociabilidad, la población
española se declara menos feliz que al principio de siglo, en el periodo
2001-2008. La Cultura de la Transición se basaba en el consenso, desde
el punto de vista de que la población estaba satisfecha, se había dado
una época de brillo de expresiones culturales, deportivas, que siempre
tienden a extender un nacionalismo banal, mucho más amable para todo el
mundo. Con la crisis y el comienzo de las políticas de austeridad, eso
se rompe y comienzan a estallar las costuras de esa Cultura de la
Transición. Ahora se mantiene cierto nivel de cultura vamos a decir
“progre”, pero cuestiones como la precariedad ya están demasiado
instaladas en el cerebelo de las generaciones que estamos viviendo en
este momento histórico como para buscar consensos y amabilidades, cuando
de lo que se trata, de lo que se sigue tratando, es de un conflicto de
clase que la Cultura de la Transición había conseguido maquillar pero
que sigue ahí.
Pedro Sánchez parece una figura rara dentro de ese Estado feroz. ¿Cómo lo valoras?
Es
un tópico, pero Pedro Sánchez es un hijo de su tiempo y creo que su
tiempo está marcado por otro tipo de liderazgos, quizá mucho menos
previsibles que el hombre de negro o el hombre de traje gris que fue
Mariano Rajoy. Sánchez es alguien a quien le gustan los golpes de efecto
y que tiene algo de valor, por eso casa tan bien con las necesidades de
la Comisión Europea o de los grandes centros de poder, que es que, en
su imprevisibilidad, es un reverso de los jokers de la extrema
derecha. Al no ser ese hombre de traje gris, al tener cierto punto de
inspiración y locura, como dirían Pata Negra, es muy funcional. Aun así,
él no modifica una sola línea de ese renglón del funcionamiento del
Estado en su faceta restrictiva. No lo hace a nivel internacional, ahí
está el caso de Marruecos y del Sahara. Fue espiado con Pegasus y no ha
hecho nada relevante para denunciarlo. Con respecto a Palestina llega a
donde considera que puede llegar o hasta donde el Estado realmente puede
llegar. En el nivel interior, tampoco lo hace. Ni con la ley mordaza,
ni con la Ley de Secretos Oficiales, tampoco lanza grandes medidas en
cuanto a medios de comunicación. Con respecto a la renovación del
Consejo General del Poder Judicial, ha sido dictada por la Comisión
Europea, por el Consejo Europeo en concreto, con la que PSOE y PP están
contentos. Después de un rapto del CGPJ durante tanto tiempo, que el PP
consiga empatar esa partida muestra bastante no solo cómo es el PP sino,
sobre todo, cómo es el PSOE cuando calientan las papas. Sánchez es ese
alguien que parece que está cambiando las cosas y que, después de su
mandato, veremos que hay una continuidad en ese sentido.
Una de
las personas a las que entrevistas es José Luis Rodríguez Zapatero.
¿Hasta qué punto fue consciente durante su etapa como presidente del
Gobierno de la existencia de ese Estado feroz?
Hablé con
Rodríguez Zapatero y, en esos días, me di cuenta de que el libro no
podía ser un libro de entrevistas a determinados líderes porque no creo
que fuese a aportar más que leyendo sus libros, biografías. Es gente muy
hermética, especialmente Zapatero tiene esa fama. Él me dijo que no
ponía demasiada carne en el asador por la existencia de ese Estado
profundo. Dice que hay cuestiones que, obviamente, tienen que ser
reservadas pero me sorprendió, por ejemplo, que reconociese que si
alguien le hubiera propuesto retirar las medallas a Antonio González
Pacheco, ‘Billy el Niño’, lo hubiera hecho, pero que nadie lo hizo. Y
Billy el Niño seguía cobrando medallas y era un policía retirado pero
seguía con todos los honores en el imaginario del cuerpo.
Zapatero es un personaje tan ambivalente… Posiblemente, el Presidente más conflictual para la izquierda, incluso más que Sánchez. Con esta deriva que ha tenido de “expresidente bueno” se nos olvida que, en lo económico, su mandato fue cumplir casi punto por punto todo lo que James Petras había denunciado sobre hacia dónde se dirigía la clase precaria española. Con Miguel Sebastián al frente de la Oficina Económica vimos cosas como la eliminación del Impuesto de Patrimonio, que Rubalcaba tuvo que recuperar para intentar ganar las elecciones, cosas que no reconoceríamos en un partido socialista. Aun así, aquí funciona mucho una memoria selectiva y, obviamente, nos vamos a quedar con la primera Ley de Memoria Histórica, por más que se diga que era insuficiente, o la Ley de Dependencia, por más que se diga que fue insuficiente, o el matrimonio igualitario, en el que sí hay que reconocer ese papel. Pero diría que todo el libro tiene un punto de conflicto con el Partido Socialista porque muchas veces, durante sus mandatos, no sabemos si suben o bajan las escaleras, luego después sí somos conscientes de cómo ha funcionado. Pero durante el mandato es muy difícil evaluarlo por parte de los sectores mayoritarios en la izquierda a la izquierda del PSOE porque en este partido hay ambigüedad, duplicidad y, hasta cierto punto, hipocresía.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/politica/entrevista-pablo-elorduy-libro-estado-feroz