Hola Sophie Binet, Secretaria General de la CGT. Hola Daniel Tanuro, militante ecosocialista y autor de varios libros, entre ellos el último, Écologie, luttes sociales et révolution. Gracias a los dos por aceptar la invitación de la UD CGT de Loire Atlantique para grabar vuestra conversación en un momento en que la CGT está a punto de lanzar su plan de acción sindical y medioambiental, a pocos días de los Estados Generales de la Industria y el Medio Ambiente.
Daniel, desde hace varios libros intentas ir más allá de la mera observación del estado del planeta para proponer perspectivas y estrategias. En tu último libro, en particular, sitúas a los trabajadores y trabajadoras en el centro de esta estrategia. Está claro que nos interesa esta conversación. En Loire-Atlantique, forma parte de un debate que viene de lejos. A menudo, asociaciones, movimientos y partidos políticos se dirigen a nosotros para hablarnos de tal o cual proyecto perjudicial para el medio ambiente. Por supuesto, habrán oído hablar de Notre-Dame des Landes, pero también hemos luchado contra la construcción de almacenes gigantescos, o contra plantas de metanización igualmente gigantescas. Así que nos parecía importante que la CGT se estructurara y desarrollara una ideología sobre las cuestiones ecológicas desde el punto de vista de la producción, desde el punto de vista del trabajo, desde el punto de vista de la lucha de clases. Eso fue lo que nos motivó. Otra motivación es la realidad denunciada por nuestros camaradas, la realidad que viven en sus empresas.
En concreto, pienso en los trabajadores de la industria agroalimentaria que nos explicaron que, desde hace unos veinte años, han visto cómo la calidad de sus galletas, por ejemplo, se deterioraba al mismo tiempo que sus salarios y sus condiciones de trabajo, con una mayor flexibilidad, etc. Es como si el capital marchara al mismo son. Es como si el capital se moviera en la misma dirección, degradando la producción y degradando a quienes la fabrican. Así que queríamos desarrollar herramientas que permitieran a los trabajadores y trabajadoras repensar su producción, cuestionarla, y luego reestructurarla para que nuestro eslogan “emergencia social y emergencia ecológica” pudiera traducirse en reivindicaciones concretas en nuestras empresas.
Quería señalar estos elementos para situar esta conversación entre vosotros. Daniel, en cada uno de tus libros haces un diagnóstico del estado de decadencia del planeta. Desgraciadamente, tienes que actualizarlo con cada libro que escribes, porque las cosas cambian muy deprisa. ¿Puede decirnos brevemente en qué punto nos encontramos? ¿Y establecer el vínculo con los impactos sociales muy reales?
Daniel Tanuro: En primer lugar, gracias por esta invitación. Me llega al corazón porque, como usted ha dicho, creo que el mundo del trabajo -el mundo del trabajo en general, no sólo el del empleo asalariado- tiene un papel absolutamente decisivo que desempeñar si queremos detener el desastre ecológico. Así que me siento muy feliz, e incluso halagado, de que me hayan pedido que participe en esta conversación con Sophie Binet, Secretaria General de la CGT.
Dicho esto, intentaré responder sucintamente a su pregunta. Una buena manera de comprender la extrema gravedad de la crisis llamada ecológica es remitirse a los estudios sobre el cambio global. Los científicos que trabajan en este campo transdisciplinar sintético consideran que existen nueve parámetros para la sostenibilidad de la especie humana en este planeta: el ciclo del carbono (clima), la biodiversidad, el agua dulce, los cambios en el uso de la tierra, la acidificación de los océanos, la contaminación química, la contaminación atmosférica de partículas, la capa de ozono estratosférico y los ciclos del nitrógeno y el fósforo. En un primer informe, presentado hace unos quince años, estos investigadores estimaban que se habían superado los umbrales de sostenibilidad para tres de estos parámetros (clima, biodiversidad y nitrógeno/fósforo).
Recientemente, los que han desarrollado este trabajo han estimado que los umbrales se han superado para seis, o incluso siete, de estos parámetros. Esto da una buena idea de la gravedad de la crisis y de lo rápido que se está desarrollando. De los nueve parámetros, el clima es una cuestión absolutamente capital. Permítanme darles sólo un dato: si la una cantidad de hielo acumulado en el continente antártico desapareciera por completo, elevaría el nivel de los océanos en 80 metros. Aclaro de entrada que esta desaparición total no está en el orden del día en este momento. Sin embargo, lo que sí está a la orden del día, y lo que podría ocurrir muy rápidamente, es la ruptura de dos enormes glaciares, uno al este y otro al oeste. Están situados en el continente antártico, por debajo del nivel del océano, que se está calentando. Como consecuencia, las masas de hielo tienden a levantarse del lecho rocoso, acelerando el deslizamiento y aumentando el número de grietas. El lecho rocoso se inclina hacia el océano profundo. Al mismo tiempo, en verano se forman lagos de aguas abiertas en la superficie de los glaciares. La acción combinada del desprendimiento en la base y la entrada de grandes cantidades de agua a través de las grietas podría provocar una ruptura repentina, precipitando una enorme cantidad de hielo al océano de una sola vez. Los especialistas estiman que cada uno de estos dos enormes glaciares contiene suficiente hielo para elevar el nivel del mar 3,5 metros, lo que supone un total de 7 metros.
Es imposible determinar cuándo se desprenderá el hielo. Pero los equipos de glaciólogos que estudian el glaciar Oeste (los Twaithes) afirman desde hace quince años que su ruptura es inevitable. Estos son sólo dos datos de las amenazas que se ciernen sobre nuestras cabezas. Estas amenazas son totalmente sociales, porque los trabajadores, las mujeres, los jóvenes, los pequeños agricultores y los pueblos indígenas son las principales víctimas de todos estos trastornos.
Según el último informe del IPCC, cerca de 3.500 millones de personas en la Tierra están ya gravemente afectadas por el cambio climático (recordemos que éste es sólo uno de los nueve parámetros). Eso es casi la mitad de la humanidad. Ni que decir tiene que estos 3.500 millones de personas no se encuentran entre la gente rica. Al contrario, es la gente más pobre de la humanidad, sobre todo en los países pobres. Para colmo de males, son precisamente estas personas las que menos responsabilidad tienen en el desastre ecológico. En algunos casos, no tienen ninguna. Creo que estos datos bastan para responder a su primera pregunta, sobre la situación y el impacto social. En mi opinión, la crisis ecológica no es una cuestión que el mundo laboral pueda ignorar. Al contrario, es el gran reto del siglo. Los proyectos de transformación social, justicia social e igualdad de derechos que siempre han impulsado el mundo del trabajo y el movimiento sindical desde su fundación tienen ahora como piedra angular una respuesta adecuada, una respuesta de clase, una respuesta progresista a los desafíos ecológicos.
Gracias, Daniel. Antes de ceder la palabra a Sophie, ¿existe un vínculo científico entre todos estos trastornos y el sistema económico capitalista?
D. T.: Sin duda. La mayoría de las y los científicos se niegan a establecer este vínculo por razones ideológicas, porque no quieren tener que sacar la conclusión política. Pero basta con un razonamiento científico bastante elemental. De hecho, todos los fenómenos que he mencionado en los que se superan los umbrales de sostenibilidad apuntan a la misma cuestión: los límites del desarrollo humano. Y una de las características del capitalismo es, como decía Marx, que no tiene más límite que el propio capital. La fórmula puede parecer un poco enigmática a primera vista, pero es muy poderosa y muy precisa. ¿Qué es el capital? Una relación social de explotación del trabajo con un único objetivo: la acumulación de beneficios. Evidentemente, la explotación requiere que se inyecten recursos naturales en el proceso de producción. Mientras haya mano de obra que explotar y recursos naturales que saquear, el capital seguirá su curso. Por lo tanto, este sistema es productivista por definición. No es el resultado de ninguna decisión política, sino de la competencia entre millones de propietarios de los medios de producción y distribución. Todos están obligados, so pena de quiebra, a producir más y más rápido que sus competidores. El productivismo está verdaderamente en el ADN del capitalismo. Por eso la crisis ecológica no hace más que agravarse, a pesar de toda la retórica que hemos escuchado de los gobiernos en los últimos 40 años. En cuanto al cambio climático, es absolutamente obvio: aunque tenemos que abandonar los combustibles fósiles para lograr cero emisiones netas en 2050, las emisiones de CO2 siguen aumentando y el desastre se agrava.
Sophie, supongo que las observaciones de Daniel, en particular el hecho de que estas perturbaciones afecten de forma diferente a las clases sociales y a las regiones del mundo, refuerzan a la CGT en su planteamiento que vincula la urgencia ecológica y la urgencia social.
Sophie Binet: Sí, y ha sido importante que Daniel empezara con estos recordatorios. Es sorprendente que en general se siga restando importancia a la cuestión medioambiental. Sin embargo, es el mayor desafío y la humanidad nunca se ha enfrentado a un reto tan grave e importante. Lo que me parece muy chocante es que los políticos no tengan en cuenta los diagnósticos científicos. ¿Cómo es posible? A pesar de todos los desacuerdos entre las y los investigadores, estos diagnósticos son, sin embargo, muy claros. La gravedad de la amenaza está bien establecida. No podemos decir que no lo sabemos. Hay una ceguera colectiva que es muy impresionante. ¿Por qué? En primer lugar, porque la crisis medioambiental es el resultado del sistema capitalista, algo que no quieren decir. En segundo lugar, porque la crisis medioambiental es en realidad una crisis social. No estamos todos en el mismo barco. Cuando eres multimillonario, la crisis medioambiental no es un problema.
Zonas enteras serán inhabitables, pero no todo el planeta. Para los multimillonarios, siempre habrá paraísos con aire acondicionado en los que vivir. Y pueden seguir especulando con la crisis medioambiental, porque proporciona nuevos mercados para el capitalismo. Por poner un ejemplo desde una perspectiva muy pequeña, hay un gran mercado desarrollándose en el campo del aire acondicionado, que ha sido claramente identificado por el capital. Podríamos multiplicar los ejemplos de este tipo. Es importante entender esto: si nosotras, las trabajadoras y trabajadores, no nos apropiamos de esta cuestión, o bien los capitalistas no responderán a la cuestión medioambiental porque no les interesa hacerlo, o bien responderán según sus propios intereses, que no son los nuestros.
Esto nos pondrá en desventaja al multiplicar las contradicciones entre las cuestiones sociales y medioambientales. Lo hemos visto en la movilización de los agricultores que quieren poder vivir de su trabajo. Esta movilización convergía fuertemente con la de las y los asalariados. Lo que se planteó fue la cuestión de los ingresos. Si los agricultores y agricultoras tienen un problema de ingresos, es debido a la desregulación de la agricultura y al hecho de que las cuotas de producción se han disparado. Como consecuencia, sus ingresos se han desplomado debido a la caída de los precios de los productos básicos. Entonces, ¿qué ha pasado? Para evitar responder a esta pregunta, que inquieta profundamente a la agroindustria, el gobierno ha llegado a un acuerdo con la FNSEA [principal organización agraria] para organizar desviar todo el problema: fingir que la movilización tenía por objeto rechazar las normas medioambientales. Es cierto que su decisión les facilita la vida a corto plazo, porque es cierto que había mucho papeleo, que tenían muy poco apoyo y que les ponía las cosas aún más difíciles. Pero a medio plazo y en un futuro no muy lejano, las y los agricultores serán los primeros perjudicados. Son las primeras víctimas de los productos que utilizan. Tienen las tasas más elevadas de cáncer. También están en primera línea del cambio climático, con los problemas que éste plantea para la calidad y la cantidad de su producción. Así que está claro que, para hacer frente a los retos medioambientales, tenemos que cuestionar varios de los dogmas del capitalismo. Como se niegan a cuestionarlos, somos nosotros quienes pagamos el precio. Lo vemos en la agricultura. Lo vimos antes con los Chalecos amarillos, cuando el gobierno pretendía responder al problema de la contaminación causada por el transporte imponiendo un impuesto sobre el carburante sin gravar queroseno y sin poner en marcha la progresividad necesaria para que paguen más los que más contaminan. Se trataba, evidentemente, de una violenta injusticia social. Así que tenemos que preocuparnos de esta cuestión ecológica. Tenemos que hacerlo, porque no podemos responder a ella sin transformar radicalmente el modelo de producción. Ahora parece que ya no es tanto, pero durante mucho tiempo, parte del discurso verde era “tenemos que cambiar las acciones cotidianas haciendo que la gente sea más responsable, etc.”. Vemos que esto no está en absoluto a la altura. Tenemos que transformar la finalidad de la producción, la forma en que está organizada, la forma en que producimos. De eso es de lo que hablamos como sindicalistas. La única manera de superar las contradicciones entre las cuestiones sociales y medioambientales es que las convirtamos en una cuestión importante y cotidiana, del mismo modo que los salarios y las condiciones de trabajo, por ejemplo. Porque va a tener un impacto sobre nosotras y nosotros; ya está teniendo un impacto directo sobre el futuro de nuestros empleos, nuestras condiciones de trabajo y el significado de nuestro trabajo.
Con el ejemplo de las y los agricultores, usted pinta un buen cuadro: por un lado, el gran reto de apropiarse del tema; por otro, el hecho de que a los agricultores y agricultoras, pero también quizás a los trabajadores y trabajadoras, les cuesta cuestionar su producción porque, muy a menudo, sus derechos están estrechamente ligados, si no a su trabajo, al menos a su empleo. ¿Cómo puede la CGT superar esta aparente oposición? ¿Cómo emanciparnos para abordar estas cuestiones cuando nuestros empleos nos obligan de alguna manera a seguir en el sistema?
S.B.: Creo que es muy importante que no nos escondamos detrás del hecho y que digamos tranquilamente “sí, hay contradicciones entre las cuestiones sociales y medioambientales”. Así que tenemos que ponernos en condiciones de superarlas, y eso también significa organizar confrontaciones y construir estrategias. Para la CGT, es normal, es nuestra marca de fábrica: para superar estas contradicciones, hay que partir del trabajo, de las y los trabajadores. Lo primero que hay que hacer es acabar con el chantaje laboral. Nos enfrentamos a él continuamente.
Por ejemplo, hace muy poco, Tefal fue criticada porque su fabricación de utensilios de cocina se basa en el uso de moléculas altamente contaminantes llamadas PFAS. Estos contaminantes eternos son extremadamente peligrosos, peores que el amianto. Cuando hubo una propuesta de ley para prohibirlos, muy importante desde el punto de vista de la salud pública, la dirección explicó a los empleados que si la ley se aprobaba, la empresa tendría que cerrar. Estoy muy orgulloso de que sólo el sindicato CGT de Tefal se negara a aceptar este chantaje laboral. Lo denunciaron y dijeron que había que prohibir esos contaminantes eternos, pero que no correspondía a los trabajadores y trabajadoras pagar la factura.
En realidad, lo que hace falta para evitar este chantaje laboral es instaurar lo que en la CGT llamamos la seguridad social profesional medioambiental. En un principio, proponíamos una seguridad social profesional. Dada la magnitud de la crisis ecológica, podemos añadir el término medioambiental. El principio es que cuando hay que transformar un proceso de producción, como en Tefal, el primer paso es asegurar los puestos de trabajo y las garantías colectivas para las y los empleados. Si hay que transformar sus puestos de trabajo, les formamos mientras se transforma la planta, tras lo cual recuperan sus empleos. Lo mismo hicimos con el cierre de las centrales térmicas de carbón: la CGT dirigió una gran lucha en Gardane, en la región de Bouches-du-Rhône, gracias a la cual conseguimos mantener los contratos de trabajo de la gente asalariada. No fue despedida y se ideó un plan para reconvertir la central de carbón mediante un proceso algo menos contaminante: la metanización, para producir gas a partir de la madera de los muebles usados recuperada en un cortocircuito en un radio de 100 km de la central. En estos momentos, estamos esperando a que la central vuelva a funcionar. Hay un bloqueo importante por parte de las autoridades, pero gracias a la lucha y a la relación de fuerzas, se ha mantenido el contrato de trabajo de la gente. De hecho, eso es lo que hay que generalizar. Tenemos algunas propuestas muy concretas para poner en marcha este sistema. Por ejemplo, a nivel de rama, debería haber una cotización obligatoria para las empresas; debería ser progresiva, pagando primero las empresas más grandes para responsabilizar más a las principales. Esto permitiría disponer de fondos de transición para garantizar el mantenimiento de los salarios mientras la empresa se transforma.
Daniel, en tu último libro señalas la dificultad de que los trabajadores y trabajadoras sean realmente activos y estén plenamente concienciados en cuestiones ecológicas. ¿Qué opina de las propuestas de Sophie y de la CGT?
D.T.: Estas propuestas se solapan con las presentadas por la izquierda norteamericana en el marco de su proyecto Green New Deal, en particular la idea de una garantía de empleo ecológico. Ciertamente, hay que reconvertir la economía en general y el sistema productivo en particular. Habrá que reducir o suprimir progresivamente una serie de actividades de producción, y no son los y las trabajadoras quienes tienen que soportar la peor parte. Por tanto, hay que garantizarles una reconversión en una actividad socialmente útil y ecológicamente responsable. Pero esta garantía no debe ser individual. La reconversión debe ir acompañada no sólo del mantenimiento de los ingresos, sino también del mantenimiento de los colectivos de trabajo. Mantener la fuerza del colectivo es muy importante. Demasiado a menudo en el pasado, los gobiernos y los empresarios han utilizado la orden de la reconversión para ahogar al pez, para dispersar a los trabajadores en planes que, al final, no conducían a ninguna reconversión real. Mantener colectivos de trabajo significa mantener colectivos de resistencia y creatividad. Esto es absolutamente vital.
Dicho esto, en términos estratégicos, creo que debemos ampliar el alcance del debate. Hablamos de ello cuando me invitaste a Nantes hace poco. En la CGT, se hace mucho hincapié en la producción. Quizás haya que ponerse de acuerdo sobre los términos. Cuando Marx hablaba del modo de producción capitalista, se refería al nivel muy general del modo en que la humanidad produce su existencia social. En este sentido, el modo de producción incluye no sólo la producción en el sentido estricto del término, sino también lo que llamamos reproducción social, es decir, todas las tareas relacionadas con la educación, la sanidad, el cuidado de los ancianos, el cuidado de los niños, el transporte, la gestión de los residuos y del medio ambiente, etcétera.
¿Por qué creo que es importante, en términos estratégicos, ampliar el debate a estos sectores? Porque parto de la base de que los trabajadores y trabajadoras de estos sectores están más abiertos y son más conscientes del problema ecológico. En general, en el contexto actual, creo que los trabajadores y trabajadoras del sector de la producción son más propensos a quedar atrapados por el discurso sobre la competitividad y el chantaje por los puestos de trabajo que mencionaba Sophie. Porque están bajo la coacción más directa de la dictadura del beneficio, por un lado, y bajo la amenaza de las deslocalizaciones de empresas, por otro. Atención: no estoy diciendo en absoluto que las y los trabajadores de la industria pesada sean incapaces de comprender la crisis ecológica. Sé que hay varios ejemplos notables de luchas dirigidas por trabajadores industriales que se han enfrentado frontalmente a las cuestiones ecológicas. Pero la mayoría se dan en empresas que se enfrentan al cierre por parte de la dirección. Normalmente, me parece que hay más posibilidades de hacer avanzar el debate en los sectores de reproducción social. ¿Por qué? En primer lugar, la amenaza de deslocalización no es operativa. En segundo lugar, los trabajadores y trabajadoras están en contacto directo con las personas usuarias, lo que ofrece oportunidades de convergencia, unidad de acción -en torno a cuestiones de salud y salud medioambiental, por ejemplo- y, por tanto, de politización. En tercer lugar, en los sectores de la reproducción existe una contradicción flagrante entre la ideología oficial de servicio al público y la realidad de una gestión sometida a planes de austeridad neoliberales. En cuarto lugar, los sectores de la reproducción están muy feminizados, y las mujeres en general están más concienciadas que los hombres sobre la cuestión de los cuidados en general, y por tanto también sobre el cuidado del medio ambiente. La experiencia de los sindicatos estadounidenses desde el giro neoliberal es esclarecedora. Han atravesado una crisis muy profunda de deterioro de las relaciones de fuerza y es en los sectores de cuidados, donde hay más oportunidades de contacto con las personas usuarias, donde mejor han resistido, hasta el punto de volver a la ofensiva con reivindicaciones combativas. Creo que hay que intentar utilizar esta especificidad del sector de la reproducción para promover una toma de conciencia en todo el movimiento sindical, lo que confiere un papel estratégico a la dimensión intersectorial y a las instancias del movimiento sindical.
S.B.: No estoy de acuerdo con Daniel en eso. Es cierto que en el sector de los cuidados y los vínculos, la conciencia ecológica es más fácil y hay menos contradicciones y obstáculos. La CGT tiene muchas propuestas en este sector. Esto es muy importante. Pero si las y los sindicalistas, y si la izquierda en general, no responde a la situación de la industria, si no aborda las contradicciones entre lo social y lo ecológico en la producción, entonces será impotente para impedir la degradación de la que se nutre hoy la extrema derecha, con cierres de fábricas y pérdidas de empleos.
Además, sabemos que hoy en día, por desgracia, los empleos en el sector productivo y los empleos en el sector reproductivo no se recompensan de la misma manera. De hecho, son los empleos productivos los que tiras hacia arriba los ingresos en los hogares asalariados. Por último, no cabe duda de que tenemos que transformar los patrones de consumo, pero seguimos necesitando la industria.
Se ha deslocalizado tanto en los últimos años que, en cierto modo, esto facilita la convergencia. Porque el reto a escala francesa y europea es relocalizar nuestra industria, para acabar con la especialización global de la producción, que organiza la competencia entre trabajadores, hace que se disparen las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes del transporte y arrastra a la baja las normas medioambientales. Porque cuando producimos en países con bajos costes sociales, también tenemos bajos costes medioambientales. Tenemos que relocalizar, y esto debe ir acompañado de un replanteamiento global de lo que producimos, de lo que la gente necesita y de cómo podemos producir menos pero de forma más sostenible.
La globalización ha enfrentado los intereses de las personas asalariadas y de las consumidoras: a las primeras les interesa que la producción, y por tanto el empleo, siga en Francia; y a las consumidoras les interesan productos cada vez más baratos para poder seguir viviendo con salarios estancados. Por tanto, es necesario relocalizar la producción para poder aumentar tanto los salarios como el nivel de vida. Compraremos productos que pueden costar más (porque se venden al precio justo), pero que durarán más. Al mismo tiempo, tenemos que analizar toda la producción innecesaria que hay que detener, al tiempo que protegemos a los trabajadores y trabajadoras y reequilibramos los sectores.
En lo que estoy de acuerdo con Daniel es en que necesitamos desarrollar el sector de los cuidados. Es una cuestión importante. Hace varios años, la CGT lanzó una gran campaña llamada revalorizar el trabajo de cuidados. Es una gran cuestión feminista porque estos sectores están predominantemente feminizados, y devaluados en términos salariales porque están feminizados. Se basan en parte en el trabajo no asalariado, ya que las mujeres siguen realizando la mayor parte de las tareas domésticas. En los debates feministas sobre la estrategia de emancipación de las mujeres, la CGT siempre ha rechazado el salario maternal, que implica destinar a las mujeres a estas tareas domésticas dándoles un pequeño salario para pasar la píldora. Para la CGT, las mujeres deben tener el mismo acceso al trabajo remunerado que los hombres porque es un vehículo de emancipación. Para nosotros, lo que hace falta es socializar las tareas domésticas y, en consecuencia, ampliar los servicios públicos para atender a las personas dependientes -ya sea la primera infancia, las y los ancianos dependientes, las personas enfermas, etc.- y proporcionarles un nivel de vida digno. Cuando no hay servicios públicos, son las mujeres las que se ocupan de ello gratuitamente.
El objetivo es socializar las tareas domésticas para que las mujeres puedan trabajar y, ampliando estos servicios públicos, elevar el nivel de empleo. Al mismo tiempo, hay que luchar contra la precariedad, que es la norma hoy en día. Pienso, por ejemplo, en las ayudas a domicilio para personas mayores dependientes, o en las cuidadoras de niños pequeños: los niveles salariales son catastróficos. Aumentar los salarios para acabar con la precariedad es también un reto importante. Pero creo que sería peligroso precipitarse olvidando la necesaria transformación de la industria. No podemos abandonar el empleo industrial. No podemos dejar que los capitalistas destruyan el empleo industrial con el pretexto del medio ambiente. Lo que hay que hacer es transformar el aparato productivo por sectores.
Me gustaría hacer un paréntesis sobre la extrema derecha, ya que la has mencionado. Una extrema derecha que consigue establecer el vínculo entre lo social y lo medioambiental da contrasentido y en su propio interés. Una extrema derecha que está en contra del aumento del salario mínimo, que está en contra de los intereses de los trabajadores y trabajadoras, incluso en la cuestión ecológica, que argumenta demagógicamente sobre la simplificación de las normas, a favor del empleo, etc. Y tenemos que reconocer que, a pesar de todo, la extrema derecha avanza, en votos y en ideas. ¿Cómo explicar este fenómeno y, sobre todo, cómo contrarrestarlo?
D.T. : Estoy totalmente de acuerdo con Sophie: no podemos ignorar la cuestión del sector productivo, porque sería poner la alfombra roja a la extrema derecha, o más bien la alfombra marrón. Lo vemos claramente en Estados Unidos con la nueva candidatura de Trump, que trata de seducir demagógicamente los trabajadores y. trabajadoras de los sectores de los combustibles fósiles explotando su miedo a su reclasificación.
Pero quiero insistir en la necesidad de tener presente el marco general. Las limitaciones de la crisis ecológica son tales que la izquierda no puede limitarse a exigir la relocalización de la producción industrial en los países capitalistas desarrollados. Al mismo tiempo -como ha dicho Sophie- esta producción debe someterse a un examen crítico basado en las necesidades reales, para abandonar la producción inútil y nociva. Relocalizar esta producción en nuestros propios países no tendría sentido. También creo que debemos cuestionar el uso del término relocalizar. No estoy impugnando las intenciones de nadie. Sólo señalo que el término puede interpretarse en un sentido más bien nacionalista: «nos han robado nuestros puestos de trabajo, se los han dado a los polacos, queremos que nos devuelvan nuestros puestos de trabajo aquí, y peor para los empleados polacos». Es una cuestión compleja que requiere un enfoque internacionalista.
Más allá de eso, la gran dificultad es la siguiente: la crisis ecológica, o más bien la crisis ecosocial, es tan grave que nos vemos obligados a producir menos en general. Así que tenemos que compartir más y decidir juntos, democráticamente, cuidar el planeta. Cuidar el planeta, porque no hay otro planeta en el sistema solar que pueda albergarnos. Y cuidar de los hombres y mujeres que viven en este planeta.
Es en este contexto, en mi opinión, donde el sector de los cuidados ocupa una posición estratégica. No en términos de prioridad para la acción sindical cotidiana en el sector productivo, pero sí en términos de palanca de sensibilización del movimiento sindical interprofesional y de alternativa para la sociedad. En este sentido, estoy totalmente de acuerdo con lo que ha dicho Sophie sobre la importancia del hecho de que se trata de sectores muy feminizados. Además, hay muchas mujeres de origen extranjero en estos sectores. Hay toda una serie de factores de sensibilización interseccional que también son importantes en la lucha contra la extrema derecha.
Sophie tiene toda la razón al advertir contra la forma en que la extrema derecha explota la cuestión ecológica. Trump reunió a una veintena de jefes de las industrias del petróleo y del carbón en su feudo de Mar-a-Lago, en Florida. Les dijo en esencia: si soy reelegido, anularé todas las medidas de Biden en favor de una transición de tipo capitalismo verde; ya que os interesa, donad mil millones a mi campaña electoral. Según Politico, los consejeros delegados de las empresas de combustibles fósiles están redactando los decretos presidenciales que Trump sólo tendrá que firmar si vuelve a la Casa Blanca. Estos capitalistas saben desde hace más de 40 años que la quema de combustibles fósiles provocará un cambio climático catastrófico. Simplemente no les importa.
Los jefes de la gran industria alemana optaron por Hitler en la década de 1930, para que Hitler pudiera deshacerse de los sindicatos. Del mismo modo, hoy en Estados Unidos, los jefes de las grandes industrias de combustibles fósiles y afines están dispuestos a poner a un neofascista en el poder para que les libere de cualquier restricción a sus beneficios. En Europa se observan tendencias similares. Existe, pues, un peligro muy grande que requiere una respuesta global, es decir, un plan ecosocialista. En este plan, las garantías de empleo verde, el mantenimiento de los ingresos y la preservación de los colectivos de trabajo desempeñan un papel central, junto a otras reivindicaciones.
S.B.: No podría estar más de acuerdo. La extrema derecha está ahora a las puertas del poder o en el poder en cada vez más países de todo el mundo. No se puede entender su auge sin vincularlo a la situación medioambiental. De hecho, es un factor determinante, por varias razones. En primer lugar, porque este ascenso de la extrema derecha no es espontáneo: está organizado y apoyado por el capital, que invierte mucho dinero en él. En cualquier periodo en que el capital esté en crisis, necesita a la extrema derecha para aplicar soluciones autoritarias. Tras la crisis de 1929, para evitar revoluciones sociales, el eslogan de algunos empresarios era Antes Hitler que el Frente Popular. Hoy ocurre lo mismo. Los capitalistas son muy conscientes de que la crisis medioambiental obliga a cambiar radicalmente de software y, en particular, a invertir la escandalosa desigualdad en la distribución de la riqueza. Como son profundamente codiciosos por naturaleza, apoyan y organizan a una extrema derecha escéptica con respecto al clima para impedir estos cambios.
En segundo lugar, la crisis medioambiental es un trampolín para la extrema derecha porque fomenta la guerra y la migración. Por consiguiente, se nutre de suscitar temores, diciendo que los países del norte están siendo inundados por una ola migratoria. Es un mecanismo terrible. En tercer lugar, la extrema derecha explota las contradicciones entre lo social y lo medioambiental cuando no somos capaces de superarlas. Por ejemplo, en la industria automovilística francesa se han perdido 50.000 empleos en los últimos tres años y se perderán otros 50.000 en los próximos tres, utilizando el medio ambiente como pretexto. Nos dicen que esos dos años son necesarios para organizar el paso de los vehículos de combustión interna a los eléctricos, que pronto será obligatorio. Pero sabemos contar. Está claro que al final se fabricarán aún menos vehículos en Francia. Con el pretexto de pasar de los vehículos de combustión fósil a los eléctricos, estamos asistiendo a un aumento de las deslocalizaciones, con una gran pérdida de puestos de trabajo.
Al final, salimos perdiendo en dos frentes: como dejamos que los fabricantes decidan lo que más les interesa en términos de valor añadido, prefieren producir vehículos de muy alta gama. Estos vehículos son muy contaminantes porque requieren muchas baterías pesadas, que están fuera del alcance del francés medio. Por consiguiente, la descarbonización del vehículo penaliza doblemente al mundo laboral: pierdes tu empleo y ya no puedes desplazarte porque no puedes permitirte comprar un vehículo supuestamente no contaminante (pero que contamina). Es más, nos vamos a quedar con las zonas de bajas emisiones. Es una bomba social. Ya sé cuál será el resultado: desgraciadamente, la bomba social se utilizará como pretexto para dar marcha atrás a campo abierto, por ejemplo, no introduciendo zonas de bajas emisiones. Todo por no haber torcido el brazo a los fabricantes de automóviles.
El sindicato metalúrgico CGT ha elaborado un proyecto para demostrar que se puede fabricar un vehículo eléctrico en Francia a bajo coste: unos 15.000 euros, es decir, aproximadamente la mitad del precio de los vehículos eléctricos que se ofrecen hoy en día. Evidentemente, no es el mismo vehículo: es el 4L de los coches eléctricos. Pero también es una forma de sobriedad decirnos que quizá no necesitamos tener un coche enorme. Si necesitas recorrer 1.000 km, puedes alquilar un coche distinto del que utilizas a diario. Se trata de un cambio de uso que respondería tanto a la necesidad de las y los asalariados de conservar su empleo en Francia como a la de la ciudadanía de conservar su derecho a la movilidad. Evidentemente, el objetivo no es aumentar el transporte individual, sino disponer de un transporte público con bajas emisiones de carbono. Así que necesitamos un gran plan de infraestructuras de transporte público.
D.T.: Es lo que iba a decir: ¡la prioridad es desarrollar un transporte público gratuito y de calidad! Volviendo a la extrema derecha y la ecología, tengo una fórmula concisa: en mi opinión, en este ámbito, la extrema derecha se aprovecha del fracaso inevitable del llamado capitalismo verde, que es a la vez ecológicamente ineficaz (no detiene la catástrofe) y neoliberal, y por tanto profundamente injusto socialmente. Este doble fracaso abre el camino a la extrema derecha.
La idea de que hay que transformar el sistema de producción en función de las necesidades, elegir colectivamente la producción en función de los sectores, parece positiva. Parece una utopía realizable. Algunos detractores del sistema actual también proponen la idea del decrecimiento. No todo el mundo está de acuerdo. Quizá porque, en nuestra mente, el crecimiento es la clave del empleo y de la felicidad. Pero también porque necesitamos crecimiento, incluso a nivel nacional, dada la falta de hospitales, escuelas, etc. ¿Qué piensa la CGT? ¿Es decrecentista?
S. B.: No, en este momento la CGT no es decrecentista. Creo que hay que evitar los debates estériles y mirar más allá de los eslóganes. La verdadera cuestión es el sentido y el contenido del crecimiento. Estamos a favor del crecimiento selectivo y del decrecimiento. Tenemos que aumentar drásticamente la respuesta a ciertas necesidades, por ejemplo en el sector de la asistencia y la ayuda. No hay suficiente espacio en los hospitales, no hay suficientes servicios públicos. Tenemos que invertir considerablemente en la atención a las personas mayores, etc. Por otra parte, hay que organizar la reducción selectiva de toda producción especulativa que no responda a las necesidades de las personas. Todo ello requiere un enfoque preciso y selectivo. Además, no podemos realizar este debate sin hablar de las desigualdades. Al fin y al cabo, no todas estamos en el mismo barco. Quienmás contamina es la gente más rica, empezando por el 1% más rico. A esta gente hay que aplicarle el decrecimiento, ¡sin ningun miramiento! Lo que quiero decir es que tenemos que cuestionar estas desigualdades de riqueza de manera importante. El capital de Bernard Arnault asciende a 170.000 millones de euros, y no podemos ni imaginar lo que eso significa. Incluso se le podría decir: quédate con mil millones, devuelve 169.000 a la comunidad. Estamos hablando de cantidades disparatadas, que evidentemente hay que cuestionar.
En cuanto a la mayoría de la población, tiene que enfocar su consumo y sus necesidades de otra manera. Por ejemplo, teniendo un hijo de cinco años, me sorprende cuando comparo los juguetes de su generación con los de la mía. No es en absoluto lo mismo. Nosotros teníamos muchos menos juguetes. Ellos tienen toda una gama de aparatos, obviamente made in China y de plástico, y no son más felices que nosotros. Por no hablar del problema de las pantallas. Este es un ejemplo que podría multiplicarse. Pero este trabajo requiere planificación y regulación medioambiental. Hay cosas que se pueden prohibir, pero hay que convenir que los medios individuales no lo deciden todo. ¿Cuál es el objetivo? ¿Que todo el mundo tenga su propia piscina en su jardín? No, hay que prohibir las piscinas individuales y crear más piscinas municipales. Entonces tenemos que darnos los medios, porque es importante que todo el mundo pueda hacer deporte y beneficiarse del enorme placer de nadar. Ese es el tipo de decisión que debemos tomar colectivamente.
Daniel, ¿qué opinas?
D. T.: Empezamos nuestra conversación hablando del hecho de que se han superado seis o siete de los nueve parámetros de la sostenibilidad humana en la Tierra. En términos generales, esto significa que el productivismo capitalista ha llevado a la humanidad demasiado lejos. Como resultado, inevitablemente debemos dar marcha atrás para recuperar cierto equilibrio. Evidentemente, no es necesario dar marcha atrás en términos sociales, pero el hecho de que se hayan superado esos umbrales significa que no podemos contentarnos con el decrecimiento selectivo y el crecimiento selectivo de los que habla Sophie. Por supuesto que hay que crecer. Por supuesto, necesitamos más escuelas, más hospitales de calidad, más transporte público -gratuito, por cierto-, etcétera. Por supuesto, también necesitamos golpear al 1% más rico. Emite más CO2 que el 50% más pobre, y es responsable del 50% de los viajes en avión. Ahí es donde se necesita una reducción radical. Así que sí, la lucha contra la desigualdad está en el centro de la disyuntiva entre el crecimiento selectivo y el decrecimiento selectivo. Pero la compensación debe hacerse en el marco de una envoltura global cada vez más pequeña. No hablo de contracción en términos de PIB, sino en términos físicos: consumir menos energía en general y, por tanto, transformar y transportar menos materiales en general. La gran dificultad estriba en que esta limitación ya no puede cumplirse centrándose únicamente en el 1% más rico. También hay que reducir la huella del 10% más rico de la población mundial. El decrecimiento no es un eslogan, ni una consigna, ni un proyecto social, contrariamente a lo que decían ideólogos como Serge Latouche en el siglo pasado. Es un imperativo objetivo e ineludible. Es esta realidad la que debe guiar y articular el desarrollo estratégico de la emancipación social.
En lo que coincido plenamente con Sophie es en que esta articulación requiere una planificación ecosocial democrática. Sin planificación es imposible resolver la ecuación. El problema se complica aún más por el hecho de que esta planificación puede comenzar a nivel nacional, pero debe llegar hasta el nivel mundial, sin dejar de ser democrática, es decir, bajo el control de grupos de trabajo comunitarios. El reto es enorme. Sin duda será inalcanzable si no reducimos también radicalmente la jornada laboral. Esta vieja reivindicación decrecentista del movimiento obrero es esencial, no sólo para vivir mejor y disfrutar de la vida, sino también para abrir la posibilidad de tomar decisiones colectivas sobre la actividad necesaria para satisfacer las necesidades.
S. B.: La dificultad de lo que dice Daniel es que, si bien tenemos que reducir el consumo mundial de energía, no podemos decir a los países africanos, por ejemplo, que tienen que consumir menos energía. También es esta desigualdad entre Norte y Sur la que está creando grandes tensiones a nivel mundial. Estos pueblos necesitan un enorme aumento de su producción, y por tanto de su consumo de energía, para tener derecho al desarrollo, modernizar sus infraestructuras, disponer de hospitales, etc. Por eso es tan importante la cuestión del consumo de energía. Por eso la cuestión de la desigualdad es central en el planteamiento, pero complica considerablemente las cosas para los países desarrollados como el nuestro. Tenemos que descarbonizar la energía en la medida de lo posible. Pero la hipótesis de reducir el consumo mundial de energía al tiempo que se permite a los países en desarrollo aumentar su propio consumo de energía porque tienen derecho a hacerlo implicaría una enorme reducción del consumo de energía para los países del Norte, y aquí es donde resulta difícil y problemático. No estamos hablando sólo de prohibir los vuelos en jets privados.
D. T.: Sí, el problema es extremadamente complicado porque tenemos que satisfacer necesidades sociales fundamentales -lo que implica un aumento de la producción y los servicios- y al mismo tiempo reducir el presupuesto global. La ecuación sólo puede equilibrarse mediante una justicia y una igualdad sociales radicales, sin precedentes en la historia de la humanidad desde hace muchísimo tiempo, por un lado, y mediante una planificación democrática, por otro. Éstas son las dos patas sobre las que debemos avanzar.
Una nueva generación de investigadores con un enfoque social igualitario y democrático puede ayudarnos en este proceso. Están dando indicios de cómo podemos afrontar el reto de reducir el consumo final de energía a escala mundial, satisfaciendo al mismo tiempo las necesidades básicas de las clases trabajadora en todas partes. No sólo en el Sur, sino también en el Norte, porque también en el Norte hay muchas personas que no pueden llegar a fin de mes y tienen necesidades legítimas. Por eso me complace especialmente que mi último libro, Écologie, luttes sociales et révolution, esté prologado por Timothée Parrique. Timothée es miembro de la red de investigadores que yo llamo decrecentistas sociales, defensores de la justicia social y la igualdad de derechos para todos y todas. Es autor de Ralentir ou périr, un libro excelente y científicamente sólido cuya lectura recomiendo.
Dada la envergadura y la importancia de lo que está en juego, está claro que necesitamos debatir e intercambiar ideas más allá de nuestras respectivas organizaciones. Es lo que en la CGT llamamos la cultura del debate necesaria para lograr la convergencia. ¿Cómo podemos construir la convergencia entre las luchas ecológicas y sociales? Daniel, ¿puedes responder a esta última pregunta?
D. T.: En efecto, la convergencia de las luchas es esencial. Por un lado, quienes en el movimiento ecologista piensan que pueden ganar pasando por alto a las clases trabajadoras y sus organizaciones se engañan a sí mismos. Detener la catástrofe exige un cambio en la forma en que producimos y consumimos. Esta revolución es imposible sin la participación activa de la mayoría de las y los productores.
Por otra parte, quienes en el campo de la lucha social piensan que la crisis ecológica es una cuestión secundaria están metiendo la cabeza bajo la arena. Estábamos de acuerdo en esto al principio de la entrevista, y creo que es importante reiterarlo para concluir: la alternativa a la creciente catástrofe ecológica es ahora la clave de bóveda de la situación social. Así que tenemos que construir un consenso.
Tenemos que hacerlo comprendiendo que el trabajo es la cuestión central. El homo sapiens produce su propia existencia y lo hace socialmente a través del trabajo. El trabajo media entre nosotros y el resto de la naturaleza. Por consiguiente, si hay una crisis en las relaciones entre la sociedad y su entorno natural, es porque hay una crisis en el trabajo. Transformar el trabajo es, pues, decisivo, a todos los niveles. Concretamente, creo que la convergencia debe construirse prioritariamente a nivel de base, a nivel local, a través de las luchas. Ahí es donde se pueden captar los problemas con la participación del mayor número posible de actores.
No debemos adoptar un punto de vista ilusorio: inevitablemente, la convergencia implicará fricciones, y a veces enfrentamientos. El ejemplo de Tefal, citado por Sophie, es revelador. La CGT adoptó una postura ejemplar, pero otros sindicatos adoptaron la postura contraria. Esto demuestra los obstáculos que hay que superar. En cualquier caso, creo que es vital mantener foros de contacto y debate entre sindicalistas y activistas, incluso cuando no estemos de acuerdo sobre una acción concreta del movimiento ecologista o del movimiento sindical. Esto es necesario si queremos volver a centrarnos siempre en las cuestiones estratégicas de la transformación de la sociedad y la abolición del sistema capitalista, causa principal de todas nuestras desgracias.
S. B.: Creo que es muy importante no construir convergencias de arriba abajo, sobre la base de grandes reivindicaciones de principio construidas sin contar con las personas que son las primeras afectadas. Eso no funciona, e incluso puede ser contraproducente. Así que, sí, tenemos que participar en el debate y la confrontación, abordando las cuestiones en las que hay un punto de fricción, donde hay fricción. En cualquier caso, eso es lo que estamos haciendo en la CGT al lanzar nuestro plan de acción sindical para el medio ambiente. La S de sindical está ahí para decir que el plan ha sido elaborado por y con los trabajadores y trabajadoras. Por consiguiente, entre las prioridades de acción figura, evidentemente, la seguridad social en el trabajo en materia de medio ambiente.
Pero también hay que conseguir derechos para que las y los trabajadores puedan disponer de toda la información sobre el impacto medioambiental de la empresa y de la cadena de valor. También hay que poder emprender acciones estratégicas para imponer proyectos alternativos o suspender proyectos estratégicos que sean peligrosos. Pienso, por ejemplo, en un proyecto en el que nuestros compañeros de Thales llevan trabajando casi diez años. Se trata de utilizar todas las tecnologías de sistemas de radar desarrolladas por la industria armamentística para desarrollar un proyecto de imágenes médicas. Es brillante: una reconversión de la industria bélica hacia la asistencia y la satisfacción de las necesidades de la población. Estamos empezando a conseguir financiación, pero es muy difícil, lleva mucho tiempo y es muy largo. Hay que poner en marcha muchas cosas para que podamos presentar proyectos alternativos concretos.
Además, aunque evidentemente no podemos negar que existen contradicciones entre lo social y lo medioambiental, tengo un mensaje de confianza porque creo que estamos al final del ciclo neoliberal puesto en marcha por Thatcher y Reagan con la financiarización de la economía. Las relaciones de clase se exacerban. Se pueden crear convergencias entre lo social y lo medioambiental mucho más fácilmente que antes porque el compromiso fordista -entre comillas para la CGT, que nunca lo vio como un compromiso- está estallando. Como resultado, la plantilla de Total puede ser crítica tanto tanto con el impacto medioambiental de su empresa como con su estrategia social, porque los miles de millones de riqueza generados por la industria petrolera no los ven la y los empleados, sino los accionistas y el director general.
¿Cómo conseguimos que la CGT de Vinci se posicionara en contra del aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes en los 44? A través del debate, por supuesto, pero también sencillamente porque la construcción del aeropuerto no creaba puestos de trabajo fijos, sino subcontratación y precariedad laboral. El ir tan lejos en la financiarización del trabajo facilita la convergencia, porque en el mismo movimiento pisotean tanto los derechos sociales como los medioambientales.
Hay otro punto que quería plantear, que es una fuente de esperanza: una de las palancas muy importantes que tenemos hoy para hacer frente a este gran desafío es el hecho de que el nivel de cualificación de la población nunca ha sido tan alto. Tenemos un gran número de investigadores e investigadoras, y un nivel muy alto de investigación, enseñanza y cualificación. El problema es que, hoy en día, la investigación y sobre todo la innovación están dirigidas por el capital. Las innovaciones que se desarrollan son las que interesan al capital. Pensemos, por ejemplo, en la 5G, cuyos objetivos sociales y societales no se han comprendido del todo.
Así que tenemos que volver a encarrilar la investigación y la innovación. Puede que tenga un punto de debate con Daniel a este respecto. Es cierto que debemos desconfiar del tecnosolucionismo, pero también hay cuestiones tecnológicas muy importantes en juego. La tecnología puede y debe aportar una valiosa contribución para afrontar el reto medioambiental. El problema es recuperar el control para poder desarrollar tecnologías que no aporten ganancias a muy corto plazo para el capital, sino a medio plazo para la humanidad.
Un último punto sobre la cuestión del crecimiento/decrecimiento: creo que también tenemos que reelaborar una serie de indicadores. El problema es que el PIB es el único indicador que se utiliza hoy en día. Mide el crecimiento. Sabemos que es artificial. Por ejemplo, gracias a la batalla librada por los economistas de la CGT en el INSEE, la prostitución no está incluida en el PIB. De lo contrario, ¡el crecimiento de la prostitución sería una buena noticia! En cambio, el PIB francés sigue incluyendo el tráfico de drogas. Esto demuestra hasta qué punto el PIB es un indicador cuestionable. Hoy en día necesitamos otros indicadores, como el Índice de Desarrollo Humano, creado en 1990 por la ONU. Me sorprende mucho que no lo utilicemos más. Estados Unidos puede ser el país más rico del mundo en términos de PIB, pero su situación es catastrófica en términos de IDH: la esperanza de vida es muy inferior a la de Cuba, por ejemplo. El IDH pone las cosas en su sitio y antepone el bienestar de las personas a la producción material. Es un indicador que puede mejorarse. Por eso necesitamos que investigadores y sindicalistas trabajen juntos.
Dejaré que respondas brevemente, Daniel, y luego pasaré a tu conclusión. Sophie tendrá entonces la última palabra.
D. T.: Sólo para aclarar lo que Sophie acaba de decir: me opongo a la idea de que surjan tecnologías que lo solucionen todo con un movimiento de varita mágica. Pero apoyo plenamente la idea de que necesitamos la ciencia y la tecnología, y que el reto es utilizarlas al servicio de las necesidades humanas y no del beneficio capitalista. Dicho esto, para concluir, me gustaría simplemente subrayar que hay esperanza en esta situación. La esperanza no está muerta. Debido a las tensiones entre lo social y lo medioambiental, el desafío ecológico se considera quizá con demasiada frecuencia un obstáculo para el desarrollo de las luchas de clases por una sociedad alternativa. Personalmente, creo que este obstáculo podría transformarse en una baza formidable más rápidamente de lo que pensamos. En efecto, la crisis es tan profunda que puede reforzar muy rápidamente la conciencia de la necesidad de poner fin al sistema capitalista que «destruye las dos únicas fuentes de toda riqueza, la tierra y los trabajadores», como decía Karl Marx.
Bastaría una chispa para que esta toma de conciencia se extendiera con bastante rapidez. El movimiento de los Chalecos amarillos en Francia refuerza esta idea. Mucha gente de izquierdas pensó al principio que este movimiento sólo podía ser capitalizado por la extrema derecha, porque defendía el derecho a un coche a cambio de un impuesto. Pero no fue exactamente así. Hubo convergencia, al menos en parte, con la juventud que que luchaba por el clima, e incluso con las manifestaciones feministas contra la violencia sexista y sexual. Hubo un eslogan maravilloso: «Fin de mundo, fin de mes, misma lucha». El hecho de que este eslogan naciera de un movimiento tan arraigado, tan popular, tan basist» como el movimiento de los Chalecos amarillos muestra esta posibilidad de giro en la coyuntura ideológica. Ese giro sólo puede venir de las luchas, pero precisamente: depende de nosotros. Coordinemos nuestros esfuerzos.
Gracias Daniel. A ti Sophie…
S. B.: Es curioso, quería decir más o menos lo mismo. Es bueno que terminemos en una convergencia. También creo que tenemos que dejar de repetir que la cuestión medioambiental es un problema para la lucha de clases. De hecho, es un punto de apoyo para demostrar los callejones sin salida del sistema capitalista y la necesidad urgente de cambiarlo, porque podemos ver que nada funciona: no podemos responder a los desafíos medioambientales con el laissez-faire, no podemos responder a los desafíos medioambientales con políticas de austeridad; necesitamos una inversión pública masiva; no podemos responder a los desafíos medioambientales dejando que las desigualdades exploten, porque las desigualdades están en el corazón del problema medioambiental. Así que, en términos de nuestro software sindical, necesitamos decirnos que esta cuestión medioambiental necesita ser tomada como un punto de apoyo en nuestras luchas. Después, como sindicalistas, sabemos que las ilusiones del Grand Soir son más bien inútiles porque el sistema no estallará por sí solo. Su fuerza reside en que ha sabido adaptarse, transformarse y sobrevivir a muchas crisis. En lugar de esperar a que el sistema estalle, la CGT tiene una serie de derechos concretos que queremos conquistar para organizar esta batalla: seguridad social laboral y medioambiental, nuevos derechos democráticos para las y los asalariados en las empresas, una batalla por la relocalización industrial y contra el libre comercio, unida a un aumento de la ayuda a los países en desarrollo. También luchamos por la justicia global, por una verdadera planificación y regulación medioambiental y por la reducción de la jornada laboral. Estos son los ámbitos concretos que hay que abrir de inmediato. La CGT lleva mucho tiempo trabajando en ellos y seguirá luchando para hacer frente al doble reto medioambiental y social.
Muchas gracias, camaradas, por esta conversación, que nos pone cara a cara con lo que está en juego, al tiempo que nos da esperanza y esboza perspectivas. Estoy seguro de que los camaradas se interesarán por estas cuestiones y de que su intercambio ayudará a los trabajadores y trabajadoras a ocupar el lugar que les corresponde en esta lucha fundamental.
16 de mayo de 2024. Publicado en Inprecor 727 (Dic. 2024)
Traducción: viento sur