Apenas puedo recordar algún año de mi infancia o adolescencia desvinculado de la radio. Primero fue un Westinghouse con caja de baquelita que se demoraba sus buenos cinco o diez minutos en calentarse antes de que irrumpiera a toda voz Alegrías de sobremesa o Nocturno. Luego, ya a finales de los años 70, apareció en […]
Apenas puedo recordar algún año de mi infancia o adolescencia desvinculado de la radio. Primero fue un Westinghouse con caja de baquelita que se demoraba sus buenos cinco o diez minutos en calentarse antes de que irrumpiera a toda voz Alegrías de sobremesa o Nocturno. Luego, ya a finales de los años 70, apareció en mi casa el televisor, que se usaba mucho en las noches, porque el rey matutino y vespertino seguía siendo Radio Reloj o Rebelde. El aparato era ruso, porque reuniendo con mucho esfuerzo, mi madre me regaló un radio Selena cuando terminé el pre. Y ahora ya tenía onda corta y podía enterarme, de primera mano, de lo que pasaba en Madrid, Londres, Estocolmo o Montreal. Además, el Selena fue el heraldo de las buenas nuevas que trajeron las emisoras cubanas con aquella suerte de renovación ocurrida en los años 80, cuando se hizo buena, muy buena radio en casi todas las emisoras.
Después, aparecieron otros aparatos, japoneses, pequeñitos y sofisticados. Y además de oyente, tuve el orgullo de hacer radio, comentarios breves primero, luego revistas, pude inventar un par de programas, escribirlos y conducirlos; pero, dicho con toda sinceridad, la radio era mal pagada, y yo debía hacer un programa de televisión, dos de radio y escribir en un periódico, o donde fuera menester, para ganar más o menos mi sustento y el de mi familia. Cuando entré a trabajar en la Escuela de cine tuve que apartarme de la radio por falta de tiempo e incentivos. Y aunque me quedan amigos que una vez más que otra me llaman a que participe en un programa, a medida que me fui convirtiendo en un adulto maduro y aburrido mis pasos se alejaron de la radio, y por ello estoy escribiendo hoy, desde la nostalgia, mi profunda admiración por un medio ingrato, preterido, anónimo, que requiere enormes esfuerzos y consagración habida cuenta de las enormes responsabilidades culturales asignadas al medio.
Al igual que ocurrió en muchos países en el periodo de entreguerras, y a lo largo de los años 40, en Cuba la radio estimuló maneras de ser y de pensar vía melodrama (radionovela) o a partir de programas musicales, dramatizados o informativos y didácticos que reforzaban la conciencia de nación, y le permitían al mundo entrar en tu casa a través de una bocina. La radio llegaba a todas las clases sociales y establecía un contacto más personal entre el mundo real y el oyente. El cine y la televisión eran entretenimientos caros en una época cuando cualquier familia cubana, o norteamericana, podía disponer de un aparato que te mejoraba la vida y te permitía incentivar las aspiraciones. Parte de la añoranza por esta época aparece en la película Radio Days (1987) de Woody Allen, que se concentra humorísticamente en ilustrar viñetas sobre la disfuncionalidad de una familia neoyorquina, y esta historia central está salpicada por apuntes biográficos sobre varios personajes que trabajaban en la radio, casi todos moldeados sobre el paradigma de gente real, con sus nombres y sus biografías disponibles en Wikipedia.
El nostálgico tributo de Woody Allen a los días de radio, y a lo que significa llegar a la adolescencia en una casa repleta de parientes, alternaba entre el glamour de las estrellas del éter y las vidas humorísticamente vulgares del familión hacinado. Como en las mejores comedias románticas, o en la propia vida, las sonrisas y tristezas de los personajes forman una ronda que lleva al espectador a sentir la película como si fuera la confesión medio hilarante y medio patética de un amigo muy querido. Es difícil recomponer el mundo exactamente como era cuando la radio era el medio de comunicación por excelencia, pero Woody Allen opera el milagro mediante una cuidadosa combinación de elementos como la exaltación del coraje de todos los días, la inocencia del joven protagonista y el sueño de fama y prosperidad que la radio estimulaba.
En EE.UU., y en otros países, abundan las películas dedicadas a exponer las virtudes y defectos de la gente que hace radio. Por ejemplo, Talk Radio (1988) de Oliver Stone, exhibe las intimidades de uno de esos shows construidos a la medida de la capacidad para la burla y la crítica de su animador, mientras que en A Prarie Home Companion (2006) la película postrera de Robert Altman, ilustra los entretelones de uno de los programas radiales más famosos de EE.UU. En Frecuency (2000) un joven consigue evitar la muerte de su padre comunicándose con el pasado mediante un viejo equipo de radioaficionado, y en Contacto (1997) Jodie Foster encuentra vida extraterrestre mediante los radiotelescopios.
En habla hispana también hay muchos homenajes a la radio. Entre los mejores se cuenta la película chilena El chacotero sentimental (1999) uno de los grandes éxitos de taquilla en su país, y en España se produjo una película vieja, Historias de la radio (1955) pero particularmente inspirada. Se ambientaba en la misma época en que se realizó, es decir, en una de las etapas franquistas más cerradas y sombrías, y se estructuraba en tres historias: un inventor que corre a la emisora para conseguir el dinero que necesita su patente, un ladrón ganador de un premio que se entera justo en el momento en que está robando y un humilde maestro de pueblo que viaja a Madrid para participar en un concurso y lograr así salvar a un alumno enfermo. Al igual que en la película de Woody Allen, en esta Historias de la radio predomina el tono agridulce y vitalista, porque el medio es presentado en tanto oportunidad y redención, entretenimiento y progreso.
En Cuba serían incontables las películas que, para referirse al contexto contemporáneo, se remiten al sonido de una emisora de radio, particularmente Radio Reloj, cuyo perfil parece ser único en el mundo, a juzgar por la sorpresa con que todos los extranjeros la descubren. En 1988, el ICAIC estrenó En el aire, dirigida por Pastor Vega, quien la realizó entre Amor en campo minado (1987) y Vidas paralelas (1993) quizá en un empeño por contribuir a la tendencia dominante en el cine cubano de esa época respecto a los conflictos entre los jóvenes y sus mayores. El filme cuenta la historia de un periodista recién graduado quien cumple su servicio social en la emisora de una zona rural y montañosa, y por supuesto entra en contradicciones con el personal de la emisora y con el director, que ignora las particularidades de la comunicación radial. Daniel trata de cambiar la forma de hacer noticia, quiere hacer crítica y hablar de problemas reales, y su deseo de introducir cambios y renovarlo todo es similar al que evidencian los jóvenes protagonistas de Plaff (1988), Papeles secundarios (1989), Alicia en el pueblo de Maravillas (1990) y Madagascar (1993), por solo mencionar las más reconocidas dentro de un panorama donde predominaba la intención de los realizadores por dilucidar el lugar de los jóvenes bajo el sol, como aparece en Se permuta y Los pájaros tirándole a la escopeta, de 1983, y en otras comedias contemporáneas como De tal Pedro tal astilla, Vals de La Habana Vieja y Adorables mentiras.
Si En el aire tampoco dista muchísimo de ser un clásico al nivel de Radio Days ni mucho menos, al menos se hablaba de la radio y sus problemas en Cuba, aludiendo de manera general, al empuje de los jóvenes, la inercia de los viejos, las políticas informativas que se interpretan esquemáticamente, la ceguera a la realidad y la verdad de algunos repetidores de orientaciones entendidas cual catequismos… de todo ello hablaba una película vieja, casi olvidada, sobre una pequeña emisora de radio en las montañas de Oriente.