Por fortuna para la población de Siria y la comunidad internacional, la posibilidad de una incursión militar estadunidense en contra del régimen de Damasco -en represalia por el ataque con gas sarín contra civiles del pasado 21 de agosto, atribuido por Washington al gobierno de Bashar Assad- ha quedado temporalmente desactivada luego del acuerdo suscrito […]
Por fortuna para la población de Siria y la comunidad internacional, la posibilidad de una incursión militar estadunidense en contra del régimen de Damasco -en represalia por el ataque con gas sarín contra civiles del pasado 21 de agosto, atribuido por Washington al gobierno de Bashar Assad- ha quedado temporalmente desactivada luego del acuerdo suscrito ayer [el sábado] por Estados Unidos y Rusia, que concede al gobierno sirio una semana para que informe sobre las cantidades precisas de sus depósitos de armas químicas y la localización, y establece un plazo de dos meses para que se permita que inspectores internacionales confirmen esos datos. Como consecuencia, el gobierno de Damasco ha solicitado su adhesión a la Convención de Armas Químicas de la Organización de las Naciones Unidas.
Es de saludar, sin duda, la suscripción del acuerdo citado, en la medida en que cancela en lo inmediato la perspectiva de una intervención militar que habría multiplicado la violencia y la barbarie que se desarrollan en el ensangrentado país levantino del norte y que no habría beneficiado a nadie salvo, seguramente, al complejo militar industrial de Estados Unidos, que suele encontrar grandes oportunidades de negocio en los escenarios de guerra.
No obstante, la hoja de ruta trazada por las representaciones diplomáticas de Washington y Moscú no resulta suficiente para garantizar una perspectiva de pacificación en ese país y en la región. Respecto del segundo ámbito, la eliminación del arsenal químico de Damasco -agendada para mediados del año entrante, según el acuerdo referido- podría alterar el delicado equilibrio que prevalece en esa región, caracterizada por una población numerosa, una importante posición geoestratégica y riqueza notable en recursos naturales, al eliminar los pocos elementos disuasorios actuales al belicismo de Israel. Hasta donde se sabe, Tel Aviv posee el único arsenal nuclear de la región, y su gobierno ha eludido sistemáticamente las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica y rechazado suscribir también la convención de la ONU sobre armas químicas, lo cual lo convierte en factor permanente de inestabilidad y amenaza regional.
Por lo demás, si bien la perspectiva de un ataque estadunidense hubiera sin duda incrementado las cuotas de violencia y sufrimiento que padece la población, la cancelación de éste no ayuda ni poco ni mucho a reducir la barbarie que se desarrolla en el país y que ha cobrado la vida de unas 100 mil personas.
Tal circunstancia obliga a recordar la injerencia inocultable de Washington y Bruselas contra el régimen de Assad y a favor del bando rebelde, la cual ha contribuido a atizar el fuego del conflicto y a prolongar la guerra civil en la nación. Por elemental congruencia, es necesario que la cancelación de una intervención militar occidental en Siria se haga acompañar del fin de las acciones de Washington y sus aliados en respaldo de los grupos opositores al gobierno de Bashar Assad, entre los que se encuentran, en forma paradójica, milicias pertenecientes a la organización Al Qaeda que Washington dice combatir.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/09/15/index.php?section=opinion&article=002a1edi