Cuando G.W. Bush y los neocon llegaron al poder en EEUU llevaban bajo el brazo un proyecto para promover el papel imperialista de EEUU en el mundo. La ocasión propicia para impulsar a fondo dicho proyecto fue facilitada por los atentados terroristas del 11-S del 2001 y su plasmación más espectacular fueron las dos grandes […]
Cuando G.W. Bush y los neocon llegaron al poder en EEUU llevaban bajo el brazo un proyecto para promover el papel imperialista de EEUU en el mundo. La ocasión propicia para impulsar a fondo dicho proyecto fue facilitada por los atentados terroristas del 11-S del 2001 y su plasmación más espectacular fueron las dos grandes guerras iniciadas por esta administración republicana, las de Afganistán y la de Irak, derrocando a los talibanes y a Saddam, pero empantanándose en unas guerras que el imperialismo era incapaz de ganar.
Justamente ese resultado frustrante para la administración Bush, junto a la crisis económica desencadenada a partir de 2008, llevó a la derrota de los republicanos y de su proyecto de un imperialismo más agresivo en el mundo. La sociedad estadounidense vio como se trasformaba el sueño que les habían vendido en una pesadilla y se inclinó por pasar página con la victoria de Obama.
El cambio de ambiente en la sociedad estadounidense y en la internacional se ha puesto especialmente de manifiesto con ocasión de la guerra civil en Siria. El ataque con armas químicas en agosto sobre un barrio de Damasco sobrepasó la línea roja que el propio Obama se había impuesto y provocó la amenaza de una intervención directa de EE.UU. en la guerra para castigar al régimen de El Assad. Pero inmediatamente se pusieron en evidencia las debilidades del imperialismo por el cambio de ambientes antes señalados.
En primer lugar, la posición ambigua y contradictoria del propio Obama, pues mientras intentaba trasmitir firmeza en su decisión de un ataque inminente dejaba totalmente indefinidos sus medios y objetivos al hablar de un ataque de castigo limitado y excluyendo la posibilidad de derrocar a El Assad. En segundo lugar, el apoyo de su socio más agresivo, Cameron, se vino abajo cuando el parlamento británico rechazó la participación en un ataque a Siria. En tercer lugar, el objetivo de Obama de encontrar un apoyo decidido en la comunidad internacional se frustró en la cumbre del G20 celebrada en San Petersburgo el 5 y 6 de septiembre, en ella consiguió el apoyo formal de 10 de los países participantes, pero solo dos participarían en un eventual ataque, Francia y Turquía, en tanto se encontró con el firme apoyo de Rusia a El Assad. En cuarto lugar, el informe de los inspectores de la ONU aunque certificaba el empleo de armas químicas no fue capaz de establecer la responsabilidad de su uso.
Es decir, Obama no tenía una coalición internacional detrás para intervenir; no tenía el apoyo del Consejo de Seguridad por el apoyo cerrado de Rusia al régimen sirio; tenía un informe no concluyente de los inspectores de la ONU en medio de una campaña de contrainformación por parte del propio gobierno estadounidense y ruso, y del gobierno y de la oposición siria; y tenía a la opinión pública norteamericana claramente en contra de la intervención. Su capacidad para lanzar el ataque se había debilitado seriamente.
En este entorno una maniobra interna y una metedura de pata servirían para enfriar definitivamente la posibilidad del ataque. La maniobra fue la intención de someter a votación del Congreso y el Senado la decisión de dicho ataque con la intención de reforzar un apoyo político interno, pero pronto se intuyó que podría desembocar en una derrota parlamentaria similar a la de Cameron en Gran Bretaña. La metedura de pata fue la del Secretario de Estado John Kerry en una conferencia en Londres el 9 de septiembre cuando apuntó a la posibilidad de evitar el ataque si Damasco se deshacía de su arsenal de armas químicas. Inmediatamente Moscú hizo suya esta propuesta, que el régimen sirio se apresuró en aceptar.
Finalmente, Obama vio en la propuesta, que ahora hacía suya Rusia, una tabla de salvación para una situación que se le presentaba insostenible por momentos, evitó la probable derrota parlamentaria, el espectáculo de un ataque si apenas apoyos internacionales, un agravamiento de las relaciones con Rusia, y una operación militar sin objetivos claros que conseguir.
La situación ha entrado a partir de ese momento en una nueva fase, en un juego del ratón y el gato en el que El Assad jugará a ganar tiempo en unas negociaciones complicadas para determinar en qué consiste el arsenal de armas químicas y como poder neutralizarlo.
Esto abre un interrogante sobre dos cuestiones. La primera y más general gira en torno a la situación del imperialismo norteamericano. El retroceso al que ha sido obligado Obama, ¿es un signo del declive de este imperialismo? Hay autores que llevan tiempo sosteniendo esta posición, especialmente aquellos adscritos a la teoría del sistema-mundo, para quienes estaríamos ante el fin de la hegemonía de EE.UU., como antes los fueron las de Gran Bretaña, Holanda o Génova, lo que podría suponer un nuevo ciclo de hegemonía dentro del capitalismo, o el final de éste, como sostiene Wallerstein. Pero los datos son contradictorios, EE.UU. sufrió la derrota de Vietnam y perdió el control de Irán bajo el Shah, pero luego vio como desaparecía la Unión Soviética y la mayoría de los regímenes del socialismo real. El imperialismo parece menos agresivo bajo administraciones demócratas (la crisis de los rehenes en la embajada de Teherán bajo Carter, la situación actual con Obama), pero retoma la agresividad con las republicanas (la ofensiva de Reagan en centro-América, su guerra de las galaxias y la debacle de la URSS; las guerras de los dos Bush). Sin embargo, aunque haya desaparecido la potencia que contrabalanceaba su poder, la URSS, también ha terminado el período abierto con el fin de ésta, cuando los EE.UU. se quedaron sin ningún contrapeso internacional. Hoy, sin embargo, ésta situación ha cambiado, ni Rusia ni China son las mismas de hace 10 o 20 años y ejercen su contrapeso de manera más clara, como se ha demostrado en estos momentos
La segunda cuestión está relacionada con la situación en Siria, de la que avanzaremos un pronóstico aventurado. El hecho de que EE.UU. haya renunciado a lanzar un ataque directo contra el régimen de El Assad no significa que se haya acabado la guerra civil en aquel país. Muy al contrario, puede ser que con la renuncia al ataque se intensifique la guerra civil con una ayuda e implicación más importante de los actores regionales y extrarregionales a los diferentes sectores combatientes en Siria, el gobierno, la oposición moderada y la oposición islamista radical. El régimen ha salido reforzado de este pulso con el apoyo mostrado por Rusia y el retroceso norteamericano, pero si se neutralizan sus arsenales químicos queda más debilitado frente a Israel que sí les posee junto a otros de tipo nuclear. Israel puede mostrarse más activo y agresivo en la región porque la señal de Obama a Irán es que en caso de crisis grave no llegará hasta el final. Los yihadistas, contrarios al ataque de EE.UU., sin embargo, ahora propagarán que solo ellos pueden derrotar a El Assad, y Arabia, frustrada por el retroceso de Obama, puede volcarse en ayudarles con más intensidad. Finalmente, otro tanto se verán obligados a hacer EE.UU. y Turquía con la oposición islamista moderada para evitar la hegemonía de los yihadistas entre la oposición y para obligar a El Assad a sentarse en una mesa de negociación.
Jesús Sánchez Rodríguez. Otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje
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