Tras los bombardeos israelíes sobre Siria, cualquier análisis de la situación debe partir de la afirmación de los dos únicos datos sobre los que no es posible equivocarse. El primero es que de todos los actores implicados en la zona, el más irresponsable, el más irracional, el más peligroso, más aún que el régimen sirio […]
Tras los bombardeos israelíes sobre Siria, cualquier análisis de la situación debe partir de la afirmación de los dos únicos datos sobre los que no es posible equivocarse. El primero es que de todos los actores implicados en la zona, el más irresponsable, el más irracional, el más peligroso, más aún que el régimen sirio o al-Qaeda, es sin duda Israel.
El segundo es que, con independencia del grado de complicidad y coordinación entre los dos países y más allá de la lógica estrecha de los intereses estadounidenses, la responsabilidad indirecta de los EE UU en los ataques de la semana pasada es innegable. Contradiga o no la política exterior estadounidense para la región, las bravuconadas asesinas de Israel siguen encontrando en Washington un apoyo público incondicional.
Las ventaja de Israel, en todo caso, es que nunca engaña sobre los motivos de sus tropelías. Nunca bombardea por razones humanitarias, en defensa de la democracia o para hacer progresar la humanidad. Siempre dice la verdad. Aunque no asumidos de manera oficial, los ataques sobre Siria se han atribuido desde el Gobierno al propósito del Estado israelí de impedir el suministro de nuevas y poderosas armas a Hizbullah en el Líbano. El propio Nasrallah [secretario general de Hizbullah], en su intervención del 8 de mayo, confirmó el objetivo, asegurando al mismo tiempo que esas armas -que siempre han llegado desde Irán a través de Siria- acabarían tarde o temprano entre las manos del Partido de Dios. Por lo demás, la tibia reacción de los interpelados, incluida Rusia, deja pocas dudas, si no acerca de las intenciones israelíes, sí de la voluntad de respuesta de Siria y sus aliados, que habrían aceptado el «mensaje secreto» dirigido por Netanyahu a Bachar Al-Assad orientado a tranquilizar al «eje chií» sobre el alcance de las operaciones. Una promesa de «respuesta inmediata» para la próxima vez -y son tantas- y la llamada a la yihad para la liberación de los Altos del Golán parece una reacción de muy bajo perfil, casi doncellil, para quien se reclama paladín de la «resistencia».
Israel, cauto con Siria
Israel, en efecto, se ha mostrado desde el principio muy cauto en Siria. Preocupado por las sacudidas populares en la región, sabe muy bien que cualquier alternativa a la dinastía Assad pone en peligro el statu quo tranquilizador de las últimas décadas. No son los chiflados trotskistas o los sospechosos rebeldes lo que así lo afirman. Efraim Halevy, exdirector del Mossad y del Consejo de Seguridad Nacional israelí, lo expresa con toda naturalidad en un reciente artículo cuyo título es ya muy elocuente: «El hombre de Israel en Damasco».
Ese hombre es Bachar Al-Assad, el mejor enemigo posible, con el que se podían dilatar sine díe las negociaciones sobre el Golán y que mantenía seguras las fronteras. De las dos amenazas más temidas por Israel tras el comienzo de la revolución en Siria, la más peligrosa parece ya desdichadamente conjurada: una democracia soberana. A medida que ésta ha sido yugulada, la otra, en cambio, se antoja cada vez más presente: la de dos yihadismos -sunní y chií- que sólo comparten su rechazo visceral de la «entidad sionista». Israel tiene mucho miedo de este caos efervescente de armas sin control y de fuerzas enemigas.
Todo parece indicar, en efecto, que sus ataques, más que buscar intervenir en la guerra civil siria, se han limitado a aprovechar la ocasión, a sabiendas de que no iba a recibir respuesta (o iba a provocar una respuesta que abriese realmente el juego hacia la pieza más codiciada: el programa nuclear iraní). Pero es evidente -y sin duda formaba parte de sus cálculos- que estos ataques tienen consecuencias en el frágil tablero geoestratégico de la región:
– El acuerdo entre Rusia y EE UU para celebrar a finales de mayo una conferencia sobre Siria que resucite la declaración de Ginebra para abordar enseguida negociaciones entre el régimen y la oposición sin condiciones previas. Se trata, sin duda, de una gran victoria de Rusia sobre EE UU que Abdelbari Atwan, el editorialista de Al-Quds-Al Arabi, nombraba de esta manera: «De las líneas rojas a la bandera blanca».
– El anuncio de un nuevo suministro de misiles S-300 a Bachar Al-Assad por parte de Rusia, quien ahora, tras el ataque israelí, puede alegar «necesidades de defensa aérea».
– Un cierto acuerdo tácito entre todos los actores exteriores de que el enemigo común es el frente Nusra «asociado» a Al-Qaeda.
– El refuerzo evidente y paradójico del régimen sirio, que ha visto aumentar su legitimidad y que hoy se siente mucho más seguro. La dictadura siria, «que se inclina ante el enemigo y se envalentona con su pueblo», como diría Elias Khoury, ha recibido una palmadita reconfortante de su enemigo israelí. Los bombardeos israelíes hacen olvidar los bombardeos ininterrumpidos del régimen sobre su propia población.
– Las dificultades, por contra, de la oposición armada y política. Las firmes declaraciones del Ejército Libre de Siria, de la izquierda anti-régimen o de la Coordinadora para el Cambio no han impedido la criminalización de los opositores como «cómplices» de la agresión. Un sector del campo anti-imperialista árabe y europeo ha contribuido a esta criminalización, agravando una división que sólo conviene al Estado de Israel.
En un contexto tan volátil, traspasado por tantos intereses espurios y habitado por tantos locos y asesinos, no puede descartarse nada. Pero no parece que Israel, al menos directamente, vaya a jugar un papel relevante -salvo como pasivo beneficiario- en la agonía siria, cuya dolorosa complejidad no debería hacernos olvidar, sin embargo, los miles de hombres y mujeres torturados y asesinados por aspirar a la dignidad, la justicia y la democracia.
La matanza de Banyas
Los ataques israelíes han eclipsado las matanzas de la ciudad de Banyas el 4 de mayo, donde familias enteras, incluidos numerosos niños, fueron salvajemente asesinados por fuerzas leales al régimen, en lo que parece una operación premeditada de «limpieza étnica» orientada a desplazar a los sunníes lejos de la franja costera y a alimentar la dimensión «sectaria» del conflicto.
Es terrible leer en Al-Hayat el artículo donde Wael Suyah recoge con dolor algunos de los comentarios en apoyo de las matanzas: «Mejor matarlos pequeños que grandes porque cuando crezcan serán terroristas como sus padres». Este clima de ensañamiento «sectario» hace cada vez más difícil una solución negociada y, desde luego, el triunfo de la revolución original, incrustada y casi clandestina en la violencia armada.
Las famosas «líneas rojas» decretadas por Obama y destinadas más bien a dar carta blanca a bombardeos y matanzas han vuelto a la actualidad tras las declaraciones de Carla del Ponte, miembro de la comisión de la ONU encargada de la investigación, en el sentido de que habría pruebas de su uso por parte de los «rebeldes». Carla del Ponte, polémica presidenta del Tribunal de la Haya para la Antigua Yugoslavia, fue desmentida por la propia comisión, la cual asegura no haber encontrado ninguna evidencia acusatoria en ninguna dirección. Este mensaje parece ajustarse bien a la estrategia de EE UU de combinar las declaraciones retóricas con el «respeto a la legalidad internacional», que no le permitiría hacer lo que realmente no quiere hacer: intervenir.
Fuente original: http://www.diagonalperiodico.net/global/siria-e-israel-matrimonio-malavenido.html