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Siria logra una nueva correlación de fuerzas en Oriente Próximo

Fuentes: CEPRID

Oriente Próximo hay que evaluarlo como un todo. Ver tal o cual situación como un hecho aislado no sólo es un error, sino un profundo desconocimiento de la geopolítica. Y a la hora de analizar la situación en esa zona hay que partir de un antes y un después, el antes de la guerra librada […]

Oriente Próximo hay que evaluarlo como un todo. Ver tal o cual situación como un hecho aislado no sólo es un error, sino un profundo desconocimiento de la geopolítica. Y a la hora de analizar la situación en esa zona hay que partir de un antes y un después, el antes de la guerra librada en verano de 2006 entre Israel y Hizbulá y después del triunfo logrado en ella, político y militar, por esta organización libanesa. Desde entonces nada ha sido igual en la zona. El último movimiento, por ahora, lo han hecho Egipto, Arabia Saudita y Kuwait iniciando un acercamiento a Siria, el Estado «maldito» en la región. Tres aliados de EEUU iniciando un cambio geopolítico que va más allá del gesto simbólico y que, sumado a la presencia cada vez más importante de Turquía, implica una nueva correlación de fuerzas en la zona.

Muy pocos daban un céntimo por Siria cuando, en septiembre de 2004 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba la Resolución 1559, con la que se iniciaba una presión internacional -liderada por EEUU y Francia, con el visto bueno de países árabes como Arabia Saudita y Egipto- para que los sirios retirasen sus tropas de Líbano, donde entraron a requerimiento de la Liga Árabe en plena guerra civil. Hubo analistas que consideraron que era el principio del fin de la influencia siria en la zona y, poco menos, el inicio de la caída del gobierno del Partido Baas. Se afirmaba con vehemencia que había una lucha de poder dentro del gobierno y del Baas como consecuencia de la retirada de Líbano. Sin embargo, en el país se interiorizó bien esa retirada y ello permitió al presidente Bashar al-Assad controlar mejor la situación interna.

Dos hechos le ayudaron a capear el temporal y, sobre todo, el aislamiento internacional promovido por EEUU y Francia y secundado con fuerza por sus aliados árabes como Egipto y Arabia Saudita. Por una parte, la llegada a la presidencia de Irán de Mahmoud Ahmadinejad en 2005. Por otra, la decisión de Rusia de volver a recuperar un cierto papel protagonista en Oriente Próximo al constatar cómo EEUU le había «ninguneado» en el Irak ocupado al considerar nulos los acuerdos alcanzados con el gobierno de Saddam Hussein, especialmente en el apartado del petróleo.

El Irán de Ahmadihejad realizó de inmediato dos operaciones estratégicas de gran calado. La primera, la consolidación de su alianza con Siria en todos los aspectos: económicos, políticos, culturales y militares. En virtud de estos últimos, los dos países se comprometían a apoyarse mutuamente en caso de ataque de Israel o de los EEUU. La segunda, la puesta en marcha de su proyecto de enriquecimiento de uranio, suspendido desde noviembre de 2003 a raíz de un acuerdo suscrito con Alemania, Gran Bretaña y Francia aduciendo que los europeos no habían cumplido los compromisos firmados entonces. Una decisión de este calado no la hubiese tomado si Rusia se hubiese opuesto, pero el gobierno de Putin veía en esta decisión la oportunidad de construir reactores nucleares e ingresar en sus arcas miles de millones de dólares.

En Siria, los rusos vieron la oportunidad de recuperar su presencia en la zona. Aceptaron cancelar el 73% de la deuda siria de 13.000 millones de dólares mientras que el resto se les podía devolver bien en dólares, en moneda siria o participando en proyectos económicos conjuntos. Rusia pasó a convertirse en un socio privilegiado de Siria en el ámbito energético, especialmente en la explotación y mantenimiento de centrales hidráulicas y térmicas así como en la extracción de gas y petróleo en yacimientos o en el oleoducto Kirkuk-Baniyas y eso sirvió para sacar del pozo económico a Siria.

Estos hechos proporcionaron oxígeno a Bashar al-Assad a nivel interno e internacional y le permitió pasar al contraataque. Primero, fortaleció su alianza con las «fuerzas de la resistencia», de forma especial Hizbulá en Líbano y Hamás en Palestina. Segundo, dando un carácter estratégico a su alianza con Irán y demostrando al mundo que ninguna presión iba a hacer mella en esta alianza puesto que era no sólo una opción política sino una muestra de agradecimiento porque Irán se aprestó a ayudarles cuando nadie daba un céntimo por ellos. Tercero, ampliando su política de alianzas con otros países como Turquía.

Apoyo de la calle árabe, conflicto con los gobiernos

Esta estrategia le ganó a Siria un apoyo mayor en la calle árabe y también provocó un conflicto casi sin precedentes con muchos de los regímenes árabes, especialmente Arabia Saudita y Egipto, a parte de EEUU y Francia. Así, tuvo que ver cómo los países árabes se callaban cuando sufrió dos ataques militares en el lapso de un año. Primero, cuando en septiembre de 2007 Israel bombardeó el supuesto emplazamiento de una central nuclear y, segundo, cuando en octubre de 2008 EEUU bombardeó las zonas fronterizas con Irak bajo la acusación de «amparo» sirio a los insurgentes y a permitirles operar desde allí contra las tropas ocupantes de Irak. Este ataque estadounidense venía a ser, además, una llamada de atención explícita por parte de EEUU al apoyo sirio a Hizbulá, que unos meses antes, en mayo de ese mismo año 2008, había vuelto a demostrar su poder al tomar Beirut en sólo cuatro días.

Sin embargo, tanto la guerra de 2006 como la toma de Beirut habían puesto de relieve la fragilidad de los países árabes aliados con Occidente y habían comenzado a surgir fisuras de importancia entre ellos. Egipto, Jordania y Arabia Saudita, que en el 2006 habían mirado para otro lado durante la guerra Hizbulá-Israel, habían fracasado en su intento de enviar fuerzas de la Liga Árabe a Líbano para frenar en avance de Hizbulá, antes de que se consumase la toma de Beirut en mayo de 2008, y el posterior Acuerdo de Doha entre todas las fuerzas políticas libanesas para poner fin a la crisis demostró cómo Siria había logrado recuperar un papel protagonista en la zona. Porque fueron los sirios quienes convencieron a sus aliados del «Bloque del Cambio» -coalición de organizaciones liderada por Hizbulá- para aceptar a Michel Suleiman como presidente libanés de consenso. A partir de aquí, el resto de compromisos entre los libanses fueron muy rápidos.

Con el éxito de Doha bajo el brazo, Bashar al-Assad realizó un viaje a París para entrevistarse con el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y ahondar en las diferencias surgidas en Occidente ante esta sucesión de acontecimientos. Assad logró que Sarkozy abandonase la política agresiva contra Siria (1) liderando, además, el cambio de política de la UE hacia este país. Como dijo el entonces presidente del Parlamento Europeo, Hans Gert Pöttering, la política de la UE hacia Siria -que se había basado en una pasividad, cuando no en un mero seguidismo, respecto a lo diseñado por Francia y EEUU- cambiaba porque «ahora pensamos que la manera de resolver los problemas no es el aislamiento, sino más bien un diálogo entre socios» (2).

El cambio europeo fue visto con resignación por una agonizante Administración Bush, que comenzó a dar pasos tímidos para reducir la agresividad frente a Siria. El nuevo Ejecutivo de Obama fue algo más allá, intuyendo el cambio en la correlación de fuerzas en la zona y consciente que sin el apoyo sirio la estabilidad en Irak sería imposible ante una hipotética retirada de las tropas ocupantes. Un esbozo de los nuevos tiempos se expuso en el ya famoso discurso de Obama en la Universidad de El Cairo en junio de 2009 y se ponía de manifiesto con el inicio de un diálogo discreto y las visitas de representantes tanto del Congreso como del Senado de EEUU a Damasco. No obstante, EEUU no fue más allá y mantuvo, y mantiene, una política de sanciones a Siria.

Sin embargo, eso ya era mucho y así fue percibido por la calle árabe, de nuevo -y aquí no hay que olvidar que otro de los «protegidos» por Siria, Hamás, fue capaz de resistir la embestida israelí en Gaza de finales de diciembre de 2008 y principios de enero de 2009-, y por los regímenes árabes aliados de Occidente. Siria volvía con fuerza al primer plano de la escena política de Oriente Próximo. En consecuencia, estaban obligados a iniciar un cambio de estrategia y a buscar una reconciliación con los sirios.

La reconciliación y el papel mediador

El primero en dar ese paso fue Arabia Saudita, y lo hizo a lo grande. A primeros de octubre de 2009 el rey saudita, Abdulá, realizaba una visita a Damasco para que se visibilizase el nuevo panorama en Oriente Próximo. Las relaciones entre los dos países habían sido muy estrechas a lo largo de su historia independiente y, de forma especial, durante el lustro 2000-2005, lo que facilitó el hecho de que Siria aceptase, dentro de la Liga Árabe, un plan de paz regional impulsado por los saudíes y aprobado en 2002 que ofrecía el reconocimiento político a Israel por todos los países árabes a cambio de la retirada total y completa de los territorios ocupados (Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental y los altos del Golán), entre otras cuestiones, y que fue desempolvado en octubre de 2006 cuando se constató el triunfo de Hizbulá sobre Israel en la guerra de ese verano y ante una impresionante marea popular que recorrió todas y cada una de las capitales árabes aclamando al movimiento político-militar libanés (3). Atrás, muy atrás quedaba la pretensión saudí de presentarse como el eje vertebrador en la zona arropando un gobierno de unidad nacional en Palestina para quitar a los sirios -e indirectamente, a Irán- la baza del apoyo exclusivo a Hamás, o el intento, derrotado en toda regla con la toma de Beirut, de fortalecer unas fuerzas suníes en Líbano capaces de hacer frente militarmente a Hizbulá.

La normalización de relaciones entre los dos países es ahora total: ya no existe una campaña anti-siria en los medios de comunicación sauditas, el embajador ha vuelto a Damasco, se han reabierto oficinas de periódicos como Al-Hayat (de capital saudita) en Damasco y se han firmado acuerdos bilaterales de importancia económica. Pero lo más importante es que se abordaron sin tapujos ni prejuicios el tema de Irán y las relaciones regionales, con relieve especial a Irak y a la lucha contra Al-Qaeda, organización considerada una amenaza común para ambos países.

El camino a la reconciliación dado por los saudíes pone de manifiesto que se ha interiorizado que Siria es un país clave en la zona y puede tener una posición mediadora no sólo en Líbano (y al-Assad acaba de recibir al primer ministro libanés, Saad Hariri, hasta hace muy poco tiempo furibundo anti-sirio) sino también en el conflicto que los países árabes aliados de Occidente, y éste último, mantienen con Irán. Para los saudíes, Siria es «un país razonable» y el distanciamiento de estos cuatro últimos años sólo ha servido «para fortalecer la alianza sirio-iraní a expensas de las relaciones entre Siria y Arabia, que se volvió de inmediato contra nuestros intereses en Palestina, Irak y Líbano» (4).

Así, cuando en enero de este año, 2010, el presidente sirio devolvió la visita a Riad quedó claro que las relaciones «estratégicas e ideológicas» entre Siria e Irán se mantendrían y que el papel sirio en esta nueva situación, con el inicio de la normalización de relaciones con sus vecinos árabes, sería el de lograr la reducción de los «temores» de estos países respecto a la política de Irán, vista por ellos no sólo como una amenaza sino como «expansionista» (5).

Esto es algo que ya se ha asumido en el resto de países árabes, incluyendo a Egipto, que se ha resistido hasta última hora a dar este paso. Al igual que con Arabia Saudita, la relación de Siria con Egipto ha sufrido montones de altibajos a lo largo de los años y han llegado a punto de ruptura en más de una ocasión. La última, con motivo de la agresión israelí a Gaza a finales de diciembre de 2008. Mientras que los sirios fueron ardientes partidarios de Hamás, los egipcios alentaron la matanza en un intento de destruir el ejemplo que para su oposición interna, la Hermandad Musulmana, representa la organización palestina. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, siempre ha visto el triunfo de Hamás en Gaza y su consolidación en la Franja como una extensión de la influencia iraní en el mundo árabe.

Sin embargo, la reconciliación entre Siria y Arabia Saudita dejada a Egipto solo y ello le obligaba a reconsiderar, de forma tímida, su relación con Siria. Para forzar esa reconsideración, Siria no ha esperado que Mubarak visite el país, sino que ha sido el presidente sirio quien ha dado ese paso con una visita oficial a El Cairo, la primera en cuatro años, con al excusa de visitar a Mubarak tras su operación de un cáncer de vesícula. Los años de Mubarak (82) y los intentos por dejar a su hijo al frente del país -a pesar del rechazo popular que existe- le llevan a buscar el mayor respaldo posible para ello dentro del mundo árabe. Y eso incluye a Siria y a sus aliados, especialmente a los «actores no estatales», uno de los cuales es Hamás. La foto de Mubarak y al-Assad será un activo importante en esa pretensión, especialmente entre los nacionalistas árabes y anti-occidentales.

Queda por ver si esta reconciliación entre los tres colosos del mundo árabe revivirá la «alianza de titanes» que ha dominado la región durante medio siglo. Aunque lento, es un proceso que apunta en esa dirección. De hecho, el diario Al-Quds Al-Arabi informaba en su edición del pasado 21 de abril de la posible celebración de una cumbre de alto nivel en el balneario egipcio de Sharm el-Sheik entre los presidentes de los tres países para hablar de los tres temas que preocupan a los países árabes: Irán, la reconciliación palestina y la situación en Irak tras las elecciones.

Lo que sí está generando este proceso de normalización de relaciones es que sigan en cascada todos los demás países. Siria y Kuwait acaban de alcanzar un acuerdo para reforzar las relaciones económicas y comerciales, además de cuestiones de seguridad, y con el compromiso de «reforzar la solidaridad árabe para hacer frente a desafíos comunes» (6). Uno de los aspectos más importantes de este acuerdo es el apoyo económico kuwaití a un proyecto hidráulico por el que Siria solucionará sus problemas de escasez de agua mediante el traslado de ésta desde el río Tigris en virtud de otro acuerdo suscrito con anterioridad con Irak y Turquía. Además, está en estudio otro proyecto similar para transferir a Siria agua desde el río Eúfrates en un plazo de 15 años.

El papel de Turquía

En esta nueva correlación de fuerzas que surge en Oriente Próximo también juega un papel importante Turquía. Este país inició un proceso de distanciamiento de Israel -con quien mantenía unas excelentes relaciones, incluyendo acuerdos militares- y de acercamiento a los países árabes a raíz de la matanza de Gaza. El gesto, mucho más que simbólico, del primer ministro Recep Tayyip Erdogan enfrentándose públicamente al presidente israelí, Simón Peres, en el Foro Económico Mundial de Davos a finales de enero de 2009 por este hecho ponía de manifiesto un cambio de política, y de alianzas, significativo.

Durante décadas, Turquía se ha estado debatiendo en el debate entre su relación histórica con los países musulmanes y árabes, por una parte y el impulso imparable hacia la occidentalización, por otro. En el caso que nos ocupa, en 2003 inició una política de apertura hacia Siria que se mantuvo, y se fortaleció, incluso en los peores momentos de la campaña occidental contra este país. Si bien la iniciativa fue siria, ante el temor de que se produjese una extensión de la invasión de Irak y un Bush enloquecido hiciese lo mismo son Siria, los turcos vieron que era una relación que les proporcionaba más beneficios que costos. Eso le permitió a Turquía auspiciar conversaciones indirectas entre Siria e Israel, medió entre Hamás y Fatah y se presentó como un mediador entre Irán y el mundo árabe.

Turquía y Siria mantienen en estos momentos un Consejo de Cooperación Estratégico de Alto Nivel, han abolido los visados entre ellos, realizan maniobras militares conjuntas -mientras que Turquía las ha congelado «sine die» con Israel y ha obligado a posponer unas de la OTAN a las que se había invitado a participar al Estado judío- y tienen vigentes acuerdos de cooperación en varios ámbitos, incluidos los militares.

Hay una nueva correlación de fuerzas en marcha en Oriente Próximo. Eso lo han visto perfectamente tanto Israel -y la burda acusación del envío sirio de misiles Scud, viejos y obsoletos, a Hizbulá tenía como objetivo poner palos en las ruedas de este proceso, en especial con Egipto y Arabia Saudita- como Estados Unidos, que se presta a no reconocer el acuerdo alcanzado entre Irán, Turquía y Brasil para el envío de 1.200 kilos de uranio levemente enriquecido (3,5 por ciento) a cambio de recibir en el período de un año la misma cantidad de combustible enriquecido para un reactor nuclear que será empleado en investigaciones médicas. EEUU pretende romper así esta situación en Oriente Próximo.

EEUU e Israel, junto a la inoperante UE -sin política exterior propia, con un seguidismo sonrojante de la política estadounidense- saben que hay en marcha un cambio geopolítico profundo en el que cambia la correlación de fuerzas y que iniciativas como la del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) tienen mucho que decir a medio plazo. Lo mismo sucede en otra escala, menor, pero significativa por la zona en la que se produce: Oriente Próximo.

Aunque parezca aventurado decirlo, nunca como ahora los EEUU han estado tan cerca de ser expulsados de la zona. Un personaje de gran predicamento dentro del círculo de poder de Washington como Zbigniew Brezinski, ex Consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Carter y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU, dijo a finales de 2006, como resultado de la guerra del verano entre Hizbulá e Israel, que «está terminando el dominio estadounidense en Oriente Próximo», zona en la que «se está asistiendo al nacimiento de una nueva era en la que la hay que tener en cuenta la preponderancia de las fuerzas locales [léase países] frente a los actores externos [las potencias tradicionalmente influyentes, como los EEUU]» (7). Una opinión similar mantiene cuatro años más tarde el Instituto Rand (8), para quien no se ha comprendido realmente el papel de los «estados regionales y actores no estatales» árabes tras la invasión de Irak, lo que ha hecho que la posición de EEUU esté debilitada en Oriente Próximo.

Notas:

(1) Al-Sharq Al-Awsat (periódico de capital saudita editado en Londres), 13 de julio, 2008.

(2) Al-Watan (Siria), 10 de agosto, 2008.

(3) Alberto Cruz, «El grito de la calle árabe: sin justicia no hay paz» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=36850

(4) Asia Times, 8 de octubre de 2009.

(5) IRNA, 12 de enero, 2010.

(6) Prensa Latina, 17 de mayo 2010.

(7) Foreing Affairs, noviembre-diciembre 2006.

(8) «El Medio Oriente después de la guerra de Irak», marzo de 2010.

Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor.

[email protected]

http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article852