Las imágenes difundidas por la red Sham el 28 de marzo son escalofriantes. El hermano del presidente sirio Bashar al Asad, el coronel Maher, jefe de la temible Guardia Republicana, graba con un teléfono móvil los cadáveres destrozados y las piernas amputadas y esparcidas entre las ruinas de una localidad cerca de Daraa. En febrero […]
Las imágenes difundidas por la red Sham el 28 de marzo son escalofriantes. El hermano del presidente sirio Bashar al Asad, el coronel Maher, jefe de la temible Guardia Republicana, graba con un teléfono móvil los cadáveres destrozados y las piernas amputadas y esparcidas entre las ruinas de una localidad cerca de Daraa. En febrero de 1982, Rifaat al Asad el hermano del entonces presidente sirio Hafez al Asad perpetra una matanza sin precedentes en el país arrasando la ciudad rebelde Hama. El número de víctimas oscila entre 25.000 y 30.000. Sin embargo, la diferencia entre los dos contextos es abismal, aunque el régimen pretende mantener los mismos métodos de represión contra el pueblo sirio.
Cuando Rifaat al Asad, que goza actualmente de los privilegios de la impunidad en Costa del Sol, atacó Hama al frente de las macabras Brigadas de Defensa, el mundo era diferente y la opinión pública indiferente, porque carecía dramáticamente de información. La matanza de Hama pasó casi desapercibida porque a nadie le interesaba realmente lo que hacía una dictadura con sus súbditos cuando la sombra de la Guerra Fría planeaba sobre el planeta, cuando El Líbano estaba sumergido en una guerra civil y cuando Sadam Husein acababa de provocar la primera Guerra del Golfo contra Irán.
Quizás los graves acontecimientos de esa coyuntura eclipsaron la matanza. Sin embrago, hay otro elemento determinante que explica la indiferencia y más tarde el olvido y la amnesia que precedió incluso la rápida reconstrucción de la ciudad. El mundo se hallaba compartimentado, el otro estaba lejos, exótico. En fin, el infierno eran los demás, como dijo Jean Paul Sartre. En su momento, uno de los mejores aliados de la barbarie era la incomunicación, la carencia de información e imágenes impactantes que pueden llevar un sudafricano a manifestarse para solidarizarse con un peruano en un tiempo record.
La situación cambió radicalmente y la tecnología se convirtió en el peor enemigo de las dictaduras árabes que están intentando, en vano, acallar las voces de unos pueblos jóvenes y llenos de vida, pueblos que aspiran a vivir en paz y a disfrutar por fin de la libertad. Bashar al Asad y su hermano ya no tienen la ventaja que tenían su padre y su tío. Los canales que emiten por satélite no titubean a la hora de difundir imágenes grabadas por aficionados con cámaras digitales o teléfonos móviles. Las restricciones a los movimientos de periodistas extranjeros ya no sirven de nada porque los jóvenes viven en la era digital, mientras que los dictadores se agarran a la era analógica.
Este desfase lo vimos en Egipto cuando los matones del régimen de Mubarak utilizaron mulas y camellos para irrumpir en la plaza de Tahrir, fue cuando un joven egipcio declaró sonriente a una cadena de televisión: «Nosotros utilizamos Facebook y Twitter y ellos nos atacan con mulas y camellos», la suerte estaba echada. Cada dictador actuó a su manera ante estos jóvenes que rentabilizaron al máximo la herramienta de internet y sobre todo las redes sociales para armonizar sus esfuerzos contra la tiranía.
El régimen sirio optó por las armas de toda la vida: las matanzas y las torturas en los centros de detención de la policía política. Bashar afirma una y otra vez que se trata de una conspiración contra Siria. No hay que sacar el concepto de conspiración del contexto de la retórica de los panarabistas que recurren a la inagotable y a la vez abstracta excusa de la conspiración para explicar sus infinitas derrotas contra Israel, el fracaso de sus políticas económicas y sociales y también el descontento de la gente.
Hace seis siglos, el pensador tunecino de origen sevillano, Ibn Jaldún, que creía firmemente que lo único permanente era el cambio puso fechas de caducidad a las dinastías y a los sistemas políticos: «En efecto, el estado del mundo y de los pueblos, sus costumbres, tendencias e ideas no persisten en un mismo ritmo ni en un curso estable: es todo lo contrario, un devenir constante, una serie de vicisitudes que perdura a través de la sucesión de los tiempos, una transición continua de un estado a otro».
La dinastía al Asad no tiene por qué ser la excepción y escapar a esta trituradora de la historia. Es verdad que desde la llegada de Hafed al Asad al poder en 1963, se vivieron situaciones excepcionales en Siria como el monopolio del poder por la minoría alauí y los leales al partido único el Baaz, la utilización del conflicto contra Israel como fuente de legitimación del régimen, la república hereditaria y otras anomalías, pero el régimen sirio no será capaz de cambiar la esencia misma de la historia.
Los sirios pueden considerarse de hecho como rehenes de un régimen sangriento que salió bastante robustecido de la fallida guerra contra el terrorismo lanzada por George W. Bush y su cúpula de extrema derecha. Situar a Siria en el famoso eje del mal fue el mejor premio que recibió ese régimen estalinista que se apoyó en el antiamericanismo en el mundo árabe después de las guerras de Afganistán e Irak. De hecho cuando faltaban pocos meses para la entrada de George W. Bush y sus colaboradores al basurero de la historia, al Asad fue invitado al desfile del 14 de julio de 2008 en París.
Fue una manera de reconocer el importante papel estratégico de Siria, pieza clave en un complicado juego de alianzas con Irán y Hezbollah, retaguardia de facciones palestinas perseguidas por Israel como Hamás e interlocutor inevitable de actores regionales como Turquía, Arabia Saudí y Qatar. Hasta Israel no está dispuesto a cambiar un enemigo eterno, pero débil por otro desconocido que le quitará la etiqueta de la única democracia en Oriente Medio. Mientras tanto el pueblo sirio es la víctima de este indecente afán estabilizador en la zona y del descarado realismo político de los estrategas occidentales. Afortunadamente las revoluciones no entienden de equilibrios.
MOURAD ZARROUK / Profesor del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.
http://www.diagonalperiodico.net/Siria-los-limites-de-la-impunidad.html