Traducido por Mariola y Jesús García Pedrajas
La contrarrevolución o, en el caso de la Primavera Árabe, la ofensiva contra la idea misma de una revolución, es siempre sangrienta
A la Primavera Árabe no se le permitió llegar demasiado lejos antes de que la Contrarrevolución Árabe saltara, primero sobre Libia, ahora sobre Siria, para reconfigurar la región por medios militares y, así, convertirla en segura para los miembros varios del club imperialista. Los estadounidenses y sus aliados europeos y árabes están buscando en el territorio sirio una ciudad «liberada» como la Bengasi de Libia, para colocarla bajo su escudo «humanitario» y poderla «defender.»
Hace un año este mes, la Primavera Árabe empezó en Túnez, provocando en Estados Unidos, en las antiguas potencias coloniales de Europa, y en los gobiernos monárquicos del Golfo Pérsico un auténtico ataque de pánico. Los imperialistas y los potentados hereditarios estaban visiblemente agitados ante la perspectiva de que un movimiento masivo en Túnez y Egipto pudiera extenderse por todo el mundo árabe, donde Estados Unidos es despreciado con razón por la mayoría del público. Después de que el viejo y mohoso Presidente Mubarak fuera expulsado del poder por el ejército egipcio, se hizo normal escuchar a la Primavera Árabe elevada de categoría a la de «Revolución» Árabe. Pero, por supuesto, eso era muy prematuro, el tipo de declaración que sale de la boca de personas que o deliran o no tienen ni idea de lo que van las revoluciones. Los imperialistas y sus aliados, sin embargo, entienden muy bien que la naturaleza de la revolución es quitarles los resortes del poder, quitarles sus riquezas, y castigarlos por los crímenes que han cometido. La revolución es algo más que un sentimiento. Como dijo Malcolm X, «Nunca has tenido una revolución que no implique derramamiento de sangre.» Y la razón principal de ello es que la gente que tiene riqueza y poder y que sabe que es culpable de crímenes incalificables derramará océanos de sangre para evitar ser derrocada. También arrojarán uno o dos de sus lacayos a la turba, para darle a la gente un sentimiento de victoria. Pero, como he dicho, la revolución es algo más que un sentimiento.
La contrarrevolución, o, en el caso de la Primavera Árabe, la ofensiva contra la idea misma de una revolución, es siempre sangrienta. A menudo es un gran despliegue de sangre, para recordarle a la gente la naturaleza real del poder. Para finales de enero de este año, Estados Unidos y sus aliados europeos y los indecentes y ricos parásitos de la realeza del Golfo Pérsico tenían un plan para asegurarse que la Primavera Árabe fuera una estación muy corta. La OTAN, con el Presidente Obama «liderando entre bambalinas», lanzó una contrarrevolución a la escala industrial de un Shock and Awe, atacando un país en desarrollo del desierto con una población de seis millones de habitantes con un poder de fuego suficiente para hacer caer una nación industrial de tamaño mediano. Pero la conquista llevó casi nueve meses, porque Libia fue defendida por el pequeño ejército más valiente del mundo, héroes que se enfrentaron a la muerte que venía del cielo sin ningún lugar en que esconderse, y sin esperanza de infligir bajas a los euro-estadounidenses.
«Siria se enfrenta al mismo elenco de personajes asesinos que destruyeron Libia.»
Es fácil para los gobiernos europeos y estadounidense justificar ante sus pueblos cualquier atrocidad, cualquier crimen de guerra, cualquier robo de soberanía cometidos contra árabes, africanos y asiáticos. La narrativa occidental oficial para la agresión libia fue que la OTAN estaba obligada a salvar la ciudad de Bengasi de Muamar Gadafi. Ahora Siria se enfrenta al mismo elenco de personajes asesinos que destruyeron Libia. Es el Segundo Acto de una contrarrevolución para cortocircuitar la Primavera Árabe. El régimen sirio es denunciado, incluso por antiguas naciones amigas, por negarse a retirar sus fuerzas de aquellas ciudades que han visto lo peor del derramamiento de sangre. Pero, si Libia proporciona alguna lección, es que los estadounidenses, los franceses y sus aliados árabes matarán muchas decenas de miles de personas y destruirán el país totalmente si se les permite incluso la más mínima excusa para declarar alguna parte de Siria como un «área liberada» que merece el apoyo de los aviones de guerra y misiles de la OTAN. Por lo tanto, los sirios deben estar decididos a no ceder ni un milímetro de su territorio, a que no haya ninguna ciudad – ni incluso una pequeña – en manos de la oposición. En resumen, que no haya ninguna Bengasi.
Enlace artículo original: http://www.blackagendareport.com/content/lesson-arab-counter-revolution-syria-must-allow-no-benghazis