2012 se cerró sin una solución para el conflicto de Siria, al que ya hace tiempo se denomina abiertamente, y sin ambages, guerra civil. La puntualización no es baladí, puesto que durante los primeros meses, los medios de comunicación occidentales mantuvieron aquel guión ensayado en Libia en 2011 (con antecedentes en Kosovo, en 1997 y […]
2012 se cerró sin una solución para el conflicto de Siria, al que ya hace tiempo se denomina abiertamente, y sin ambages, guerra civil. La puntualización no es baladí, puesto que durante los primeros meses, los medios de comunicación occidentales mantuvieron aquel guión ensayado en Libia en 2011 (con antecedentes en Kosovo, en 1997 y 1998): lo que sucedía en Siria no era un enfrentamiento civil, sino la mera represión de las manifestaciones de la oposición por las fuerzas de seguridad del régimen de Bashar al Assad. Este tipo de libretos se plantean como carreras de fondo: las protestas no cejan, a pesar de la dureza empleada en la represión, y las sospechas de que entre los contestatarios hay armas son desmentidas o denunciadas como «provocaciones del régimen». Pero finalmente termina apareciendo como por ensalmo algún grupo guerrillero o miliciano rebelde cuya capacidad de combate crece con notable rapidez.
Ese momento marca también el de la aparición, a plena luz, de la implicación internacional. En el caso de Siria, la indisimulada participación de unos y otros creció de forma tan acelerada como desordenada. Turquía, Qatar, Arabia Saudí, Irán y Rusia en un primer plano; la «comunidad internacional» de las potencias occidentales con mayor discreción; la internacional yihadista con el mayor de los entusiasmos. Y como resultado, una contienda que se nos presenta todavía como una gran batalla que enfrenta a los «rebeldes» contra el régimen de Bashar al Assad, el consabido esquema en negro sobre blanco, reforzado por la constitución de la denominada Coalición Nacional de Fuerzas Revolucionarias y de Oposición, el pasado mes de noviembre.
La realidad sobre el terreno se parece cada vez más al camarote de los hermanos Marx. En efecto: teóricamente, la Coalición Nacional debería representar a todas las fueras de la oposición. Pero ya el 19 de noviembre, el Frente al-Nusra rechazaban ese «proyecto conspirativo denominado Coalición Nacional», reclamando la creación de un estado islámico. ¿Y qué es el frente al-Nusrah? Pues nada menos que la facción que agrupa a los combatientes más aguerridos y agresivos de entre los que luchan contra el régimen de Bashar al Assad, protagonistas de importantes atentados suicidas con explosivos. Compuesto en buena medida por voluntarios de la internacional yihadista, apoyado en su demanda por otros trece grupos armados, y financiado desde Qatar y Arabia Saudí, país que apoya activamente a la Coalición Nacional, la situación resulta claramente contradictoria. Máxime teniendo en cuenta que Washington acaba de incluir al Frente al-Nusra en su lista de grupos terroristas, como un simple trasunto de al Qaeda.
Evolución aproximada de los enfrentamientos y zonas controladas por los bandos en la guerra civil siria, a diciembre de 2012. En verde: localidades controladas por el régimen de Damasco; en marrón: localidades en manos de los insurrectos o los kurdos; en azul: situación incierta
Fuente: Syrian Civil War – Wikipedia
Pero hay más, mucho más: al norte están los kurdos, agrupados en torno al PYD y escasamente representados en la Coalición Nacional. Hacen la guerra por su cuenta, se han enfrentado a las fuerzas sirias rebeldes cada vez con mayor acritud, y constituyen un serio problema para la implicación de Turquía en el conflicto sirio. Es cierto que soldados y oficiales del Ejército regular del régimen de al Assad han desertado y siguen haciéndolo; pero también cambian de unidad o bando los guerrilleros y milicianos del Ejército Sirio Libre (ESL), creando serios problemas en el bando de la oposición. Además, hay que contar con el Ejército Sirio de Liberación, rebautizado hace unos meses como Brigada de los Mártires de Idlib. Si es cierto que cuenta con 32.000 combatientes, igualaría en potencial al Ejército Sirio Libre. Aunque es posible que las cifras que se manejan sean mera propaganda de guerra, lo cierto es que se ha llegado a hablar de que el antiguo Ejército Sirio de Liberación, que no se ha desgastado en los combates de Alepo y Damasco, termine siendo el preferido de la OTAN frente a la fuerza más desestructurada -y a menudo descontrolada- del ESL.
Composición etno-religiosa de Siria. Fuente: Syrian Civil War – Wikipedia
Y mientras tanto, el conflicto parece volverse sectario sin remisión. Los yihadistas de al-Nusra se posicionan explícitamente frente a cristianos y alauitas. Las fuerzas rebeldes -compuestas mayoritariamente por suníes- no son tan explícitas, pero van haciendo por su cuenta: durante los combates en la ciudad de Homs, en marzo de 2012, fueron expulsados de sus casas unos 80.000 cristianos por las fuerzas insurgentes. Así que el régimen de Damasco facilitó que los cristianos de Alepo se armaran. Y por cierto, que en la batalla por esa ciudad también han participado kurdos, enfrentados a los insurgentes del ESL; y vamos a ver cómo se deshace en el futuro el protoestado kurdo que se ha organizado en el norte y noreste de Siria. Mientras tanto, se rumorea que si tras la caída del régimen se desatara una guerra de todos contra todos, podría refundarse el Estado alauita, que ya funcionó entre 1920 y 1936, bajo el protectorado francés de Siria, en las actuales provincias de Latakia y Tartus. Es cierto que la minoría alauí tiene representación en el consejo nacional, pero ¿será suficiente eso para controlar las pasiones sobre el terreno, llegado el caso? Y además están los chiitas, que reciben claro apoyo desde Irán e Irak para proteger sus propios intereses. Y los drusos, en el sur. Y los turkmenos, perseguidos por el régimen de al Assad y que se quejan de no estar suficientemente representados en el Consejo Nacional.
Toda esta cacofonía no sólo complica una solución ordenada y eficaz de la guerra civil siria. Incluso haría muy difícil una solución que contemplara una salida pactada manteniendo a Bashar al Assad por un tiempo, para asegurar una transición, que es lo que desearían los rusos. Para ello sería necesario que el autócrata recuperara una autoridad de la que carece ya a estas alturas. La salida violenta de Bashar al Assad y el hundimiento del Partido Ba’ath tampoco parece ser ahora la mejor solución: posiblemente llevaría a una rápida desintegración del frente insurgente, si es que podemos hablar de unidad ahora mismo. En el proceso es muy posible que se desencadenara en una caótica guerra de todos contra todos, jalonada por venganzas sangrientas y limpiezas étnico-religiosas. En tal escenario, ¿qué potencias querrían involucrarse para poner orden o favorecer a los suyos?
Por lo tanto, parece que Siria va hacia un irreversible desmoronamiento de la autoridad central, que costará bastante recuperar. Eso podría generar algo así como una versión corregida y ampliada de la guerra civil libanesa de los años setenta y ochenta del pasado siglo. Y la gran pregunta es: ¿quién obtendría provecho de esta situación? La única respuesta posible es: Israel. Hasta el momento ha sido el gran mudo, la única potencia regional que no ha mostrado claramente sus cartas ni disposición a intervenir en el conflicto, como no fuera en caso de amenaza excepcional contra su territorio -por ejemplo, si las fuerzas sirias utilizaran armas químicas o misiles tierra-tierra contra blancos israelíes, algo más que improbable.
En realidad, Israel ha contemplado todo el proceso de la Primavera Árabe con creciente incomodidad, conforme se acercaba a sus fronteras. La guerra civil siria ha marcado el punto álgido de esa alarma: Bashar al Assad era el enemigo, desde luego; pero un enemigo conocido y previsible, con el cual existían numerosos canales de contacto. El conflicto actual ha abierto un nuevo horizonte de incertidumbre, al irrumpir en la vecina Siria nuevos y turbadores vecinos: el yihadismo internacional, Turquía e incluso la OTAN, Arabia Saudí y Qatar, e Irán de forma más directa y masiva que hasta el momento.
Por todo ello, la fragmentación sectaria de Siria favorecería a los intereses israelíes por dos razones:
- Evitaría que ninguna de las potencias implicadas en Siria se llevara el gato al agua de forma exclusiva, al prevenir intervenciones exitosas. Nadie podría aspirar a ordenar el galimatías sirio -al menos a corto plazo- y a llevarse los beneficios político-estratégicos que ello supondría.
- Genera un escenario-tipo que los israelíes saben gestionar en provecho propio, como avalan los largos años de la guerra civil libanesa, o incluso la fragmentación de Cisjordania y el enfrentamiento Hamas-Al Fatah.
Por último, la posición israelí vendría reforzada por acuerdos bajo cuerda con Rusia y el reacercamiento a Turquía tras meses de discretas negociaciones, que parecen estar dando sus frutos; por ejemplo, al retirar Ankara su veto a la cooperación de la OTAN con Israel.
Fuente original: http://eurasianhub.com/2013/01/02/siria-o-el-camarote-de-los-hermanos-marx/#more-4354