Si el gobernante sirio, o cualquier otro, es un tirano, derrótelo su pueblo. Este reclamo no implica subvalorar o desconocer la legitimidad de la colaboración internacionalista en los procesos liberadores: tal colaboración, de la que si algo brilla hoy en el planeta «globalizado» es su ausencia, o su exigüidad, no equivale a poses demagógicas, y […]
Si el gobernante sirio, o cualquier otro, es un tirano, derrótelo su pueblo. Este reclamo no implica subvalorar o desconocer la legitimidad de la colaboración internacionalista en los procesos liberadores: tal colaboración, de la que si algo brilla hoy en el planeta «globalizado» es su ausencia, o su exigüidad, no equivale a poses demagógicas, y es tanto más fértil y respetable según rebase lo meramente verbal. Ni hay que hacer el juego a las fuerzas imperialistas dominantes que han llevado a gran parte de la opinión pública en el mundo a confundir con terrorismo todo tipo de lucha armada. Pero ocurre que, hasta ahora, la historia parece confirmar un hecho: la libertad que no se conquista fundamentalmente con esfuerzo propio -o, dicho de otro modo, la que «se regala»- ni resulta sólida ni cuenta siquiera con la gratitud generalizada de quienes real o supuestamente se benefician con ella. Sin hablar de los posibles precios de dependencia que pueden acabar derivándose del «regalo».
En el caso particular considerado en estas líneas, ¿cómo aspirar a que represente algo de veras bueno para el pueblo de Siria una «liberación» alcanzada con tropas en las cuales se da por segura la penetración de mercenarios de la CIA, incluidos miembros de Al Qaeda, que para el imperio, según a él le convenga, resulta ser una abominable fuerza criminal o, por el contrario, una aliada estratégica? Aunque entre los llamados «rebeldes sirios» pudiera haber o haya presencia de honrados representantes de ese pueblo -que, como otros, viene de una compleja evolución histórica y se distingue por una intrincada composición política, económica, social, religiosa-, ¿cómo suponer que tal «resistencia» llegará a un puerto realmente digno, seguro y favorable para los sirios?
Esa oposición la han armado en gran parte el propio imperio, directamente o por medio de potencias aliadas, en especial el régimen sionista de Israel, su avanzada más visible en el Medio Oriente. Allí la Siria y el Irán contra los cuales se agitan «nuevos» planes intervencionistas del gobierno de los Estados Unidos son obstáculos para los planes de dominación sionimperialistas, o imperiosinistas? Ciñéndonos a Siria -pedazo de una realidad mucho más vasta-, es pertinente afirmar que en torno a ella se tensa otro anillo de la misma serpiente que aspira a tragarse el mundo entero, no solo el Medio Oriente.
No están las cosas para regodearse en silogismos ingeniosos. Si se quiere ser honrado y estar seguro de cuándo es o no es el momento idóneo para pronunciarse o lanzarse contra un gobierno, es verdad que no basta considerarlo o saberlo opuesto a dichos planes. Pero también resulta cierto que ese no es un hecho de poco peso si se trata de llegar a las consideraciones más atinadas ante un conflicto específico: es decir, al hacer el análisis concreto de una realidad concreta, la siria en este caso. Solamente quien no quiera ver la realidad puede imaginar que un conflicto azuzado por el imperio servirá realmente al logro de la democracia en algún sitio del planeta.
Para tener una imaginación tan extravagante ni siquiera cabe la excusa de que se desconocen antecedentes de esa historia. Aunque haya habido y aún queden algunos que, reclamando para sí un lugar en las izquierdas de este mundo, hayan aplaudido o aplaudan de distintas maneras actos como la invasión a Libia, los resultados de esa misma invasión y de las sufridas por los pueblos de Irak y Afganistán deberían bastar para no incurrir en ingenuidades -no digamos más- a la hora de terciar con respecto a lo que sucede en Siria, o en cualquier otro «oscuro rincón».
Ante esos acontecimientos el actual mandatario de los Estados Unidos insiste en dar su guerra, seguramente para no quedarse atrás comparado con sus predecesores. De paso, demostraría merecer el Premio Nobel que inmoralmente se le regaló para que le sirviera de aval en el mantenimiento del belicismo imperialista. Sobran razones para afirmar que Barack Obama es más peligroso que George W. Bush, y ahora hasta se le nota dispuesto a dejar de parecer más «elegante», que fue la tarea asignada a él por sus promotores en la carrera que lo llevó a la Casa Blanca. Ya casi ni gracia tiene condenarlo, aunque es necesario continuar haciéndolo, al menos para no dejar resquicios a confusiones ni dejar cabos sueltos que puedan utilizarse al servicio de la urdimbre imperial.
Otra cosa es que haya quienes se empecinen en demostrar que no estaban equivocados -no pensemos otra cosa- cuando se enrolaron en la tarea de arremeter contra el gobierno de Siria, en circunstancias en las cuales, de hecho, secundaron las maquinaciones del imperio y su OTAN. Eso fue lo que significó en los planos determinantes de la realidad el hacer indiscriminadamente causa común con las tropas llamadas «rebeldes». Aunque, repítase, pueda haber en ellas presencia de verdaderos representantes del pueblo sirio, ha sido cada vez más visible qué fuerzas foráneas las arman materialmente y las calzan en el terreno político.
Ni valdría la pena detenerse a refutar las maniobras que el hoy presidente del imperio lleva a cabo para justificar una posible operación militar suya, directamente suya, contra el gobierno sirio, apelando a patrañas similares a las utilizadas por otra administración de su país para invadir Irak. Ha declarado que, llegado el momento, actuará unilateralmente, por su cuenta: con total desprecio de la opinión pública internacional y gran parte de la opinión de su propio país. Así desconocería las decisiones de la ONU e incluso haría caso omiso de la posición adoptada por gobiernos aliados suyos que esta vez no parecen dispuestos a ignorar las lecciones de Irak, entre otras, ni a pagar el precio de una aventura semejante.
Podría considerarse que se está ante un ejemplo del patetismo detestable del presidente de los Estados Unidos, y dejar ahí el asunto. Pero no es improbable que sus malabarismos verbales consigan que el Congreso de su nación se deje confundir y lo autorice a cometer un nuevo crimen internacional, con la connivencia tal vez de algún que otro pensador «nubáceo». Está en juego la posibilidad de una masacre como las causadas por las armas imperialistas en Serbia, en Afganistán, en Irak, en Libia, para solo mencionar esos ejemplos flamantes y no remontarnos a más de un siglo de intervencionismo criminal por parte del único país que ha utilizado la bomba atómica y causado con ella estragos terribles, cuyas consecuencias sufren aún los pobladores de Hiroshima y Nagasaki; por parte de la potencia que sigue utilizando el uranio «empobrecido» y agita las banderas de la democracia para «castigar» el supuesto empleo de armas químicas, que, como se sabe, ella ha utilizado.
Si Bashar al-Asad es de veras un tirano, derrótelo su pueblo: no permita la humanidad que ese mérito se lo anote, para esgrimirlo y actuar aún más impunemente, el tirano mundial, ávido de apoderarse de los recursos de Siria y reforzar su dominación sobre el Medio Oriente, donde Palestina sigue padeciendo la brutalidad de Israel: es decir, la agresión genocida del más ostensible aliado de ese tirano mundial, las fuerzas gobernantes de los Estados Unidos.
Que ahora el Premio Nobel de la Paz intente burlarse cínicamente de todos y promueva, según sus palabras, una acción militar limitada contra Siria, no debe tomarse ni mucho menos al pie de la letra. No hay que confiar en él. Es el presidente del imperio de la mentira, y está diciéndoles a los contribuyentes de su país y a sus aliados: esta operación no será tan costosa para nosotros como la de Irak. Pero nadie quiera dejarse engañar: de producirse lo que se tiene como una acción inminente contra Siria, no sería el manotazo mal dado por un maestro iracundo en el brazo de un alumno travieso: sería un acto criminal en el que el pueblo sirio pondría los muertos, y quién sabe a qué consecuencias podría arrastrar al mundo -no solo al Medio Oriente, que no sería poco- el aventurerismo prepotente y genocida del país que menos moral tiene para hablar en nombre de la paz y la justicia. Esa es la nación que más ha violado y viola el derecho internacional y el respeto a los pueblos.
Blog del autor: http://luistoledosande.wordpress.com/2013/09/04/siria-otro-anillo-de-la-misma-serpiente/#more-1450
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