Cuando alguien sujeta en sus manos una brújula y camina hacia donde indica su aguja, en dirección al norte, se somete a ella y le entrega el liderazgo, dejando su voluntad libre hasta otro momento, un momento que se espera que termine cuando vea indicios de seguridad y aviste su tierra. En política, la brújula […]
Cuando alguien sujeta en sus manos una brújula y camina hacia donde indica su aguja, en dirección al norte, se somete a ella y le entrega el liderazgo, dejando su voluntad libre hasta otro momento, un momento que se espera que termine cuando vea indicios de seguridad y aviste su tierra. En política, la brújula no es más que una entrega de forma indefinida hacia una orientación cuya corrección siempre puede discutirse, y una sacralización de los instrumentos políticos que nos llevan hasta el estadio de los dioses que dirigen a sus hijos hacia el camino correcto, y a las ideas absolutas sobre cuya corrección no se puede polemizar, sean religiosas, positivistas, marxistas, o nacionalistas fascistas.
En algunos momentos de la lucha que está teniendo lugar en el mundo árabe, se introduce la expresión «pérdida del norte» o bien «no perder el norte», y el norte aquí es la cuestión palestina, como algunos piensan. Aquellos que son totalmente opuestos (ya sean de talante confesional, de cualquier secta islámica, o laicos de la antigua izquierda derrotada) están de acuerdo en que ese norte es hoy Palestina, pero ¿qué Palestina? ¿Cómo Palestina? ¿Y la gente de Palestina? Son preguntas a las que todos responden con una tan extrema superficialidad que hace reír y llorar, más que provocar un ejercicio de pensamiento.
Mientras, en el país de la revolución continua, en Siria, la situación es diferente, y hay divergencias sobre el tema: no hay revolución en Siria y lo que lo indica son las prácticas de los revolucionarios allí, o la expansión de fuerzas que siguen el pensamiento de la organización internacional de Al-Qaeda y sus métodos. Aquí, los más fieros resistentes adoptan, conservando el norte, el discurso de sus enemigos israelíes y estadounidenses: los takfiríes en Siria son meros terroristas, no tienen ningún pensamiento o visión estratégica, y toda la revolución siria no es más que una expansión del terrorismo, de grupos armados, de ladrones y de mercenarios.
Ahí termina el discurso acordado con Occidente y los israelíes, a lo que los que siguen su brújula sagrada añaden: extraños objetivos tienen esos asesinos a los que seduce el olor de la sangre, y solo vienen a Siria desde los países del Golfo para acabar con la resistencia y el rechazo.
Ese ha sido, sencillamente, el desarrollo del rechazo y la resistencia, que se dirige cada día a liberar Palestina, bajo el mando de un régimen sirio flácido y pobre (y que aumenta el empobrecimiento de su pueblo acumulando riquezas para sus héroes, desde Bashar al-Asad a sus queridos parientes). El régimen escandalosamente burocrático cada día avanzaba en su camino del rechazo y la liberación, y cada día acumulaba un poco más de fuerza (por medio de armas anticuadas, la mayoría de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado), asustando a Israel y a Occidente con su escudo desgastado, y alistando a cientos de miles de jóvenes sirios para someterlos a largos cursos militares en los que se practicaban las artes de destrucción de la voluntad humana, imponiéndose, por medio de la fuerza, la humillación, la debilidad, el hambre y el cansancio, todos los conceptos de obediencia ciega a un liderazgo que simboliza el norte, ese norte, nuevamente, que canturrean los cantores, la brújula que señala a Palestina y la falsa resistencia y el rechazo.
La débil Siria estalló, esa Siria que había vivido durante más de cuarenta años una situación de debilidad y flaqueza, incapaz de entrar en una verdadera guerra, bastándole con batallas marginales para proclamar su ilusoria superioridad militar. Esa Siria que acumuló armas anticuadas y las dejó oxidarse en las calles de Líbano o las posiciones del Golán ha estallado hoy. Ha terminado la era de pretender tener una fuerza que no es cierta. El ex presidente Hafez al-Asad apostó por tener bien atado el interior para negociar sobre el exterior. Intentó sujetar la cuestión palestina por el cuello, y por el cuello de Yasser Arafat. Cuando en 1982 fracasó y Arafat se liberó de él después de asestar un golpe a la estructura principal de la resistencia palestina en Líbano, Hafez al-Asad se puso como meta dividir el liderazgo palestino y crear movimientos equilibrantes, persiguiendo a Abu Ammar de campamento en campamento y de ciudad en ciudad hasta que lo echó de Líbano y redujo su presencia al campamento de Ayn al-Helweh, a donde su mano no llegaba debido a la repartición de las zonas y la influencia entre Asad e Israel.
La débil Siria estalló, ella que se basaba fundamentalmente en su brújula y en una represión terrorífica dominante en todas sus regiones, pueblos y ciudades. Estalló después de que Bashar al-Asad redujera el efecto producido por la zanahoria de las prestaciones públicas y privatizara las comunicaciones y las calles, cuando los precios del combustible comenzaron a subir y cuando empobreció a sus ciudadanos hasta límites insoportables. Y a esa pobreza le añadió todo el escudo del régimen de su padre, una debilidad hasta el punto de la parálisis de quien pretende ser el único que orienta hacia el norte. El país estalló ante los ojos del joven líder Bashar y de sus socios, sin saber que se estaban suicidando al recurrir apresuradamente al modelo de Rafiq Hariri en Líbano.
Siria ha llegado a los setenta mil mártires, o eso es lo que se publica, pues no es difícil suponer que sean tres veces más, mientras muchos siguen hablando del norte, de la conspiración, de pagar dinero a los revolucionarios, y de la organización de Al-Qaeda que quiere matar por matar, a sabiendas de que el régimen de Al-Qaeda en Iraq estaba de acuerdo a medio plazo con las políticas de Arabia Saudí e Irán a un tiempo.
Algunos, y desde sus casas pueden decidir que la revolución son meras palabrejas y que es un intento de paralizar la resistencia y el rechazo sirios, y parecía como si el rechazo sirio fuera a destruir Tel Aviv en unos días, arruinar a EEUU y asestar un golpe al escudo de guerra en Oriente Próximo, cuando el pueblo sirio se levantó contra su régimen recibió 100 dólares (por ejemplo) a cambio de cada alma que paga en la masacre de su larga lucha por su libertad.
Desde esta perspectiva limitada se ve una parte y se generaliza al todo, y asó la revolución siria pasa a ser una mera movilización sectaria, el Frente de Al-Nusra es la única fuerza combatiente en Siria, y los excesos de los revolucionarios (que forman parte del caos extendido y no son meras prácticas individuales) se convierten a ojos de los que llevan la brújula sagrada en una expresión de la naturaleza de esos seres humanos. Y como hemos llegado a tal condena, esos no son auténticos seres humanos y por tanto, el régimen sirio y todos los que luchan en Siria tienen derecho a perseguir a quien quieran, con aviones, misiles balísticos y bombas de racimo y bombardear sus cuevas (ya que no forman parte de la especie humana) con bombas de vacío.
Pero la movilización revolucionaria en Siria es tan complicada como la vida misma, y algunos simplistas intentan catalogarlo bajo parámetros de blanco y negro, olvidando que es una lucha entre un régimen moribundo y las peticiones de un pueblo que vive, y que hay unas fuerzas que ven en ello una ocasión perfecta para hacer realidad sus intereses (que están en consonancia en cierta medida o bien en contraposición total con los intereses de la revolución).
No podemos comprender las posturas de los que van tras la brújula si no es desde su dimensión sectaria, sean de una u otra confesión, pues apoyar al muerto e intentar revivir el cadáver del régimen sirio, aplaudir a la violencia desmedida y las incursiones de los aviones sobre las poblaciones civiles, y asesinar a los ciudadanos con misiles balísticos carentes de precisión en su dirección y efectos, no significa más que estar a favor del asesinato de los que se han levantado y todos los que viven en sus zonas. Ellos son el otro al que se debe exterminar para que las cosas vayan como deben, y volver para atrás, a pesar de que la historia pocas veces retrocede.
Este método retrógrado de pensamiento sobre los miedos sectarios nace de esos que intentan mantener los logros aparentes o que intentan recuperar logros perdidos, y de un tipo de miedo a que el otro ascienda y consiga una parte de los logros de los que disfruta hoy esta parte o aquella. Sobre el terreno, estos miedos se alimentan generalizando el odio hacia el otro, llegando a luchar en su contra. Ese es el espantajo que aparece aquí y allá para facilitar el convencimiento de los ciudadanos libaneses, por ejemplo, de que lo mejor es enfrentarse a los otros en Siria y no esperar a que se extiendan a Líbano.
¿Pero dónde está Palestina en todo esto más allá de ser un lema, una cobertura y una camisa de Uthman [1] del régimen sirio y sus aliados? ¿Dónde está Palestina, cuando al liberarse una parte de la misma, una parte se convierte en una taberna y la otra en un silenciador y el pueblo palestino queda en el interior viviendo una vida de refugiados? ¿Dónde están Palestina y las decisiones de los países que impiden la apertura de frentes aunque sea a modo de recordatorio, mientras el régimen sirio afirma que es el garante de la seguridad de Israel frente a los objetivos de los partidarios de Al-Qaeda y los campesinos?
En Siria, los habitantes pobres de los pueblos se ríen de sí mismos cuando recibieron a los libaneses refugiados en su país en 2006. Ahora consideran que lo que hizo Hezbollah fue una mera maniobra con participación de las fuerzas israelíes, y no quieren creer que fuera una guerra demoledora, y que Hezbollah se esforzó en luchar contra el enemigo. Ven en Hezbollah e Israel dos caras de la misma moneda, y también consideran implícita y explícitamente que su norte (otra vez) es Palestina, y que el régimen sirio es quien más ha perjudicado a la cuestión palestina.
En Libia también los revolucionarios consideraban que Gaddafi había sido quien más había perjudicado a la cuestión palestina y que «el hijo de la judía» (como lo llaman los revolucionarios de Libia) había apoyado todas las divisiones palestinas y las había financiado. En Siria, con total sencillez, afirman que el número de muertos palestinos a manos del régimen sirio son más de los que Israel ha podido matar.
Hoy en Siria, los revolucionarios, los civiles y los activistas, consideran que Hezbollah «no se ha enfrentado a Israel ni una vez», no por amor al Estado del enemigo, ni porque nacieran odiando a Hezbollah, simplemente porque no pueden imaginar una fuerza enemiga de Israel que pueda posicionarse contra su derecho a la liberación y la libertad. Pues ¿cuál es la lógica de Hezbollah al ponerse de parte del derecho de seis millones de palestinos a liberarse de la ocupación israelí y del apoyo que recibe de Irán, mientras que tanto el partido como el Estado iraní están en contra de los derechos del pueblo sirio, que son 23 millones? Mientras el pueblo palestino vive bajo la ocupación o en campamentos, en una relativa situación de seguridad, el pueblo sirio, desde hace dos largos años vive bajo las bombas, los asesinatos, la emigración forzada, el refugio en los países vecinos y el rechazo del exterior y la prohibición de que les lleguen ayudas suficientes.
La ecuación sagrada de la brújula dice que Palestina es siempre la prioridad, y en su nombre nos ha gobernado más de un dictador, y durante décadas, nos ha impedido pensar, ha empujado a las confesiones unas contra otras, y la gente ha muerto soñando por un día en que nuestros países se liberarían. Hayan muerto los que hayan muerto, y luchen los que luchen, y la vida de desesperanza se levantó para cientos de millones de árabes que languidecían bajo la pobreza, la represión y las metafísicas y sus ilusiones de que ese o aquel era el camino a Palestina, y que asestar un golpe a la resistencia exigía nuestro silencio, y con él, la aceptación de la elección, reelección y re-reelección del señor presidente, o el no rebelarse contra su excelencia el jeque, el emir, el rey, el heredero o el soberano. Todo ello bajo la bandera de Palestina, exactamente como hoy el régimen sirio se yergue bajo la misma bandera mientras sus manos y pies se hunden en la sangre de su pueblo.
Desde el primer día de la revolución siria, el régimen sirio y sus aliados en Líbano han hecho usado su propaganda: esos son terroristas, takfiríes, campesinos ingenuos, vándalos, asesinos, peligrosos hombres armados, ladrones… Así gritaba cada día, y en el interior, el eco de lo que decía se iba haciendo realidad día tras día, en un fenómeno sorprendente, pues en vez de describir el aparato mediático del régimen la realidad, la «predecía».
Hay quienes no temen a quien ha puesto toda la historia de resistencia de nuestro país a disposición del régimen sirio que se dirige a su final. Hay quien no teme que dirija a su país y a Siria a una guerra sectaria sin fin. Hay quien ve que el uso del lema de Palestina sigue dándole absoluta legitimidad para matar, asesinar y reprimir revoluciones y deformar los sueños de la gente. Hay quien no ve que Palestina es la prioridad siempre, y que Siria lo es hoy, y que perder Damasco será una pérdida para la resistencia en primera instancia, y que la gente de Siria que ha sido reprimida durante mucho tiempo son los que más derecho tienen a la vida, y que Palestina no desaparecerá de sus mentes.
Pero esos intentan hacer curanderismo e hipnosis a la gente, abducidos por el imán mágico de la expresión «la brújula hacia Palestina está en mis manos, seguidla hasta la muerte».
[1] La camisa del tercer califa, Uthmán, fue expuesta en Damasco cubierta de sangre tras su muerte, para afirmar que había muerto asesinado y convertirse en símbolo de las aspiraciones Omeyas frente a las de Ali, cuarto califa, en torno a cuya figura se construyó el chiismo.
Tomado de Traducciones de la revolución siria