Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Allí estaba el periodista de la televisión siria preguntándome qué es lo que pensaba yo de la situación en Siria, y allí estaba yo diciéndole que ya no se puede tratar a los árabes por más tiempo como niños, que los levantamientos/revueltas/revoluciones/disturbios en el mundo árabe eran todos diferentes; pero que la dictadura no funcionaba, que si hubiera -si hubiera- una nueva y seria constitución, partidos políticos pluralistas y auténticas y genuinas elecciones libres, Siria podría superar su tragedia, pero que el gobierno estaba agotando rápidamente su tiempo.
Veremos si esto sale al aire el sábado (mantendré informados a los lectores) pero fuera, en la calle, estaba empezando otra manifestación a favor de Asad, 10.000, 50.000 después -puede que a mediodía llegaran a los 200.000- y no les habían llevado en transporte por carretera, al estilo Sadam, hasta la Plaza de los Omeyas, no había presencia de la mujabarat y solo soldados que estaban con sus familias. ¿Cómo informa uno de una manifestación a favor de un gobierno durante el Despertar Árabe? Había mujeres veladas, ancianos, miles de niños con la palabra «Siria» escrita en sus rostros. La mayoría ondeaba banderas sirias, unos cuantos las banderas de Rusia y China.
¿Iban coaccionados? No lo creo, no al menos por el gobierno de Asad. Algunos jugaban al futbol en los parques de alrededor de la plaza. Otros firmaban con sus nombres -musulmanes y cristianos- en una pancarta decorada con las ramas de un inmenso árbol sirio. Pero si iban coaccionados, era a causa de historias de más al norte. Hablé con doce hombres y mujeres. Cinco me contaron de familiares en el ejército asesinados en Homs. Y las noticias que llegaban de Homs eran muy malas. Yo había cenado el martes por la noche con un viejo amigo. Su primo, de 62 años, ingeniero jubilado, le había dado agua a algunos soldados en Homs. A la mañana siguiente, hombres armados llamaron a su puerta y le dispararon. Era cristiano.
Desde luego, el gobierno de Asad había estado advirtiendo sobre una guerra sectaria. Desde luego, el gobierno de Asad se había señalado a sí mismo como el único protector seguro de las minorías. Desde luego, el gobierno de Asad había afirmado que eran los islamistas y los «terroristas» quienes estaban detrás de la oposición en la calle contra el régimen. Está también claro que la brutalidad de las fuerzas de seguridad sirias en Deraa, Homs y otras ciudades contra los manifestantes desarmados había sido un escándalo que el gobierno reconocía en privado.
Pero también está muy claro que la lucha en Siria atraviesa ya el centro del país y que muchos hombres armados se oponen ahora al ejército. En efecto, me han contado que Homs se escapa -durante varias horas en una ocasión- del control del gobierno. Los damascenos que viajan a la ciudad norteña de Aleppo pueden tomar el autobús. Pero ahora más que nunca, están cogiendo vuelos para evitar la peligrosa carretera entre Hamas y Aleppo. Sospecho que esas son las razones de que tantos miles de personas vinieran a manifestarse a Damasco el viernes. Están aterrados.
A los periodistas extranjeros no se les permite viajar a Homs -un grave error por parte del régimen-, donde sunníes, alauíes y cristianos conviven entre armenios, circasianos y otros grupos. Una guerra sectaria podría favorecer los cínicos intereses de cualquier régimen que luche por su supervivencia. Pero a menos que todos aquellos con los que he hablado estén mintiéndome (y no lo creo), esta es ahora una creciente realidad en el centro de Siria. Contra esto, ningún veto ruso o chino en las Naciones Unidas es de utilidad alguna.
Una delegación de la Liga Árabe -la más patética e inútil de las instituciones árabes- debía llegar a Damasco ayer por la tarde. ¿A santo de qué? ¿Se suponen que van a enviar una fuerza de «paz»? Hace dos días, Mohamed Kadur, el decano de la facultad de petroquímica de la universidad de Homs, fue secuestrado a cambio de la liberación de varios detenidos. Fue liberado un día después. Lo que no sabemos es si liberaron a los hombres encarcelados. Pero ha sucedido antes. En Idlib, según dicen, todo el mundo está armado. Y las armas -eso dicen- están llegando desde el Líbano.
Cuando preguntas quiénes son los hombres armados en el centro de Siria recibes toda una retahíla de respuestas: Beduinos con contrabando de drogas hacia Arabia Saudí, desertores del ejército, «islamistas» de Iraq, «gente que piensa que no hay otra forma de librarse del régimen». Damasco está segura; luces brillantes, tiendas nocturnas y miles de seres vagabundeando por las calles. Pero Damasco no es el resto de Siria. Vive en una especie de burbuja.
Me desperté ayer tras solo una hora y media de sueño porque fuera de mi hotel un grupo de trabajadores del gobierno estaban probando un sistema atronador de sonido para la manifestación. Toda la noche hubo estallidos de aplausos grabados y tambores y vítores y trompetas. Pero, ¿acaso necesitaban realmente las muchedumbres de ayer esos falsos aplausos y fraudulentos añadidos a su propia manifestación? Oficialmente, las cosas mejoran en Siria. Lo dudo.
Si la cifra de la ONU de más de 3.000 muertos civiles es correcta y si las estadísticas sirias de 1.150 militares muertos son correctas y si las muertes de los últimos tres días -quizá otras 30- son verdad, entonces puede que vayan ya 4.200 sirios asesinados en siete meses. Esto es suficiente como para aterrar a cualquiera.
N. de la T.:
El presente artículo se publicó el pasado jueves. Durante el fin de semana, se informa de doce muertos más en Homs, tres en Hama y varios en Deraa, Idleb, Dir Zur y los alrededores de Damasco. Asimismo, se informa de la muerte en Homs de al menos veinte soldados durante choques habidos con los militares que han desertado del ejército en la barriada de Bab Amro.
Robert Fisk es periodista y escritor. Es corresponsal en Oriente Medio del periódico The Independent y columnista del periódico «Público» en España y «La Jornada» en México. Reside desde hace 25 años en Beirut, Líbano.