Como un perro rabioso, Occidente ha clavado desde hace ya más de cinco años sus colmillos en Siria, y no la suelta. El último acuerdo entre Moscú y Washington para un alto el fuego, que tendría vigor a partir del 12 de septiembre, se diluyó en horas, como tantos otros, dejando bien claro de quien […]
Como un perro rabioso, Occidente ha clavado desde hace ya más de cinco años sus colmillos en Siria, y no la suelta.
El último acuerdo entre Moscú y Washington para un alto el fuego, que tendría vigor a partir del 12 de septiembre, se diluyó en horas, como tantos otros, dejando bien claro de quien son los colmillos que desangran al pueblo sirio.
Bien iniciado el cese el fuego la aviación sionista atacó posiciones que responden al presidente Bashar al-Assad en Damasco y el Golán. A pocas horas de la incursión israelí, la aviación norteamericana atacó posiciones del Ejército Árabe Sirio (EAS) en Deir ez-Zor, por un «error» como otros muchos que ya acometido. No es la primera vez que la aviación norteamericana se «falla» y en vez de atacar posiciones del Daesh (E.I.) o el Frente al-Nusra, las dos organizaciones salafistas más virulentas y numerosas que combaten en Siria, ha atacado al ejercito leal al presidente al-Assad, y no solo eso sino que ha descargado abastecimientos en territorios dominados por los integristas musulmanes.
Moscú debió reclamar por el «error» de Deir ez-Zor, que posibilitó que milicianos del Daesh atacaran posiciones del EAS aprovechando el «error» que debilitó sus líneas defensivas, para impedir el restablecimiento de la ruta terrestre que une Teherán con Damasco.
Esta nueva acción de Washington, obviamente, terminó con el acuerdo entre el secretario de Estado John Kerry y el ministro ruso de Exteriores Serguei Lavrov.
Los ataques lanzados por Tel-Aviv y Washington, sumado a la impostura del ataque al convoy pretendidamente humanitario de Naciones Unidas, que según fuentes rusas era transporte de armas, precipitan la situación siria a un espiral que profundiza todavía más el conflicto llevando la situación al borde de la generalización regional sino que terminaría involucrando a países todavía más lejanos.
Según la denuncia de Naciones Unidas, el convoy, escoltado por funcionarios de la Media Luna Árabe, estaba conformado por más de una docena de camiones de asistencia humanitaria, y fue atacado en una ofensiva aérea en cercanías a la comunidad de Urum al-Kubra, al noroeste de la ciudad de Alepo. Según el comunicado de ONU habrían muerto unas trece personas, y otras habrían quedado heridas de gravedad.
No es la primera vez que se detecta que transportes de Naciones Unidas, tanto en Siria, como ya sucedió en Nigeria y en Sudán del Sur, son utilizados llevando armas para algún grupo antagónico.
Por otra parte, ya es bien sabido que Turquía se convirtió, desde comienzo de la guerra en Siria, en una plataforma de abastecimiento tanto para los grupos aparentemente moderados, como para los salafistas que combate en contra el gobierno legal de Bashar al-Assad. Desde su territorio, Ankara ha permitido no solo grandes cantidades de armamentos y abastecimiento de todo tipo para las organizaciones terroristas sino, y también, que miles de «voluntarios» se entrenen en su territorio provenientes de gran cantidad de países del mundo musulmán, Asía Central y Europa, para pasar después a luchar en alguna de las organizaciones terroristas.
Un accidente oportuno
Cada vez que el conflicto sirio parece entrar en una vía de solución un accidente oportuno vuelve a encallarlo. En esta dirección es importante recordar que ya en su edición del 22 de mayo de 2013, el semanario alemán Der Spiegel publicó información aportada por el entonces jefe del Servicio Federal de Inteligencia (BND) Gerhard Schindler (destituido en abril de 2016, tras el escándalo de las escuchas de la NSA estadounidense) vaticinaba la victoria de Bashar al-Assad hacia finales de ese mismo año. Para esa fecha, casualmente, el entonces ISSIS se hace fuerte en la ciudad iraquí de Faluya, para emerger con una contundente y asombrosa fuerza seis meses después, con el nombre de Estado Islámico; que, como bien se sabe lleva la guerra en Siria a su máxima potencia.
Washington, junto a sus aliados europeos, junto a Israel y las petro-monarquías wahaabitas del golfo pérsico, no se han corrido un ápice de su presupuesto inicial sobre Siria, que es dividirla en tres o cuatro pequeños estados, con la idea fundamental de anular la alianza entre Siria e Irán. La confusión que significa el próximo cambio de gobierno en Estados Unidos es una buena excusa para justificar no solo las aberraciones realizadas, sino las por realizar.
El reciente y frustrado alto el fuego tuvo tan sólo el sábado 17, 45 violaciones por parte de la coalición internacional encabezada Washington, deteniéndose a bombardear con exclusividad posiciones del Ejército Árabe Sirio. Entre ella y en cuatro oportunidades a la ya mencionadas, posiciones del EAS sitiadas por el Daesh, en cercanías a la ciudad de Deir ez-Zor, que dejaron entre los soldados sirios 62 muertos y más de 100 heridos.
Como para confirmar las pretensiones del Pentágono su Secretario de Estado, John Kerry, ha exigido a la aviación del Ejército sirio y ruso que no sobrevuele las zonas del país controlado por la oposición.
La oposición siria, es un extraño magma compuesto por mercenarios, «moderados», fanáticos salafistas locales y de más de 93 países y desertores del ejército sirio, que cambian de denominación según las necesidades y el lugar del país donde operan, lo que los hace imposible distinguir en realidad quienes, cuantos son y donde se ubican.
Como prueba de ello es significativo el caso de las armas que París entregó a la oposición «moderada» a los pocos meses de iniciado el conflicto y esas mismas armas aparecieron en abril del 2012 en el norte de Malí, a más de 5500 kilómetros, de distancia de Siria, en manos de los grupos salafistas Ansar al-Din, el Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO) y al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que interfirieron en la sublevación Tuareg contra las autoridades de Bamako.
Según distintas fuentes este último martes 20, desde buques de guerra rusos destinados a aguas sirias, habrían atacado con cohetería kalibr, un enclave de inteligencia para las operaciones de las bandas terroristas que operaban en la región montañosa de Sam’an, en las cercanías de Alepo, donde habrían muerto unos treinta oficiales extranjeros entre ellos israelíes, estadounidenses, turcos, saudíes, qataríes y británicos.
No es la primera vez que agentes extranjeros son sorprendidos operando en Siria, durante los trágicos sucesos en el barrio damasquino de al-Ghoutta, en que 1500 personas murieron tras un ataque con armas químicas el 21 de agosto de 2013, se supo más tarde que las armas habían sido entregadas por Israel al frente al-Nusra, al tiempo que se localizaron en el sector a 15 agentes del Mossad y, según el periódico francés Le Figaro, un grupo de agentes de la CIA se había infiltrado en Siria, el 17 de ese mes, para entrenar a los terroristas en el uso de esa armas.
En esta guerra los participantes se siguen sumando tras el presidente Bashar al-Assad, se encuentran Rusia, Irán, China y la organización libanesa Hezbollah, del lado de los invasores un gigantesco conglomerado de naciones que responden a los Estados Unidos por lo que esta guerra se ha convertido en un paradigma del desencuentro entre los intereses imperiales y las naciones que lo resisten.
El final de la guerra aparece cada vez más lejano y su resolución más confusa. Nadie puede aseverar un pronóstico, quizá habrá que conformarse con que el perro que ha atacado a Siria, y no lo suelta, no se convierta en el mítico Cerbero, quien tendría entonces, dos bocas más, para seguir mordiendo.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.