Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
[El profesor Haddad acaba de publicar la tercera parte de una serie de artículos que tratan de analizar los diversos y controvertidos aspectos de la cuestión planteada en el título y, para una mejor comprensión de su contenido, se ha considerado conveniente reunir aquí la traducción de las tres partes, la primera de las cuales apareció publicada en Jadaliyya.com el 30 de agosto de 2011, la segunda el 30 de noviembre de 2011 y la tercera el pasado día 11 de junio de 2012.]
Parte I
Y en cuanto a Siria, ¿qué hay de la izquierda?
Ser de izquierdas es una lógica racional concreta que sustenta la oposición ante el régimen de apartheid de Israel y la duplicidad y políticas violentas de EEUU en el Oriente Medio. Es una lógica racional concreta que implica la condena y la lucha contra los gobiernos autoritarios en el mundo árabe. Es una lógica racional concreta que inspira y necesita del apoyo a la resistencia ante todo lo anterior. Y esta racionalidad es una expresión de las formas más básicas de los principios morales y políticos. Este es el razonamiento que debe aplicarse a la brutal represión del levantamiento sirio.
Pero parte del campo izquierdista en la región, concretamente en el Líbano, se enfrenta a la crueldad desplegada en el escenario sirio con una sorprendente proporción de ambigüedad. ¿Deberían los «buenos» izquierdistas apoyar a la oposición, condenar la desenfrenada brutalidad del régimen, o permanecer «neutrales» (esto último, decididamente, una posición ya de por sí)?
Este «dilema» es falso. Podría decirse que emana de la legítima reverencia por el apoyo del régimen sirio a la resistencia -principalmente de Hizbollah- frente al imperialismo estadounidense e israelí. Pocos izquierdistas mostrarían desacuerdo con esta posición crítica aunque se hayan mostrado críticos, o hayan condenado, las propias políticas internas sirias con anterioridad a la erupción de las protestas masivas.
Sin embargo, los más de cinco meses de protestas contra el régimen y la brutal respuesta, que ha matado a más de 2.000 sirios y herido o encarcelado a muchos miles de seres más, no pueden dejar espacio a la ambigüedad. Uno se pregunta cómo esas brutales políticas del régimen sirio van a propiciar la salvación/libertad/liberación de las propias políticas brutales y racistas de Israel; cómo van a acabar con las demoliciones de casas, con los planes para el traslado de la población y con los ilegales asentamientos racistas sólo para judíos. Y cómo esas políticas van a revertir las hipócritas políticas de EEUU en la región, su devastación de Iraq y su apoyo a las políticas de apartheid de Israel y del resto de las dictaduras árabes que participan del campo de la anti-resistencia…
Si la oposición de uno al imperialismo se basara en una posición política y no en principios, podría comprenderse mejor, aunque evidentemente prescindiendo de los principios, que se apoyara al régimen sirio. Pero eso sería parecerse a los israelíes o partidarios de Israel que se oponen personalmente a las políticas racistas de Israel pero que de alguna manera justifican su apoyo a Israel tal y como están las cosas. La ironía es que la parte antes mencionada de la izquierda a favor de la resistencia reprueba a esos izquierdistas israelíes precisamente por abandonar cualquier tentativa de izquierdismo.
¿Dónde están los principios en todo eso? Aunque esta pregunta pueda parecer en efecto inocente, se dirige aquí a todos aquellos que afirman tomar posiciones a partir de principios y sólo de principios. El régimen sirio hace mucho que traspasó el umbral de todo lo permisible, por lo que quienes priorizan la resistencia deberían volver de nuevo a los principios. Como ocurre con el hipernacionalismo –i.e., «mi país ante todo, con o sin razón»-, las exhibiciones de lealtad sin restricciones ante el régimen sirio no tienen sentido. Si uno se opone al imperialismo en base a unos principios, entonces uno debe oponerse al aplastamiento de los manifestantes por el régimen sirio por cuestión de principios. Cualesquiera que fueran las credenciales que el régimen sirio poseía, se agostaron cuando empezó a asesinar a su propio pueblo y a una velocidad de aproximadamente un centenar de personas a la semana (durante los últimos seis meses).
La pregunta no es si la izquierda -una categoría cada vez más amorfa que incluye ahora a liberales, reaccionarios e incluso a quienes tienen políticas fascistas- debería apoyar u oponerse al régimen sirio. Es una decisión que las personas reales necesitan hacer en un mundo real, ¿apoyamos una posición política o un principio? ¿Apoyamos un país o un principio? ¿Un principio de patriotismo o de nacionalismo triunfal? Si tal hacemos, ¿por qué hemos estado criticando el apoyo de los estadounidenses a la guerra de EEUU en Iraq? ¿Por qué rechazamos la economía del goteo que destroza vidas mientras esperamos el milagro del crecimiento sostenido? ¿Por qué criticamos a los israelíes cuando apoyan las políticas racistas de su estado?
Condenar la opresión a partir de principios significa condenar a cualquiera que la perpetre. De otra forma no podremos invocar principios. Porque entonces nos arriesgamos a reconstruir aquello que tantos de nosotros hemos condenado en voz alta y con toda razón. ¿Acaso no hemos acusado a la guerra de EEUU contra el terrorismo de ser arrogante e hipócrita en parte porque viola los mismos principios que pretende defender?
Claro que hay zonas grises, y precisamente por eso es por lo que es imaginable que se apoyara el respaldo a la resistencia por parte de Siria y a la vez se condenaran sus políticas internas previas a las protestas. No obstante, los últimos seis meses en Siria no pueden excusarse en función de las credenciales de la resistencia de Siria. Sin principios no puede haber Izquierda.
Parte II
Religión/moralidad, Siria/resistencia
Una conversación entre amigos… y no necesariamente para todos.
Hace exactamente tres meses critiqué a esa parte de la izquierda que continuaba apoyando la brutal represión de las protestas del régimen sirio basándose en las credenciales antiimperialistas y de resistencia de ese régimen, fueran o no exageradas. Desde entonces, el levantamiento (y los muertos, en su mayoría civiles) en Siria se ha extendido, han aumentado las deserciones del ejército y las presiones regionales e internacionales se han intensificado considerablemente. Algunos tomaron esos desarrollos -especialmente el repunte en la intervención/»implicación» regional e internacional- como una prueba de que, por un lado, Siria estaba siendo cínicamente atacada tanto por actores regionales tanto árabes como turcos y, por otro, por las potencias occidentales. Interesa señalar que las autoridades israelíes se muestran, como mucho, divididas -por lo general, cautas- acerca de las perspectivas de «salida» del régimen sirio.
Es verdad que el entorno regional e internacional que está apretando el lazo sobre Siria está lejos de interesarse sinceramente por el pueblo sirio o la democracia. Los antecedentes del apoyo de EEUU durante décadas a todas las dictaduras árabes que se han puesto ahora a la cabeza de las acusaciones y sanciones contra Siria lo dice todo. He sostenido con firmeza que esos actores (i.e., EEUU y casi todos los regímenes árabes) están invalidados para intervenir en nombre de la democracia en cualquier lugar de la región. Me he opuesto también con determinación a una intervención internacional casi a cualquier coste, considerando el caos que tal intervención crearía, que podría hacer que incluso lo de Libia pareciera un picnic. Al mismo tiempo, aunque aquellos de nosotros que vivimos fuera de Siria nos permitiéramos el lujo de pontificar sobre ideales y amplias estructuras de dominación (aunque estemos en lo «correcto»), quizá no tengamos derecho a decir a quienes cada día se arriesgan a que les maten cómo tienen que responder y cuáles tienen que ser sus deseos (aunque nos parezca que tienen «poca visión de futuro» o que son «ingenuos»).
A pesar de todo el conjunto de motivos conflictivos y actores reaccionarios que se han acumulado contra el régimen sirio, sigue siendo injustificable desde el punto de vista de la izquierda con principios (o desde cualquier otro) ignorar las verdaderas razones estructurales de opresión y exclusión que han inflamado el levantamiento sirio. Esto es así incluso a la hora de proteger a Siria (¿la «Siria» de quién?) de una «conspiración internacional» o de un intento de socavar el eje de resistencia que Siria representa o apoya. ¿Qué hay de malo en condenar a ambas partes (i.e., a la mayoría de los actores externos implicados así como al régimen sirio) dejando que la cada vez más organizada, expansiva y militante oposición haga lo que estime conveniente?
En el escrito anterior, sostuve que la recalcitrante posición izquierdista pro statu quo no puede defenderse en base a principios, especialmente cuando el régimen sirio está violando notoriamente los mismos principios en los que se basan tanto el antiimperialismo como la resistencia ante diversas formas de opresión estructural (por ejemplo, ocupación, apartheid, limpieza étnica, etc.). En esa posición, decidimos acudir a la base político-ideológica para apoyar el statu quo en Siria: es decir, a pesar del acuerdo existente acerca de la violación siria a nivel interno de tales principios, en una visión más amplia -tanto en términos de tiempo como de espacio-, la eliminación del régimen sirio supone una considerable derrota de la «resistencia» y un triunfo de las fuerzas de la reacción, tanto regional como internacionalmente, a saber, de Israel, EEUU y las dictaduras conservadoras árabes.
Hay varias razones para rechazar esas afirmaciones y, precisamente, por el bien de lo que aquí está en juego: una resistencia duradera y exitosa. Discutiré brevemente estas razones en este escrito. Esta discusión puede parecerles insignificante o engañosa a algunos/los de fuera. Sin embargo, es, de hecho, una de las bases más importantes de la contienda política tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz en esa zona del mundo árabe. Esto continuará siendo así mientras la beligerancia y la expansión estilo apartheid de Israel siga contando con los apoyos de EEUU y hasta que los recursos naturales y el alcance estratégico geoestratégico de la región sigan atrayendo la ambición imperial, las ocupaciones y las guerras. Quizá, después de todo, no era necesario hacer un descargo de responsabilidad.
Las razones siguientes proceden del rechazo a una intervención internacional como posible solución en Siria, que, al seguir aumentando los muertos, está convirtiéndose en una posición cada vez más impopular dentro de la misma Siria.
En primer lugar, no hay una conspiración: es una continuación de un conflicto explícito basado en objetivos mantenidos durante décadas, la mayoría ellos públicamente. Esto no significa que no sean válidas todas las preocupaciones del segmento mencionado de la izquierda. Seguramente, algunas lo son. Está claro que el debilitamiento de Siria no augura nada bueno para la forma actual de «resistencia» y/o para Hizbollah, por ejemplo. Después de todo, no es por nada que Hizbollah le dio tontamente carta blanca a la Siria de Asad en su brutal respuesta ante las protestas, a sabiendas de que esta posición dañaría la propia credibilidad de Hizbollah, así como su duramente ganada instancia moral superior frente a izquierdistas y no izquierdistas con principios en el campo de la resistencia (ag aggg). Pero mientras que oponerse a este esfuerzo explícito para debilitar esa «resistencia» puede ser legítimo, oponerse a ella desde la perspectiva del régimen sirio ya no es sostenible ni fructífero. Véase más adelante.
En segundo lugar, si la razón de ser del régimen fuera la de la «resistencia», habría sido razonable y habría merecido la pena considerar el hecho de trabajar duro para encontrar una solución y una salida a este dilema. Pero si este fuera el caso -es decir, si la existencia del régimen sirio hubiera estado vinculada a su función de resistencia-, entonces su curso natural de acción hubiera sido hacer cuanto antes un llamamiento a una tregua, comprometerse a compartir el poder con la extendida militancia del pueblo sirio y prepararse para dirigirse al mundo árabe a través de una campaña valiente y polifacética, públicamente apoyada, para resistir activamente y hacer retroceder la beligerancia de Israel y sus patronos internacionales. Casi todas las almas árabes (y muchas no-árabes), desde Yemen a Mauritania, le habrían venerado y habrían empezado finalmente a exigir el derribo al por mayor de las otras dictaduras corruptas. Pero, lo siento, ¡ni por asomo! Arrójenos un hueso de «resistencia» en todo esto, Sr. Asad, para que podamos decir… algo.
Además, la pérdida casi completa de legitimidad del régimen sirio tras el baño de sangre que ha engendrado y supervisado lo incapacita para presionar, por ejemplo, a favor de la protección de los derechos de los palestinos en contra, por ejemplo, de la brutal ocupación del ejército israelí. Si este régimen sirio sobrevive, su continuada «resistencia» quedará desnuda hasta convertirse en una mera «estrategia de supervivencia del régimen», una forma de «resistencia» carente de contenido moral. Fracasará y en forma tal que puede que permita que Israel desempolve un tanto su cada vez más deteriorada imagen en un mundo que ha necesitado demasiado tiempo para ver el racismo estructural existente tras la fachada democrática de Israel (i.e., democracia solo para su población judía). Por tanto, aunque el «triunfo» de indeseables actores externos puede en efecto señalar el triunfo de las fuerzas reaccionarias, uno se pregunta cómo se denominaría el «triunfo» del régimen sirio después de que entierre y diezme a miles de sirios. ¿Un triunfo del… pueblo? ¿Qué significaría exactamente eso para el pueblo en cuyo nombre luchó esa izquierda (i.e., partidarios y defensores del pueblo)? ¿Se puede aceptar la destrucción de miles de vidas del propio pueblo de uno en aras a restregarle la nariz por el barro a los de fuera? ¿Quién quedará para luchar? ¿Quedará algo por lo que luchar? ¿Dónde está la izquierda en todo esto?
Precisamente, ¿dónde está la izquierda en todo esto? El régimen sirio dio un giro casi completo en U desde 1963 a 2011 en términos de cambiar sus alianzas y lealtades de cosas, políticas y fuerzas sociales que eran de izquierdas de principio a fin. El régimen ha enriquecido al sector empresarial y ha permitido que, desde finales de los ochenta, las formulas neoliberales hayan entrado progresivamente por la puerta de atrás. Ha reducido o destruido varias redes de seguridad social y permitido que se pudra la situación en el campo dedicándose en cambio a apuntalar a una nueva burguesía urbana y los centros urbanos en general, los mismos contra los que se levantó un izquierdista Partido Baaz en los años cincuenta y sesenta (he discutido sobre esta cuestión de forma más elocuente en otra parte). ¿Qué fuerzas y procesos progresistas en la izquierda siguen aún luchando por el statu quo dentro de Siria? En su mayoría, esa parte de la izquierda ha dejado de ser de hecho de izquierdas hace algún tiempo, uniéndose a las fuerzas reaccionarias del ultranacionalismo (no es que el nacionalismo normal sea progresista). Incluso entonces, cualquier credencial nacionalista/de resistencia que hubiera apuntalado al régimen sirio hasta principios de 2011, permitiendo que la izquierda disculpara la represión interna allí, quedó hecha añicos cuando el régimen empezó a matar a su propio pueblo. Por tanto, ¿qué es lo que vamos a intentar rescatar en este momento en los meses de noviembre y diciembre de 2011? ¿Un régimen sirio que se levante de las cenizas de sus ciudadanos para apoyar los derechos de los ciudadanos que queden -mientras se arriesga a sacrificar su propio poder- para combatir a Israel? ¿Por qué estamos asumiendo que la desaparición del régimen sirio es lo mismo que la desaparición de la resistencia? De repente, la izquierda laica va y se enamora de lo sagrado: «Sin régimen sirio no hay oposición». Esto me trae a la mente la misma falta de imaginación y valor que aflige a algunos en la comunidad de los «creyentes». Estas no son buenas noticias, no lo son para la izquierda progresista (sí, parece que los calificadores son apropiados).
Casi todo esto para decir que si resulta que aún creemos que el régimen sirio es la fuente de la resistencia, estamos profundamente equivocados. Siria no era la única (ni necesariamente la mejor) fuente de resistencia, al igual que la religión no es la única (ni necesariamente la mejor) fuente de moralidad. De hecho, en la actualidad, al régimen sirio ya no se le identifica como resistente excepto ante la voluntad de la mayoría de su pueblo. Es hora ya de ver más allá de los confines de la realidad estructural que regímenes decrépitos han tejido alrededor de nuestras vidas e intelectos, de tal manera que no solo han arrestado nuestras almas, sino algo peor, sofocado nuestra imaginación. Hay «resistencia» fuera del actual régimen sirio, al igual que hay moralidad fuera de la religión, y probablemente para bien en ambos casos. Al menos, para la izquierda.
Finalmente, las voces libres y sin trabas de las masas árabes son fuente de resistencia (sin comillas) tanto ante la represión interna como antes los planes y dominación externos. A juzgar por el valor de los cuerpos desnudos de los manifestantes contra los rifles y el metal, ¿quién necesita algo más para hacer que tiemblen opresores y ocupantes? Uno debe ser capaz de imaginar de nuevo. Uno debe ser capaz de reconocer que los cambios que están teniendo lugar en el mundo árabe no son simplemente el fin de una era de dictaduras, sino también el principio, aunque prolongado, del deseo total y sin restricciones de la libre expresión de una voluntad política que siempre ha estado ahí con ánimo de resistir y construir. Esa voluntad política ha incluido siempre tanta vehemencia anticolonial y antiimperialista como cualquier eje actual de resistencia, excepto que esa voluntad ha sido aplastada y se han apropiado de ella regímenes decrépitos, el más vociferante de los cuales (i.e., Siria) es sobre todo vociferante, independientemente de que su existencia permita la resistencia. Pero, por ejemplo, una cosa es resistir el expansionismo de Israel aceptando actores no estatales, y otra muy diferente ser la punta de lanza de la resistencia armada junto a la voluntad de un pueblo, a nivel interno y regional, en una marcha inexorable y con principios hacia el inevitable fin de la opresión estructural y el racismo. Esta oportunidad la tenemos ante nosotros, aunque estemos en los últimos coletazos de sus caóticos principios. La matizada conciencia de la hegemonía internacional no debería esperar demasiado de un pueblo machacado antes de que pase un tiempo. Antes de que desaparezca el yugo de la opresión que destrozó la dignidad de un pueblo -por no mencionar a casi todas y cada una de las personas-, no deberíamos esperar que den prioridad a nuestros deseos «político-intelectuales». Las almas más nobles acogerán la resistencia a la opresión. Todo a su tiempo. Mientras tanto, podemos ir haciendo muchas cosas.
Parte III
Hizbollah: Desarrollo y economía política del dolor
La enormidad de la tragedia que se desarrolla en Siria empequeñece el contenido del análisis que esbozo a continuación. He estado esperando el momento adecuado para completar esta serie, pero las cosas han empeorado a tal nivel que en estos momentos estamos abocados al abismo. Pero este no es un artículo acerca de cuanto acontece hoy en Siria; trata más bien de algunas de las batallas del discurso entre sectores de la «Izquierda» sobre la cuestión del levantamiento sirio y sus implicaciones. Me gustaría presentar mis disculpas por adelantado por lo que algunos lectores podrían considerar una serie de fríos cálculos. En escritos previos he intentado dejar clara mi posición ante la brutalidad del régimen sirio, tanto la que está ejerciendo ahora como en etapas anteriores, los sentimientos aparecidos tras el levantamiento y, posteriormente, ante algunos de sus tan problemáticos giros, así como mi oposición a una intervención militar extranjera. No me adentraré ahora en esas materias. Tampoco mencionaré nombres (lo cual, sin duda, irá en detrimento de la credibilidad de este escrito, aunque no de su tenor).
En las primeras dos partes de esta serie, me dediqué a la cuestión de los principios y la resistencia en el combate frente al imperialismo. En esta tercera parte quiero centrarme en la economía política del dolor respecto a dos cuestiones concretas: Hizbollah y el «desarrollo». En resumen, ¿dónde se sitúa, o debería situarse, la izquierda político-económica en relación con la posición de Hizbollah respecto al levantamiento sirio como en la cuestión del desarrollo político-económico en Siria?
Una vía para discutir estas cuestiones sería a través del prisma de las preocupaciones de la izquierda, incluyendo la justicia social, el imperialismo y el empoderamiento social. Sin embargo, los debates y discusiones diarios -ya sean en nuestras salas de estar y comunidades o en el disco duro electrónico y en la prensa audiovisual- sugieren que están profundizándose las divisiones entre quienes se consideran a sí mismos en la izquierda. Estas divisiones son sólidas y a menudo las convicciones se deslizan desde el izquierdismo al nacionalismo e incluso a lo comunitario. En otros momentos, la cuestión se centra más en aquellos cuyo dolor está a la vista, excluyendo a menudo el dolor de otros a través del tiempo y el espacio.
En última instancia, en medio de la constelación de la niebla de la guerra, la ideología y las complejas relaciones regionales e internacionales, está faltando una valoración integral del dolor sufrido a través del tiempo y el espacio. A menudo, la enormidad de la sangre que aquí y ahora está derramándose parece enjugarse cuando se hace una valoración histórica más amplia del dolor sufrido. Pero la historia tiene su propia manera de juzgar y en gran medida tiene que ver con relatos más prolijos. Es sobre esta base que escribo este artículo.
Antes de comenzar, un breve comentario acerca de la forma en que la palabra «dolor» se utiliza en este artículo. El «dolor» no es una parte esencial del discurso de la izquierda pero la forma en la que el debate se establece a menudo hace referencia al dolor como lenguaje/moneda común. Por ejemplo, el dolor estructural de los trabajadores explotados o los pueblos ocupados en el tiempo; el dolor de las familias en duelo; el dolor resultante de la muerte y la destrucción, etc. Poco importa si estos términos son o no aceptables. Porque han devenido una realidad destacada y cuestión dominante en muchos debates.
No todos los valores de la izquierda son iguales
Después de al menos 13.000 muertos (algunos dicen que muchos más) en Siria, esta discusión pudiera parecer académica o una especie de pontificado, pero no lo es. En más de una ocasión, para entender las contradicciones entre izquierdistas (presuntos o putativos), o la priorización de valores/principios entre ellos, hay que considerar que la discusión tiene implicaciones reales para las consiguientes alianzas, posiciones políticas, interconexiones y establecimiento de agendas, tanto ahora como en el futuro. Además, esas implicaciones no se limitan a la situación siria. También se aplican a los cambiantes significados de términos como «izquierda», «liberal», «nacionalista» e «imperialista» en referencia a nuevos movimientos, alianzas poco probables y modos cambiantes de oposición y resistencia, a nivel local, regional y global.
En la actualidad, muchos proclaman que son izquierdistas de clase. Afirman estar a favor de la justicia social y contra el dominio imperial (o la hegemonía de estructuras económicas y políticas globales), etc. Pero un examen más cuidadoso deja claro que ser «de izquierdas» se ha convertido también en una moda para: a) la burguesía o clases superiores con sensibilidad social (que apelan a conceptos amorfos de justicia social que se basan en motivos esencialmente liberales), así como para: b) los ultranacionalistas (que hablan y dan prioridad al lenguaje del antiimperialismo desde un nacionalismo acrítico, como algo opuesto a una perspectiva político-económica o de clase en relación con el capital y las diversas formas de explotación).
Si consideramos la izquierda como un todo, eso acaba en realidad por importar muy poco. El enfoque de «todo es izquierda y todo el mundo es izquierdista» caracteriza en parte lo que ha venido sucediéndole a la izquierda en un mundo post-industrializado, y lo que explica, en parte, la decadencia de la izquierda en las últimas décadas. Es decir, quiénes somos, en qué creemos y qué es lo que define nuestra lucha (i.e., los contornos de la militancia, los principios y la acción) son preguntas a las que los supuestos partidarios de los principios de izquierdas pueden dar respuestas radicalmente diferentes. Pero, por resumir una historia (disertación) que sería muy larga, la «izquierda» no es un todo y deben hacerse distinciones entre los valores de la «izquierda» para evitar aplanar esta categoría. Por una parte, es importante priorizar los principios, luchas y acción «de izquierdas». Por otra, esta priorización no puede tener lugar en un vacío discursivo o contextual. Debe basarse en la práctica para evitar dogmatismos ingenuos, hipócritas y/o opresivos. Por ejemplo, el triunfo de las clases trabajadoras (no contengan la respiración) no da carta blanca al ostensible liderazgo de este nuevo colectivo sin clases, ni es el fin de la «política» o los «privilegios». En términos más prácticos, dar prioridad al culpable mayor es el enfoque sensato, pero no en todos los casos y no sin cuidar los detalles.
No estoy en condiciones -ni tengo espacio- a estas alturas para desentrañar todas las facetas de estas afirmaciones. De por sí, este artículo va camino ya de ser muy largo. Las desentrañaré, no obstante, en un futuro estudio más amplio. Sin embargo, al abordar la «priorización», me gustaría hacer hincapié en las cuestiones de los modos de explotación en referencia a tres tipos de tensiones: 1) los derechos (lo individual frente a lo colectivo); 2) el escenario (local, regional y global); y 3) las esferas (política, social, económica y cultural). Aunque todos estos niveles de análisis son importantes y verdaderamente la mayoría de ellos son fundamentales para la mayor parte de los seres humanos, el orden de importancia difiere. Y eso, en cierta medida, diferencia suficientemente la política de uno para merecer recibir o adoptar la etiqueta de «izquierdista» o de lo contrario.
Para ilustrar esto -aunque de forma algo tosca dentro del limitado espacio que se me ofrece aquí-, gran parte de los que se sitúan en la izquierda dan prioridad a la economía sobre la política como fuente principal de explotación. Sin embargo, difieren respecto al alcance en el cual la política y la estrategia tienen importancia respecto a la cuestión misma de la explotación económica; i.e., acerca de la utilidad de la política/estrategia a la hora de reducir la explotación. En segundo lugar, la mayoría de los izquierdistas (y uno tiene que ser muy cuidadoso aquí) dan prioridad a los derechos colectivos sobre los individuales como primer principio. Sin embargo, difieren en el alcance en el que se define y se delimita lo «colectivo»: ¿se refieren a toda la humanidad, a un país, a un grupo o a una región? En tercer lugar, la mayoría de los izquierdistas dan prioridad a los niveles sistémicos, y habitualmente globales, de análisis sobre los locales como principal punto de partida del análisis y, por tanto, del diagnóstico, así como de la potencial acción. Esto se debe a que se considera normalmente que las dinámicas locales dependen de las estructuras globales. Aunque muchos izquierdistas difieren en la cuestión de exactamente cuándo y cómo lo local se merece un tratamiento independiente/inmediato. Finalmente, al menos por ahora, la mayoría de los izquierdistas no separan las formas locales de explotación de las globales, y tienden a priorizar sus posiciones políticas basándose en la necesidad de enfrentarse al culpable más grande y sistemático. Sin embargo, difieren en la cuestión del umbral del dolor, donde la explotación/opresión local podría temporalmente superar la global. Esto quedó demostrado de forma desordenada en las dos situaciones de guerra de EEUU: contra Iraq en 2003 (a la que casi todos los izquierdistas se opusieron) y el momento Libia/Bengasi (cuando se produjo una especie de debate sobre la posición a adoptar frente a la intervención exterior).
El caso sirio: Posición de la izquierda sobre Hizbollah y el desarrollo
Gracias al levantamiento sirio, uno se ve obligado a bajar ahora de las nubes del pontificado liberal al terreno real y concreto del tratamiento de un caso de estudio. Más de un año después del levantamiento, ¿cuál es la posición de la izquierda? ¿Dónde se sitúa y por qué? He declarado inequívocamente mi posición en varias ocasiones tanto aquí en Jadaliyya como en otros sitios, que se concreta fundamentalmente en mi doble oposición tanto al régimen sirio como a una intervención internacional (véase «Guía del idiota para luchar contra la dictadura siria y a la vez oponerse a la intervención militar«). De forma tanto lógica como política, y a pesar del horrendo dolor que se está sufriendo en Siria, esta posición implica que doy prioridad a la oposición a la intervención internacional. Sin embargo, esta posición no absuelve al régimen sirio de la condena a partir de los mismos principios antiimperialistas. Articulé esta posición de forma maximalista en la primera parte de esta serie considerando la brutalidad del régimen sirio, tanto ahora como durante las pasadas décadas. Además, el papel facilitador del régimen sirio en relación con la resistencia ante el imperialismo no puede considerarse como la única fuente de tal resistencia, especialmente en las circunstancias actuales. En esta tercera y última parte, abordaré las cuestiones más concretas de la posición de la izquierda respecto a Hizbollah y el desarrollo político-económico en relación al caso sirio.
Hizbollah, el imperialismo y la economía política del dolor
La cuestión gira en torno a cómo interpretar o juzgar desde la Izquierda la posición solidaria de Hizbollah con el régimen sirio (aunque este apoyo haya decaído algo últimamente). Aquellos que desde la izquierda dan prioridad a la resistencia ante el imperialismo y las políticas de Israel, ¿deberían abandonar su apoyo a la función de resistencia de Hizbollah debido a su posición respecto al régimen sirio? Debería dejar claro que aquí estamos hablando siempre de la función de resistencia de Hizbollah, no de sus posiciones económicas o sociales dentro del Líbano, que son, patentemente, no revolucionarias, por decirlo de forma suave.
Para muchos, la respuesta es una obviedad, especialmente entre quienes vieron en la posición de Hizbollah una profunda traición a sus propios valores frente a la opresión y explotación, y también entre los anteriores defensores de la función de resistencia de Hizbollah, que se sintieron literalmente asqueados ante su posición actual.
Como el pasado año estuve un tiempo en Beirut (todo un mundo en sí mismo) y en otras partes del mundo árabe, fui testigo de la asombrosa cacofonía de puntos de vista procedentes de los mismos círculos izquierdistas. Algunos partidarios de Hizbollah en la izquierda les han abandonado en estos momentos o no se sienten comprometidos con ellos, mientras que otros no han cambiado de opinión o han intensificado su apoyo casi incondicionalmente. Y, sin lugar a dudas, hay otras variantes.
Quienes priorizaban el aquí y ahora -especialmente en relación a Siria- han retirado su apoyo a Hizbollah. Para ellos, Hizbollah ha caído en desgracia para siempre. Y aquellos que priorizaban una visión más amplia en relación con toda la región y sus relaciones exteriores, a pesar del dolor que abruma Siria, han intensificado su postura. Para ellos, la función de resistencia de Hizbollah no debe nunca rebajarse.
Estas son esencialmente unas posiciones a priori no basadas en principios. Uno puede imaginar un escenario donde abandonar el apoyo a Hizbolá no significa necesariamente una traición al antiimperialismo. De forma similar, uno puede imaginar más fácilmente un escenario en el que el apoyo a la función de resistencia de Hizbolá no implica necesariamente desentenderse de la difícil situación en que se encuentran los sirios.
El problema es en parte empírico y contingente respecto a la conducta. Es una especie de cuestión de estilo ¿a qué das prioridad a Dios o al bien? Está claro que un enfoque no dogmático debería privilegiar el bien, no a Dios. Pero la dificultad surge en el mundo real cuando el hecho de dar prioridad al bien no te protege físicamente contra tus enemigos reales, a los que tú les preocupas una higa. (Si esto parece confuso, probablemente debido a mi articulación y/o limitación del espacio, ignórenlo por ahora y vuelvan luego).
No solo no hay una respuesta sencilla, sino que realmente no hay una forma sencilla de enfocar la cuestión. Todas las partes implicadas entran en controversia cuando se trata de la cuestión Hizbollah-Siria. Peor aún, para algunos en la izquierda, el dolor que está a la vista no es el mismo dolor que otros en la izquierda observan (ya sea político, social, económico o físico, al igual que sucede con la cifra de muertos, heridos, encarcelados o torturados). E incluso cuando es similar, entra en juego la cuestión de la medida: si estamos de acuerdo en considerar el dolor en todas partes, ¿cómo medimos qué dolor es el que debería definir nuestra posición ahora?
Métrica para el criterio: Cuestionando la simplicidad preponderante
Al abordar la cuestión siria durante los últimos quince meses, bien fuera a través de discusiones, debates, propuestas o análisis expuestos en Jadaliyya, o en las docenas de conferencias sobre Siria a las que he asistido en EEUU, Europa, Asia Oriente y Oriente Medio, o -más destacadamente- a través de la densa red de relaciones personales y familiares, no hay duda de lo intensamente que todo el mundo siente (y analiza) respecto a la naturaleza y el grado de dolor en el que pone el acento. Me estoy refiriendo aquí a las diferencias entre gentes e instituciones que se han opuesto siempre a la política de EEUU en la región y a la de sus aliados (desde las dictaduras árabes en general, y los Estados del CCG en particular, al Estado de apartheid de Israel).
Por encima y más allá del vitriolo de las voces neoconservadoras en EEUU, así como de los furibundos nacionalistas de la región (que a menudo se esconden tras un lenguaje izquierdista), es más que evidente que el levantamiento sirio se ha convertido en algo parecido a una crisis de identidad de la izquierda, lo que requiere que cualquiera que esté interesado en dar sentido a la izquierda trate de hacer una rápida evaluación de la métrica que su criterio está utilizando, a no ser que uno piense que su izquierda es todo lo que existe. Admito que la palabra izquierdista se utiliza aquí en sentido aproximado cuando se refiere a izquierdistas que se identifican como tales. Seguramente, la valoración que expongo a continuación es la mía propia y será por tanto bienvenido el debate.
En cuanto a la métrica, deberíamos mirar qué es lo que exactamente estamos intentando medir. La lista y las preguntas de abajo van lógicamente con segundas aunque no son necesariamente exhaustivas. En primer lugar, la cuestión de los horizontes en el tiempo y en el espacio varía cuando se trata de estudiar la economía política del dolor y la cuestión de Hizbollah en general.
¿Cuáles son los límites de la zona de batalla respecto al dolor en lo que se refiere al imperialismo y a la opresión? ¿Es local (i.e., Siria)? ¿Es regional (i.e., la política reaccionaria saudí y qatarí? ¿Tiene que ver con el expansionismo de Israel? ¿Qué hay de la hegemonía o -últimamente- dominio estadounidense? ¿Es global y político-económico? ¿Fueron la invasión de Iraq por EEUU en 2003 y la «intervención» de la OTAN en Libia en 2011 asuntos locales, regionales o globales?
¿Cuál es el plazo y la naturaleza del dolor? ¿Cuántos han muerto asesinados en Siria desde marzo de 2011 (la mayoría a manos del gobierno)? ¿A cuántos mató el régimen sirio en Hama en 1982? ¿A cuántos han matado los «revolucionarios»? ¿A cuántos mató EEUU en el vecino Iraq en 1991 y entre 2003 y 2011? ¿Cuál es el alcance real de la devastación estructural desencadenada por EEUU sobre Iraq durante los años de las sanciones después de 1991 y hasta la víspera de la invasión de Iraq en 2003? ¿A cuántos árabes ha asesinado y desposeído Israel desde 1948? ¿Cuál es el coste estructural y humano del apoyo de EEUU a más de una docena de dictaduras árabes (y a la iraní, con anterioridad a 1979? ¿Durante las pasadas seis décadas al menos? ¿Cuál es el coste estructural y humano de la ocupación y políticas de apartheid de Israel durante las últimas seis décadas? Las actuales matanzas, con todo lo deplorables que son, no se producen en el vacío. Además, aunque se condenen los muertos de todas las partes, hay una razón por la que ciertos procedimientos utilizados para detener las matanzas (por ejemplo, una intervención militar exterior) podrían no ser rentables y podrían, como hemos visto en Libia, multiplicar las muertes por diez o por veinte.
Lo contrario del análisis es la reacción instintiva. Visceralmente hablando, ¿por qué a la madre de un hijo sirio asesinado por las fuerzas del régimen sirio debería importarle algo una economía política del dolor? Lo mismo podría aplicarse a una madre, padre, hijo, hija, hermano, hermana, amigo o camarada iraquí, libanés o palestino en relación con todo lo anterior. Lo más probable es que no les importe, pero los observadores y profesionales en el mundo real no pueden permitirse el mismo lujo de centrarse exclusivamente en el dolor de algunos. Para ilustrar este punto con crudeza, ¿cómo se supone que tenemos que reaccionar ante el dolor de la madre de un oficial nazi al que se mató en una batalla agresivamente brutal para apropiarse de Europa y aniquilar a todo un pueblo? ¿Hasta qué punto podemos dar prioridad al dolor individual? Y, ¿cuál es la alternativa?
Por tanto, no se puede prescindir de una perspectiva global de estructuras, de los efectos acumulativos y a menudo invisibles de décadas de un fenómeno/trayectoria particular, a menos que seamos unos ingenuos o racistas/excluyentes.
Cómo explicarían a alguien que pregunta: «¿Por qué te opones a los esfuerzos de EEUU o la OTAN para crear un corredor humanitario en Siria?» ¿Por dónde empiezas, con una discusión de intenciones, con la historia o con los antecedentes?
Métrica para bobos: Uno tiene que buscar el monstruo mayor al considerar la economía política del dolor, el que causa más estragos en las colectividades en el tiempo y en el espacio. El segundo paso es no absolver nunca a los monstruos pequeños. Todo es horrible, pero no es igual de devastador.
Hizbollah y Siria
En el proceso, incluso aunque asumamos un conocimiento y acceso total, cabe hacer cálculos y preguntas diferenciados para determinar la posición de cada uno. En este caso, consideremos la actitud acerca de la posición de Hizbollah respecto al régimen sirio. Quizá fuera justo prescindir de quienes no consideran en absoluto el dolor de los otros, pero no es fácil rechazar a quienes sí lo tienen en cuenta, aunque presenten diferentes respuestas. Por tanto, debemos priorizar, hacer distinciones y, en ocasiones, debemos ser capaces de ir más allá de «lo que es Izquierda» comprendiendo la relación y los potenciales compromisos entre nuestra humanidad y nuestra política.
Resumiendo, depende de a qué dolor o lucha dé uno prioridad y cómo se miden ambos dentro de los círculos izquierdistas.
Los izquierdistas partidarios de Hizbollah se refieren a una visión global en el tiempo y en el espacio y al papel de Hizbollah en ellos -es decir, a su resistencia antiimperialista-, pero normalmente no a mucho más. Podría decirse que la función de resistencia de Hizbollah respecto a Israel ha sido la única en seis décadas que hasta el momento ha implicado una defensa formidable, una defensa que zarandeó la supuesta aura «invencible» de la maquinaria del ejército israelí. Esto lo admiten, desde luego, hasta los generales israelíes, entre otros detractores de Hizbollah. Se podría argumentar que la guerra de 2006 entre Israel y Hizbollah detuvo eficazmente la marea de la expansión israelí, al menos durante algún tiempo. El hecho de que todo haya estado tranquilo en el frente israelo-libanés desde 2006 no se debe a la irrelevancia de Hizbollah, como a algunos les gusta decir. Más bien es consecuencia, sobre todo, de la función de disuasión de Hizbollah. Sin necesidad de tener que inflar su papel, hay que destacar que los expertos y estudiosos de la política toman invariablemente esta fuerza en consideración cuando escriben sobre, o piden, un ataque contra Irán o Siria y, seguramente, también contra el Líbano. Los detractores de Hizbollah en la región, y especialmente en el Líbano, rebajan esas consideraciones cuando discuten, por ejemplo, la infame cuestión de las «armas de Hizbollah», ridiculizando de forma constante su función de resistencia en los últimos tiempos, refiriéndose a los acontecimientos de mayo de 2008 y a su actual posición respecto al régimen sirio. Independientemente de las ventajas de esta crítica (especialmente la posición del grupo sobre Siria), no es mutuamente excluyente respecto a la cuestión de la disuasión y la función actual de resistencia. En un mundo perfecto, la posición política no debería socavar el análisis.
Hay muchos que no están de acuerdo con la tesis de la disuasión, pero ahí es donde la cuestión de la métrica entra en escena: horizonte y ámbito, tiempo y espacio y lo local frente a las batallas regionales e internacionales. No hay realmente una respuesta clara en sentido general. Pero desde una perspectiva de la izquierda antiimperialista, es muy difícil prescindir del papel de Hizbollah tanto en el actual conflicto árabe-israelí como en la cuestión de la hegemonía estadounidense y sus alianzas conservadoras en la región. Sin duda, los aliados de Hizbollah no son aliados de primera en términos de las agendas político-económicas (o, en el caso de Irán, socialmente progresistas). Pero podría decirse que los poderes que se agolpan al otro lado, incluyendo a EEUU, Israel y regímenes árabes conservadores como Arabia Saudí, Qatar y sus colegas, han sido mucho más dañinos en las pasadas seis décadas. Los dirigentes en Siria e Irán pueden cambiar, pero el sistema global político-económico que el otro bando apoya está aquí para quedarse. Esto es lo que no debería perderse de vista en la izquierda, que no debería considerarlo como un simple detalle más.
Y lo más importante, de esta formulación y priorización de culpables no debería librarse la brutalidad y el neoliberalismo del régimen sirio (en la actualidad y al menos durante las últimas dos décadas). Y tampoco debería considerarse Hizbollah, por el bien de la resistencia, como una entidad infalible o sagrada tanto ahora como en el futuro. ¿Acaba con todo lo anterior el apoyo de Hizbollah al régimen sirio? Esa es la pregunta para los partidarios de izquierdas de Hizbollah que se sintieron defraudados por la posición de esta organización hacia Siria.
Para la izquierda, más allá de reacciones emocionales y/o exabruptos, es prudente empezar rechazando la tesis de que el régimen sirio y Hizbollah son lo mismo (i.e., que son igualmente responsables de las atrocidades cometidas por el régimen). El apoyo de Hizbollah al régimen sirio desde el principio -cuando el levantamiento era claramente local y abrumadoramente autóctono- fue algo deplorable partiendo de la base de los mismos rotundos principios que hicieron que Hizbollah se alzara frente a la explotación y la agresión. Sin embargo, este apoyo estaba, de forma clara, políticamente motivado. Esto no absuelve a Hizbollah. Sin embargo, la complicidad del factor/tesis no se basa en la intención o deseo de Hizbollah, sino más bien en la lealtad/conveniencia política, y algunos dicen que en la necesidad: desde la perspectiva de Hizbollah (al menos de la de su liderazgo), apoyaron al régimen sirio porque tenían que hacerlo, tanto política como militarmente, y por muchas razones, no siendo la de menor importancia el papel instrumental que el régimen sirio jugó en la capacidad de Hizbollah para combatir y detener (cuando no derrotar) a Israel en la última guerra contra el Líbano/Hizbollah en el verano de 2006.
Esta cuestión del propósito e internalización de las acciones del régimen sirio por parte de los líderes de Hizbollah adquiere más importancia ahora debido a la baja intensidad con la que Hizbollah ha repetido su apoyo al régimen sirio. Además, a tal efecto, ha habido mucho cotorreo porque la deriva que el régimen sirio está tomando está perjudicando doblemente a Hizbollah: primero, porque apoyó a ese régimen arriesgando su credibilidad como movimiento de la «resistencia» (desde el comienzo del levantamiento); segundo, porque la agitación y matanzas en Siria se han desbordado hacia al Líbano, donde Hizbollah está literalmente en lo más alto y solo le puede tocar perder a causa de los trastornos que están experimentándose en el orden socio-político. Ni Hizbollah ni Irán pasan por alto esas observaciones.
Está por ver cuándo podría cambiar el discurso de Hizbollah hacia Siria, al menos explícitamente. El creciente número de horrendas masacres y el inminente y completo colapso del orden en Siria endurecerán algunas posiciones y diluirán otras. Uno tiene que contar también con la posibilidad de que Hizbollah pudiera hundirse (o «caer» activamente) en el conflicto por provocación. En ese punto, todas las apuestas deberían quedar fuera de la discusión anterior. Hay varios actores/fuerzas -locales, regionales e internacionales- a las que les encantaría difamar a Hizbollah e incendiar el frente libanés, o arrastrar a Hizbollah al torbellino sirio como fuerza combatiente con todas las de la ley. Si así sucediera, en ausencia de una implicación militar directa y determinante por parte de Occidente e Israel, la intervención activa de Hizbollah en Siria al lado del régimen sería fatal. Aunque en el caso de una intervención militar israelí y/o occidental en Siria, la implicación activa de Hizbollah en Siria contaría con los apoyos de gran parte de la región, al menos entre la izquierda.
En cualquier caso, en base a lo anterior, y sin necesidad de formular más críticas, no favorece a los intereses de quienes se sitúan en la izquierda equiparar a estas alturas a Hizbollah y su función de resistencia con el régimen sirio. Esta lógica variaría solo en función de un cambio de circunstancias, dependiendo de los mismos principios y cálculos expuestos aquí.
En última instancia, he tratado de exponer este punto por una cuestión de principios. Pero es también importante señalar el empeño de la alianza estadounidense-saudí, firmemente apoyada por Israel y Qatar, de machacar no solo a Hizbollah sino la noción de resistencia ante las mismas políticas imperiales y hegemónicas que han prevalecido en la región y devastado durante décadas a sus pueblos. Sin lugar a dudas, el autoritarismo sirio no solo estaba apoyado por el ala occidental de esa alianza, sino firmemente apoyado, si bien de forma intermitente, por el dinero del petróleo del Golfo Árabe desde la década de los setenta. Al final, la cuestión no es tanto la fuente de financiación y mucho más lo que se hace con gran parte de ese dinero. La mayoría de la financiación y asignación de recursos en Siria se gastó en reprimir a su propia sociedad o en saquearla, mientras que, de forma clara, gran parte de la financiación que Hizbollah recibió de Irán u otras partes -a pesar de la asignación menos disciplinada como función de su cambiante base de clase- se volcó en sus fuerzas de combate y en armas utilizadas mayoritariamente en combatir a Israel. Sin embargo, hay muchos intentando con todas sus fuerzas arrastrar a Hizbollah al torbellino libanés para cambiar la fórmula anterior.
Desarrollo, explotación y economía política del dolor
Durante los pasados dieciséis años, he estado investigando y enseñando economía política de Siria, centrándome en los cambios de alianzas del régimen en las últimas tres décadas, que pasó de las clases trabajadoras a establecer nuevos vínculos con las clases empresariales, así como en las implicaciones de esa actuación para la economía política siria. Ninguna otra contradicción supera la que ya existe entre los principios político-económicos profesados por el Estado y sus políticas actuales respecto a las materias que preocupan a la izquierda: justicia social, equidad, clases, empoderamiento, explotación, mano de obra, campesinado, etc., especialmente a partir de 1986. Las políticas político-económicas del régimen en las dos últimas décadas fueron creando un nuevo nexo poderoso entre las elites políticas y económicas, privando de sus derechos de forma gradual a la base social que el régimen pretendía representar en la década de los sesenta y en gran parte de los setenta (mi narrativa analítica completa sobre la economía política siria puede encontrarse aquí ).
En los primeros años de la década de 1980, el sector público empezó a tambalearse de forma grave; tras la crisis del petróleo, en esa misma época, se redujeron las ayudas provenientes del «Golfo Árabe», incrementándose las presiones como consecuencia de las políticas económicas del régimen que iban marginando a amplios sectores de la pequeña burguesía siria (conectados con los ámbitos tradicionales del suq, de tendencia islamista). En respuesta a esas presiones, el régimen sirio empezó a marginar a las clases trabajadores poniendo en marcha una serie de estímulos extraoficiales e informales que iban dirigidos a selectos intereses empresariales. Esos cambios en la política se hicieron más intensos y formales y adquirieron impulso propio a lo largo de casi dos décadas, hasta llegar a 2005, año en el que el presidente Bashar al-Asad anunció el establecimiento de la «Economía Social de Mercado», una mezcla sospechosa de mercado y políticas económicas centradas en el Estado. Esta nueva fórmula reflejaba algo más que un cambio en una política económica que profundizaba la marginación económica de la mayor parte de los ciudadanos sirios. Y más importante aún para el tema que nos ocupa, también reflejaba un cambio con vencimiento en la estructura social de Siria y en la propia posición socioeconómica del régimen y, por tanto, en sus alianzas sociales naturales. La «Economía Social de Mercado» cimentó la unión entre las elites políticas y económicas en Siria y el que parecía ser el régimen más izquierdista de la región envió cualquier versión del socialismo -no importa cuán diluido estuviera- al basurero de la historia.
La trayectoria de las políticas esencialmente liberales del régimen sirio, aunque de forma más lenta y suave que el neoliberalismo egipcio, fue destruyendo gradualmente las redes de seguridad creadas en los sesenta y los setenta, comprometiendo de forma irreversible leyes y derechos, trasladando la asignación de recursos y toda la estructura de los incentivos al desarrollo (búsqueda de rentas) hacia los intereses empresariales. En términos sectoriales, las participaciones del comercio, los servicios y el turismo en la economía crecieron a expensas de la industria, la manufacturación y la agricultura, reduciendo enormemente el valor añadido que la economía necesitaba desesperadamente. Al mismo tiempo, no solo se incrementó sustancialmente la pobreza entre 1991 y 2005, también el desempleo y el tamaño del tan vulnerable sector informal. Pero fue aún peor, la demanda de mano de obra de escasa cualificación se incrementó a expensas de la demanda de mano de obra altamente cualificada como consecuencia del cambio sectorial y la asignación de recursos, privando a Siria de la clase de ingenio creativo y productivo tan necesario para cualquier reforma seria como resultado de la fuga de cerebros a dos niveles: del sector público al sector privado, y después, como consecuencia de las depauperadas condiciones de trabajo, del sector privado a cualquier lugar fuera de Siria.
El campo y las pequeñas ciudades se vieron también afectados, cuando no devastados, por el sistemático abandono de la agricultura y las infraestructuras, dando lugar a niveles muy altos de descontento social y migraciones a gran escala, los efectos de todo lo cual podemos ahora verlo en las pantallas de nuestros televisores y ordenadores. Podría decirse que el golpe final a cualquier semejanza de justicia social en Siria se produjo entre 2005 y 2010, cuando el gobierno fue reduciendo gradualmente o eliminando diversas subvenciones a los alimentos y al gas, dejando a la mayoría de los sirios con graves dificultades para llegar a fin de mes y sin tener dónde acudir para poder subsistir. Esta era en general la situación por toda Siria, con excepción de Damasco y Alepo, donde los ciudadanos se beneficiaban de la presencia del «Estado», así como por la proliferación de redes empresariales estatales y su corolario de inversiones comerciales de riesgo no productivas. Cabe destacar que esas dos ciudades contaron con grandes apoyos financieros y, desde el punto de vista inmobiliario y de la construcción, con la afluencia del capital(istas) de Iraq después de 2003.
En suma, las alianzas económicas del régimen con el capital y las consiguientes políticas económicas y de desarrollo acabaron tanto con la base de productiva de la economía siria como con cualquier apariencia de justicia social.
La tarjeta de la puntuación de la economía política del dolor del régimen sirio en relación con el desarrollo y explotación es pobre y, en algunas áreas, reprobable. Además, es un golpe importante a prácticamente todos los sentimientos de la izquierda, ya que pone de relieve cómo la elite política se puso inequívocamente al frente de la causa de los usurpadores contra un ejército creciente de destituidos y cada vez peor nutridos sectores sociales (olvídense de las estadísticas sobre pobreza y desempleo).
Las políticas de izquierdas brillan en Siria por su ausencia desde hace al menos dos décadas, y uno puede sostener que esto se ha producido a expensas de la creación de un frente sociopolítico más fuerte contra la expansión israelí, el dominio estadunidense y la complicidad conservadora del Golfo Árabe. Si el régimen se hubiera preocupado tan solo un poco más de la izquierda y/o de su propio pueblo antes de que la tierra empezara a moverse bajo sus pies…
Conclusión
Lamentablemente, no hay ninguna. La difícil situación de la izquierda en la región continúa, pero la izquierda está aquí para quedarse en la medida en que ciertos procesos y sistemas de explotación sigan existiendo. La tragedia del pueblo sirio es demasiado dolorosa, mientras que la brutalidad del régimen sirio se enmaraña en las contradicciones globales y regionales que hacen que la situación sea casi desesperada. Todo esto crea una situación en la que es imposible apoyar el mal menor en sí y por sí mismo. No importan los argumentos acerca de complicados complots externos, la responsabilidad fundamental de todo este caos lleva directamente al régimen sirio y, contrariamente a una visión bastante miope, la responsabilidad empezó al menos tres décadas antes que las protestas de Daraa de marzo de 2011.
El régimen sirio disponía de muchas posibilidades para construir un Estado mejor y unas mejores relaciones con la sociedad. Cualquier otra cosa que pudiera estar en juego (desde el deseo de resistir o apoyar la resistencia) no tuvo en cuenta ninguna de esas posibilidades debido al firme propósito de perpetuar sus propios intereses por encima de los de la resistencia, Palestina, el antiimperialismo y cualquier otro valor sobre la tierra. Cuando los intereses del régimen coincidían con los intereses populares a nivel local y regional (i.e., resistencia, etc.), éstos se promovían pero, principalmente, a través de apoderados (i.e., capacitando a la resistencia vía Hizbollah en vez de implicarse en ella directamente). Cuando esos intereses chocaban, se arrojaba el antiimperialismo por la ventana con tal de autopreservarse. Dicho esto, es completamente miope e infundado reducir a cero o a una mera fachada el papel antiimperialista de Siria. Sin el apoyo de Siria a los grupos que combatían diversas versiones del imperialismo y la dominación (por ejemplo, la expansión del Estado apartheid de Israel), el mapa político de la región sería muy diferente hoy. Las narrativas maximalistas a ambos extremos están casi siempre irreversiblemente desequilibradas.
Sin embargo, a estas alturas, el régimen sirio ha destruido su capacidad para contribuir a nada que no sea su propia supervivencia y de la más fea de las maneras. De ahí la importancia de separar la cuestión de la resistencia de la cuestión de la supervivencia del régimen sirio. Los izquierdistas pueden hacer esto ahora y preparar la próxima lucha, o pueden hacerlo después. El único factor que podría resucitar la suerte del régimen es la intervención militar directa de EEUU, la OTAN, Israel y sus compinches. En cuanto a Hizbollah, hay un factor que puede afectar a su posición real (no la que se percibe), y es que sea vea arrastrado a un feo enfrentamiento o guerra civil en el Líbano aunque fuera injustamente provocado por sus detractores, ese es el desafío de HIzbollah. En realidad, Hizbollah no ha perdido claramente esta lógica. El cambio en su discurso acerca de las horrendas matanzas en Siria y la marcada reducción en su apoyo «discursivo» al régimen no se debe a un capricho, teniendo en cuenta que todo lo demás sigue igual (por ejemplo, en ausencia de una intervención exterior directa). Un detallado examen de los discursos de Hasan Nasrallah en los últimos cuatro meses sería revelador, aunque tampoco debe exagerarse.
Sobre la cuestión del desarrollo y las preocupaciones de los izquierdistas, la tarjeta de puntuación del régimen sirio constituye una farsa monumental y muy antigua respecto a eso, si consideramos que empezó a abandonar a las clases trabajadoras a mediados de la década de los ochenta. El resto es una fea historia de una búsqueda rastrera de rentabilidades por parte de los funcionarios del régimen y sus compinches en los negocios «privados», ejecutando las partes más reprobables del capitalismo clientelista y el neoliberalismo bajo la firma y control solidario de un régimen autoritario. Las políticas económicas que fueron privando cada vez más a su pueblo de una serie de derechos en las últimos dos décadas son en gran medida lo que llevó el descontento a las calles en 2011, aunque ese descontento no se hubiera manifestado cuando comenzaron los levantamientos de Túnez y Egipto. Al aplastar gradualmente las oportunidades económicas de las masas, así como su dignidad, favoreciendo que los capitales se amasaran en los bolsillos de los intereses de las grandes empresas es un acto desgraciado para un régimen que hablaba un lenguaje antiimperialista. Esas fueron opciones gobernadas por la prioridad de autopreservarse sobre todo lo demás. Por consiguiente, este es el prisma a través del cual los izquierdistas deberían mirar el régimen sirio, antes y ahora.
De repente, al igual que algunos funcionarios y gentes estadounidenses que actuaron como si el terrorismo hubiera empezado el 11 de septiembre de 2001, algunos autoproclamados izquierdistas asumieron que marzo de 2011 fue el comienzo del problema en Siria, momento en el que empiezan a comparar la fealdad de «ambas partes» (el régimen y los «revolucionarios» al avivarse el levantamiento). Este enfoque «liberal» del análisis (i.e., fijémonos ahora en ambas partes e ignoremos la estructura, las relaciones de poder y la historia) es rechazado por algunas de las mismas fuerzas que lo suscribían en su momento. La conducta y políticas del régimen sirio crearon ambas la monstruosidad que observamos en todas las partes (con el régimen siendo el responsable, y de lejos, de la mayor porción) y la oportunidad para que actores, estados y diseños reaccionarios de fuera y dentro de Siria anularan la capacidad de este país para jugar algún papel productivo en la región en el futuro.
Uno podría decir, «¿adónde ir?» pero quienes se encuentran dentro de Siria no van a estar esperando que respondamos a esa pregunta. Son verdaderamente independientes de cualquier influencia exterior y verdaderamente heroicos. La cuestión es si todavía son tan relevantes como lo eran al principio del levantamiento. El debate en la izquierda proseguirá.
Mientras tanto, todos los ojos están puestos en momento álgido sirio, ya miren hacia un inesperado giro de los acontecimientos o hacia una guerra civil total tras el continuado colapso de lo poco que queda de orden y control estatal. La violencia y las confrontaciones diarias y sistemáticas han llegado a Damasco con toda su fuerza y no parece en modo alguno que vayan a retroceder.
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Bassam Haddad es Director del Programa de Estudios sobre Oriente Medio y profesor del Departamento de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad George Mason. Es también profesor visitante de la Universidad Georgetown. Es autor, entre otros libros, de «Business Networks in Syria: The Political Economy of Authoritarian Resilience» (Stanford University Press). Es co-fundador y editor de Jadaliyya; co-productor y director del film «About Bagdad»; ha dirigido recientemente una película sobre los emigrantes árabes/musulmanes en Europa titulada «The ‘other’ thread», etc.
Fuente Parte I:
http://www.jadaliyya.com/pages/index/2527/for-syria-what-is-left-(part-1)
Fuente Parte II:
http://www.jadaliyya.com/pages/index/3352/religion-morality-syria-resistance_for-syria-what-
Fuente Parte III:
http://www.jadaliyya.com/pages/index/5959/hizballah-development-and-the-political-economy-of