Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
La reciente declaración del ejército egipcio encargando al General Abdel Fattah al-Sisi que dé los pasos necesarios para presentar una candidatura presidencial confirma la extendida creencia de que el gobierno militar de facto en Egipto está ahí para quedarse. Para muchos, esta declaración refleja el éxito de los grandes esfuerzos durante meses de Sisi para allanar el camino a una victoria decisiva en una votación nacional aparentemente competitiva liquidando a sus oponentes e inclinando a su favor el terreno político. Sin embargo, el anuncio de los militares y la forma en que se presentó reflejan en gran medida las inseguridades que continúan persiguiendo a Sisi en su apuesta por el poder.
Si el propósito tras la cruzada del general por la presidencia es conseguir una fachada de legitimidad democrática para el estatus político y la posición dominante del ejército, entonces el anuncio de ayer apenas tiene sentido. A pesar de las cargas que Sisi ha asumido e impuesto a los militares al entrar en la carrera presidencial al iniciar su campaña con un mandato formal del ejército, el hecho demuestra y pone de manifiesto las mismas realidades que se supone que el general intenta ocultar. Concretamente, esta medida despeja las dudas en las mentes de los observadores de que los resultados políticos en Egipto vienen dictados por el ejército y no por un supuestamente impredecible proceso democrático de todos frente a todos receptivo a la voluntad del pueblo. Al no renunciar unilateralmente a su puesto y anunciar su candidatura presidencial desde una entidad institucional independiente, Sisi ha perdido una oportunidad perfecta para atenuar la proclama de que va a presentarse como el candidato del ejército. Al contrario, decidió presentar su candidatura como respuesta directa al llamamiento de sus propios colegas.
Es tentador achacar esos errores a simple incompetencia política. Pero es más sugestivo pensar que esta medida parece estar poniendo de relieve las inseguridades de Sisi acerca de los potenciales comentarios entre sus compañeros de filas de que está metiendo al ejército en arriesgadas aventuras políticas con el único objetivo de obtener beneficios personales. En tal contexto, el comunicado de ayer significa la publicitada aprobación que Sisi necesitaba de los oficiales para protegerse contra un posible contragolpe desde el interior del ejército. Además, al conseguir ese apoyo público, Sisi ha hecho en efecto que todo el ejército, como institución, sea cómplice de su personal apuesta por el poder. Esa medida hace que en el futuro a los oficiales les resulte complicado distanciarse de la candidatura de Sisi. Dificulta que se mantengan al margen esperando convenientemente para llegar a un pacto con el que gane, como habían hecho en las elecciones presidenciales de 2012 cuando el ex general de las fuerzas aéreas, el General Ahmed Shafiq, y Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes, compitieron en la segunda vuelta.
Los temores de Sisi no van muy descaminados. Después de todo, los oficiales dieron la espalda a uno de los suyos cuando la presión popular les obligó a derrocar a Hosni Mubarak y, finalmente, a llevarle a juicio. Parece ser que jugaron un papel al forzar al Ministro de Defensa, Mohamed Hussein Tantawi, y al Jefe del Estado Mayor, Sami Anan, a dejar sus puestos cuando quedó claro que las confrontaciones políticas de esos dirigentes con el Presidente Morsi iban a cobrarse un precio en los intereses de los militares. Al entrar en la batalla por la presidencia, Sisi parece darse cuenta de que es vulnerable a un destino similar, aunque las apuestas sean mucho más altas, teniendo en cuenta las atrocidades masivas que las fuerzas de seguridad han cometido bajo su liderazgo. De hecho, Sisi citó implícitamente sus temores de acabar vendido por su propia institución en una conversación filtrada el pasado otoño con Yaser Risk, del periódico Al-Masry Al-Youm. Cuando le preguntó si iba a considerar presentarse para presidente, Sisi sugirió que los intelectuales y escritores exigieran que la nueva constitución consagrase un artículo que le permitiera volver a su cargo como ministro de defensa si entraba en la carrera electoral y perdía. Estas son las palabras de un general que habla desde una posición de inseguridad y que es muy consciente del hecho de que puede verse aislado de sus compañeros y despojado de la capa institucional que actualmente le protege. Sisi reconoce las lecciones de los últimos tres años, en concreto que los intereses del ejército y los suyos propios no siempre se alinean, y que es probable que los oficiales tengan que enfrentar momentos en los que resulte tentador, cuando no imperativo, sacrificar a sus dirigentes.
Esto no implica que en el momento actual prevalezcan las divisiones entre los militares, sino que hay tensiones inherentes en la trayectoria política que Sisi ha elegido, y que aún está por ver cómo esas tensiones irán manifestándose en los próximos meses. Sacar completamente de la arena política al ejército de Egipto puede ser difícil y desestabilizador, pero también lo es profundizar y consolidar su participación en ella.
[El presente artículo ha aparecido conjuntamente publicado en Mada Masr y Jadaliyya]
Hesham Sallam está cursando el doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Georgetown (Washington DC). Es coeditor de Jadaliyya Ezine.
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/16233/sisi-the-presidency-and-the-officers