Comentamos en esta nueva aproximación los prólogos (tres de ellos) y la presentación del Manifiesto (MC). Empecemos por esta última. Uso la traducción que publicó El Viejo Topo en 1997, con prólogo de Francisco Fernández Buey. Marx y Engels abren el MC con palabras que todos recordamos: Un espectro recorre Europa: el fantasma del comunismo. […]
Comentamos en esta nueva aproximación los prólogos (tres de ellos) y la presentación del Manifiesto (MC). Empecemos por esta última. Uso la traducción que publicó El Viejo Topo en 1997, con prólogo de Francisco Fernández Buey.
Marx y Engels abren el MC con palabras que todos recordamos:
Un espectro recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para cazar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes.
Las metáforas del fantasma y el espectro han dado mucho juego. Recordemos, por ejemplos, Los espectros de Marx de Jacques Derrida.
Ciertamente, se dirá, no es el fantasma del comunismo el que recorre la Europa actual. Son otros espectros: el neoliberalismo sin bridas, la derecha extrema, la xenofobia, la insolidaridad, la aniquilación de las conquistas obreras y ciudadanas, los nacionalismos excluyentes, la (sin)razón patriarcal, la destrucción de la naturaleza y del medio ambiente… De acuerdo, de acuerdo. Sin embargo, Joaquín Estefanía [JE], en su columna de los lunes en El País en la sección de economía (con referencia explícita a los espectros marxianos: «Espectros de Marx. Se acumulan los balances sobre el pensador alemán en el bicentenario de su nacimiento» [1]), señalaba:
Dos devotos creyentes en el capitalismo libre de mercado, Rupert Younger y Frank Partnoy, se mostraban sorprendidos en el HYPERLINK «https://www.ft.com/content/603b3498-2155-11e8-a895-1ba1f72c2c11»Financial Times de la relevancia que tiene hoy el Manifiesto comunista de Marx y Engels, publicado hace 170 años. A escasas semanas del bicentenario del nacimiento de Karl Marx se multiplican los balances sobre la vida y obra del pensador alemán, máximo teórico de la crítica al capitalismo.
Younger y Partnoy no se hubieran sentido tan sorprendidos, comenta JE, si hubieran revisitado hace una década los textos de Marx -le llama «el barbudo de Tréveris»- cuando comenzó la que él llama la «Gran Recesión».
El Manifiesto comunista tiene probablemente más vigor ahora, en plena oleada globalizadora del siglo XXI, que cuando fue editado, en 1848. Lo dice el director de la película El joven Karl Marx , estrenada hace pocas semanas, el haitiano Raoul Peck: «Tomemos, por ejemplo, el Manifiesto comunista, algunos de cuyos párrafos describen con detalle la crisis de 2008. Es casi un libro para niños sobre la historia y la evolución del capitalismo hasta hoy (…). Estamos exactamente en el mismo tipo de capitalismo donde el dinero y la riqueza se concentran cada vez más en manos de unos pocos, mientras que una inmensa mayoría quedará cada vez más pobre. Lo que Marx nos proporcionó fue un instrumento científico para comprender y analizar cada momento de esta sociedad».
Luego sigue y se ubica en otras coordenadas: «Si en vez de analizar el Manifiesto comunista se estudia El capital, la obra magna de Marx, habrá más disenso. El objetivo de ese libro era demostrar «con exactitud matemática» que el régimen de propiedad privada y la libre competencia no podían funcionar y, por tanto, «la revolución debe llegar».
Dejemos esa supuesta «exactitud matemática» a la que hace referencia JE y el tema de El capital. Volvamos a la presentación.
Doy cuenta de algunas esas fuerzas de la vieja Europa a la que hacen referencia Marx y Engels (me apoyo en notas de editores del MC; recordemos que esa expresión, «vieja Europa», fue usada como propaganda política por el Imperio y sus afines para designar a las fuerzas y países europeos opuestos a la intervención usamericana en Iraq en los meses previos a la segunda guerra del Golfo): 1. El Papa IX, elegido en 1846, se consideraba entonces un «liberal» pero era tal enemigo del socialismo como cualquiera de los otros nombres de la reacción. Ya antes de la revolución de 1848 desempeñaba el papel de gendarme europeo. 2. Metternich era canciller del Imperio europeo y jefe reconocido de toda la reacción europea. Entabló contactos con Guizot., historiador y ministro francés, ideólogo de la gran burguesía financiera y enemigo de todo cambio social progresista. Desterró a Marx de París a petición del gobierno prusiano.
La presentación del MC sigue:
¿Qué partido de oposición no ha sido tildado de comunista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista? De este hecho se desprenden dos consecuencias: Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias europeas. Que es ya hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus objetivos y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un Manifiesto de su propio partido.
El uso del término comunista como epíteto zahiriente no fue una moda de aquella década del XIX. Lo hemos vivido, lo seguimos viviendo en carne propia. De las dos consecuencias señaladas por Marx, la primera no es hoy totalmente falsa: cuando se complican las situaciones para los poderes reales, el fantasma del comunismo suelen aparecer de nuevo. La segunda acaso podría ser un llamamiento para nuestra hora, una reformulación del MC del XIX para nuestro siglo XXI. Entre nosotros, Francisco Fernández Buey escribió intentos reformulación del ideario comunista a la altura de nuestra época. Los publicó en mientras tanto y los recogió años después en Discursos para insumisos discretos.
Con este fin, finalizan los jóvenes revolucionarios alemanes internacionalistas su presentación del texto, «comunistas se las más diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés».
Veamos los prólogos a algunas de esas ediciones. Salvo error por mi parte, fueron siete en total. Los dos primeros, los de la edición alemana de 1872 y el de la rusa de 1882, fueron escritos por Marx y Engels; los cinco restantes, muerto ya Marx (los de la edición alemana de 1883, la inglesa de 1888, la alemana de 1890, la polaca de 1892 y la italiana de 1893), solo por Engels.
El primero, el prólogo a la edición alemana de 1872. Está fechado el 24 de junio de 1872, en Londres. Los autores explican las razones de elaboración del MC y las primeras ediciones:
La Liga de los Comunistas, asociación obrera internacional que, naturalmente, dadas las condiciones de la época, no podía existir sino en secreto, encargó a los que suscriben, en el Congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, que redactaran un programa detallado del Partido, a la vez teórico y práctico, destinado a la publicación. Tal es el origen de este Manifiesto, cuyo manuscrito fue enviado a Londres, para ser impreso, algunas semanas antes de la revolución de Febrero. Publicado primero en alemán, se han hecho en este idioma, como mínimum, doce ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. En inglés apareció primeramente en Londres, en 1850, en el Red Republican, traducido por Miss Helen Macfarlane, y más tarde, en 1871, se han publicado, por lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamérica. Apareció en francés por primera vez en París, en vísperas de la insurrección de junio de 1848, y recientemente en Le Socialistes, de Nueva York. En la actualidad, se prepara una nueva traducción. Fue publicada en en Londres una edición en polaco, poco tiempo después de la primera edición alemana. En Ginebra apareció en ruso, en la década del 60. Ha sido traducido también al danés a poco de su publicación original.
Por mucho que durante el último cuarto de siglo hayan cambiado las circunstancias, señalan MyE a continuación, los principios generales desarrollados en su escrito seguían siendo substancialmente acertados. Sólo tendría que retocarse algún que otro detalle afirman, y añaden en la línea del análisis concreto de la situación concreta y de las reflexiones «no revisionistas» que revisan lo que conviene revisar:
El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias históricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capitulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero, de la revolución de febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines».(Véase Der Burgerkrieg in Frankreich, Adresse des Generalrats der Internationalen Arbeiterassoziation [La guerra civil en Francia], pág. 19 de la edición alemana, donde esta idea está más extensamente desarrollada.)
También se imponía la revisión o reformulación en otros aspectos:
Además, evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo, si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición (capítulo IV) son exactas todavía en sus trazos generales, han quedado anticuadas en la práctica, ya que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.
Sin embargo, concluyen, el MC es un «documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar. Una edición posterior quizá vaya precedida de un prefacio que pueda llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros días; la actual reimpresión ha sido tan inesperada para nosotros, que no hemos tenido tiempo de escribirlo». No llegaron a escribirla; Engels renunciaría después del fallecimiento de Marx.
El prefacio a la edición rusa de 1882 es su segundo prólogo. Está fechada en Londres, 21 de enero de 1882. El traductor del texto fue un amigo suyo: Mijail Bakunin.
La primera edición rusa del «Manifiesto del Partido Comunista», traducido por Bakunin, fue hecha a principios de la década del 60 en la imprenta del Kólokol. En aquel tiempo, una edición rusa de esta obra podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy, semejante concepto sería imposible.
¿Por qué imposible? Por ausencias notables.
Cuán reducido era el terreno de acción del movimiento proletario en aquel entonces (diciembre de 1847) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del Manifiesto: Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición en los diversos países. Rusia y los Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados aquí. Era el momento en que Rusia formaba la última gran reserva de toda la reacción europea y en que los Estados Unidos absorbían el exceso de fuerzas del proletariado de Europa mediante la emigración. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de su producción industrial. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.
Pero todo fluye, nada permanece igual. Obsérvese un cierto «canto positivo» del capitalismo dinámico usamericano en el paso siguiente:
¡Cuán cambiado esta todo hoy! Precisamente la emigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia con mueve los cimientos mismos de la grande y pequeña propiedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el hasta la fecha monopolio industrial de la Europa occidental, y especialmente con el de Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gradualmente ante la competencia de haciendas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentración de capitales.
Pero no sólo es Estados Unidos. La situación presentaba más caras:
¿Y en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-1849, no sólo los monarcas de Europa, sino también la burguesía europea, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a despertar. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina, el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.
Marx y Engels hacían referencia a la situación creada tras la ejecución del emperador Alejandro II por militantes de la Voluntad del Pueblo el 1 de marzo de 1881. Su sucesor, Alejandro III, no abandonó Gátchina, por miedo a las revueltas sociales y a las acciones del grupo de los populistas revolucionarios. El MC, proseguían, se había propuesto como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, y aquí viene una conjetura básica, esencial, de revisión profunda de lo dicho o sostenido en otras ocasiones:
[…] vemos que al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la obshchina [la comunidad rural rusa] -forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?
La única respuesta que se puede dar entonces a esta cuestión, concluyen, es la siguiente:
si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.
Este último comentario se relaciona con las reflexiones marxianas spbre la comuna rusa (hablaremos de ello en posteriores entregas), pone en cuestión la idea (acaso mantenida por los autores en algún momento) del desarrollo inevitable por todas las fases históricas acaecidas en los países occidentales y deja al final una idea que acaso estuviera muy presente en las reflexiones de los revolucionarios rusos a partir de octubre de 1917.
El prólogo de Engels, sólo de Engels, a la edición alemana de 1883 tras la muerte de Marx, dice así:
Desgraciadamente, tengo que firmar solo el prefacio de esta edición. Marx, el hombre a quien la clase obrera de Europa y América debe más que a ningún otro, reposa en el cementerio de Highgate y sobre su tumba verdea ya la primera hierba. Después de su muerte ni hablar cabe de rehacer o completar el Manifiesto. Creo, pues, tanto más preciso recordar aquí explícitamente lo que sigue.
Y lo que sigue es la idea fundamental que atraviesa el Manifiesto en la lectura de Engels:
La idea fundamental de que está penetrado todo el Manifiesto –a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases-, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx. Lo he declarado a menudo; pero ahora justamente es preciso que esta declaración también figure a la cabeza del propio Manifiesto [la cursiva es mía]
No es seguro que esta «idea fundamental» siguiera siendo fundamental (sin muchos matices y así expuesta) en Marx años después de escribir el Manifiesto. Las palabras finales del prólogo de 1882 parecen introducir nuevas perspectivas.
Seguimos en la próxima entrega con los prólogos «engelsianos».
Nota
1) https://elpais.com/economia/2018/03/11/actualidad/1520769153_746946.html
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