Salvo unas pocas expresiones demasiado enérgicas para mi gusto («sectarismo», «forma tan rastrera y sectaria») y algunas afirmaciones-observaciones no justificadas, incluso inconsistentes con el resto del texto («me da grima cuando no risa», «los organizadores no son del mismo pelo que Salvador»), agradezco sinceramente el comentario crítico de Joxe Iriarte, Bikila [JIB]. Pueden leerlo en: […]
Salvo unas pocas expresiones demasiado enérgicas para mi gusto («sectarismo», «forma tan rastrera y sectaria») y algunas afirmaciones-observaciones no justificadas, incluso inconsistentes con el resto del texto («me da grima cuando no risa», «los organizadores no son del mismo pelo que Salvador»), agradezco sinceramente el comentario crítico de Joxe Iriarte, Bikila [JIB]. Pueden leerlo en: «No hay peor sectario que aquel que no cree serlo (ni es menos nacionalista quien piensa que solo los otros lo son)» [1].
Es altamente probable que JIB tenga razón en una de sus observaciones: tendemos a ver una pajita minúscula en el ojo ajeno y nos solemos olvidar -todos o casi todos, sin apenas exclusiones- de los inmensos pajares que anidan en los nuestros. El nacionalismo banal del que nos ha hablado Michael Billig [2] penetra sigilosamente por todos los poros. Tiene razón JIB: toda alerta es poca.
Algunas notas sobre su escrito. Me ubico únicamente en sus comentarios sobre mis posiciones; no entro en sus reflexiones más generales. Para evitar confusiones, y dado el uso de ambos términos en su texto, entenderé por Cataluña la actual comunidad catalana, pensada y sentida nacionalmente, sin incluir la Catalunya Nord ni el País Valencia ni las franjas aragonesas. Sefarad-España demanda una doble acepción: España-1: el conjunto de los pueblos españoles (incluyendo en ellos el pueblo vasco, el gallego y el catalán, que acaso también exijan el uso del plural), y España-2, una nación peninsular que no incorporaría a Galicia, Portugal, Euskadi y Cataluña (y que, en principio, mantendría Andalucía en su interior pero tal vez no les a Illes ni al País Valencià).
Como voy a señalar algunas diferencias a continuación, comento de entrada las más que probables coincidencias entre nosotros. JIB ha sido un arriesgado luchador antifascista lo que siempre debe ser resaltado y admirado; dejo constancia de ello. Ni JIB ni yo somos entusiastas de la Monarquía borbónica, en cualquiera de sus variantes. Tampoco lo somos del bipartidismo en ninguna de sus versiones. Ni él ni yo hemos apoyado los gobiernos nacionalistas de derecha que han gobernado Euskadi y Cataluña en estas últimas décadas y, seguramente, en las primeras elecciones al Parlamento europeo apoyamos la misma opción. Seguramente hay muchos más nudos de conexión y acuerdo.
Entro ahora en los matices y en las diferencias.
1. Le llama la atención a JIB cómo «de la justa crítica de la naturaleza y comportamiento político social de las élites burguesas catalanas», aprovechando, son palabras suyas, que el Pisuerga pasa por Valladolid, termino «siempre atacando de forma un tanto obsesiva el independentismo catalán, incluido el de izquierda (algunas de sus críticas a las CUP dan grima cuando no risa)». Cómo no indica concretamente las críticas que a él le dan grima, no puede responder detalladamente. Además, ¡le daría risa!
Más allá de lo señalado: 1. No creo terminar siempre atacando al independentismo (los contraejemplos a ese «siempre» retórico de agolpan en mis notas). 2. De atacar, poco; no suelo hacerlo normalmente, no está en mi educación sentimental. 3. No tengo obsesión (extraña categoría política) con el independentismo catalán por el momento (aunque los motivos, ciertamente, se van acumulando a lo largo de estos últimos años). 4. No critico a las CUP sino que critico -no ataco- algunas de sus prácticas, propuestas o reflexiones, de forma parecida a como hace JIB conmigo. No tengo además ningún problema en señalarlo: valoro muchas de las cosas (no todas por supuesto ni tampoco algunos de sus gestos) pensadas, dichas y realizadas -pongo su ejemplo concreto por ser conocido por todas y todos- por David Fernández. Antes de ser diputado y después. De hecho, aunque no volvería a hacerlo, voté a las CUP en las últimas elecciones autonómicas catalanas. JIB, probablemente, hubiera hecho lo mismo que yo.
2. A JIB le choca «la forma tan basta de abordar el proceso de construcción nacional catalán, el cual en sí mismo, se le [me] antoja, antihumanista, insolidario y burgués». En general, no suelo creer en las construcciones nacionales salvo en casos de colonización o de dominio, desprecio, opresión y explotación imperiales. No es el caso de Cataluña ni el de Euzkadi. No veo que esas «construcciones» sean sin más un objetivo a alcanzar o una finalidad indiscutible. En muchas ocasiones, la mirada crítica tiende a anularse y todo lo «nuestro» (sea lo que signifique ese «nuestro») adquiere dimensiones insospechadas sólo por serlo, por ser «nuestro». Debo admitir que, en ocasiones, no entiendo muy bien el significado exacto de ese concepto, noción o categoría.
Intuyo, por otra parte, qué puede significar el «en sí mismo» en este contexto pero, ciertamente, sin afirmar taxativamente que sea antihumanista sin algunos o muchos matices (lo humano siempre es muy diverso y suele estirarse en muchas direcciones), sí que creo que el actual proceso independentista catalán es, en sus rasgos centrales, netamente insolidario y está, hoy por hoy, en manos de grupos sociales de orientación burguesa-conservadora y profundamente neoliberal en muchos casos. El señor de las chaquetas chillonas, un ex directivo de la multinacional Barça-Qatar, es ejemplo conocido y destacado. Pero hay muchos otros. No veo, por ejemplo, en Carme Forcadell, una de las caras más representativas del denominado procés, ninguna reflexión que se aproxime -en la mejor y más generosa de las interpretaciones- a ningún ideario ilustrado de igualdad, libertad y fraternidad. Si añadimos a la trinidad republicana, valores y principios de herencias emancipatorias obreras y populares posteriores, la distancia es sideral, mensurable en siglos-luz. Basta pensar, por ejemplo, en el humus liga-nordista de algunos colectivos nacionalistas (o no tan nacionalistas, más bien pragmatistas) partidarios de la independencia.
3. Cuando JIB afirma «[…] en relación a España y Francia, naciones con una historia plagada de imperialismo y colonialismo, y las naciones sin estado, que por no tenerlo, no se han visto implicado en tales desmanes» creo que la verdad le acompaña, sin olvidar, por supuesto, que esas naciones sin estado propio han formado parte del estado, digamos impropio, y recordando, por otra parte, la frecuente colaboración de grupos sociales dirigentes de esas naciones sin estado en muchos de los desmadres y barbaries aludidos. Por lo demás, se habla de España o de Francia pero ¿no deberíamos hablar más bien de las clases dominantes de esas naciones con historia trufada de barbarie? ¿Qué acto de ignominia cometieron mi abuelo, mi abuela, mi padre, mi madre, por ejemplo, todos ellos obreros agrícolas españoles, proletarios industriales después? ¿Fueron ellos o fue contra ellos?
Cuando a continuación JIB sostiene que «algunos dirigentes de Podemos apelan a un patriotismo popular español frente a la dictadura de la Troika y la sumisión del PP» y que «está por ver si ello es posible sin que choque con los patriotismos de las nacionalidades y sin que sea capitalizado por quienes, hasta el presente, han monopolizado y manipulado su contenido» me parece muy temperada y entrada razón su posición. Coincidimos. Veremos, hay que verlo, podemos tener esperanza, la historia no está cerrada. No hay por qué presuponer siempre choques culturales destructores.
4. SLA, afirma JIB, «tiene todo el derecho a considerarse catalán y español, republicano federalista y humanista y pensar que su posición es la más racional y laica de las propuestas». Pero, añade, «tiene un problema». Mi problema: «la mayoría de la sociedad catalana no está en su onda y quiere democráticamente independizarse». Yo no me considero catalán y español. Más bien, puestos a señalar identidades más que marginales en muchísimos seres humanos, barcelonés-lisboeta, y el concepto de humanismo, como apunté, me parece a veces muy impreciso aunque pueda ser útil a veces para entendernos.
Sea como fuere, muchos -sin poder precisar con exactitud- de mis conciudadanos se sienten o consideran catalanes y españoles (en los sentidos 1 o 2 señalados anteriormente) e incluso también vascos o gallegos a un tiempo y sin contradicción. Es decir, A, ciudadana que vive en Girona o Santa Coloma de Gramenet, se siente y/o considera a un tiempo, entre cien cosas más, catalana, vasca y española (1 o 2). No veo que la contradicción asome en esa proposición ni en esa consideración sobre uno mismo.
Que la mayoría de la sociedad catalana quiera democráticamente independizarse no es una verdad demostrada si identificamos ese deseo con la independencia (y aunque así fuera: ¿podría o no podría sentirse un determinado ciudadano catalán español 1, catalán y gallego?). Lo que parece hasta ahora mayoritario es el deseo de realizar una consulta -nada que ver con una supuestas elecciones plebiscitarias- en la que se pueda decidir si la ciudadanía de Cataluña desea la secesión, la formación de un nuevo estado. Si es así, si hablamos de este nudo, yo no tengo ningún problema siempre y cuando esa consulta se ejerza en condiciones democráticas de información, debate, contrastación real de ideas y posiciones, información no manipulada, limpieza de intenciones, mayorías cualificadas y anunciadas para ello, etc. En ningún caso, contando falsas historias, manipulando cifras, inventándose robos y explotaciones, violentando consciencias, negándose a la menor autocrítica, idealizando sesgadamente la historia del propio país, convirtiendo la guerra civil en una historia de españoles contra Cataluña y apuntando a escenarios inconsistentes, idílicos o simplemente falaces. No haciendo, por ejemplo, que Porcioles o Cambó sean héroes nacionales.
Añado aunque no es punto esencial en mi comentario: según las últimas encuestas, la posición no independentista supera a la independentista (48 frente a 44, con un 8% indecisos). La división en dos parece evidente. Lo que JIB da por probado u obvio, casi como si fuera un postulado geométrico o una noción común, no lo es, en absoluto. Añado: el combate por la independencia tiene en determinados grupos dirigentes una finalidad básica: la acumulación de mayor poder. Nada más esencialmente; lo otro es liturgia.
5. Por lo anterior, la posterior afirmación de JIB -«Digo la mayoría, no toda la sociedad catalana. Y desde luego con posiciones como la suya (y sobre todo, gracias al PSC) no me extraña que el federalismo de corte español esté política e ideológicamente finiquitado en Cataluña»- no acabo de ver que se sostenga en algo. Yo no soy un federalista español (muchas personas lo son, afortunadamente, y esto es muy importante en la situación actual desde mi punto de vista) y no tengo nada que ver -nada es nada- con el PSC. El finiquito ideológico del federalismo en Cataluña está lejos, muy lejos, de ser evidente. Mejor dicho, no es tal, lo contrario es más verdadero. Acaso JIB formula un deseo no respaldado en hecho alguno. El federalismo que él da como liquidado en Cataluña probablemente sea una opción mayoritaria o muy apoyada si la pregunta se formulara con claridad y en condiciones adecuadas y tras años además, nudo importante en toda esta historia, de sesgada y separadora publicidad nacionalista-independentista. Basta contemplar durante 15 nanosegundos cualquier programa de TV3, incluyendo el tiempo. En Cataluña, se puede afirmar en un congreso científico-institucional que «España roba a Cataluña», sin temblor en las manos ni dudas en la mente, y a continuación que llueve no en España sino en el Estado español. Sin problema, sin contradicción, no pasa nada. Som gent amb seny.
6. Es posible que en el asunto de la estelada me haya explicado mal; disculpas por ello si fueran necesarias. Mi posición: no me parece razonable que los compañeros de Cataluña que acudamos a la marcha del 21 M nos manifestemos, como ocurrió en 2014, tras una bandera estelada que presida nuestro cortejo (acompañada en aquella ocasión por una republicana tras discusiones y negociaciones). Por supuesto, innecesario es señalarlo, no me opongo en absoluto a que los compañeros y compañeras que así lo estimen lleven, si así lo desean, la bandera con la que se encuentren más cómodos. Pero una cosa es eso y otra es manifestarse todos -insisto: todos- tras una estelada. La senyera une (¿unía?) a los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, fueran o no fueran nacionalistas; la estelada une a los ciudadanos independentistas de Cataluña (y acaso también a los de otros territorios de España-1). El año pasado, señala JIB, «recorrimos la sierra y la ciudad de Madrid con las ikurriñas en ristre, y disfrutamos de buena comunicación y entendimiento en los lugares por donde pasamos, sin ocultar por nuestra parte qué somos y qué demandamos». En Euskal Herria, prosigue, «no tenemos enseñas diferenciadas para el independentismo y el autonomismo, pero si las tuviéramos lo mostraríamos (por dignidad) también en la Marcha de la Dignidad». Perfecto, sin problema, nadie ha hablado de ocular nada. No es eso lo que se discute… Por cierto, lo que cuenta JIB, ¿no dice mucho a favor de la ciudadanía de Madrid y de la posibilidad de entendernos?
7. Un planteamiento auténticamente republicano y democrático sobre la cuestión nacional, afirma JIB, «debe partir del reconocimiento del derecho a la secesión». Si la independencia es un derecho reconocido, prosigue (lo reconocido es el derecho, la independencia es una opción), «no es de recibo afirmar que las banderas independentistas dividen. A no ser, que se piense que una cosa es el derecho y otra su utilización».
Pues sí, sí que es de recibo. ¿Por qué? Porque es precisamente lo que está ocurriendo en Cataluña entre los sectores populares (y también en otros grupos sociales por otros motivos). Y, desde luego, y como es de toda evidencia, una cosa es un derecho y otra cosa distinta es el uso que de él se hace. Creo que, muy retóricamente, JIB afirma que desconoce «si independentistas catalanes van a participar en la marcha». No hay ninguna duda: van a participar (aunque creo eso sí, que las CUP han convocado una reunión general ese mismo día). A todos nos alegra su participación.
8. Para terminar, prosigue JIB, «López Arnal se considera ardiente antinacionalista, pero con su visión de país demuestra que en realidad en más nacionalista de lo que piensa». No soy como la derechona, afirma, ni tampoco como el PSOE, pero «no por ello su formula nacional (España, país de países, dice) es neutra y aséptica, incólume de toda tacha nacionalista». Yo no me considero ardiente antinacionalista ni nada semejante. En general, no soy ardiente antinada. Tal vez ardiente anticapitalista y antifascista; hay muchos motivos para ello. Y no admito, no veo que JIB lo haya probado, que mis formulaciones sobre el tema contengan rasgos nacionalistas y, además, de gran nación. Aunque, desde luego, cualquier atención es insuficiente en este punto. Me refiero de nuevo a las reflexiones de Billig. Pienso además que hay un presupuesto discutible en la crítica de JIB al que me referiré al final de mi exposición.
9. Hablo, según afirma JIB, «de la fraternidad entre los pueblos ¿ello es posible sin estar autodeterminados?, esto es, ¿en pie de igualdad?» De un país de países, que a veces denomino Sefarat, «dentro de la cual ubica a García Lorca, Castelao, Aresti y Espriu. Pero salvo el primero, que forma parte del país matriz (cultural y lingüísticamente) el resto no son más que parte de la parte, escritores en lenguas que son legales solamente en parte del país, pero no en todo el país».
Pues creo que sí, que es posible la fraternidad entre pueblos aunque estos no estén autodeterminados (acaso más si lo estuvieran). La igualdad, por lo demás, es una noción que puede aplicarse a las relaciones entre pueblos (que nunca acostumbran a ser entidades disjuntas y menos en el caso de España-1 ni tampoco en el caso de España-2) y también en su interior. En Cataluña, por ejemplo, las desigualdades se incrementan ad nauseam, especialmente con los últimos gobiernos nacionalistas, los de «expertos» neoliberales como Boi Ruiz o Mas-Colell.
Más allá de eso, admito que JIB tiene razón: el gallego, el catalán y el euskera (y acaso alguna lengua peninsular más) deberían ser lenguas oficiales en España-1 y estaría mejor que bien que los escolares de España-2 tuvieran contacto y conocimiento de esas lenguas. Nos enriquecería a todos, nos hermanaría mucho más. ¡Un poquito menos de inglés y un nada de dogmáticas religiosas y algo más de euskera, catalán y gallego!, podría ser el lema.
10. Aresti, apunta JIB, «que no goza de reconocimiento alguno por parte del supuesto país de países, declamó gritando al cielo: Nire aitaren etxea defendatuko dut! (¡defenderé la casa de mi padre!), metáfora fruto de su época, que se refería al expolio cultural y lingüístico que sufría y sufre Euskal Herria». Más que Euskal Herria, habría que hablar de la ciudadanía de Euskadi. Por lo demás, ¿no ha habido cambios importantes en esta situación de expolio lingüístico y cultural? ¿Sufría y sufre? ¿Sin más matices? A cualquier ciudadano que haya visitado Euskadi en los últimos años y recuerde o sepa lo ocurrido en los años sesenta y setenta del pasado siglo, la diferencia se le impone sin apenas investigación.
Me alegra mucho que JIB traiga a colación a Gabriel Aresti. Recuerdo la emoción que sentí cuando escuché sus poemas musicados y contados por Oskorri hace 40 años. Un compañero vasco, estábamos entonces en la mili obligatoria y ambos militábamos en el MC, me ayudada a comprenderlos. Leído el verso que cita: ¿qué tipo de defensa necesita la casa de nuestros padres, de nuestras madres? ¿Podemos ampliar esa casa, podemos unirnos fraternalmente en esa defensa? Añado: no creo que la defensa nacionalista de la casa de cada cual, arrojando al olvido un proyecto de casa fraternal en común, sea un camino asegurado de emancipación. Si no somos capaces de crear una República federal que nos hermane a todos, que tanto en común tenemos, es prácticamente imposible que podamos construir un camino de emancipación real en nuestras respectivas comunidades. La división, interior y exterior, está cantada, y los beneficiarios de todo ello siguen frotándose las manos. No viven en Madrid todos ellos. Por supuesto.
Qué lugar, pregunta JIB, «se asigna en el país de países (donde eventos como la romería del Rocío se emiten en todos los canales privados y públicos de ámbito estatal) a hitos como la Korrika, que recorre miles de kilómetros, pasando de mano en mano un testigo comprado por la persona portadora, porque el euskera es todavía un idioma sin normalizar, que necesita de academias de aprendizaje para adultos, que no puede sobrevivir sin tal esfuerzo y apoyo ciudadano». Dejo sin comentar lo del Rocío. En mi opinión, y dejando aparte del uso de la expresión «idioma sin normalizar», el lugar más destacado… hasta que el tiempo y nuestro esfuerzo común hagan que la Korrika sea innecesaria porque el euskera sea un idioma estudiado y conocido por la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca y hablado por quien desee en el momento que así lo desee. La Korrika entonces podrá seguir existiendo: como recuerdo de lo que fue y no debería haber sido.
Un último apunte, mi última observación.
El título del artículo de JIB «No hay peor sectario que aquel que no cree serlo (ni es menos nacionalista quien piensa que solo los otros lo son)»- me hace pensar en una idea-conjetura que acaso esté en su mente y que me ha parecido observar en algunas de sus críticas. La siguiente: desde tiempos inmemoriales o cuanto menos desde la creación de los Estados-nación, todos somos nacionalistas, incluso aquellos que afirman no serlo. Estos últimos, los que dicen no ser nacionalistas, o engañan para manipular o apuntalar sus posiciones de dominio, o lo son inconscientemente. Nadie se libra. Todos lo somos. Como si fuera una ley inexorable de la condición humana. Tan inevitablemente nuestra como el aire que exigimos trece veces por minuto.
Esta conjetura, en absoluto teoría, tiene multitud de contrajemplos. Pondré algunos que he conocido a lo largo de mis sesenta años: Montserrat Roig, Manuel Sacristán, Paco Fernández Buey, Eugenio del Río, Jordi Torrent, Josep Lluís Martín Ramos, Mercedes Arnal Mur, Salvador Puig Antich, largo etcétera. Pero los que la sostienen (no hablo ahora de JIB concretamente) suelen negarlo; no existen falsadores potenciales de su afirmación. Luego, por tanto, no vale: se encierra en sí misma y hace que todos los hechos, sin excepción, la confirmen. Y eso, como es sabido, suele ser una trampa. Cómoda además De hecho, los movimientos emancipatorios de los siglos XIX, XX y XXI están llenos de activistas que nunca fueron nacionalistas y sí internacionalistas. La identidad nacional, que no negaron, era una de sus características y no siempre la más importante, la más decisiva. Los republicanos asesinados en Mathausen se sentían parte de la Humanidad. No eran especialmente españoles, vascos o catalanes.
De hecho, para no ocultar lo que pienso, si uno o una se reconstruye con honradez y críticamente, sin olvidar ningún nudo en su recomposición, le resulta imposible transitar por ninguna senda nacionalista. Se pierden con ello muchas aristas, muchas caras del propio poliedro. Y arden las pérdidas, comentó el poeta.
Para finalizar con palabras mucho más sabias y fructíferas que las mías me apoyo de nuevo en Billig: «En medio de la incertidumbre se puede afirmar algo con seguridad. Hoy día, se enarbolan innumerables signos de la nacionalidad. Mañana también habrá más enarbolamientos por todo el mundo. Infinidad de banderas nacionales se alzarán y bajarán sin ceremonia en sus mástiles. Todo esto, al menos, lo sabemos. Pero no está claro hacia dónde conduce a lago plazo esta secuencia y qué llamamientos al sacrificio generarán. Aunque el futuro sea incierto, conocemos la historia del nacionalismo. Y eso debería bastar para fomentar cierto hábito de desconfianza vigilante» [3].
Cultivemos ese hábito; no es un mal consejo en mi opinión. Probablemente a JIB también le parecerá razonable.
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196459
[2] Michael Billig, Nacionalismo banal, Madrid, Capitán Swing, 2014 (traducción Ricardo García Pérez)
[3] Ibidem, p. 294.
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