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Sobre la Conferencia de Ginebra 2 y la lucha contra el imperialismo

Fuentes: Rebelión

La Conferencia de Ginebra 2 ha comenzado con los peores augurios. No es posible confiar en una solución pronta para el conflicto civil sirio, que ha generado una tremenda catástrofe humanitaria en el país: han perdido la vida más de cien mil personas, más de dos millones se han exiliado en el exterior y hay […]

La Conferencia de Ginebra 2 ha comenzado con los peores augurios. No es posible confiar en una solución pronta para el conflicto civil sirio, que ha generado una tremenda catástrofe humanitaria en el país: han perdido la vida más de cien mil personas, más de dos millones se han exiliado en el exterior y hay seis millones de desplazados dentro de Siria. Las pérdidas económicas se calculan por billones. El ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados) ha dado la voz de alarma ante esa situación de emergencia. Como ha subrayado el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, para evitar un agravamiento de la situación es necesario que estas conversaciones de paz alcancen su objetivo; si no es posible lograr un alto el fuego inmediato, al menos deberían establecerse las condiciones para aliviar el sufrimiento de la población civil que padece el conflicto.

Sin embargo, nadie confía demasiado en los resultados de las conversaciones. Por un lado, la oposición se presenta dividida en múltiples facciones diferenciadas y con tácticas divergentes: el CNS (Consejo Nacional Sirio) ha abandonado la Conferencia antes de empezar; la CNFROS (Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria) asistirá con reticencias; el principal partido kurdo, PYD (Partido de la Unión Democrática), ha sido excluido de las conversaciones; las milicias islamistas están divididas a su vez en dos bandos, el frente al-Nusra y el EIIL (Estado Islámico de Irak y Levante), enfrentados entre sí en una guerra abierta que ha costado más de 1.000 muertes; etc., así hasta más de 40 organizaciones armadas algunas y pacifistas otras cada una con sus propias perspectivas políticas. El punto de coincidencia de la mayor parte de ellas, exige la dimisión del presidente Bashar al-Asad, también esgrimida por el representante de EE.UU., John Kerry, como condición indispensable para alcanzar un acuerdo. Pero la falta de coherencia en las fuerzas opositoras hace sospechar que tras la destrucción del Estado sirio se abriría un escenario similar al que hoy impera en Libia, como en el Líbano o Irak: una permanente guerra de baja intensidad.

Por su parte, la delegación gubernamental niega el objetivo de las conversaciones pueda ser destituir a al-Asad, y subraya que sólo el pueblo sirio puede elegir o revocar a su jefe de Estado en unas elecciones democráticas; esto ha sido defendido también por los aliados del gobierno sirio, Rusia e Irán. En consonancia, su propuesta consiste en celebrar elecciones libres con las suficientes garantías, para lo cual se hace necesario erradicar el terrorismo que azota a la población siria. De hecho, ya se han producido contactos entre los Estados europeos y el régimen sirio para combatir el terrorismo islámico. Pero por algún motivo desconocido -pues las dos organizaciones son ramas de al-Qaeda-, los EE.UU. y sus aliados apoyan al frente al-Nusra en su lucha contra el EIIL.

A partir de ese panorama dantesco es de prever que entre esas posiciones irreconciliables se produzca un diálogo de sordos. Pero lo que subyace en este conflicto sirio es algo mucho más terrible y más decisivo: detrás de cada uno de los dos bandos sirios en disputa, el gubernamental y la oposición, se alinea cada uno de los grandes bloques militares que se han ido formando en la última década, herederos de los bloques de la guerra fría. Por un lado, la alianza imperialista agrupada por la OTAN, vencedora de la guerra fría contra el antiguo Bloque del Este; mantiene sustancialmente su poderío militar, pero ha visto cuestionada su hegemonía en el último lustro por causa de la crisis económica y por la emergencia de nuevas potencias mundiales. Por otro lado, los llamados países emergentes, engloban prácticamente al resto del mundo -Rusia, China, India, Brasil, Irán, Sudáfrica, América Latina, África,…-; se aprestan a retomar la lucha contra las viejas potencias coloniales todavía dominantes. Una lucha que toma formas fundamentalmente económicas, pero tiene sus ribetes militares permanentemente presentes. Es posible pensar, entonces, que en las Conversaciones de Ginebra se van a definir los contornos de la nueva guerra fría a escala internacional.

Decía Samir Amín en un artículo reciente, que las fuerzas anti-imperialistas son ahora más débiles que hace un siglo. Tal vez sea verdad; o tal vez sean nostalgias de viejo combatiente, que ha visto hundirse las ilusiones que nacieron de la revolución rusa. En todo caso, a mí me parece por el contrario, que el imperialismo se presenta más débil cada día que pasa. Precisamente porque los gastos en armamento se multiplican de año en año, la maquinaria militar crece hasta límites de ciencia ficción, y su aparato bélico es más y más sofisticado como única forma de mantener su primacía. Véase la producción de armas de destrucción masiva, el uso del terrorismo por parte de las agencias de inteligencia y en especial el apoyo a los terroristas islámicos, las tácticas militares en boga -el escudo antimisiles, los drones y los asesinatos selectivos de opositores-, los genocidios que no cesan, etc… Esa violencia es el síntoma de una decadencia imparable del imperialismo capitalista. Especialmente porque todo ello está ocultado a las ingenuas masas de ciudadanos consumistas, demócratas sin conciencia, mediante campañas de propaganda edulcorada difundidas desde los medios de comunicación,… Un mundo como había previsto Orwell; sin duda, el escenario apocalíptico de una civilización en estado senil.

Siria se ha convertido en el frente principal de la batalla por la hegemonía mundial en el terreno militar. Esa realidad fue escenificada con toda claridad ante los atónitos ojos de la humanidad, a través de la crisis de las armas químicas en la primavera pasada. Esa escaramuza tuvo cierto parecido con la crisis de los misiles, que enfrentó a los EE.UU. con la U.R.S.S. por motivo de la revolución cubana en octubre de 1962; en el sentido de que la crisis siria estuvo cerca de convertirse en una guerra mundial entre las grandes potencias. Por primera vez desde el hundimiento de la U.R.S.S. en la década de 1990, la OTAN veía contestada su hegemonía militar en el mundo. Y cuando todo el mundo esperaba la destrucción de Siria -como había sucedido poco antes con Libia-, las potencias occidentales recularon ante el desafío.

Ese hecho ha servido para mostrar a la población mundial una nueva correlación de fuerzas a escala internacional. En primer lugar, la OTAN no ha conseguido el control de las regiones que ha invadido, ni en Afganistán, ni en Irak, ni en Libia. Tal vez el motivo principal se deba a que sus aliados integristas, Arabia Saudí, Qatar y demás monarquías feudales del Golfo Pérsico, tienen su propio proyecto histórico independiente y actúan según criterios que no concuerdan con los intereses occidentales; de tal modo, han impulsado la creación de bandas integristas que actúan desde una ideología medieval, y en las que no es posible confiar para un proyecto medianamente moderno. Por eso, la OTAN no puede dominar ya en Oriente Medio como hicieron hace un siglo las potencias coloniales, Francia e Inglaterra. Pues incluso si consiguiera destruir completamente la región como ha hecho con Irak, no tiene delegados que realicen la labor de garantizar la influencia permanente de la civilización europea en la región. Entre las fuerzas de oposición a los Estados soberanos y laicos de orientación socialista que consiguieron establecerse durante el siglo XX en los países de cultura musulmana, los liberales están en minoría. Por eso, los ejércitos humanitarios enviados por la alianza neoliberal se limitan a destruir lo que encuentran a su paso. Es la nueva barbarie nacida de las entrañas de la civilización capitalista en decadencia.

En el desarrollo de esa situación ha nacido una nueva correlación de fuerzas en la región. La OTAN no ha conseguido destruir la República Siria, después de apoyar durante tres años el asedio continuado por parte de la oposición armada, con ingentes pérdidas humanas y materiales. La inestabilidad se mantendrá todavía durante tiempo, pero la consolidación del Estado sirio parece indiscutible, si bien tendrá que hacer concesiones a los kurdos en materia de soberanía. Paralelamente, en Egipto la protesta de la población contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes trajo el golpe militar y un importante riesgo de guerra civil; a pesar de ello, es una muestra clara de que la ciudadanía ha reaccionado ante el peligro y no se ha dejado engañar por los cantos de sirena de esa especie de liberalismo integrista que ha nutrido la violencia contra las Repúblicas laicas de la región. El Estado surgido del golpe no es la mejor solución, ni tiene el apoyo mayoritario de la población -como se ha demostrado en el referéndum constitucional, donde ha votado menos del 40 % de los electores-; pero, como el gobierno de al-Asad, es el mal menor y quizás la única posibilidad real de un Estado soberano para el país dentro de la coyuntura actual.

A pesar de todas las dificultades Irán se mantiene incólume y consigue aguantar el desafío que le ha lanzado occidente con el bloqueo económico. Rival de EE.UU. y sus aliados regionales, ha conseguido anotarse pequeños triunfos en la guerra regional, apoyando a al-Asad en Siria y a Hezbollah en Líbano y pactando con el gobierno de Bagdad favorable a una alianza anti-imperialista. Esas victorias han resultado decisivas para contener la ofensiva de la OTAN e Israel, de modo que Irán se muestra como un actor principal en la región. En resumen, la ofensiva de la OTAN en Oriente Medio está paralizada y no obtiene resultados favorables para los intereses occidentales. Incluso desde el punto de vista económico las relaciones de la OTAN con los Estados del Golfo Pérsico se encuentra en retroceso: Arabia Saudí comercializa su petróleo con China, más que con los EE.UU.

Tal vez sea la razón para que la propaganda bélica convenza cada vez menos a la población europea. Después de haberse demostrado que la falsedad de la información sobre las armas de destrucción masiva en Irak, ahora la credibilidad del discurso imperialista es cada vez menor. Hemos sabido que el gas sarín empleado contra la población civil siria fue utilizado por la oposición armada apoyada por la OTAN y sus aliados integristas, y no por el régimen sirio como pretendían los gobiernos aliados. Las mentiras de la guerra de Irak se han repetido ahora en Siria, como se difundieron para atacar Libia con total impunidad. Por eso no es creíble el informe de tres abogados que acusan al régimen sirio de 11.000 muertes en sus cárceles, aparecido justamente la víspera de las negociaciones en Ginebra. Esa falta de credibilidad no exime, evidentemente, para que se haga una investigación imparcial y objetiva acerca de los hechos ocurridos en Siria, que determine las violaciones de los derechos humanos en aquel país.

Es de esperar que la OTAN tenga cada vez más dificultades para convencer de la necesidad de la guerra humanitaria a los ciudadanos conscientes. Sin embargo, la población europea, empujada a la necesidad por la crisis económica, puede echarse en brazos de las ideologías de extrema derecha y apoyar la guerra como medio para salir de la crisis económica, cargando las consecuencias de sus errores en los países colonizados. No sería la primera vez que pasara algo así. Evitar un ciclo destructivo, como el que llevó a las dos guerras mundiales en el siglo pasado, es un deber de la ciudadanía consciente y los políticos honestos. La propia Iglesia católica parece haberlo entendido así al elegir un Papa como Francisco I, sustituyendo a Benedicto XVI.

La Conferencia de Ginebra debería acabar con el apoyo de la OTAN a los grupos armados que operan en Siria y un acuerdo entre los contendientes para alcanzar un alto el fuego permanente. No será el caso. Pero las divisiones dentro de las fuerzas opositoras, el enfrentamiento armado entre las propias milicias islámicas, la incapacidad de la inteligencia occidental para dirigir efectivamente esa oposición armada y el veto a la intervención de las fuerzas de la OTAN por parte de Rusia y China, anuncian el declinar del bando opositor al Estado sirio y la victoria de las fuerzas de izquierda. La presión de la oposición armada, especialmente de las milicias integristas, continuará por algún tiempo todavía en toda la región, como agentes de la política exterior de los Estados del Golfo Pérsico; pero el Estado sirio dentro de un frente del rechazo anti-imperialista, se consolidará con toda probabilidad.

Una vez estabilizado el Estado sirio, para estas fuerzas de izquierda quedan varias cuestiones pendientes en la zona. Entre ellas citaré tres:

1. Se debe pacificar la región erradicando el terrorismo y propiciando una revolución democrática que restituya en la región las alianzas progresistas y laicas entre los pueblos.

2. Se hace necesario aclarar la cuestión kurda y plantear su estatuto nacional, lo que podría redundar en la división de Turkía, Siria, Irak e Irán.

3. Hay que revisar la situación de Israel, que debe convertirse en un Estado palestino democrático, aboliendo su estatus de Estado teocrático y reaccionario.

Estas condiciones, que completarán la revolución democrática nacional, todavía sin realizar tras la retirada del colonialismo europeo, serán el fundamento del futuro desarrollo regional hacia el socialismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.