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Sobre la crisis de IU-PC

Fuentes: Rebelión

Si las pasadas elecciones generales significaron para Izquierda Unida un nuevo fracaso y anticipaban ulteriores desastres, estas europeas acaban de confirmarlos con la pérdida de la mitad del electorado (636.000 votos y 600.000 electores menos que en 1999). Este varapalo de IU, además, tiene difícil vuelta atrás. En el marco de la Unión Europea de […]

Si las pasadas elecciones generales significaron para Izquierda Unida un nuevo fracaso y anticipaban ulteriores desastres, estas europeas acaban de confirmarlos con la pérdida de la mitad del electorado (636.000 votos y 600.000 electores menos que en 1999). Este varapalo de IU, además, tiene difícil vuelta atrás.

En el marco de la Unión Europea de 25 países, estas elecciones han dado la victoria a la derecha, con una abstención escandalosa en los países recién incorporados y un castigo sin precedentes a los principales gobiernos impulsores del proyecto europeo, al margen de su color político. El mensaje de los trabajadores y los pueblos europeos es contundente: desconfianza absoluta de la UE, de sus instituciones y de las políticas comunitarias. Desconfianza basada en la experiencia cotidiana tras la implantación del euro y la aplicación en cada país de las mismas políticas de desregulación laboral y recorte de libertades y derechos, de privatización de los servicios públicos, de deslocalización y desmantelamiento de empresas y tejido productivo, de regionalización económica y debilitamiento de los marcos nacionales de soberanía popular.

La gran mayoría de europeos han rechazado con su indiferencia, en definitiva, este proyecto de construcción europea al servicio de las multinacionales y oligarquías, del capital y la guerra. Lo han hecho, incluso, sin conocer en profundidad el complejo funcionamiento de la UE, un tema que los partidos concurrentes y la propia campaña electoral ni siquiera han tratado de remediar, quizás para evitar una respuesta electoral aún más escéptica y más en consonancia con las movilizaciones que se vienen desarrollando a lo largo y ancho del continente contra estas mismas instituciones y políticas.

Los resultados electorales en España presentan cierta especificidad. Después de unas elecciones generales en que la movilización social subió al poder al PSOE, ahora el electorado ha optado mayoritariamente por la abstención (con la participación más baja de la historia), en un gesto que conlleva para los socialistas una clara advertencia: el gobierno Zapatero no tiene ningún cheque en blanco de quienes lo alzaron al poder el 14 M mientras que, por otra parte, el PP (cuya coalición gobernará la UE) sigue obteniendo buenos réditos con su estrategia de crispación permanente y de máxima confrontación social y territorial.

Y es que, como ya pusieron de manifiesto los resultados del 14 M, junto con el cambio de color político del gobierno también han variado las relaciones del electorado con los partidos parlamentarios, fruto de la crisis existente del régimen institucional de monarquía parlamentaria al que éstos se supeditan y ante la incapacidad del mismo para dar respuesta a las exigencias mayoritarias de democracia y libertades por parte de los trabajadores y los pueblos de nuestro país.

Los resultados electorales y la situación interna de IU traslucen igualmente este problema de fondo. Los resultados electorales en nuestro país, igualmente, muestran que IU naufraga en un abismo sin fondo. Los intentos de las direcciones federal y autonómicas por encauzar esta fuerza política hacia un partido institucional reformista nuevamente han provocado una patente desconfianza social y abonado la quiebra interna de esta organización.

Así, e n Andalucía, tradicional granero de votos de IU y donde el PC tiene mayor militancia, es donde se ha producido la mayor pérdida de electores (124.397 votos recibidos y unos 273.594 electores menos que el 99). También en Madrid se han perdido casi 100.000 electores con respecto al 99, siendo aun mayor proporcionalmente esta pérdida en el País Valenciano (58.000 votos y 73.000 electores menos). De hecho, en todas las comunidades autónomas sin excepción se ha perdido electorado, independientemente del color político de sus gobiernos. Ni siquiera en Cataluña, donde la coalición con IC funcionó como contención en las pasadas generales, ha remitido esta sangría (64.523 votos menos que el 99, en comparación con los obtenidos entonces por EUiA e ICV).

Se trata de un desastre electoral que desautoriza por sí solo la estrategia que vienen manteniendo Llamazares y las baronías autonómicas, obcecadas en reconvertir IU en una Izquierda Verde federal y en mantener una política territorial de alianzas del tipo «sálvese quien pueda». Pero, después de este fracaso anunciado, las perspectivas sobre el futuro de esta fuerza política no resultan menos sombrías, ante la previsible pugna que se establecerá en la Asamblea extraordinaria de finales de año, convocada por Llamazares para seguir huyendo hacia adelante. Una pugna entre los partidarios de un partido institucional reformista de discurso ecosocialista y los de uno institucional reformista «rojillo», a imagen del Partido de la Izquierda Europea, recién creado por las burocracias sobrevivientes de los PC de algunos países europeos.

El problema es que ambas opciones soslayan lo principal. Supeditar el futuro de IU al devenir de las actuales instituciones políticas en crisis de legitimidad sólo conduce que al vaciamiento y la auto-liquidación de esta fuerza política, como muestran los hechos una vez tras otra; implica continuar dando la espalda a los trabajadores y la juventud, que en nuestro país siguen sin un referente político unitario para el cambio social en el que apoyarse y que, a tenor del crecimiento experimentado por las movilizaciones sociales, no tardarán en vertebrar de uno u otro modo.

La actual aceleración de los ritmos históricos, consecuencia del recrudecimiento de lucha de clases en nuestro país y continente no admite medias tintas. En lo inmediato, el dilema entre socialismo o barbarie que plantea la descomposición del capitalismo imperialista internacional, implica igualmente para las organizaciones autoproclamadas de la «izquierda» política y social tener que despejar la disyuntiva sobre su verdadera función y papel social: servir a las instituciones que subvencionan a sus dirigentes para tratar de restañar la maltrecha legitimidad de éstas, o bien contribuir al movimiento unitario de la clase trabajadora por el cambio.

Han pasado muchos años desde los primeros congresos de la III Internacional, pero el fantasma que sigue recorriendo Europa y el mundo aun nos continua interpelando como comunistas en la misma dirección inequívoca: «¡A las masas!» «¡Por el frente único de los trabajadores!. Estas consignas, que en su día sirvieron para levantar el movimiento comunista internacional, hoy se concretan en nuestro país en la urgencia por articular un amplio movimiento político y social de los trabajadores y la juventud, por la democracia y las libertades, por la defensa de los derechos conquistados por la clase obrera y por la libre autodeterminación de los pueblos.

Los debates y reconsideraciones (organizativistas, reagrupamentales) que se están realizando y realizarán dentro de IU, el PCE y las diversas corrientes y sensibilidades internas no tienen salida de mantenerse al margen de esta cuestión central y previa sobre QUÉ HACER y qué papel jugar dentro de la lucha de clases realmente existente. Una lucha y un conflicto que las vigentes instituciones políticas y sociales cada vez fracasan más en ocultar y reconducir.