Estamos de sobra acostumbrados a que cada congreso, periódico y debate que quiera hacer gala de una posición equilibrada, conciliadora e imparcial al referirse a la cuestión palestina, incluya siempre las aportaciones de moderados del calibre de Amos Oz, Shlomo Ben Ami, Shimon Peres, incluso últimamente de Ariel Sharon y del resto de la pandilla […]
Estamos de sobra acostumbrados a que cada congreso, periódico y debate que quiera hacer gala de una posición equilibrada, conciliadora e imparcial al referirse a la cuestión palestina, incluya siempre las aportaciones de moderados del calibre de Amos Oz, Shlomo Ben Ami, Shimon Peres, incluso últimamente de Ariel Sharon y del resto de la pandilla de sionistas más o menos light.
Nada más fácil que esquivarlos, desde luego, pero ¡zas! donde menos te lo esperas salta la liebre y ya los tenemos hasta en Rebelión. Sin ir más lejos, el sábado 24 de septiembre de 2005. En cuanto leí su nombre en Rebelion.org me acordé de un amigo que, si alguien telefoneaba a su casa en el transcurso de un partido de liga de su equipo favorito, inmediatamente decía que algo muy grave debía de haber ocurrido para que alguien fuera capaz de interrumpir un partido de fútbol.
Pensé que si Rebelión publicaba un artículo de Oz -además con el sugerente título de «Al fin libres!-, es que éste había sufrido una caída del caballo en su camino hacia Al Quds, derribado por la deslumbrante luz de Dios todopoderoso que le preguntaba: Amos, ¿por qué persigues a los palestinos? Así que leí hasta el final en busca del nuevo San Pablo redivivo, para finalmente no encontrar nada de éste ni tampoco de interés en las reflexiones – de todos modos algo déjà vu- de Oz.
A pesar de la vaciedad de su planteamiento, a Oz le pasa lo que a otros novelistas y políticos (no te digo nada sin aúnan las dos facetas): que hilan unas frases con otras con cierta gracia y cierta melodía, de modo que son muchos los que pican por la música y se despreocupan de la letra.
Con otras palabras nada dulces: ¿quiere acaso Oz que lloremos con las mismas lágrimas de cocodrilo que derrama él por el corazón dividido de algunos israelíes? ¿Hemos de sentir pena por los pobrecitos sionistas que tras 38 años de ocupación ilegal y mortífera de Gaza se han retirado justo al otro lado de las fronteras terrestres de Gaza, aunque no del espacio aéreo, según hemos visto esta madrugada cuando aviones de ese ejército han asesinado a varios palestinos con el nada suave método israelí del misil teledirigido?
La facilidad con la que Oz se conmueve cuando usa palabras como solidaridad, justicia, fraternidad, recuerda la sensibilidad de Nerón cuando lloraba abrazado a su lira ante las llamas, sólo que el dolor de Oz resulta mucho menos creíble que el del emperador, por más que la historia haya mitificado lo que ocurrió hace veinte siglos.
Como le sucede a otro preclaro ejemplo de bipolaridad ética muy cercano, que puede colaborar sin pestañear, más bien lo hace con denuedo, con el asesinato de iraquíes, pero no puede aguantar que le llamen asesino, Oz se duele de gilipolleces mientras deja escapar lo que de verdad importa. ¿Es que aún hemos de sacar tiempo para preocuparnos de las dudas metafísicas del opresor cuando el oprimido apenas saca la cabeza del agua?
Podía escribir, como Oz, otra media página y aún una entera rebatiendo las inmensas chorradas que excreta su celebro (sic, V centenario). Pero para discutir con un autor capaz de titular un artículo con la palabra libertad y no decir ni una palabra de la que sueños como el suyo y de sus compatriotas han robado -y continúan robando- a los palestinos desde hace más de 38 años hay que tener muchas ganas, algo de lo que yo carezco por completo.