Un chiste amargo, como suelen serlo los de la política en estos tiempos, cuenta que los socialdemócratas se presentan como de izquierda, se imaginan como de centro, y en el gobierno aplican políticas de derecha. El chiste puede ser el producto de la exageración – en eso, entre otras cosas, consiste lo chistoso – pero […]
Un chiste amargo, como suelen serlo los de la política en estos tiempos, cuenta que los socialdemócratas se presentan como de izquierda, se imaginan como de centro, y en el gobierno aplican políticas de derecha.
El chiste puede ser el producto de la exageración – en eso, entre otras cosas, consiste lo chistoso – pero tiene un claro asidero en lo que han venido a ser los partidos que se llaman a sí mismos socialdemócratas de Estados nacionales como Inglaterra, Francia y España.
Ese venir a ser, a su vez, resulta de esa geometría política (así la llamaba el General Omar Torrijos), establecida a partir de la Revolución Francesa a nuestros días, a escala Noratlántica primero – cuando quienes así la ejercían eran apenas un puñado de potencias coloniales -, y del sistema internacional entero, tras la II Guerra Mundial.
Dentro de esa geometría, izquierda, centro y derecha constituyen opciones de política y maniobra al interior de cualquier régimen estatal establecido dentro del moderno sistema mundial.
Ninguno de esos costados constituye, en verdad, una opción con respecto al régimen que se estructura en torno a ellos – y a través de esa estructura procesa sus contradicciones internas -, aunque en algunas de sus formas extremas puedan parecerlo, o favorecer con su accionar la transformación de ese régimen en otro.
Este modo de concebir y ejercer la política constituye uno de los grandes logros del liberalismo, como lo es el de la separación de poderes y las relaciones de equilibrio y control entre los poderes constitutivos del Estado.
No ha sido tan universal como lo hubiera querido el liberalismo, sin embargo.
Así, por ejemplo, frente al capitalismo y el Estado burgués de su tiempo – que fue por excelencia el del liberalismo triunfante -, Marx no se consideró nunca a sí mismo como un político de izquierda, sino como un antagonista que luchaba por un régimen económico y un ordenamiento estatal distintos en forma y propósito.
Lo mismo puede decirse de las otras personalidades que dieron forma y proyecto a la filosofía de la praxis en las condiciones de la transición del siglo XIX al XX, desde Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin hasta Antonio Gramsci.
Por contraste con ellos, por la misma época pasaron a ser «de izquierda» aquellos de sus compañeros de ruta que buscaron y encontraron un lugar para sí mismos como segmento crítico del mismo régimen que los socialistas y comunistas de origen buscaban derrocar.
La labor de deslinde entre ambas tendencias constituye una importante fuente para el estudio de la transformación de la filosofía de la praxis en una guía para la acción política.
El texto que Lenin tituló «La revolución proletaria y el renegado Kautsky» es una de sus expresiones más características.
Todo esto, además, tendría que ser examinado a la luz de las experiencias de aquella gran mayor parte de la Humanidad que sólo conoció del liberalismo triunfante sus rasgos más conservadores, y que no consiguió expresar en aquellos términos sus propias aspiraciones.
Tal el caso del General Torrijos, con su consigna de «Ni con la izquierda ni con la derecha: con Panamá.»
Tal el de Emiliano Zapata con su «Tierra y Libertad».
Y tal, sobre todo, el de José Martí, con su advertencia de que no existía entre nosotros – como lo proclamaban los liberales – una batalla «entre la civilización y la barbarie», sino otra, realmente decisiva en el camino a la construcción de un mundo nuevo, «entre la falsa erudición y la naturaleza.»
La lucha de los europeos y norteamericanos por la reconstrucción del Estado de Bienestar identifica a su izquierda dentro del mundo realmente existente para ellos, hoy bajo control de su derecha.
Nuestra demanda de construir un mundo nuevo – que sea popular por lo revolucionario, y revolucionario por lo democrático que llegue a ser – no es, en esta perspectiva, de izquierda.
Ella corresponde a la naturaleza más profunda de nuestra identidad, de nuestras necesidades y nuestras aspiraciones, definida en la batalla incesante contra la falsa erudición del liberalismo en crisis.
Ni con la izquierda, pues, ni con la derecha: con nuestra gente, en todo lo que ella puede llegar a ser.
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/04/25/sobre-la-geometria-politica-de-nuestro-tiempo/