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Sobre la revolución siria y la ética

Fuentes: Al-Hayat

De vez en cuando, los sirios interesados en los asuntos generales sacan el tema de los «errores de la revolución». La discusión se ha endurecido con la ejecución de un shabbiha de la familia Berri hace unas semanas, y después cuando se emitió el vídeo que mostraba cómo se lanzaba a personas, que se decía […]

De vez en cuando, los sirios interesados en los asuntos generales sacan el tema de los «errores de la revolución». La discusión se ha endurecido con la ejecución de un shabbiha de la familia Berri hace unas semanas, y después cuando se emitió el vídeo que mostraba cómo se lanzaba a personas, que se decía que eran francotiradores, desde la azotea de un edificio de varias plantas en Baldat al-Bab en Alepo.

Esta discusión no es solo necesaria, sino que es un signo de la vitalidad de la revolución y la pluralidad de sus dimensiones. Esto no lo cambia el hecho de que muchos de ellos parezcan estar más ocupados en monitorear sus lapsus que en corregir sus prácticas y da la impresión de que buscan una excusa para ponerse en su contra (de la revolución). Sin embargo, con la prolongación de la revolución, la expansión de sus focos, y la consabida intensa descentralización política, militar e ideológica, es imperioso pasar en la discusión de la «crítica de los errores» a la introducción de un mecanismo de auto-corrección o de institucionalización de la crítica por medio de actividades políticas, mediáticas y legales que tengan por objetivo proteger los valores de la revolución y expandir su base ética. Lo cierto es que hay prácticas correctivas que han puesto de manifiesto algunos excesos y han sido recibidos con oleadas de protesta contra dichos excesos, pero, aun así, las prácticas se han mantenido, como se ha mantenido la crítica de los errores en sí misma: hechos circunstanciales que nada tienen que ver con organizaciones concretas ni están insertos en mecanismos claros de trabajo. Eso es lo que hoy debe superarse teniendo en cuenta que se dan las condiciones para ello. Ya no es difícil publicar un pequeño periódico y distribuirlo en papel y difundirlo en la red, que esté relacionado con esta cuestión (hoy hay muchos periódicos sirios nuevos). Tampoco es complicado conformar un grupo de revolucionarios civiles, activistas por los derechos o periodistas que participen en la revolución para que se encarguen de recopilar los excesos de los revolucionarios. La base social para trabajar es hoy muy amplia en Siria, y puede y debe destacar la satisfacción de las necesidades y las nuevas funciones.

Lo que solíamos criticar al régimen era su carencia de mecanismos de auto-reforma (prensa libre, poder judicial independiente, oposición política…), y de desarrollo en vez de tener mecanismos para otorgar la perfección a su política e impedir que sea criticada o que alguien se oponga a ella. Esto ha llevado a lo largo de décadas a una ley de desarrollo especial del régimen sirio y sus semejantes, que se trata de mantener a los peores, lo más corruptos, los que están dispuestos a hacer la pelota y destrozar las capacidades y las conciencias, mientras que se dejaba y deja al margen o fuera del país a los más preparados y más dignos sirios.

La decadencia nacional que ha conocido siria durante el gobierno baasista y asadiano ha provocado principalmente su carencia de mecanismos de reforma y la abundancia de diversos mecanismos de corrupción, la base de lo cual es el poder absoluto. La fuente del mal del régimen está ahí precisamente y de ella nacen los mayores males como los hermanos Asad, Ali Mamluk [1], Yamil Hasan [2] y otros. Que aparezca gente como ellos es perfectamente posible sean cuales sean las creencias de los gobernantes, sus orígenes o grupos sociales, y ello es algo que ha de considerar desde hoy la revolución.

El objetivo de proteger los valores de la revolución no es evitar los errores y los pecados, porque eso es hoy difícil, por no decir imposible. El objetivo es crear una conciencia grupal o un instinto ético que arraigue en el cuerpo de la revolución, que camine con ella, se desarrolle con ella y no deje de hacerla rendir cuentas. Es decir, se trata precisamente de crear los mecanismos de corrección y reforma esperados. Lo que hoy se conserva se cimenta mañana, y las formaciones que hoy intentamos componer puede que mañana se conviertan en agrupaciones asentadas en el futuro.

No se sostiene el hablar de la protección de los valores de la revolución si no es sobre una base de total apoyo a la evolución que fundamente su justicia esencial. Quien se opone a la revolución no precisa acabar con sus errores. Si queremos expresarlo con claridad: quien no condena al régimen y no pide su derrocamiento inmediato, ha perdido la capacidad ética de criticar a la revolución o de tener sus reservas hacia sus peores acciones. Esto, de todos modos, es una mera definición de lo que significa estar con la revolución.

Pero la justicia esencial de la revolución no garantiza en sí misma una verdadera justicia espontánea a lo largo del camino (algo muy necesario) o en sus actividades sociales, militares y políticas, o en todo lo que hacemos o dejamos de hacer. El creer que lo garantiza es una forma de sacralizar la revolución y que puede ser muy peligrosa tras su victoria, más de lo que es hoy, algo que hoy oculta el hecho de que las zonas de la revolución son atacadas por el régimen famoso por su mezquindad, corrupción y miedo.

Pero no hay nada que obligue a que la visión ética esté ciega políticamente. Quien considera la mera aparición de un elemento militar en la revolución un error, se pone a sí mismo en la práctica por encima de la realidad y critica las acciones en nombre de valores abstractos, sin importarle los procesos sociales, intelectuales, psicológicos y políticos que han tenido lugar en el país durante casi año y medio. Aquí los valores están separados del ámbito de la práctica, al que son dirigidos desde el exterior (del mismo modo que se traslada la conciencia revolucionaria a la clase obrera en el modelo del régimen leninista). La revolución o lo abraza o los dueños de este dogma la reprueban y salen de ella. Esos precisamente son los que ocupan una posición secundaria en comparación con quienes consideran que la revolución se vale por sí misma éticamente o que en sí misma es un parámetro ético que no necesita desarrollar una conciencia propia.

La guerra se ha impuesto a la revolución, pero nada impide esencialmente que la guerra se enmarque en bases y raíces justas en armonía con sus valores y estaremos en la posición óptima para influir en esta dirección participando activamente en las actividades de la revolución. Mientras no se haga uso de la justicia para oponerse a la expansión de la religiosidad en los centros de los revolucionarios, algo que se está dando, ponerse a uno mismo a la altura de la revolución y participar en sus actividades es lo que permite también ocupar la mejor posición posible para oponerse a las formas de religiosidad extremista y discriminatoria.

La «política» ética que defendemos aquí es interactiva, ve que la revolución es un proceso vivo y que su desarrollo exige una diferenciación de funciones, actividades y nuevas instituciones, éticas, intelectuales y políticas, que respondan de la mejor forma a este desarrollo. Lo que rechazamos es trasladar una ética preparada (y una conciencia preparada) a una revolución que exige estar despojada de ambas y no reconocer, al mismo tiempo, la capacidad intelectual y ética de la revolución. Ambas posturas están más cerca entre sí de lo que parece. Lenin es quien inventó la teoría del traslado de la conciencia (la revolución al servicio de una conciencia que la precede), y quien hizo de la revolución un parámetro para medir la ética (la ética al servicio de la revolución). El resultado fue malo ética e intelectualmente.

La revolución siria, que ha ganado en la verdadera lucha por medio de la cobertura de sus actividades, la documentación de sus hechos y víctimas y el registro de amplios niveles de solidaridad por medio de las redes de socorro organizadas, puede también ganar la lucha de la justicia corrigiendo sus errores y haciéndose rendir cuentas a sí misma.

Notas:

[1] Ex director de la Inteligencia General, hoy (tras el atentado de Damasco en julio) es presidente de la Oficina de Seguridad Nacional en calidad de Ministro.
[2] Director del departamento de Inteligencia Aérea.

Tomado de Traducciones de la revolución siria