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Sobre las respuestas a la caída electoral de Podemos (o sobre los límites de la fe y la desconfianza)

Fuentes: Rebelión

Aunque muchas veces se hubiera insistido en que las cosas se estaban haciendo mal, y por más que muchas otras se hubiera advertido contra un estrepitoso fracaso, no por ello el hecho de que de repente los resultados que esperábamos eran mucho mejores con respecto a los que ahora se nos presentan habría de entenderse […]

Aunque muchas veces se hubiera insistido en que las cosas se estaban haciendo mal, y por más que muchas otras se hubiera advertido contra un estrepitoso fracaso, no por ello el hecho de que de repente los resultados que esperábamos eran mucho mejores con respecto a los que ahora se nos presentan habría de entenderse necesariamente como prueba de que los argumentos que dieron para criticar eran ciertos, ni que este panorama tenga algo que ver con lo que aquellos afirmaban en su momento. Las causas ya bien podrían haber sido otras, y aprovechar este fracaso en pos de vanagloriarse por las mismas causas que nuestros enemigos es algo que ninguno de nosotros -acusadores y acusados– merecemos.

Tendríamos que tener una mayor templanza a partir de este punto, y con ello considero que nos iría mejor si nos parasemos a atender con una mayor cautela a cuales han sido realmente nuestros errores. Hay que tener cuidado, pues si bien la situación actual podría favorecer determinados discursos, los cuales, por más que pudiesen funcionar en pos de ciertos onanismos ideológicos, poco pueden servirnos en realidad para salir de estas disyuntivas, y con ello gobernar, que es de lo que había tratado desde el principio todo esto.

La primera pregunta que nos tendríamos que hacer es: ¿Qué ha pasado para que entre tantos amigos, tantos viejos aliados y compañeros, de repente, suenen tantos cruces de espadas, tantos desprecios y pasiones, tantos disparos al aire?

Porque hay años que pasan de repente cuando se vive a la carrera, y desde aquella primavera de 2014 estamos viviendo en una tormenta que nunca nos pudimos imaginar y cuyos efectos nunca habríamos deseado. Antes, nuestra amistad era tan segura como nuestra derrota, nos unía quizás esta certeza, pues en la trinchera todos podíamos ser hermanos, cuanto más pequeña se hacía la grieta en la que cobijarnos más extrañas y abundantes eran las alianzas que se forjaban compartiendo el corazón de los oprimidos; muchas almas muy distintas podían acogerse unas a otras ante el fin de los tiempos que estaba por llegar. Pero sin embargo aquello cambió, un acontecimiento inesperado que nos ilusionó por igual aun siendo espectros muy distintos. Podemos fue, en su comienzo, como lo es un amor a primera vista; depositario una gran ilusión en la misma medida que condenado a una gran decepción. Muchos ya lo sabíamos, nuestras fantasías no tenían por qué asemejarse a los hechos, pero aun así conservamos nuestra fe, pensábamos que aunque no fuese tal y como lo deseáramos fuese lo mejor posible y lo que es más importante: Que funcionara.

Pero ¿cuál es esa decepción que más tarde que pronto nos vinimos a encontrar? Para muchos los enfados ya se venían gestando de hace tiempo, muchos eran los que aprovechaban cualquier desperfecto para clamar al cielo y asegurar que las cosas salían mal porque no se estaban haciendo tal y como ellos defendían. Sin embargo, al final no fue ningún tipo de defecto interno lo que nos hizo caer, sino que en su lugar fue una maniobra externa: Ciudadanos, ese partido abotargado de bombo mediático que nos han plantado en la cara ha sido un buen timbre contra el sueño de nuestro despertar. Y a la vez nos pilló en medio de un mal trecho, una tediosa cantinela que se ha ido sucediendo desde aquello que ciertas izquierdas ahora llaman con lúdico ánimo «el error Vistalegre». Todos sabemos que desde el principio muchos grupos de izquierda organizada tuvieron muy poca paciencia con Podemos y aunque es verdad que muchas cosas se hicieron mal yo nunca me aclaré si alguna vez entendieron qué era en realidad lo importante sobre lo que se estaba discutiendo.

Hay cosas que si se hubieran entendido desde el principio quizás no hubiéramos llegado hasta aquí. En eso estamos todos de acuerdo, lo que no conseguimos es explicar el qué, y es que estamos en un momento de gran confusión ideológica: Vivimos en un tiempo en el que podemos decir con tranquilidad que las formas que aprendimos del hacer política ya no nos sirven de nada y no ya sólo para hacer política (¡Habría que preguntarse si alguna vez sirvieron para eso!) sino además para vivir entre nosotros; los juegos de poder son complicados y la raigambre de nuestra tradición profunda y no seré yo quien defienda lo indefendible de los errores que se han cometido en Podemos, pero últimamente hay en auge un discurso de vuelta a los orígenes sustentando sobre la idea de que la bajada de expectativa electoral se debía al abandono de su principios originarios. ¿Qué pruebas podemos aportar de esto? ¿Acaso hubiéramos bajando igualmente si no hubiera parecido Ciudadanos? ¿Es que acaso a Ciudadanos se han ido todos aquellos que estaban desilusionados con la falta de coherencia en el discurso de Podemos? A mi ver en realidad cada grupo ha puesto en juego los sentimientos que tuvieron con aquel enamoramiento más que algún juicio concreto sobre los supuestos principios traicionados.

Tengamos esto en cuenta; no se han retrasado ni un momento aquellas voces que desde la retaguardia clamaban que volviésemos a nuestras trincheras, que había sido todo una locura y que las cosas no se podían hacer así. En este sentido, no han faltado argumentos sobre por qué Ciudadanos había logrado comerle tanto margen electoral a Podemos. Según los atrincherados esto se debe (resumidamente) a que Podemos se había levantado sobre un «significante vacío» que podía ocupar cualquiera, y siendo así era muy fácil que otro partido viniese a disputar ese espacio tal y como había ocurrido. Podría haber sido un buen argumento, -quizás en otro tiempo- pero aunque es cierto que Podemos con respecto a otros tiene un discurso mucho menos «identitario» eso no significa para nada que Podemos no tuviese el suyo propio, o lo que es decir, que todo el rato se le estuviese pretendiendo identificar con un sector ideológico concreto como es «la izquierda». ¡Mal agüero cuando defendemos lo mismo que pretenden nuestros enemigos! Si fue posible para Ciudadanos robar buena parte del electorado a Podemos también es posible pensar que fue porque buena parte del electorado de Podemos no se sentía en realidad nada cómodo con la izquierdosilla imagen que daba el partido. -Esto es algo que en cierta medida se intentó evitar pero luego se nos fue de las manos- Como ejemplo bastaría con recordar aquellas caras tristes ante la negación que se les quedó a la buena gente que quiso exhibir sus banderas tricolor en Vistalegre, las mismas que tan contentas lucirían aquel 31 de enero en Sol. Doscientas mil personas son muchas más que las que una persona puede contar, suficientes para llenar el más decaído de los corazones, en eso estamos de acuerdo y lo sentimos aquel día, pero el problema es que doscientos mil votos son apenas un puñado de ladrillos con respecto a la institución que queremos construir, la apuesta por «la izquierda » probablemente se una mala estrategia para la gente de izquierda.

Sobre lo que nos une, o sobre cuál podría ser un buen discurso a través del que salvar lo verdaderamente importante de nuestra apuesta sin dejar que nuestras costumbres nos retrasen y nuestros colores nos separen no tengo mucho más que añadir al llamamiento por «republicanizar el populismo», o lo que es lo mismo, dedicarnos a hacer políticas de izquierdas sin que tengan que llamarse necesariamente «de izquierdas», sino sencillamente «institucionales» o a lo sumo «de orden». Es recuperando las instituciones y los símbolos del estado y de la gobernación en pos de nuestras reivindicaciones de justicia y normalidad la única vía, considero, de que al final podamos llegar a ser algo más -mucho más- que nuestros anteriores intentos.

Sea como sea, oscuro lugar en el que nos encontramos si los antiguos aliados nos seguimos acusando mientras nuestros enemigos, hasta hace un momento en retirada, se reagrupan y fijan una nueva formación. ¿Tan mal lo hicimos en realidad? Era mucho lo que estaba en juego, y es verdad que la toma por el poder era algo para lo que no estábamos preparados, -quién pudiera- situación que nos terminó afilando los nervios, hinchando las ambiciones y ¿por qué negarlo? Volviéndonos temerarios. Esta audacia, -u osadía-, pronto y sin darnos cuenta nos hizo entender que ciertos sacrificios habrían de hacerse con tal de tomar el poder. Intentamos ser coherentes -al fin y al cabo somos buenas personas-, pero la lógica de la guerra se nos fue de las manos; sin darnos cuenta tomamos posiciones enfrentadas entre nosotros, las concepciones que teníamos sobre qué era lo importante para ganar se volvía línea de frontera y en más de una ocasión se ha acusado de traición a quienes nos habían llevado hasta aquí. La obediencia y con ella la lealtad ciega son cosas que de por sí no abundan en la izquierda, pero el problema no era ese, sino tanta abundancia de visión.

Ha sido de gran dificultad para todos navegar entre tantos proyectos, claro que, mientras que el poder estaba a nuestro alcance todo era posible, por eso valía la pena. Tantos esfuerzos, tantos pasos y tantos discursos incomprendidos, no podíamos pararnos a explicar lo que estaba pasando porque intentábamos correr al mismo ritmo que la historia y parecía -todos llegamos a pensarlo por un momento- que por una vez podíamos ganar la carrera. Si estamos de acuerdo en que tenemos que pararnos un instante seguramente haríamos un mal negocio al dar un reconocimiento de cuanto quedase atrás, hay cuentas que sería mejor rendirlas una vez se ha llegado a puerto y no nos sacudan turbulencias y enconos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.