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Sobre Siria y los sirios

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

La revolución siria, con su devenir y sus tragedias, fue una excusa para volver a conocer a Siria. El país, oculto tras el burka del despotismo, descubrió todos sus rostros de una sola vez y se reconfiguró a sí mismo al ritmo del estallido de la dignidad creado por su revolución, una revolución que se […]

La revolución siria, con su devenir y sus tragedias, fue una excusa para volver a conocer a Siria. El país, oculto tras el burka del despotismo, descubrió todos sus rostros de una sola vez y se reconfiguró a sí mismo al ritmo del estallido de la dignidad creado por su revolución, una revolución que se prolonga ya dos años y tres meses.

No he podido visitar Siria en estos dos largos años, pero Siria estaba en todas nuestras casas, desde las imágenes de Hamza al-Khatib, engrandecida por morir mártir, hasta las imágenes y vídeos de las manifestaciones populares, donde se entremezclaban los bailes y canciones de los inicios con el sacrificio y la valentía.

Pero las imágenes, a pesar de su importancia, no dejan ver más que una pequeña parte de la realidad. La escena siria la crearon aquellos en quienes estalló la libertad y abandonaron el miedo y la indiferencia para enfrentarse al dictador con sus pechos y gargantas. No debemos olvidar -cuando la revolución siria se encuentra ante el abismo de la guerra civil sectaria al que la han empujado el dictador, sus secuaces y aliados-, que estábamos y estamos ante un estallido popular sin precedentes y que el aparato de la represión que se deleitaba sin freno quiere hoy culminar su deleite convirtiendo Siria en cenizas.

No quiero hablar de la tristeza y la vergüenza que siento cuando veo en la pequeña pantalla las imágenes de la ocupación de Quseir y las celebraciones sectarias y confesionales que la acompañaron, como tampoco quiero mostrar mi preocupación por el ataque total que ha emprendido el régimen gracias a las milicias chiíes que han llegado de Líbano e Iraq. No quiero hacerlo porque creo que el aparato de la muerte, por muchos logros que consiga, es incapaz de aplastar la voluntad de un pueblo que ha iluminado su libertad con la sangre de sus hijos.

No discutiré del mismo modo la locura sectaria, que lleva a un aumento de la congestión que se extiende desde Irán hasta Líbano, pasando por Iraq para apoyar al dictador hijo y su autoritarismo sobre el pueblo sirio. Tal provocación es signo de la destrucción de la zona e indicio de su miseria, pues convierte el presente en pasado y rinde el futuro a lo desconocido.

Quiero recuperar la escena siria a través de los ojos de los sirios y las sirias con los que he podido hablar en Líbano: refugiados, intelectuales, activistas, personas pobres y miembros de las clases medias se han convertido en una parte cotidiana de nuestra vida libanesa. Son ellos quienes se enfrentan aquí a la vergonzosa campaña racista y quienes viven la desgracia del asilo y el exilio. Vienen a nosotros en Líbano con una imagen totalmente distinta de la que nos impuso el régimen dictatorial durante su larga hegemonía sobre Líbano.

El ejército sirio entró en Líbano en 1976 sobre los escombros del Movimiento Nacional y en alianza clara con el Frente Libanés, que dirigió la guerra contra la resistencia palestina. Pero rápidamente se descubrió que no hay ningún aliado del poder despótico sirio más que aquel agente que recibe las ordenes y las implementa. Ese no es nuestro tema hoy, porque la guerra libanesa decretó la pena de muerte para Líbano después de que el elemento sectario dominara sobre el elemento nacional democrático. El sectarismo no es más que una receta para una larga agonía, y eso es lo que los sirios ven con sus propios ojos hoy.

Siria fue empotrada en Líbano a través de Anjar y sus horrores, y a través de sus celdas de lujo. El general de los servicios secretos que vivía en Anjar parecía el gobernador absoluto y el país se llenó de informadores. Incluso la imagen del trabajador sirio pobre, que levantó con sus manos el bosque de cemento beirutí comenzó a cambiar y los trabajadores pasaron a tener mediadores contratistas entre los servicios de seguridad. Así, no perdieron solo sus únicas esperanzas de lograr sus derechos más básicos, sino que se convirtieron también en parte explotada por el aparato de la represión, aparato del que eran socios los hombres de negocios libaneses y los recaudadores de impuestos entre los servicios de seguridad sirios.

Esta imagen permitió a algunos cerebros sectarios enfermos libaneses levantar durante la intifada de la independencia (2005) lemas racistas contra los trabajadores sirios y llevar a cabo vergonzosas prácticas represoras que expresaban su larga abstención silenciosa. Hoy se revela la otra Siria, la Siria de los que se parecen a nosotros y a quienes nos parecemos, la Siria de los refugiados que viven en condiciones infrahumanas, y las Siria de los activistas, que hacen visitas relámpago a Siria y siembran nuestros corazones de esperanza.

Con ellos descubrimos que las versiones al estilo «shabbih» de los canales árabes son diferentes de los que sucede sobre el terreno, pues en Siria hoy hay una dura guerra, lo cual es cierto -y lo vemos cada día en la televisión-, pero también hay una verdadera revolución popular y zonas liberadas que dirigen los consejos locales, y hay un sueño que construyen los y las activistas: el sueño de que nazca una nación en la que gocen del derecho de ciudadanía.

Esa es la Siria que aún se eleva por encima de la ciega locura sectaria avivada por la intervención exterior: milicias armadas provenientes de fuera de las fronteras, con sus banderas y lemas confesionales por un lado y el lema sectario de los canales del petróleo que incitan a la escisión (fitna) por otro.

La revolución siria no es terreno de lucha entre Irán y Arabia Saudí y Catar, que es una lucha que esconde una escisión doctrinal y sectaria y que no hace más que echar leña sobre el fuego de la ocupación israelí, sean cuales sean las posturas declaradas. La revolución siria es un proyecto de libertad y dignidad, por ello se encuentra sola y sin un verdadero apoyo de nadie.

Las opciones son la revolución o la guerra civil, y la revolución está huérfana y sin apoyo exterior verdadero a pesar de todo lo que se dice y repite, mientras que la guerra civil tiene todo el apoyo necesario en luchadores y armas. Ese es el gran punto de inflexión sirio, y en él encontramos las ascuas de la esperanza de la revolución que aún siguen ardiendo en los ojos de los y las activistas a los que el cansancio ha agotado y a los que el mundo ha abandonado. Se encuentran ante la necesidad de enfrentarse al proyecto de la guerra sectaria que es la antesala para convertir Siria en un campo en el que los países colonialistas recuperen su dominio bajo el lema de la protección de las minorías.

A esos que siguen enfrentándose al aparato de la muerte con su perseverancia, a ellos y a ellas nuestro agradecimiento porque nos han llevado a la Siria que amamos.

Estamos con ellos en la esperanza y el dolor, esperando al sol de la justicia, que ya es hora de que acabe con esta oscuridad.

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