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Sólo descaro y nada más que eso

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por J.M.

¿Será que la conversación que nosotros llevamos a cabo -si es que realmente llevamos a cabo alguna conversación con nosotros mismos y con otros interlocutores- es totalmente legítima? Desde que se ocuparon los territorios se discute públicamente acá su futuro y su destino. Las preguntas iban y venían, todas ellas por la misma senda: ¿entregarlos, renunciar a ellos, bajo qué condiciones, a cambio de qué? Las colonias ¿sí ó no? , los puestos de control, ¿sí ó no? ; los asesinatos, las detenciones, la hambruna, el asedio, el amurallamiento, los toques de queda, la desprotección, las torturas, la libertad de movimiento, las elecciones ó el ritual, ¿sí ó no?

Esta semana, el jefe de la policía de Jerusalén, Aharón Franco, nos proveyó de un excelente ejemplo cuando dijo que los ciudadanos musulmanes de la ciudad ran «desagradecidos». ¿Por qué? Les hemos dado -se repite la palabra «dar»- la posibilidad de orar en el Templo de la Montaña, y ellos respondieron con violencia. Entonces, no tenemos ningún derecho moral para llevar a cabo esta discusión. Primero de todo, es una mentira que se les dio permiso a los musulmanes para orar en el Templo de la Montaña, solamente a los hombres mayores de 50, pero más importante, ¿quiénes somos nosotros para «dar» los derechos que les pertenecen y que están garantizados en cualquier democracia? ¿A alguien se le ocurriría impedir a los jóvenes judíos llegar al Muro de los Lamentos? ¿Pueden también los palestinos soñar con tener su «marcha de Jerusalén»?

El ministro de defensa, Ehud Barak y sus voceros se vanaglorian por haber retirado algunos puestos de control, y el comisario encargado de los asuntos de franquicias del ministerio de comunicaciones considera la posibilidad de «darles» a los palestinos una segunda red de comunicaciones para celulares luego de que el gobierno estableció condiciones -Goldstone a cambio de Wataniya, la compañía telefónica-.

¿De dónde viene este derecho? Así como el violador no tiene derecho a discutir si va ó no a cometer su crimen, así como el ladrón no puede regatear las condiciones para devolver lo robado, tampoco el ocupante, el depredador, el soldado ni el explotador pueden discutir las condiciones de sus actos. Es una discusión abiertamente inmoral. La discusión de gen te que goza de libertad sobre el destino de las personas que están bajo sus órdenes es tan legítima como la de un tratante de esclavos ó un traficante de seres humanos. La única discusión legítima es la que lleva a poner fin a la situación, inmediata e incondicionalmente.

Esto comienza desde arriba. La Corte Suprema discute estos temas: si la tortura es legal, si los asesinatos están permitidos, si está permitido sacarle la tierra a un granjero, si se puede imponer el estado de sitio a cientos de miles de personas, si es legal llevar a prisión personas por años sin juicio, si es posible negarles tratamientos médicos , si es legítimo impedir que los niños vayan a la escuela. El solo hecho de que la Corte Suprema se haga estas preguntas como si no estuvieran las respuestas ya respondidas, es la prueba más evidente del pozo profundo en el cual nos hemos hundido.

Esta ilegítima discusión hace tiempo penetró todas las capas de la sociedad. Comentaristas bien informados discuten ante las cámaras de televisión si el sitio sobre Gaza es «efectivo», soldados discuten alrededor de una lata comestible si la operación «plomo fundido» terminó antes de tiempo y cuando «les daremos nuevamente». En sus cafés, los jóvenes discuten «si hay que darles un estado a los palestinos», como si esta fuera una pregunta posible, como si fuéramos nosotros los que podemos «dar» un estado. Pero estas discusiones también, tan monstruosas como pueden ser, estuvieron reprimidas en los últimos años, -en un sentido psicológico, claro está- silenciadas, entraron en la indiferencia y la apatía. A distancia de una hora de viaje, la increíble y cruel realidad continúa, todo lo que allí se hace es en nuestro nombre, supuestamente, y en el de nuestra seguridad, supuestamente. Y aquí, entre nosotros, el discurso distorsionado o, directamente, el no discurso.

Mientras continúe este estado de situación, no habrá ningún cambio. Un informe que divulgó hace poco tiempo la oficina de coordinación de asuntos humanitarios de las Naciones Unidas, describe un panorama estremecedor de lo que ocurre en Gaza. Por ejemplo: el 75% de sus habitantes, más de un millón de personas, sufren deficiencias nutricionales; el 90% sufre cortes de electricidad diarios de entre 4 y 8 horas; el 40% de las peticiones de permisos de salida para tratamientos médicos está negados por Israel; y 140 000 personas están sin trabajo. Todos los datos muestran un estado de agravamiento en el último año, y derivan de tres años de bloqueo. ¿Cuántos de nosotros estamos enterados de esto? ¿Cuántos de nosotros somos capaces de imaginarnos la vida en estas condiciones? ¿A cuántos de nosotros nos importa, entre el bar y el gimnasio? Y, sobre todas las cosas, ¿de dónde nos viene el descaro de decidir el destino de otro pueblo?

http://www.haaretz.com/hasen/spages/1119642.html