Traducido por Caty R.
En el sexagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel, Ur Shlonsky nos da su opinión sobre este evento. Shlonsky es profesor de Lingüística general en Ginebra desde hace quince años, después de haber ejercido en Haifa y Montreal.
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Israel celebra su sexagésimo aniversario y nuestras elites políticas se suman a las celebraciones, tanto en Suiza como en otros lugares.
Que Israel, concebido como el Estado de los judíos, dependa de la destrucción de otra sociedad, que haya expulsado a 800.000 palestinos, arrasado sus hogares y confiscado sus tierras con el fin de asegurarse de que no puedan regresar, para nuestras elites es un drama lamentable que de ninguna manera les impide declarar nuestra inquebrantable amistad con ese país de «valientes pioneros».
Se celebra la creación del Estado de Israel mientras éste, en el mismo momento, encierra a millones de civiles palestinos dentro de un muro blindado de controles militares burlándose de cientos de resoluciones de la ONU y del Derecho Internacional más elemental.
Un simple cambio de protagonistas pondría en evidencia la inmundicia de estos festejos.
Se dice que Israel no tiene otra elección, y es totalmente cierto en la actualidad: la ocupación y la represión provocan la rebeldía y ésta debe ser aplastada. Desde la fundación del Estado judío -el Estado donde únicamente los judíos pueden gozar de plenos derechos-, Israel aplica la política de la «judaización», destinada a extender su territorio y a reducir el número de palestinos que viven allí. ¿Qué otra cosa pueden hacer los palestinos más que resistir por todos los medios?
Desde hace 60 años, la política de Israel ha instaurado un odio que alimenta diariamente y que en un futuro más o menos próximo rebotará y convertirá al país y la región en una trampa mortal para todos sus habitantes, los judíos y los árabes.
Quienes actualmente celebran este Israel son cómplices de su política y corresponsables de sus consecuencias. La Europa del siglo XX fue escenario de un genocidio casi total de los judíos. Este capítulo inolvidable de su historia le impone una responsabilidad moral y política que asume muy poco.
Hay que dejar de defender a Israel, cuarto vendedor de armas del mundo; dejar de alabar su milagrosa supervivencia en una región salvaje y rendir justicia a los pueblos de Oriente Próximo admitiendo que el sionismo es un proyecto colonial que todos los días agrede violentamente a los palestinos y además lleva en sí mismo la marca de una catástrofe anunciada para los judíos de Israel.
Rechazar la política de Israel no implica en absoluto una adhesión al «antisemitismo», como afirman algunos discursos para acallar cualquier crítica.
En vez de participar en la mascarada de los «procesos de paz», de Oslo a Annapolis, que sólo han servido para enmascarar y legitimar la continuación de la colonización israelí, hay que insistir en la aplicación de las resoluciones de la ONU y el Derecho Internacional.
Eso inscribiría el debate del conflicto de Oriente Próximo en las normas de la justicia, únicas armas de las que disponemos para un primer esbozo de paz.
Original en francés:
http://www.tdg.ch/pages/home/tribune_de_geneve/l_actu/opinions__1/opinions_detail/(contenu)/234145
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.