Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Omar Barghouti, analista y comentarista político y cultural palestino independiente, es desde hace tiempo defensor de un Estado unitario, laico y democrático en la Palestina histórica. Es co-fundador de la Campaña Palestina para un Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI, por sus siglas en inglés) creada en 2004 y que promueve un boicot institucional internacional a Israel inspirado en el impuesto al apartheid en Sudáfrica. En este artículo argumenta que en situaciones de opresión colonial en particular los intelectuales no pueden ser neutrales, «apolíticos» o indiferentes en relación a la lucha por la libertad, la igualdad y la autodeterminación.
«Su ensayo es muy bueno pero, ¿no podría hacerlo menos ‘intelectual’, menos analítico y más personal?». Ésta es la reacción que recibí de una editora de Nueva York después de presentarle un artículo sobre arte y opresión que me había pedido para una colección de ensayos similares. Observaciones como ésta – ¡ no era la primera vez! – suelen traicionar una dicotomía profundamente arraigada, incluso entre aquellas personas comprometidas con la justicia social, entre los intelectuales en el «norte global» y sus homólogos en el «sur global» según la cual los primeros están mejor equipados para pensar, analizar, reflexionar, crear y teorizar, mientras que los segundos están «naturalmente» – disculpen la alusión aristotélica – más predispuestos a meramente existir, experimentar aspectos corporales de la vida y reaccionar ante ellos.
La manera cómo la mayoría de los académicos e intelectuales israelíes, particularmente aquellos que se autodefinen como ‘de izquierda’, reaccionaron ante el llamamiento palestino a un boicot académico y cultural a las instituciones israelíes [1] encarna lúcidamente esta dicotomía. Algunos gritaron que se sentían ‘traicionados’ por los ‘ingratos’ palestinos; otros nos sermonearon abiertamente afirmando que semejante boicot era ‘contraproducente’ para nuestros propios intereses; otros recurrieron a las mentiras, las insinuaciones y a todo tipo de engaños y de deshonestidad intelectual para refutar los sólidos argumentos del boicot, inspirado básicamente en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Muchos de ellos estaban realmente impactados por el hecho de que los palestinos fueran tan impertinentes como para atreverse a tomar la iniciativa y decidir cómo queremos que el mundo nos ayude mejor a resistir al sistema de apartheid propio de Israel. Habiéndose acostumbrado a su «auto-proclamado papel como las únicas autoridades de cómo debería ser la lucha contra la ocupación», estos israelíes de izquierda, en su mayoría sionistas blandos que se oponen públicamente a la ocupación pero, aparte de eso, aprueban la realidad racista y de apartheid de Israel y se oponen firmemente a los derechos de los refugiados palestinos, se han «arrogado a sí mismos el exclusivo derecho a arbitrar toda cuestión que tenga que ver con los palestinos» [2]. Es como si en su imaginación se hubieran creado esta imagen inconscientemente racista y estática de nosotros, los intelectuales nativos, como vasallos serviles o incluso seres humanos relativos [3], que carece de la facultad de razonar o, en el mejor de los casos, la poseen pero carecen de la habilidad de utilizarla en nuestro propio beneficio.
Dejando de lado la condescendencia colonial, podría decirse que estos israelíes un tanto dirigentes se convirtieron (de manera intencional o no) en el instrumento más eficaz utilizado por Israel y sus partidarios sionistas en el extranjero para luchar contra la expansión del boicot especialmente en Europa y Estados Unidos por medio de una prolongada campaña inmoral de pura intimidación, difamación, calumnia y acoso flagrante.
La afirmación más repetida como loros por estos supuestos progresistas en muchas columnas bien publicitadas en la corriente dominante de los medios de comunicación occidentales era que los boicots académicos y culturales ahogan el intercambio abierto de ideas, dificultan el diálogo cultural y transgreden la libertad académica. Aparte de la hipocresía de todo aquel que en el pasado apoyó el boicot total contra el apartheid sudafricano y ahora moraliza acerca de la peligro ‘intrínseco’ del boicot contra Israel, en esta afirmación hay un alarmante sesgo porque considera que sólo la libertada académica de Israel es digna de consideración o de interés. En su planteamiento «el hecho de que a los palestinos se les niegan los derechos básicos así como la libertad académica debido a la ocupación militar israelí es confuso». Además, «este hecho de privilegiar la libertad académica como un super-valor por encima de todos los demás es en principio antitético con los propios cimientos de los derechos humanos. El derecho a la vida y a ser libres de la subyugación y del dominio colonial, por nombrar unos pocos, debe ser más importantes que la libertad académica. Si ésta contribuye de algún modo a la supresión de aquellos derechos más fundamentales, debe dejar paso. Del mismo modo, si la lucha para conseguir aquellos requiere un nivel de limitación en ésta, entonces que así sea. Valdrá la pena» [4].
Pero algunos se han hecho la siguiente pregunta: ¿no deberían los intelectuales palestinos limitarse a centrarse en lo que pueden hacer mejor, producir un arte y pensamiento auténtico, apolítico que pueda por propio derecho contribuir de manera mucho más sólida a la causa palestina? ¿No es mejor dejar el activismo a los activistas? Hay que admitir que algunos de nuestros propios trabajadores en los campos cultural y académico mantienen ideas similares. Un problema palmario de esta línea de argumentación es que crea otra dicotomía, no menos artificial, entre quienes piensan y quienes actúan, entre intelectualismo y activismo, y con ello traza una jerarquía estática que tratara a los intelectuales de patriarcas y a los activistas de las masas desvalidas que necesitan desesperadamente que se las dirija. Aunque cada grupo puede tener su propio campo de acción, hay límites no rígidos, impermeables que los separan. Y existe una relación verdaderamente dialéctica entre ambos que no se debe desestimar o ignorar.
Otro grave defecto del anterior argumento es que asume que en el contexto de la opresión colonial los intelectuales pueden ser sólo intelectuales en el puro sentido del término, si es que existe este sentido, que pueden y deben distanciarse de la apremiante y a menudo deprimente realidad de la opresión para ser capaces de general trabajos creativos y de calidad capaces de contrarrestar la ocupación de la mente por parte del opresor – una desgracia mucho más peligrosa y tenaz que la ocupación de la tierra – y reavivar la esperanza en la comunidad oprimida nutriéndola en el proceso de auto-desarrollo, particularmente en el fundamental campo cultural. Desde mi experiencia personal como analista y coreógrafo de danza que trabaja en medio del conflicto, no creo que en una situación de opresión los intelectuales tengan la opción de reflejar o no el impacto del conflicto en ellos y en su sociedad. De alguna manera la opresión se impone en su trabajo, en su proceso creativo. Su opción básica entonces parece ser o bien reflejarla pasivamente o transcenderla activamente. Parece que la opresión tiene su propio modo de tocar a cada uno al alcance de ella, independientemente de la implicación real o futura de cada uno en ella.
En este caso los escritores que está en contra del boicot argumentarían que por qué boicotear en vez de comprometerse ‘positivamente’. Hay muchos maneras mucho más ‘constructivas’ de comprometerse para resistir a la opresión, la más potente de las cuales es ganarse a sectores importantes de la comunidad opresora por medio del diálogo y de proyectos conjuntos en cada campo, continúa el argumento. Con la lucrativa financiación de los países europeos – empeñados en arrepentirse por su Holocausto sacrificando los derechos palestinos según el derecho internacional – y el prestigio y los beneficios personales que vienen con ello, incluso algunos intelectuales palestinos de conciencia pueden consentir en cambiar el centro de su trabajo desde la resistencia a la opresión y comunicarse con ‘el otro’ para provocar cambios por medio de la persuasión, aun cuando su propia experiencia sea el funesto fracaso de este empeño. Por ejemplo, un trabajo de danza conjunto palestino e israelí puede ser extremadamente solicitado como el último modelo para promover la coexistencia y el reconocimiento mutuo entre las ‘dos partes’. Semejante agenda (porque estos proyectos con mucha frecuencia son producto de turbias agendas políticas) defiende esencialmente un cambio de la «consciencia del oprimido, no de la situación que lo oprime»[5], por tomar prestada la aguda observación de Simone de Beauvoir. O peor, su objetivo es cambiar la percepción que el mundo tiene del conflicto, dando la impresión de relaciones normales, incluso amables, entre artistas a ambos lados de la línea divisoria. Esto implica inexorablemente que todo lo que se necesita es acumular la cantidad suficiente de este tipo de colaboraciones para superar finalmente el ‘odio’ que hay encerrado en este ‘conflicto’. Sin embargo, con el tiempo la impresión y la imagen sustituyen a acabar con la opresión como objetivo último buscado por este negocio de la paz.
Quienes creen que pueden adoptar la postura de la avestruz ante un conflicto sugiriendo sólo algunas vías intelectuales de acercamiento, détente o ‘diálogo’ buscan sólo una apariencia de paz que, además, carece de justicia. Luchar por una paz divorciada de la justicia es tan válido como institucionalizar la injusticia o hacer que los oprimidos se sometan a la abrumadora fuerza del opresor aceptando la falta de igualdad como una fatalidad del destino [6].
Por consiguiente, el boicot sigue siendo la moralmente más sólida forma de lucha no violenta que puede librar al opresor su opresión y con ello permitir que prevalezcan la coexistencia, la igualdad y la justicia verdaderas así como una paz duradera. Sudáfrica es un testimonio de la fuerza y de las posibilidades de este tipo de resistencia civil.
Incluso si olvidamos las principales implicaciones políticas de los anteriores argumentos, ¿es posible tener una comunicación intelectual en condiciones de igualdad y mutuamente beneficiosa con el otro? Por supuesto que sí, pero no en todas las circunstancias. La asimetría es otra problemática fundamental del interculturalismo en un contexto de opresión persistente. Más allá de todas las complejidades de las diferencias culturales per se, la asimetría añade toda una nueva dimensión, más vertical que horizontal. Y como tiene que ver con la estratificación, puede ser perjudicial para una comunicación inter-cultural si no se aborda de forma adecuada o lo suficiente.
Existe también la preocupación de que la parte ‘más débil’ en este asimétrico proceso de comunicación sea explotada por la parte ‘más fuerte’ como un objeto, como una herramienta, en una atmósfera aparentemente progresista, consideraba y bastante abierta pero, con todo, como una herramienta. Esto negaría toda posibilidad de tener un puente de dos direcciones entre los dos lados que se comunican. ¡Sólo una escalera de mano puede funcionar!
En el centro de esta preocupación está el valor relativo otorgado por la parte más fuerte, o incluso por ambas, a las percepciones, deseos y necesidades de la parte más débil. Si ésta se relega a un estatus comparativamente más bajo, la comunicación se convierte en otro instrumento de opresión por medio del cual las necesidades y objetivos de la parte más fuerte son la principal fuerza motriz del proceso. En estas circunstancias el diálogo es simplemente imposible. Toda comunicación en este momento está dentro del terreno de la negociación. Sólo después de que ambas partes hayan puesto en tela de juicio las actitudes y estereotipos preestablecidos y estén de acuerdo a priori en los principios básicos de justicia que deben gobernar su comunicación y lucha común, la relación puede volverse más equitativa, más equilibrada. Entonces, el objetivo de toda relación entre intelectuales a través de la línea divisoria de la opresión debe ser, de un modo u otro, acabar con la opresión, no ignorarla o huir de ella. Sólo entonces se desarrollará el auténtico diálogo y de este modo la posibilidad de una colaboración sincera por medio del diálogo.
Como conclusión, en contextos de opresión colonial los intelectuales que defiende la justicia y trabajan por ella no pueden ser sólo intelectuales, en el sentido abstracto; no pueden sino estar inmersos en una forma u otra de activismo para aprender de otros compañeros activistas través de experiencias de la vida real, para aumentar los horizontes de sus fuentes de inspiración y para comprometerse orgánicamente en un proceso de emancipación eficaz y colectivo, sin la auto-indulgencia, la complacencia y el refugiarse en la torre de marfil que pueden empañar su visón moral. En resumen, ser sólo intelectuales.
Omar Barghouti es un investigador y analista cultural independiente qu evive y trabaja en Palestina. Se puede contactar con él en [email protected].
Notas: [1] Enlace del llamamiento de la PACBI a un boicot académico y cultural a Israel: http://www.pacbi.org/campaign_statement.htm
[2] Véase Omar Barghouti y Lisa Taraki, Academic Boycott and the Israeli Left, Electronic Intifada, 15 de abril de 2005. http://electronicintifada.net/v2/article3763.shtml
[3] Véase Omar Barghouti, Relative Humanity – the Fundamental Obstacle to the One State Solution, ZNet, 16 de diciembre de 2003, http://electronicintifada.net/v2/article3763.shtml
[4] Los siguientes contra-argumentos se publicaron por primera vez en Omar Barghouti y Lisa Taraki, Freedom vs. «Academic» Freedom – The AUT Boycott, CounterPunch, 1 de junio de 2005, http://www.counterpunch.org/barghouti06012005.html
[5] Citado en Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, http://www.counterpunch.org/barghouti06012005.html
[6] Véase Omar Barghouti, The Morality of a Cultural Boycott of Israel, Open Democracy, 20 de septiembre de 2005.
Enlace con el original:
http://www.iss.nl/DevISSues/Articles/Just-Intellectuals-Oppression,-Resistance,-and-the-Public-Role-of-Intellectuals