Bien sabido es, incluso por los menos perspicaces, que cuando pronunciamos la palabra «Cuba«, a casi nadie se le cruza por las meninges otra imagen, que la de la única nación del globo que ha retado al imperio más poderoso, en dinero y armamento, durante más de 50 años, teniéndole físicamente a menos de 150 […]
Bien sabido es, incluso por los menos perspicaces, que cuando pronunciamos la palabra «Cuba«, a casi nadie se le cruza por las meninges otra imagen, que la de la única nación del globo que ha retado al imperio más poderoso, en dinero y armamento, durante más de 50 años, teniéndole físicamente a menos de 150 kilómetros de distancia, no sin haber sido vilipendiada dañada, maltratada y bloqueada ese medio siglo, que pesa de manera contundente sobre la frágil economía de la isla, cuyos dirigentes dedican desde 1959 miles de horas a estudiar la forma en la que todos sus habitantes puedan, al menos, ingerir diariamente alimentos suficientes para su desarrollo físico e intelectual.
Bien es conocido, incluso por los menos expertos, que superar ese asedio constante, en el que además se utilizaron a miles de cubanos como caballitos de Troya, poco dados a creer en la ética y practicar el noble arte de la solidaridad, ha sido y está siendo todo un ejercicio de imaginación al cubo, de mesura, de análisis e información constante, de sacrificio entre sonrisas, demostrando al mundo «civilizado«, que el petulante sistema capitalista, ése que ahora cae por su peso ante el cúmulo de miseria que ya no puede ocultar, no es el mejor para que los seres humanos puedan aspirar a serlo. Sin embargo, un gobierno socialista hasta la médula, como el cubano, es capaz, bajo el lastre de la propaganda falsa, la manipulación mediática y la agresión permanente, de sobrevivir en paz, generando una sociedad claramente necesitada de determinados bienes, que siguen bloqueados desde la vecindad (incluyendo algunos medicamentos), pero encaramada en los primeros puestos de organismos internacionales, como la UNESCO, la UNICEF o la FAO, demostrando que el pueblo cubano disfruta de más salud, más educación, más esperanza de vida, más derechos, que millones de españoles, norteamericanos, hondureños, jamaicanos, paraguayos, salvadoreños o colombianos, a pesar de todos los embargos. Un pueblo donde se puede saborear el optimismo, la confianza, la ternura y la serenidad. Una sociedad que participa en bloque cuando hay que encontrar soluciones a sus problemas.
Es curioso que personas que se tildan de izquierda, en lugar de ejercer la crítica honesta y rigurosa, dediquen su tiempo a dejarse abducir, bajo el disfraz del nuevo socialismo (no me refiero a Venezuela) o del eurocomunismo (el mayor fiasco político que jamás de presenció el viejo continente), para descalificar el sistema político de Cuba. Y lo más lamentable es que esas personas, que incluso han pasado algunos años en la mayor de las Antillas, sean incapaces de otra cosa que vilipendiar de forma estentórea esta Revolución, asegurando que el socialismo que la preside no es tal. Que yo sepa, Cuba en el único país del globo que, precisamente, ha socializado hasta el agua, ese mismo líquido (más fundamental que el petróleo) que hoy se privatiza, como la salud o la electricidad, en naciones con presidentes neo socialistas como Zapatero, desde donde hoy clama el periodista José Manuel Martín Médem, ex corresponsal de RTVE en La Habana, amigo y compañero del PCE en la lucha contra el franquismo, militante del otrora sindicato más combativo de la España fascista (como era CCOO), así como excelente comensal y buen contertulio, de inteligencia notoria, aunque con escaso sentido del humor, al que desde estas páginas llamo a la cordura y al análisis riguroso, o sea, a lo contrario que suele desarrollar habitualmente en panfletos como El País, su colega y amigo Mauricio Vicent, para que medite sobre el pregón que publicó hace unos días en la web http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1258, asegurando que aquí ocurre lo que a él le da la gana y no lo que en verdad sucede, menospreciando con infantiles diminutivos a destacados militantes del PCC, sacándose de la manga porcentajes inventados, o dibujando un panorama que no es ni mucho menos el que yo percibo a diario. Como opinión, pudiera hasta respetarla, pero no comparto en absoluto ni el tono, ni el contenido.
Llevo algo más de cinco años viviendo en una Cuba que mi colega, al parecer, no conoce. Más de un lustro trabajando con y para los cubanos, recibiendo un salario en peso cubano, conversando diariamente con decenas de cubanos, yendo a almorzar viandas cubanas, pagando en peso cubano, en guagua cubana o taxi colectivo, dando botella o solucionando un problemilla por la izquierda, que como sabe Medem es una de las artimañas que, en este país, asediado y amenazado, sirve para resolver el día, esa jornada que él jamás ha conocido, que nunca ha saboreado en todo su esplendor y belleza. Desde aquí le invito, por favor, a que relea el excelente ensayo Cuba: La Ilustración y el Socialismo, de Carlos Fernández-Liria y Santiago Alba, para comprender lo que no calibra. Dos filósofos, dos pensadores que han sabido ver el bosque a pesar de los árboles, que han mirado al firmamento y no al dedo que lo señala, que saben leer entre las miradas, que saben comprender el por qué de una sonrisa cubana. Dos jóvenes profesores que saben que este socialismo tal vez pudiera ser más perfecto, más eficaz, más útil, de no existir un enemigo a 150 kilómetros con las armas y los terroristas preparados para asesinar hasta las mínimas ilusiones y realidades de las que hoy se disfrutan en Cuba.
Sigo aquí, admirando la capacidad de la Revolución para su supervivencia, escandalizado ante el hecho de que los únicos presos políticos que existan en la isla, se hallen encerrados, a ración de tortura diaria, en la ilegal base yanqui de Guantánamo, sin que ningún Zapatero, Sarkozy o Papa Benedicto XVI haya protestado por ello. Continúo con la boca abierta cuando paseando por La Habana, constato que los policías aquí no sirven para pegarle de hostias a un pacífico ciudadano. Sigo ensimismado, percibiendo una impresionante sensación de serenidad a mi alrededor, incluso en los momentos durísimos que se viven tras el embate de los dos últimos ciclones. O embelesado ante la alegría de mis compañeros de trabajo, cuando nos reunimos en el centro, un día festivo, para trabajar unas horas de forma voluntaria y sin percibir dinero extra. Me pasmo ante la firmeza y tesón de millones de personas limpiando avenidas, calles, patios y campos; y me maravillo cuando veo a los niños en el centro donde trabajo, que tras salir de la escuela y en lugar de irse a jugar, que es lo más habitual, se vienen a aprender cómo se versifica, como se compone una décima o espinela. Estas son cosas que sólo se disfrutan cuando se trabaja para Cuba.
Que yo sepa, los primeros meses en que tuve el placer de discutir con Medem sobre mil y un temas diferentes, de compartir viandas y tragos, o incluso de perder al dominó (ganar es una utopía para mí) teniéndole como rival o compañero, no advertí esa sañuda opinión sobre el socialismo en esta Cuba en la que espero morir (ya tengo plaza gratuita en un cementerio), en una una sociedad cuya benevolencia y generosidad me han desarmado por completo; un pueblo al que amigos como Luis Eduardo Aute quieren pertenecer, aunque sea de forma virtual: «Pido que alguien generoso me conceda la nacionalidad cubana«, afirmó el autor de joyas como La Belleza, durante el homenaje que se le hizo hace unos meses en el Teatro capitalino Kart Marx. Once millones de habitantes que saben dar lecciones de cariño y afecto, porque han crecido en su seno.
Creo honestamente que mi colega, y que me disculpe si lo digo, no ha vivido en Cuba. Ha vivido con ella, pero no la ha comprendido. Le ocurre a muchas parejas. Ese libro de su autoría, titulado bajo el guiño bolerístico «Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti«, no deja se ser, además de un difuminado retrato de sus experiencias cubanas, una variopinta mezcolanza de sentimientos antagónicos, exacta a la que se advierte en ese pregón titulado «En Cuba no se puede democratizar lo que se acabó/«, repleto de afirmaciones gratuitas, que yo mismo, sorprendido en verdad (gracias a mi tocayo Carlos Martínez), reenvié por e-mail a otros amigos, diciendo que era un texto durísimo, pero que daba que pensar que el autor fuera comunista; solo que un comunista que describe de forma tan superficial lo que hoy ocurre en Cuba (en la que una vez más Fidel dio otro rotundo ejemplo de generosidad y eficacia política cuando supo dejar el puesto de mando a Raúl), que llama a las masas a consagrar a Gutiérrez Menoyo, o a Luis Suárez, como salvadores de la Patria en peligro, sólo puede pertenecer a un partido que, efectivamente, existe en España de puro milagro y sin fiesta anual. Tal vez, por eso y otros motivos se ha merecido párrafos, firmados por cubanos como Camilo Ruiz Espinar, jubilado en la actualidad, quien tras haber leído una reciente entrevista con Martín Medem en Rebelión, escribe con toda razón:
«La desfachatez, sí, el intolerable ánimo colonialista con que las dos viejas metrópolis se permiten hablar de lo que quieren para un país soberano e independiente, está también presente en el tratamiento informativo que Televisión Española hace de la Cuba de hoy. Proclamarse, como hace Medem, solidario con Cuba y a la vez complacer asalariadamente la agenda que ese proyecto impone, es una contradicción insalvable. Si no es capaz de verlo, debería al menos reconocer que la libre y objetiva prensa para la que trabaja puede «especular» hoy sobre lo que sucederá tras la desaparición de Fidel porque éste y su pueblo derrotaron cientos de planes de magnicidio, además de 45 años de subversión y bloqueo, incluyendo la resistencia y recuperación del proyecto revolucionario tras la caída de la URSS mientras la misma prensa que ignora todos estos datos contaba entusiastamente las horas para el fin de la Revolución cubana»
Puede que el PCE, que fuera el mío, se haya «ido pa’ la pinga«, como dice mi compadre Luisito, (y no me extraña, porque Carrillo lo ató y maniató, hasta que mi admirado Julio Anguita comenzó a liberarlo y por eso defenestraron al cordobés), pero a Cuba no le hacen falta las subliminales medidas o soluciones que se intuyen al leer el citado pregón, precisamente por ese mismo tufo eurocomunista que desprende. A este paso voy a tener que dar crédito a mi admirado Hugo Rafael Chávez cuando dice: «Voy a acabar con los comunistas de Venezuela» (deben actuar como hizo Santiago Carrillo), porque un verdadero socialista debe ejercer la crítica, sin perder un detalle sobre las circunstancias que rodean a una nación en lucha por su independencia. Y menos aún pontificar, como hace Medem, creyendo que aporta otra cosa que conatos-de-amago-de-proyectos para Cuba, o sea, dando soluciones desde la inopia con el más casposo estilo de colonialista en paro.
Las reformas que acomete la Revolución podrán tener mil defectos (y se subsanan con las oportunas medidas), pero todas ellas tienen un objetivo: el mayor bienestar de la población, asunto que es justo al revés que en ese primer mundo en el que mi colega combatió tantos años, ese orbe de oropel y garambainas donde la alienación se basa en hacer creer al ciudadano, a través de millones de anuncios de radio, prensa y televisión, que lo superfluo es imprescindible para vivir, pero lo absolutamente necesario es utópico. Entre las reformas que Raúl Castro emprendió en el momento en que asumió la máxima responsabilidad del gobierno, estuvo la de complacer (a pesar de las voces que se alzaron en contra) a miles de cubanos que anhelaban terminar con la absurda prohibición de alojarse en hoteles para turistas, comprar aparatos reservados a empresas, o liberalizar la adquisición de otros tipos de bienes. Cuando se hizo, no faltaron los hipócritas de siempre que aseguraban «Eso no sirve para nada«, pero resulta que fueron ellos mismos quienes se habían pasado media Revolución protestando por esas, insisto, absurdas prohibiciones.
Lo que es diáfano y claro es que hay amigos de Cuba que creen tener todas las soluciones, incluso los que habiendo vivido unos años en ella, pero sin entender lo más importante, lanzan pregones en los que aseveran que el progreso va a llegar, por ejemplo, con el aludido Gutiérrez Menoyo, del que Medem dice «está contra del bloqueo«, como si ello fuera ya razón para otorgarle un asiento en la Asamblea Nacional del Poder Popular, porque a ella se llega democráticamente y no a dedo, como los diputados del PP o PSOE, sentados en los escaños por decisión no de los votantes, sino de las familias mafiosas de los respectivos partidos, como es costumbre en esa engañosa y falaz democracia representativa que trajo la maldita transición, que no ha regalado a España sino más dictadura, y una Justicia que ha tratado de lavar la conciencia de Garzones, Marlaskas, Del Olmo y otros, en las palanganas y orinales de Pinochet y Videla, para 75 años más tarde, presumir de eficacia profesional, consintiendo en abrir la tierra donde se ocultaron los cadáveres de miles de demócratas que dieron su vida por la República, en tanto que los asesinos iban desapareciendo en los mausoleos, bajo el dulce manto de la pax borbónica, ataviados con sus uniformes, sus medallas, sus camisas azules, sus himnos nazis y sus funerales presididos por Obispos, arzobispos o cardenales, príncipes, infantas, reinas y reyes.
Cuba se ha visto obligada a seguir durante unos años utilizando la llamada doble moneda, y que yo sepa no veo a mi alrededor que la gente enferme de los nervios por ello. Es una forma sencilla de apartar el dinero que proviene del turismo, de los tratados comerciales y culturales, de las exportaciones, mientras el propio se cuantifica en moneda nacional. En Londres, en Birmingham, en Glasgow, también gozan de una doble moneda: el euro y la libra esterlina, y nadie se escandaliza por ello. En Colombia circula el dólar en la calle, en cientos de comercios, y nadie se rasga las vestiduras. En Venezuela se compran euros y dólares en las esquinas, e incluso se abona en las tiendas con ellos, y los bolívares, fuertes o débiles, conviven con ambos billetes sin graves problemas. En España todo el mundo maneja el euro, pero se añora la peseta. En cinco años, la vida se encareció un 43%.
En el siglo XXI lo que si está claro, es que el capitalismo no sabe cómo librarse de sí mismo sin salir lesionado gravemente, mientras que el socialismo, al menos el cubano, avanza firme, a pesar de los lógicos errores, hacia una sociedad mucho más justa que la que se quiere imponer por asedio, bloqueo, embargo, hambre y fuego desde Miami y la Casa Blanca. Porque no se debe olvidar que esta es una Re-Evolución en constante movimiento, algo que muchos no han calibrado en su justa medida. Medem daba lecciones de periodismo televisual con aquellas añoradas crónicas para RTVE, modelo de imparcialidad y objetividad profesionales. Hoy le preocupa la doble moneda. A mi me sigue preocupando la doble moral.