Traducido del árabe para Rebelión por Antonio Martínez Castro
Los árabes tienen un mal recuerdo de la era del dominio turco que duró 400 años y que los sumió en la miseria científica, política y cultural dejándolos en el último lugar de la escala de los pueblos contemporáneos.
Los turcos musulmanes se apoderaron del califato y establecieron la capital en Estambul donde intentaron emular la gloria de Bagdad y Damasco. Los árabes, trasmisores del mensaje divino, se comportaron según el principio de que «La única ventaja del árabe sobre el extranjero está en el temor de Dios». Valoraban el celo de los turcos por el islam y eso les hizo cometer muchos errores y soportar guerras que los empobrecieron y diezmaron sin saber la razón de dichas guerras con naciones contra las que no habían combatido antes y que no habían venido hostilmente a ocuparlos. Participaron, llevados por los turcos, en la primera Guerra Mundial sin que aquello tuviera relación con la defensa del islam y terminaron por ser la víctima de la derrota del califato, endeble y rezagado, que llamaban «el hombre enfermo». El corolario fue que las potencias coloniales se repartieron todo y, sin ser musulmanas, no les interesó evangelizar y propagar el amor, la justicia y la paz de Cristo.
El Reino Unido manejó con promesas incumplidas la gran revuelta árabe para debilitar al califato. Luego, las potencias coloniales devoraron el cuerpo de la nación árabe llevándose en las garras los pedazos tras firmar el acuerdo de Sykes-Picot cuyo nefasto resultado heredaron, hasta el día de hoy, unos regímenes instalados en la dictadura, la corrupción, el servilismo y la debilidad.
A causa de aquel episodio, medio siglo de rencor ha reinado entre árabes y turcos durante el cual los unos culpaban a Turquía por su retraso mientras que los otros acusaban a los árabes de traición por haberse aliado con el Occidente infiel. Pese a todo, siempre ha habido voces que proclamaban superar aquel rencor que alejaba a dos naciones vecinas, unidas por el islam y la historia, y muy especialmente en los tiempos recientes de grandes transformaciones y de política de bloques en los cinco continentes.
El antiguo primer ministro Necmettin Erbakan, maestro de los dirigentes turcos actuales, tuvo un discurso nuevo y conciliador, que tomaba en cuenta el vínculo de la religión, y que buscaba superar las diferencias del pasado para construir un futuro mejor para turcos y árabes, en particular, y para los musulmanes en general.
Turquía, rechazada por Europa después de que le cerrase la puerta en las narices, se volvió hacia Oriente -y a su corazón geográfico árabe- y los países árabes le abrieron los mercados prefiriendo sus productos a cualquier otro.
Los alumnos de Erbakan, hombre de principios y no de malabarismos políticos, han logrado dirigir el Partido de la Justicia (AKP), escisión del Partido del Bienestar de Erbakan, presentando un discurso en política interior y exterior que les ha hecho ganarse el respaldo de la sociedad turca. Desde las primeras elecciones en que salieron victoriosos por mayoría parlamentaria hasta las terceras, y últimas, han encadenado logros económicos notables, en un clima de crisis mundial, y han consolidado un modelo democrático que ha dejado atrás la era de los golpes de estado.
En la Turquía de hoy destacan Erdogan, Abdullah Gül y Ahmet Davutoglu. Millones de árabes, que echan de menos un líder desde Gamal Abdel Náser, se han quedado maravillados con ellos por la solidaridad que mostraron con los palestinos y el enfrentamiento que mantuvieron con la entidad sionista a raíz del intento por romper el embargo a Gaza en el que varios activistas turcos fueron asesinados.
El Partido de la Justicia (AKP) llegó al poder por las urnas y no mediante un golpe de estado. Tres veces ha salido electo con victoria aplastante. Los árabes, privados de urnas y sometidos al sistema de elecciones del 99’99 por ciento, han recibido con alegría el viento democrático que soplaba por Turquía; ojalá, se decían, recorra la región. Por eso también tenían a Erdogan en alta estima, porque era un modelo frente a los fracasados tiranos árabes.
No obstante llevaban razón quienes opinaban que el gobierno turco de Erdogan perseguía su propio beneficio y, aunque lo elogiasen, sabían que no actuaría para salvar Palestina, ni para levantar y unir a los árabes.
La debilidad de los árabes, divididos en tantos y tan insignificantes países, atrae a quienes los rodean: Irán, Turquía y la entidad sionista. Por supuesto no equiparamos a estos tres actores; sabemos que la entidad sionista es y será el enemigo hasta que desaparezca del mapa y recuperemos Palestina.
Irán no investiga y se desarrolla para servir a los árabes -algunos de ellos tienen bases estadounidenses y ponen el petróleo al servicio de los enemigos de los musulmanes- más bien lo hace para fortalecerse porque los débiles e incapaces de defenderse a sí mismos no tienen sitio entre las naciones. Sin que eso signifique que sea hostil o que quiera expandirse a costa de los demás.
Los árabes derrochan el petróleo en enfrentamientos con Irán por el interés de los sionistas y estadounidenses en lugar de invertir su ingente riqueza en hacer emerger a la nación económica, científica y políticamente. Azuzan conflictos religiosos entre la gente y les meten miedo con Irán por su creciente influencia en el Iraq que ellos destrozaron al permitir que despegasen de su territorio los aviones de la invasión que arrasó el pueblo, las piedras y las palmeras de Iraq.
Estos días Turquía ha desvelado sus aspiraciones secretas y está claro que se emplea a fondo en ampliar «la amenaza» política y militar iraní, ¿por qué, si no, ha aceptado albergar una estación radar como parte del sistema antimisiles de la OTAN? ¿para vigilar qué y a quién? ¿no es para espiar el programa nuclear iraní? ¿no es para proteger a la entidad sionista?
Las tiranías árabes, débiles y dependientes, son las piezas con las que juegan Irán y Turquía. Y los países árabes, divididos, son las casillas del tablero en el que se echan la partida. Todo el mundo sabe que Turquía, heredera del califato, porta el estandarte suní frente al Irán chií, y considera que tiene prioridad para liderar el mundo musulmán. Además, las cobardes tiranías árabes, que se han dedicado a conspirar y a renegar de su responsabilidad nacional [qawmiya], la prefieren.
Erdogan se ha deshecho a toda prisa de su principio político de «cero problemas con nuestros vecinos» y está interviniendo abiertamente en los asuntos árabes internos, hace poco en Libia, ahora en Siria. Y no lo hace por consideración hacia la democracia, prueba de ello es que ignora el baño de sangre diario en Yemen y se suma al apoyo que Arabia Saudí le presta a Ali Abdalá Saleh; como también defendió la intervención militar del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) para aplastar la intifada de los bahreiníes oprimidos en busca de igualdad y justicia, de nada más; ¿no sabe el Sr. Erdogan lo que pasa en la región saudí del Qatif donde se enjuicia injustamente a la disidencia y a todo opositor a la Casa Saud?
Personalmente siento admiración por los logros económicos del gobierno del Partido de la Justicia (AKP), pero al mismo tiempo estoy disgustado con la prepotencia del Sr. Erdogan y el compadreo que se trae con las petromonarquías que, bajo la careta de la Liga Árabe, tocan los tambores de guerra en Siria a la vez que apartan la vista de Yemen y Bahréin. Que se sepa: el concentrar el ataque en Siria no es por compromiso con el pueblo sirio que lucha por la libertad y la dignidad, sino para dirigir la contrarrevolución.
Sr. Erdogan: Los árabes no hacen la revolución para volver al califato y construir estados suníes como proclaman los Hermanos Musulmanes a los que usted escucha con atención para justificar la intervención militar en Siria.
Sr. Erdogan: El objetivo de la revolución árabe es sacudirse a las dictaduras, resurgir como nación y unirse. Es imposible que nuestros países vuelvan a ser provincias otomanas, en una reedición. A la acendrada nación árabe, dividida por el colonialismo y el petróleo, no la representan las serviles monarquías con las que usted parece sentirse tan cómodo haciendo alianzas; son los millones de árabes quienes la representan.
Sr. Erdogán: Esham [Damasco] no es una provincia otomana.
Fuente: http://www.alquds.co.uk/index.