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Su Majestad es una araña

Fuentes: Rebelión

No fue al colegio más que cinco meses; con seis, siete años trabajaba; vivió en la calle; fue recogido en algún momento por gentes caritativas; leyó cuanto libro tenía cerca. De toda persona que encontraba aprendía algo, y cuando era muy joven escuchó que alguien decía de El Conde de Montecristo: «-En este libro hay […]

No fue al colegio más que cinco meses; con seis, siete años trabajaba; vivió en la calle; fue recogido en algún momento por gentes caritativas; leyó cuanto libro tenía cerca. De toda persona que encontraba aprendía algo, y cuando era muy joven escuchó que alguien decía de El Conde de Montecristo: «-En este libro hay objetivo y corazón».

Y siguió viviendo entre pobres y vagabundos, escuchando sus preocupaciones, sus sentimientos, sus recuerdos. Y si alguna vez un buen amigo le aseguró que de irse con él podría estudiar en la Universidad, todo se perdió porque aquella familia desapareció de su vida, con lo que su empeño por aprender le llevó de círculo en círculo leyendo y escuchando, hasta que se vio con el encargo de pasar el primer mensaje en la clandestinidad: «- A Piotr lo han detenido». Tras este primer trabajo le pasaron un contacto para integrarse en un pequeño círculo de estudios, allí supo que no tenía la preparación suficiente para estudiar a John Stuart Mill, o quizás lo que ocurría es que aquella teoría estaba demás, pues el autor, que mencionaré más tarde, escribió en su libro autobiográfico «Mis Universidades» para referirse a su aprendizaje de la vida en la calle: «La lectura del libro de Mill no me atraía; pronto los principios fundamentales de su economía se me antojaron muy conocidos, pues los había adquirido ya por propia experiencia y los llevaba escritos en mi propia piel; me parecía que no valía la pena escribir un grueso libro con palabras enrevesadas sobre una cosa que estaba completamente clara para todo el que gastaba sus fuerzas en aras del bienestar y comodidades de «un tío extraño». Mis pocas líneas sobre sus primeros años del protagonista y su lectura aburrida de Stuart Mill tienen como referente al que no he nombrado desde el principio como se suele hacer, el gran autor Máximo Gorki, todo un clásico de la literatura revolucionaria.

Sigue contando en «Mis Universidades», que forma trilogía con «Mi infancia» y «Por el mundo», que en su búsqueda del conocimiento cambió de amigos y fue a dar con el dueño de una pequeña y miserable tienda que poseía la biblioteca mejor que había conocido, algunos de los libros, nos dice, estaban copiados a mano en cuadernos: «Cartas históricas», de Lavrov; «Qué hacer», de Chernishevski; artículos de Pisarev como «El zar Hambriento», «Mecánica ingeniosa»,…

Gorki supo que aquella gente deseaba cambiar el mundo, pero su fuerte eran las palabras y cómo de ese modo resultaba imposible. Aunque el despertar de su conciencia le dejaba saber algo esencial: «Yo me daba cuenta de que solo queriendo al ser humano mucho, con pasión, se podía extraer de este amor la fuerza necesaria para encontrar y comprender el sentido de la vida. Dejé de pensar en mismo y empecé a prestar más atención a la gente».

Y fue creciendo entre cargadores de puerto y vagabundos, y su ansia de conocimiento y su sentido de la vida le hacía poner oído a todos y cada uno de los personajes que podía encontrar. Pasaron por su lado tolstoianos que escupían sobre el progreso: «… la historia de la desgracia de la humanidad es la historia del progreso», «la vida es irracional, absurda». «La gente busca olvido y consuelo, ¡y no el saber!». Se dio cuenta que aquellas palabras las repetían gentes en la miseria y gentes ilustradas; pero la lección que le hizo dar la vuelta a todo lo aprendido hasta entonces le llegó de un policía que perseguía con saña a los revolucionarios del momento; provocándole le invitó a tomar algo, a lo que Gorki no se negó para no hacerse sospechoso, una vez en su casa, cuando el dueño mantenía un discurso distendido, se le acercó y bajando la voz conforme empleaba un tono secreto, empezó: «¿Sabes lo que es el hilo invisible? … imagínate que Su Majestad el emperador Alejandro III es una araña … Un hilo invisible parte del corazón de Su Majestad … pasa por los señores ministros, sigue a través de Su Excelencia el gobernador y todas las jerarquías hasta llegar a mí e incluso al último soldado. Con este hilo todo está atado, todo está envuelto, con su invisible fuerza se sostiene precisamente, por los siglos de los siglos el Imperio de Su Majestad».

Escribe más adelante Gorki: «Sin ánimo de ofender a mis maestros, diré que el guardia urbano me explicó el mecanismo del Estado de un modo más palmario y categórico que ellos. En un lugar hay una araña; de la araña parte, sujetando toda la vida, enrollándose a ella, un «hilo invisible». Pronto aprendí a percibir por todas partes los fuertes nudos del hilo aquel».

Gorki continuará evitando algunas reuniones con publicidad, escribiendo secretamente, acudiendo a lecturas de libros prohibidos, conociendo a gentes formadas para que le orienten, y le descubren aspectos en los que no había pensado, desmitificando y haciéndole mirar la realidad con un método de análisis que ampliará su conciencia. Gorki recuerda algunas conversaciones y lo que se le decía a él directamente, palabras a tener en cuenta siempre porque quitan el velo de los ojos de los adoradores del pueblo, dando tarea a quien se le dirija, y por entonces a Gorki: «Todo saber proviene del hombre. … Allí, en la casa de ustedes, los estudiantes charlan mucho acerca del amor al pueblo, y yo les digo: al pueblo no se le puede amar. Eso del amor al pueblo son palabras. Amar es aceptar, ser indulgente, no reparar en nada, perdonar. Con eso hay que ir a la mujer. ¿Pero acaso es posible no reparar en la ignorancia del pueblo, aceptar los desvaríos de su razón, ser indulgente ante todas sus canalladas, perdonarle la ferocidad? ¿No, verdad?».

Aquél hombre parece que dejó huella en él por sus razonamientos en torno a objetivos principales, a cuestiones pertenecientes al pueblo, le habló de qué y cómo debía hablársele, de qué y cómo debía defenderse el pueblo, cómo debía hacerle ver su vida en relación con las bestias, enseñarle de qué individuos estaba compuesto el poder y cómo fruto del esfuerzo de los trabajadores habían resultado poderosos unos pocos, … y además dónde podía leer teorías esenciales para interpretar el Estado; hizo un recorrido por su biblioteca y tras enseñarle muchos libros destacó dos, el «Leviatán», de Hobbes, y «El Príncipe», de Maquiavelo. Aquél hombre, obrero, era un revolucionario que había organizado un círculo de lecturas para obreros: «Hasta la media noche, estuvo departiendo conmigo deseando por lo visto ponerme a su nivel. Era la primera vez que yo me sentía verdaderamente a gusto con una persona», deja escrito Gorki. En su recuerdo quedó como el punto de inflexión a partir del cual su vida sería distinta. El gran cambio en Máximo Gorki abrió paso a su hacer en pos de la revolución.

Título: Mis Universidades.

Autor: Máximo Gorki.

Editorial: Porrua.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas para la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)