Traducido del francés para Rebelión por Sinfo Fernández.
En este triste aniversario del asesinato masivo con armas químicas perpetrado hace ya tres años contra civiles [en la zona de Guta, por el régimen de Bashar al-Asad], voy a abordar en este artículo las «químicas» de la masacre, las «químicas» del mercadeo sobre las armas químicas y el lugar central que en estos momentos ocupa Siria en nuestro mundo contemporáneo.
Habían transcurrido apenas dos semanas desde que tuvimos que lamentar la muerte de 1.466 civiles martirizados tras el ataque químico lanzado en el amanecer del 21 de agosto de 2013 en Guta, cuando se produjo otra masacre no menos aterradora en la que los cadáveres de tres víctimas fueron arrojados al lado de las fosas comunes de los mártires: el cadáver de la verdad, el cadáver de la justicia y el cadáver de la política.
El cadáver de la verdad
Al principio fue la verdad. Pero la asesinaron y la enterraron de inmediato.
El régimen sirio negó su fechoría, aunque sus adeptos festejaron la masacre llegando hasta a distribuir baklava en señal de regocijo. Ciertos viejos fascistas, entre los «sirios blancos» (al igual que hubo rusos blancos) se mofaron diciendo que en Guta se había utilizado «Pif-Paf», un insecticida contra las cucarachas…
En cuanto a la consejera política de Bashar al-Asad, la «valerosa combatiente» correligionaria Buzaina Shaaban, pretendió que los autores no sólo habían sido unos «terroristas» (término utilizado para designar a cualquiera que se atreva a resistirse al Estado asadiano) que habían utilizado armas químicas, sino que las víctimas eran niños originarios de la costa siria (quería decir, de forma incontestable, que se trataba de niños de confesión alauí) que habían sido secuestrados de sus familias en esa región y trasladados a Guta con el único fin de matarlos a base de gases de combate y así poder acusar después al régimen de haber perpetrado ese crimen.
Lo más sorprendente fue que la misma ONU acató la exigencia rusa de que en la resolución del Consejo de Seguridad para enviar una delegación al lugar encargada de investigar la «eventual utilización de armas químicas», no apareciera la parte responsable de la masacre.
El hecho de que la misión de esta delegación se limitara a verificar si se habían utilizado o no armas químicas, como si aún hubiera necesidad de probar tal circunstancia, constituyó el precedente de una ignominia que sólo superaba a la del país que había insistido en esta limitación, es decir, Rusia, que negaba -algo que continúa haciendo hoy en día- cualquier responsabilidad de los partidarios de Bashar al-Asad en la masacre.
Este hecho establecido impuesto bajo la égida de las Naciones Unidas y de las grandes potencias mundiales nos reveló que el mundo había comenzado a pudrirse por la cabeza, y que estábamos frente a un orden internacional que ha querido manifiestamente mentirse a sí mismo y mentir a los siete mil millones de habitantes de este planeta con el único fin de eludir sus responsabilidades en una vergüenza moral que no puede dejar de sentirse al proteger así a un asesino de masas, un hecho que (felizmente) ha tenido lugar en la historia del mundo en muy raras ocasiones.
Por su parte, algunos opositores al régimen en el seno del Comité de Coordinación de la oposición siria (Hay’at Attansiq Al-Watani) difundieron de forma criminal la idea de la responsabilidad en esa masacre de los opositores al Estado asadiano, y Saleh Muslim, que pertenece al mencionado órgano, hizo incluso una declaración acusando a los opositores al régimen de Bashar al-Asad de estar matándose a sí mismos. A lo largo de los tres años transcurridos desde la masacre, ninguno de esos infames «testigos» se ha retractado de sus cínicas afirmaciones.
Una categoría de opositores perteneciente al orden establecido occidental se unió a la manada. Así es como un tal Seymour Hersh pudo escribir un largo artículo en la LRB (London Review of Books) del 17 de abril de 2014 sobre una supuesta «implicación de Turquía y del movimiento de oposición sirio armado Yabhat al-Nusra en la utilización de armas químicas».
Nadie se preocupó, al igual que ahora, de interrogar a los habitantes de Guta, una región entonces habitada por varios cientos de miles de habitantes.
Nadie trató de contactar con ellos para preguntarles si sospechaban de la responsabilidad de alguien que no perteneciera al régimen sirio o si habían notado movimientos sospechosos poco antes de la masacre.
No se trató, en este caso, de un desafortunado olvido, ni siquiera de una falta profesional inadmisible. No, era algo profundamente arraigado en un comportamiento atávico: negarle a los «locales», a los «indígenas», toda capacidad de representarse a sí mismos, de expresarse por sí mismos y de decir la verdad en lo que para ellos era una cuestión de vida o muerte. Esos periodistas e investigadores occidentales que destacan envolviendo de brillantes oropeles sus incoherentes y engañosos propósitos, por lo general desprovistos de toda sensibilidad, son los reyes y maestros de los logotipos, a diferencia de las víctimas y también de sus propios compatriotas. Es esa la única razón de que se perpetúe su comportamiento y del hecho de que el orden informativo mundial sea cómplice del crimen.
Las instancias y fuerzas ya mencionadas están todas enfangadas en el asesinato de la verdad. Todas han contribuido a arrojar su cadáver al lado de las fosas comunes donde han sido sepultadas las víctimas del asesinato masivo con armas químicas en Guta, en los alrededores de Damasco.
Así, al mismo día siguiente de la masacre, el Centro de Investigación de las Violaciones [de los derechos humanos] (Markas Tawziq al-Intihakat), que dirigía la extraordinaria luchadora Razan Zaituneh (que también se dedicaba a ayudar a los activistas sobre el terreno) publicó un comunicado detallado sobre el crimen, al que siguió otro pocos días después, y estos dos comunicados habían estado precedidos por más de una declaración del mismo centro sobre los ataques con gases tóxicos. Nadie tenía la menor duda en cuanto a la responsabilidad del régimen. Junto a Razan estaba también Samira al-Khalil, militante, expresa política que, en aquella época, anotaba y publicaba a diario sus testimonios en su página de Facebook. La información que proporcionaba no concebía ni un solo instante que la responsabilidad de la masacre no correspondiera al Estado de los Asad.
A poco más de un mes de la masacre química, Razan había recibido amenazas de muerte por parte de una persona cuyo nombre es conocido y que había sido empujada a cometer esa tropelía por otra persona de la que asimismo se conocía el nombre (se trata del actual doctor de la ley islámica -Shar’ia- del «Ejército del Islam»).
En cuanto a Samira, había sido objeto de una campaña de odio llevada a cabo por personas bien conocidas por su nombre aunque, en aquel momento, no éramos aún conscientes de todas las interrelaciones.
Las dos, junto a Wael Hamadeh (el marido de Razan) y Nazim Hamadi (abogado y poeta) fueron secuestrados el 9 de diciembre de 2013, probablemente por ese mismo «Ejército del Islam».
El cadáver de la justicia
No solamente el Estado de los «asadianos» no ha recibido castigo alguno por su crimen sino que se le ha dado permiso para continuar masacrando a sus ciudadanos pero con otras armas, es decir, para que siga castigando a los sirios que se han rebelado contra él, pero disfrutando además, a partir de ahora, de la garantía internacional de total impunidad. Los barriles de explosivos tomaron el relevo de las armas químicas. Estos barriles son un instrumento de muerte aún más letal e infinitamente más destructor para los edificios y el entorno natural.
La masacre de Guta como tal no ha representado nunca un problema para los grandes decisores internacionales. El problema, a sus ojos, era el tipo de arma que se había utilizado para matar a la gente. Dicho de otra forma, el problema no era la violación del derecho a la vida de los sirios, sino la violación de una ley decretada en el pasado por los poderosos para protegerse unos de otros y protegerse así… a sí mismos.
El comportamiento de las grandes potencias y de las organizaciones internacionales frente a la masacre de Guta no ha hecho sino intensificar un método decidido desde hace tiempo para abordar nuestros problemas, entre ellos la cuestión siria, que ha asumido la triste sucesión del problema palestino.
Se trata de un método que margina las causas de la justicia, de la libertad y de la democracia, que se deriva implícitamente de la negación de la soberanía política y de la dignidad moral de los sirios, de los palestinos y de cualquier pueblo que pueda verse afectado. Se ha demostrado que este método toma partido por los aparatos gubernamentales, que no dice ni pío ante los poderosos que gobiernan con mano de hierro a los débiles colocados bajo sus órdenes. Y, una vez más, no se trata de una falta de atención o de un error de evaluación: todo se deriva intrínsecamente de las estructuras de la dominación mundial en la región de Oriente Medio, de todo lo que depende de las representaciones de sus habitantes, reducidas a su «cultura» o a su «mentalidad» o, de nuevo y resumiéndolo todo, al «Islam». Este método lleva a quienes lo utilizan a tomar partido por los «Estados» contra quienes resisten de entre el conjunto de los gobernados, aunque procurando por otra parte despojar a esos Estados de su soberanía y de su capacidad para jugar un papel independiente en la escena internacional… a cambio de la protección (onusiana).
De todo lo anterior puede deducirse lógicamente que el mercadeo que ha tenido lugar con el consentimiento de las autoridades internacionales y con el aval de la ONU no conlleva justicia alguna en un mundo que dirigen tales gobernantes, en el que nadie puede arrancarles sus derechos con sus propias manos sin verse pisoteado y aplastado, y todo ello no solamente sin que nadie asuma su defensa sino, además, sin que se reconozca su causa y sin que se quiera escuchar ni el más mínimo testimonio de su sufrimiento.
El mercadeo químico ha dejado a los sirios totalmente abandonados. Peor aún, tras el mismo, resulta que se «merecen» nuevas masacres y nuevas destrucciones, y esto bajo el efecto de una excesiva influencia del Daesh sobre los espíritus, una influencia que los medios occidentales han generado y alimentado, todos a una y día y noche, arrastrando al mismo tiempo hacia las sombras todo lo sufrido por los sirios a causa de los asadianos y de sus amos.
Esta campaña se ha calmado un poco hace apenas algunos meses: ¿quizá han entendido que estaban haciendo publicidad gratuita para la entidad colonialista fascista del supuesto «Estado Islámico»?
Si es ese efectivamente el caso (asegurarlo necesitaría de un estudio más profundo), eso nos da una imagen extremadamente degradada de las más grandes instituciones mediáticas occidentales, así como del estado de la democracia en particular y del primer mandamás de Occidente. Este comportamiento muestra que existe un vínculo entre el asesinato de la justicia y el asesinato de la verdad, y que quien pretenda facilitar la eliminación de la justicia debe deshacerse previamente de cualquier relato que se mantenga fiel a la verdad.
Ese vínculo, en Siria, lo conocemos demasiado bien: el asesinato de la verdad y la difusión de falsedades de los baazistas (y, en particular, de los asadianos entre ellos) no fueron «sino» los aperitivos de la privación de toda justicia y toda política que velozmente se impusieron a los sirios.
El cadáver de la política
La masacre con armas químicas y la cólera mundial que se produjo a continuación podrían haber sido una buena ocasión para alcanzar una solución política para Siria más cercana a la justicia, con un cambio radical en la estructura de su régimen político que hubiera permitido construir una nueva mayoría siria que respondiera a las aspiraciones que los sirios habían expresado (en aquel momento) a lo largo de los dos años y medio anteriores.
Ese cambio radical habría podido responder asimismo a las querencias políticas de fuerzas influyentes que se negaban a sostener militarmente a los resistentes sirios debido a que eran partidarios de una «solución política»…
El ambiente mundial que se había gestado no podría ser mejor para promover un cambio fundamental en Siria. Pero los rusos no querían tal cosa. Los estadounidenses tampoco, y menos aún los israelíes, que habían sido sin duda los inspiradores del espíritu tan especial del mercadeo químico.
Ahora bien, lo sucedido a lo largo de los tres años que siguieron a esas semanas infames ha sido exactamente lo contrario: se han ido acumulando todas las condiciones que permiten que los «asadianos» y sus amos rechacen cualquier solución política susceptible de poner fin a un sufrimiento interminable a escala de todo un país.
Pero lo que pudimos observar es que el mercadeo en cuestión buscaba una solución al problema de la utilización de armas químicas y no una objeción a la masacre para la que estas armas fueron utilizadas, tampoco aportaba solución alguna al problema planteado por el asesinato de los sirios, que habían perecido ya en aquel momento en número de alrededor de cien mil. Basta observar eso para comprender que el problema que se había solucionado concernía a Israel, EEUU y Rusia, pero que en modo alguno abordaba el problema de los sirios.
El mercadeo químico, que hizo caso omiso de las reivindicaciones y el combate políticos de los sirios, no fue más que una continuación de la gobernanza asadiana que priva y niega a los sirios sus derechos políticos en su propio país.
A los ojos del pueblo sirio que aspira a la justicia y a la dignidad en su país, no hay ninguna diferencia entre las instancias que han puesto a punto el mercadeo químico y el Estado asadiano: lo que nos han dicho los químicos del mercadeo es efectivamente lo mismo que nos habían dicho los químicos de la masacre: «Estáis fuera de la política, no tenéis ningún derecho a poseer carnet político: ¡y vamos a seguir plantándoos cara sólo a través de la guerra!»
Así fue como el cadáver de la política fue arrojado sobre los cadáveres de la verdad y la justicia, lo que ha facilitado que el Estado asadiano y sus socios sigan con su proyecto letal hasta llegar en la actualidad a alrededor de medio millón de víctimas, con un horizonte abierto a las masacres que no parece vaya a poder cerrarse pronto.
Las sucesivas cumbres de negociaciones en Ginebra no son más que la continuación del mercadeo químico, de forma tal que los dos patrocinadores de esas negociaciones son los dos padrinos del mercadeo químico y no sólo se abstienen de ejercer presiones sobre el Estado asadiano sino que uno de los dos, en este caso Rusia, está actualmente al frente de la dimensión militar, y que el régimen sirio y sus protectores no han dicho jamás que estuvieran dispuestos a dar algo a los que se levantaron contra ese régimen, ni que fueran a dar paso alguno para cerrar el libro sangriento del régimen de una minoría o que fueran a insistir en la salida total de las tropas extranjeras del territorio sirio como objetivo de un «proceso de paz», además de un cambio político en Siria, ni siquiera se ha podido alcanzar con ellos el compromiso de permitir la entrega de alimentos y medicinas a los habitantes de las zonas asediadas, por no hablar del levantamiento de los asedios y de la liberación de los desafortunados habitantes de esas prisiones asadianas que no tienen parangón en el mundo contemporáneo.
En tales condiciones, el proceso de Ginebra es un esfuerzo que tiene como objetivo conseguir que los sirios destruyan su causa con sus propias manos después de que su país haya sido destruido, de la misma forma que todas esas innumerables vidas, a manos de los asadianos, así como de las de sus amos y protectores.
¡Vergüenza para el mundo!
En esta historia de muerte anunciada, lo que no deja de anonadar es su extrema impudicia.
En primer lugar, impudicia tanto en la mentira como en la hipocresía, en el enterramiento vivo de la verdad.
A continuación, desvergüenza en la protección del asesino de masas y en el asesinato de la justicia.
Finalmente, provocación en la protección de la guerra y en el cuidado puesto para asegurar su continuación facilitando la obra de los agresores iraníes y rusos y de sus suplentes; es decir: el asesinato de la política.
Nuestro mundo contemporáneo puesto al desnudo, desvelando toda su impudicia.
A pesar de todo eso, el mercadeo químico ruso-estadounidense es una masacre más espantosa aún que la masacre de las armas químicas en sí, porque es la verdad, la justicia y la política que protegen la vida de las personas las que están siendo masacradas.
Si se mata a las personas, su vida no tiene valor ni sacralidad algunos: asesinarlas se convierte por tanto en algo lícito, e incluso quizá deseable. Esto es lo que se ha producido de hecho, y a gran escala, en nuestro país a lo largo de los tres últimos años, bajo el patronazgo del mundo entero, después de haber estado durante más de cuarenta años bajo un patronazgo todavía no tan global.
Esta es además la razón por la cual, tras aquel nefasto día, la cuestión no afecta ya solamente a Siria sino al mundo entero; ese mundo que tiene tres cadáveres simbólicos y medio millón de cadáveres, de lo más humano, sobre la conciencia.
Ese mundo envenenado en el que vemos los síntomas de su contaminación en el ascenso de movimientos fascistas y de extrema derecha, en la absoluta erosión de la democracia por todas partes y en el debilitamiento de los movimientos de liberación, renovación y esperanza.
La causa siria es una causa planetaria más que ninguna otra en el mundo contemporáneo. Y es probable que en las próximas décadas desempeñe un papel decisivo en los destinos políticos, intelectuales y morales del mundo.
Precisamente porque el futuro del mundo es nuestra causa, a nosotros los sirios nos atañe actuar sin descanso para explicar al mundo lo que Siria es y por qué nuestra causa tiene un alcance mundial.
A ese fin, nuestra prioridad es hacer de la masacre con armas químicas y del mercadeo químico desplegado a continuación unas realidades sirias, y mundiales, imposibles de olvidar; coronando de infamia sus epígonos y falsos testigos, tanto en Siria como en otras partes del mundo.
(Traducido del árabe al francés por Marcel Charbonnier: Un oeil sur la Syrie (publicado originalmente en la página web Al-Jumhuriya, http://aljumhuriya.net/35465).
Yassin al-Haj Saleh (nacido en Raqqa en 1961) es un destacado escritor e intelectual sirio. En 1980, cuando estudiaba Medicina en Alepo fue encarcelado por sus actividades políticas permaneciendo tras las rejas hasta 1996. Escribe sobre temas políticos, sociales y culturales relacionados con Siria y el mundo árabe para varios periódicos y revistas árabes fuera de Siria, colaborando de forma regular con el periódico Al-Hayat, editado en Londres, la revista egipcia de izquierdas Al-Bosla y el periódico sirio online The Republic .
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.