Traducido para Rebelión por LB
Esto ocurrió después de que el automóvil le fuera oficialmente confiscado a su dueño por agentes de seguridad israelíes que se lo llevaron a una base militar israelí. Esto ocurrió después de que los soldados israelíes dispararan sin motivo alguno contra el vehículo cuando los miembros de una familia -incluido un bebé de tres meses- viajaban en su interior de regreso de una reunión familiar.
Cuando un vehículo resulta tiroteado hay que investigar, naturalmente, incluso aunque los pasajeros no hayan cometido ningún delito. También hay que confiscar el vehículo «para investigarlo» y luego, a lo que se ve, alguien debe descargar su furia contra él y destrozarlo. Un taxi palestino destrozado en el interior de una base militar israelí. Nadie se hace responsable. Un caso de vandalismo gratuito por el que nadie se inmuta.
«Con respecto al supuesto daño [inflingido al vehículo], el propietario queda autorizado a informar sobre él a las autoridades miltares israelíes, que actuarán según corresponda«, declara el portavoz del distrito policial de Cisjordania, superintendente Danny Poleg.
No está mal.
Era el primer aniversario de boda de Sahar al-Adam, de 29 años, y de su marido Firas al-Adam, de 30, una joven pareja con un niño llamado Ahmed. Sahar es maestra y Firas lleva dos años trabajando como taxista entre Hebrón y su aldea, Beit Ula, situada al Este de la ciudad. Con los ahorros de su famila se compró un lujoso Mercedes 2002 por el que pagó 25.000 euros, y comenzó a trabajar esporádicamente como chófer, pues las puertas de Israel estaban cerradas y su fuente de ingresos como trabajador de la construcción había desaparecido. Firas es un mozo apuesto que viste chaqueta negra de cuero y está totalmente desinteresado por la política.
El miércoles 19, tres días antes de su aniversario, Sahar partió a visitar a sus padres, que viven en Nablús, en el nuevo campamento de refugiados de Askar. El viaje implicaba coger un taxi hasta Hebrón, de allí otro hasta Ramalla y de allí a Askar. Unos dos horas y media de ruta en un día sin problemas. Madre y niño pasaron varios días con los abuelos y el sábado Firas se les unió para celebrar juntos su aniversario.
A eso de las 11 de la mañana Firas llegó al retén israelí de Hawara, situado a la entrada de Nablús, aparcó su taxi -los israelíes no le permitieron entrar con su vehículo en la asediada ciudad- y llegó a casa de sus suegros.
Tras el almuerzo la pareja se dispuso a marcharse. Eran las 5:30 de la tarde. Cogieron un taxi para llegar hasta su propio taxi, que estaba aparcado en Hawara, y desde allí emprendieron la ruta de regreso a su hogar en Beit Ula en un ambiente distendido. La Cisjordania meridional es un territorio relativamente abierto en lo que respecta al tráfico y el viaje estaba siendo agradable. En el taxi viajaban los dos padres y su bebé, así como Abdel, el hermano de Firas, que decidió acompañarlos en el viaje. El tramo de carretera que separa a Hebrón de Nablús es la máxima distancia que un habitante de los territorios [palestinos ocupados] puede recorrer en coche en toda su vida.
Cinco personas viajaban en el Mercedes, atestado de botes de comida y ropa regalada por sus abuelos. A eso de las 20:30 llegaron al cruce de Gush Etzion, que está precedido por una rotonda. La carretera está jalonada de lomos de mulas y en el puesto de control propiamente dicho no había tropas, como ha venido ocurriendo últimamente. Firas avanzó con su vehículo en dirección sur a una velocidad de unos 30 kilómetros por hora. Advirtió entonces la presencia de un grupo de soldados que permanecían de pie con aire inocente en la parte izquiera de la carretera, a sus espaldas, en el carril contrario.
De pronto se oyeron disparos. Mientras salía de la rotonda Firas vió a un soldado israelí que corría en dirección a su taxi y disparaba contra él, alcanzando de un tiro el capó del motor. Firas detuvo bruscamente el coche. Sahar se puso histérica. Inmediatamente los soldados israelíes se abalanzaron sobre el vehículo mientras que uno de ellos volvió a disparar contra el capó. Firas abrió la ventanilla y comenzó a gritar: «¿Por qué nos disparáis? ¡Hay un niño en el coche!» Uno de los soldados le apuntó con su arma en la cabeza.
Al instante se congregó en el lugar un gran número de soldados y policías. Ordenaron a todos los pasajeros del taxi descender del vehículo y poner las manos en alto. El bebé comenzó a llorar. Sahar estaba en estado de choque. Firas pidió a los policía y soldados israelíes que la permitieran volver a meterse en el taxi, a lo que accedieron. Entonces llegó una ambulancia israelí, examinó a Sahar y constató que no tenía ninguna herida exceptuando un ataque de ansiedad. Soldados y policías comenzarona registrar el taxi, hurgando entre los botes de comida y las ropas, y a continuación informaron a la familia de que podían irse. Todos, excepto Firas y el taxi. Uno de los policías detuvo a otro taxi palestino, la familia se montó en él y emprendió el camino a casa. Firas se quedó al lado de su Mercedes.
Uno de los policías israelíes cogió las llaves del coche y lo condujo hasta el cercano puesto militar de Etzion. Los israelíes metieron a Firas en un jeep policial y lo condujeron al mismo lugar. Después, las fuerzas de seguridad trajeron un camión remolque y se llevaron al taxi y a Firas al cuartel de la policía de Kiryat Arba para ser interrogado.
El interrogador Sami acusó a Firas de intentar atropellar a los soldados. Firas negó rotundamente la acusación, explicando que los soldados estaban de pie al otro lado de la carretera, en un lugar en el que era imposible que les hubiera podido atropellar, que iba conduciendo despacio, que se detuvo inmediatamente al oir el tiroteo y que toda su familia estaba en el taxi, incluido su hijo. El interrogador israelí le preguntó: «¿Insinúas que los soldados mienten?» Y Firas respondió: «Sí. Los soldados mienten«. Para entonces ya era la 1:30 de la madrugada.
El interrogador le ordenó que esperara fuera y al cabo de 15 minutos le tomaron las huellas dactilares y lo pusieron en libertad. El taxi quedó retenido para inspección. Eran las dos de la madrugada, las calles de Kiryat Arba -un lugar peligroso para cualquier palestino que deambule por ellas- estaban desiertas y Firas dijo que desconocía el camino para regresar a su casa. Nunca antes había estado en aquel cuartel de la policía. «¿Cómo voy a volver a casa a estas horas?«, preguntó al interrogador, y este le respondió: «Ya te las apañarás«.
Firas se marchó a pie. Cuando llegó a la primera casa palestina situada en las afueras de Kiryat Arba llamó a la puerta y despertó a los miebros de la familia. Llamaron por teléfono y pidieron un taxi palestino para que viniera a recogerlo. A las 3:30 de la madrugada Firas llegó por fin a su casa. Toda su familia lo estaba esperando, desvelada y angustiada por la suerte que había podido correr.
Desposeído de su taxi, su propiedad y su fuente de ingresos, Firas acudió al día siguiente a la oficina de B’Tselem de Hebron y le contó su historia a Musa Abu Hashhash, investigador de campo que trabaja para dicha organización de derechos humanos. Cuando soltaron a Firas los policías israelíes le habían dicho que lo telefonearían en los días siguientes para que regresara a recoger su taxi. De hecho, el martes pasado la policía lo llamó y le dijo que acudiera al día siguiente a Etzion a recoger su Mercedes. Sin embargo, cuando llegó allí los policías le dijeron que el taxi estaba en las instalaciones del ejército israelí de Adurayim, en las colinas meridionales de Hebron.
Firas se trasladó a Adurayim llevando consigo una nota: «A quien corresponda. De parte de: Itzik Zada, interrogador de Etzion, Distrito de Hebrón. Se autoriza a Firas al-Adam a recoger su vehículo, un taxi, que se encuentra en Adurayim.»
Cuando llegó a Adurayim Firas quedó estupefacto al ver su destrozado taxi. Incluso recuerda que se abofeteó la cara de puro asombro. Las ventanillas, los espejos y los faros estaban pulverizados. Dentro del taxi había dos enormes pedruscos con los cuales los policías o los soldados israelíes habían llevado a cabo su trabajo. «¿Qué le ha pasado a mi taxi?«, gritó. Un soldado le respondió: «No lo sé«.
Buen viaje, las llaves están dentro -como dicen en el viejo sketch humorístico de Gashash Hahiver. Firas intentó arrancar el motor. El taxi no arrancaba. ¿Solía tener un motor? Sí, solía tenerlo.
Firas les pidió a los soldados que le concedieran una hora hasta que llegara el camión. Entonces pagó 130 euros para que le llevasen aquel montón de chatarra a su casa de Beit Ula.
Declaraciones al diario Haaretz del superintendente Danny Poleg, portavoz del distrito policial de Cisjordania: «Como consecuencia de un incidente en el que se vio envuelto el conductor de un taxi, éste fue retenido por los soldados mientras su propietario permanecía detenido. El vehículo fue trasladado a un aparcamiento del ejército israelí en Adurayim».
Prosigue el portavoz del ejército israelí: «En el transcurso de un operativo rutinario en el cruce de Gush Etzion un soldado del ejército israelí trató de cruzar la carretera. Una investigación preliminar indica que un taxi palestino se le acercó a gran velocidad sin visos de ir a detenerse. El soldado sintió peligrar su vida y disparó dos tiros. Las personas en el interior del coche no resultaron alcanzadas y el vehículo sufrió solamente daños menores. Se investigará el incidente en profundidad«.
Fuimos hasta Beit Ula acompañados de Firas. Allí estaba el taxi amarillo, aparcado en el patio de la espaciosa casa y custodiado por su padre, un anciano de 85 años. Se advierte inmediatamente el estado de total destrucción del vehículo. Lo destrozaron con verdadera saña. Los dos pedruscos siguen todavía dentro y en el capó se ven los dos agujeros de bala.
Firas aún tiene que arreglar los desperfectos más graves. Antes de despedirse de nosotros nos pregunta si merece la pena reparar el taxi o si es mejor esperar a que las autoridades israelíes lo indemnicen por su pérdida.
Fuente:
http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=971504