Traducido por Nadia Hasan y revisado por Carlos Sanchis
Irja. Con el tiempo, todos nos hemos familiarizado con esta palabra. No hay soldado en un puesto de control militar que no la conozca; no hay un palestino que no la haya escuchado. «¡Irja!» grita el soldado a una persona a la cual le está prohibiendo cruzar el puesto de control – es decir, vuélvase, váyase de aquí. «Irja» al hombre que lleva consigo a un niño herido, que quiere llevarlo a casa. «Irja» al ingeniero en obras que quiere ir a su trabajo. «Irja» a la madre que, junto a su hijo, quiere visitar a sus padres. «Irja» al anciano que quiere visitar a sus nietos.
El teatro del absurdo de la Ocupación está creando un nuevo escenario, reminiscencia de uno anterior. El pasado jueves, Yosed Abu-A’adi, de 29 años, apuñaló y mató al soldado Nir Kahana en el puesto de control de Qalandia. El cruce fue cerrado inmediatamente, y durante la semana pasada, cientos de miles de palestinos no han podido cruzarlo. Debemos mencionar aquí, que Qalandia es un «mega-puesto de control militar» en los territorios, no entre estos e Israel. Este cruel castigo colectivo puesto en práctica la semana pasada – no hay otra manera de describirlo – condena a decenas de miles de personas inocentes, que están ya en una mala situación, a más días de hostigamiento.
¿Está cerrado el puesto de control militar? No realmente. Puede ser cruzado. No caminando unos cuantos metros, como siempre, sino a través de un largo y costoso viaje en taxi – 50 kilómetros y una hora y media en cada dirección – para circunvalar el puesto de control, lo que implica un viaje por casi toda Cisjordania. Tienes que conducir hacia el norte, para poder viajar hacia el sur unos cuantos metros, hasta que puedas alcanzar el otro lado del puesto de control militar. ¿ No es esto un castigo colectivo?
Pronto será inaugurado el nuevo cruce de Qalandia: una ciudad virtual de control militar, con el sofocante Muro de Separación a su costado, con impresionantes carriles internacionales organizados para los pasajeros y lugares especiales para los discapacitados; la confortable ocupación. Piedras de los Altos del Golán embellecerán las plazas, y hay un gran letrero que alguien puso aquí con una gran insolencia «La esperanza de todos nosotros», con una rosa roja junto a él. El renovado puesto de control que corta en dos a Cisjordania será «la esperanza de todos nosotros».
¡Vaya miserable esperanza!
En el mini-bus en el que viajamos esta semana, para experimentar lo absurdo de viajar decenas de kilómetros para circunvalar el puesto de control clausurado, se leía en hebreo «No se desespere». Pero este invierno Qalandia, al que el Ejército Israelí le gusta llamar «un cruce», continuará siendo muy deprimente.
Las montañas de basura, arena, alambre de espino y bloques de cemento armado que fueron puestos en este lugar el jueves pasado, impiden cualquier posibilidad para que un automóvil pueda cruzarlo. Si hay un asesinato en Tel Aviv, ¿quedará toda el área bajo estado de sitio? Si hay un apuñalamiento en Haifa, ¿quedará toda la ciudad encarcelada? Pero aquí, en los territorios, todo se acepta: un asesinato en Qalandia, y la mitad de Cisjordania está bajo detención. La prensa palestina informa diariamente, en portada, lo que pasa en este puesto de control, pero ¿quién en Israel ha oído acerca de esto? ¿quién siquiera está interesado?
Un joven que carga a su sobrino, un niño con su pierna enyesada, se acerca a los bloques de cemento armado entre el alambre de espino. El policía del cruce, con un gesto de gran humanidad, permite que el niño pueda regresar a casa; después de todo, Israel autoriza que «casos humanitarios» puedan cruzar, como ha sido publicitado. Sin embargo, el tío, quien carga al niño en sus brazos, no es un «caso humanitario». El niño no puede ponerse de pie. El tío lo dejó en el suelo como si fuera un bloque de hormigón, ante los insensibles ojos del policía: «Lo dejaré en el auto y regresaré» suplicó el tío, pero el policía indiferente a esto le dijo: «Irja».
Una hilera de automóviles son obligados a regresar desde donde provienen. Un joven sentado en un Volswagen Polo blanco, señala las cicatrices en su rostro. En las últimas vacaciones un soldado lo golpeó. El hombre dice que trató de convencer al soldado que le permitiera a su hermano poder ir junto a él, para visitar a su familia durante las festividades y la respuesta fue un golpe con el rifle. Aquí cada uno soporta las cicatrices del puesto de control.
Un trabajador social voluntario de la Media Luna Roja de Ramallah, especializado en atender casos de pánico emocional, trata, en vano, de mostrarle al policía su certificado de trabajador voluntario de una organización humanitaria, al igual que el periódico donde se señala que se permite cruzar «casos humanitarios». «Irja» Los casos de pánico emocional en Ramallah pueden esperar.
Un aligeramiento de la clausura: Comenzando el domingo, Israel permitió a los residentes de Jerusalén Este cruzar Qalandia, pero, por supuesto, no a los residentes de Ramallah o Cisjordania. Cruzamos a pie. En el sucio túnel del cruce, un joven camina hacia nosotros, regresando de donde iba, su rostro estaba lleno de furia: «Son unos hijos de puta.»
Issa estaba fumando un cigarrillo en el puesto de control, el soldado le ordenó que lo apagara y luego, cuando él lanzó la colilla a la basura, los soldados le ordenaron que recogiera todas las colillas de cigarrillos del suelo de todo el puesto de control militar. «No trabajo para ti» respondió el joven – y dio por rendido su derecho de poder cruzar. «Todo este asunto del apuñalamiento no es algo simple», dijo Issa, un jerusalemita. «Fue probablemente un hombre que sufrió mucho en el puesto de control. Para un hombre no es un asunto menor apuñalar a un soldado.»
«¿Están dejando que la gente cruce? Preguntó un transeúnte.
«Están dejando pasar gente, pero humillándolos» respondió Issa.
En un Golf azul estaba sentada una mujer de Jerusalén con un bebe en su regazo. Se encontraba en la parte oriental del cruce, donde los automóviles de Jerusalén tienen autorización de abandonar Ramallah por la ruta de circunvalación. Tomó al bebe fuera del automóvil, después de que su llanto se escuchara desde lejos. Lleva más de una hora en el puesto de control, y el término no está a la vista. Una visita a sus abuelos.
Tres niños están regresando desde su colegio privado hacia sus casas en el Campo de Refugiados de Qalandia. Todos los días deben cruzar por aquí para ir y regresar del colegio; Israel les permite poder hacerlo. Los niños de sexto grado ven lo que está ocurriendo en el puesto de control, pudieron salir antes de clase. Los soldados no permitieron cruzar al profesor de gimnasia ni al de ciencias.
Mientras tanto, la mujer del Golf azul aún sigue esperando junto a su bebe. Pone al niño en su asiento, hay sólo dos autos antes que el de ella en el puesto de control, una hora después de haber llegado.
El anciano Jedda Darwish tiene un pasaporte americano y una visa válida para Israel. El tiene autorización para caminar libremente en Tel Aviv, pero no para cruzar Qalandia, sea americano o no. «Irja».
Toda Cisjordania se ha cubierto con chalecos amarillos fosforescentes. Una nueva regla exige que todo conductor deba usar esta brillante prenda en el momento de abandonar su automóvil de noche en la carretera. Los conductores de Cisjordania, cuya seguridad es especialmente importante para Israel, han tenido que comprar estos chalecos: Saben que serán los primeros en ser multados si infringen esta norma. En el puesto de control de Qalandia cuestan 15 NIS cada uno. Las instrucciones de uso son: «Este chaleco debe ser usado cerrado solamente, para seguridad de los usuarios. No debe ser puesto en una secadora de ropa. No debe lavarse durante más de 15 minutos. No debe ser usado para los siguientes propósitos: protección contra el fuego, sustancias químicas, frío, electricidad u otros peligros.»
Son las 12:25 y nuestro taxi finalmente avanza. Dentro hay unas cuantas personas de mirada furiosa que se han visto forzados a pagar 15 NIS cada uno y matar una hora y cuarto, sin contar el tiempo que tardó en llenarse el taxi – sólo para poder llegar al otro lado del puesto de control militar de Qalandia. A la derecha se encuentra el Campo de Refugiados de Qalandia. Nos dirigimos hacia Ramallah, atravesando, en nuestro largo viaje, las casas de El Bireh. Los pasajeros permanecen en silencio. ¿Qué se puede decir? Ellos absorben la humillación de esta estúpida excursión, y guardan silencio.
Feingold & Son montaron los asientos de esta destartalada furgoneta. Una foto del hijo del conductor, un hijo de refugiados de Qalandia, está colgada sobre su cabeza, junto con el pequeño pino verde que una vez tuvo aroma. La cara del conductor expresa rabia, también, aunque desde que el puesto de control está cerrado él tenga más trabajo.
El Hotel Best Eastern de Ramallah: La ciudad está tratando de crear una impresión internacional. Para llegar al sur de Ramallah viajamos hacia el norte. Bien hacia el norte. Luego al este, y luego otra vez al sur. La localidad de Sudra, lugar de uno de los más crueles puestos de control militar de Cisjordania, el cual ha sido desmantelado. Y Abu Kash, en donde un gran porcentaje de sus habitantes ha emigrado a Estados Unidos. En la ventana de una de las tiendas que pasamos, hay una muestra de equipos para ejercicios. Hacia nuestra izquierda está el Campus de la Universidad de Bir Zeit; de hecho ya hemos llegado al pueblo de Bir Zeit, donde la mayoría de su población es cristiana. Recorra y disfrute.
El puesto de control militar de salida de Bir Zeit no funciona hoy; hay crecientes facilidades a la clausura. El puente de Atara. A la derecha del camino que asciende a Nablus, a la izquierda del asentamiento judío de Halamish. La carretera se convierte en colinas; nosotros descendemos hacia el valle y ascendemos las montañas por el lado costero. Jifna a la derecha. Ya es la 13:15, hasta ahora hemos pasado en la carretera 40 minutos.
Cuando alcanzamos la autopista Nº 60, el chofer del taxi se abrocha su cinturón de seguridad; nos acercamos a una carretera judía. Las condiciones del camino mejoran inmediatamente: Están bien pavimentadas, sin baches, amplias calzadas e iluminación. Estamos a 17 kilómetros del asentamiento de Beit El, a 5 de Ofra. El cinturón de seguridad del conductor no quiere cerrarse. Ofra a nuestra izquierda, a 28 kilómetros de Jerusalén. Finalmente hemos llegado al sur, nuestro destino. Los asentamientos de Ma’aleh Mikhmash y Kokhav Hashahar a la izquierda. Hoy esta tranquilo, y no hay bloqueos de carreteras imprevistos. «Cuidado, personas ciegas en la carretera,» advierte un letrero del Ayuntamiento de Jerusalén cerca del puesto de control de A-Ram, que está justo a la entrada del Colegio Helen Keller.
Luego de 48 kilómetros y exactamente una hora y cuarto, hemos llegado a nuestro destino: el puesto de control de Qalandia, desde el cual empezamos a salir, pero ahora por el otro lado.
El portavoz del Ejército Israelí: «El cruce de Qalandia ha sido cerrado debido al gran riesgo de seguridad para los soldados del ejército, quienes llevan a cabo revisiones de seguridad en ese lugar y debido al contacto directo entre los palestinos y los soldados, los cuales fueron objeto de un ataque producto del cuál un soldado fue muerto por un terrorista.
El nuevo puesto de control militar de Qalandia, el cual promete una mejor protección para los soldados y mejores condiciones para los residentes palestinos, será abierto pronto, el Comando Central del Ejército Israelí ha decidido no tomar ninguna medida arriesgada, y esperar hasta la apertura del nuevo cruce. Debe ser mencionado que a pesar del cierre del puesto de control militar, casos humanitarios y residentes de Jerusalén Este han sido autorizados a cruzar por aquí.»
Una pregunta ingenua: Si hay peligro para los soldados y si es posible cruzar – pero sólo a través de una larga y costosa ruta – ¿Por qué no deshacerse simplemente de este ridículo puesto de control militar?