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La sociedad cambia, las normativas también, pero su diferencia de velocidad provocan incoherencias y anacronismos

Políticas culturales: ¿El futuro ya pasó?

Fuentes: OnCuba

De los cinco principales sitios en Internet a los que acceden los jóvenes cubanos hoy, ninguno es un medio de comunicación y ninguno es un medio cultural. Sin marco legal, las galerías privadas brotan como hongos en las grandes ciudades y luego de años de discusiones y esperas, recién salió del horno el decreto ley […]

De los cinco principales sitios en Internet a los que acceden los jóvenes cubanos hoy, ninguno es un medio de comunicación y ninguno es un medio cultural. Sin marco legal, las galerías privadas brotan como hongos en las grandes ciudades y luego de años de discusiones y esperas, recién salió del horno el decreto ley sobre los creadores audiovisuales independientes que desde fines de los 80 hacen lo suyo al margen de los grandes estudios y las arcas estatales.

Para muchos, son señales de que las piernas del Estado no son lo bastante atléticas para alcanzar las dinámicas ciudadanas en un país que cambia de piel a tenor de precavidas reformas económicas, el traspaso generacional de gobierno y una nueva carta magna que reacomoda las cuotas de autonomía territorial y retoca ciertas libertades individuales.

En palabras académicas, el escenario plantea un fenómeno que se extiende imparable: «La alternatividad le está ganando a la institucionalidad».

La sentencia se debe a la perspicacia de Mayra García, una periodista que dirige la revista juvenil más antigua de Cuba, Alma Mater, fundada en 1922 por Julio Antonio Mella, líder de la izquierda comunista universitaria. En cualquiera de sus dos plataformas -digital e impresa- el mensuario es consumido por el 35 por ciento de la audiencia a la que va dirigida.

«La revista impresa se está quedando en los estanquillos», dijo García, una de las panelistas de Último Jueves, el segmento de análisis y debate de la revista Temas, que dedicó su sesión de marzo a las políticas culturales al uso y la necesidad de actualizarlas.

En menor medida, el desgano por los medios oficiales también alcanza a diarios nacionales y en los quioscos de barrios capitalinos se puede adquirir por una bagatela rollos de ediciones pasadas para limpiar espejos o envolver la basura.

Tal vez, a partir de ahora, ese excedente sea menor, no por un aumento de lectores, sino por el recorte de páginas y de tirada de varios periódicos y semanarios nacionales, ante la falta de papel y el dinero para adquirirlo en mercados internacionales.

#Durakitotosexytoriko

«Ni en el marco regulatorio, ni en el marco político estamos totalmente atemperados a estos procesos de intercambio», indica Mayra García, ilustrando con otros ejemplos la plasticidad seductora de las redes, como la aparición de modas fonéticas y caligráficas ancladas a mutantes corrientes urbanas y adolescentarias, de corte marginal, como la duraka, que también comete relexificación.

«Ta To Gucci», algo así como «todo está bien y en onda», es el título de una canción viral en las redes, como también «Gucci Gang», salida del trapero portorriqueño Bad Bunny, («los jóvenes también quieren cualquier cosa que los divierta, como canciones de sexo, drogas o violencia») pero son galimatías para un ingeniero como Víctor González, de 42 años, quien no pudo decodificar un mensaje en durako que le envió su hija quinceañera por WhatsApp.

«¿Qué es eso de escribir a propósito con faltas de ortografía. Es un horror. ¡Desaprenden escribir correctamente!», dijo alarmado González a este magazín. «El cintazo (cintarazo) de mis mayores equivale al consejo del psicoanalista de hoy», sentenció para defender la tradición hispana.

Al fin y al cabo, las extravagancias ortográficas de los chicos suelen ser poses rebeldes y ante ellas, no valen las prohibiciones y reprimendas familiares, y mucho menos institucionales. «Tenemos que propiciar un acercamiento consciente a todos estos fenómenos, no desde el estigmatismo, no desde la exclusión, ni la crítica», propone la directora de Alma Mater.

Frente a cambiantes estados de opinión y comportamientos sociales en Cuba, el aparato mediático del establishment no parece disponer de competitivas estrategias de respuesta rápida. «En ese panorama los medios influyen de una manera a veces torpe, insuficiente e inadecuada», evaluó en Último Jueves la intelectual Graziella Pogolotti, nacida en París en 1931.

Laureada con el Premio Nacional de Literatura y autora de textos como Examen de conciencia, Polémicas culturales de los 60 y Dinosauria soy, la doctora Pogolotti reconoció que en algunos casos la voluntad de cambio enfrenta la propia dificultad para asumirlo y dejó una pregunta en el aire vibrante del auditorio: «¿Qué hacer para retomar las vías que favorezcan el reconocimiento de sí y de los conflictos?»

Actualizar o perecer

Los efectos colaterales de la progresiva informatización de la sociedad cubana -ya existen más de 5 millones de líneas móviles activas en la isla de 11 millones de habitantes- estarían detrás de todos esos escenarios algo aterradores para las generaciones adultas que temen una distancia galáctica con las juventudes en materia de lenguajes, comunicación e intereses compartidos.

Tal distanciamiento, enquistado en las plataformas digitales, podría socavar los valores culturales de la nación, en términos de identidad unitaria, como anticipa Tania García Lorenzo, otra de las panelistas de Último Jueves. «La impronta del desarrollo de la tecnología ha transformado la creación y sus formas, los soportes sobre los cuales se refleja, las formas y los medios de comunicarla, la recepción abierta de las tendencias mundiales… y eso impacta».

Como política proactiva, García Lorenzo demanda desplegar una industria cultural para preservar el patrimonio cultural cubano, un propósito que puede demorar años en tanto el nuevo modelo económico en construcción se cohesione y selle su viabilidad en medio de un intrincado paisaje de desventajas, tensiones y amenazas, tanto internas como externas.

Esta experta en economía de la cultura lanza una seria advertencia: «Si las políticas culturales no reconocen esos cambios, no solo no podemos desarrollar la cultura, sino que perdemos el patrimonio cultural… Los desarrollos económicos han impactado severamente en el imaginario de la vida cotidiana y actualizar las políticas culturales es un imperativo».

Para la investigadora, la paulatina descentralización de las decisiones, que deberá superar el modelo de poder capitalino y omnímodo, remite a una «construcción a futuro hacia los municipios», vistos por la académica como productores de sentido, en un siglo donde la desterritorialidad del mercado va disolviendo la tinta de los mapas y desdibujando las identidades locales.

La reconfiguración del valor de la municipalidad demanda urgencias culturales no satisfechas en Cuba. Fernando Rojas, uno de los viceministros de Cultura, que se distingue por dar la cara en diversos foros de discusión, incluido Último Jueves, lo comparte.

«Coincido en que algunas transformaciones tienen que ser más veloces», admitió autocrítico, pero aclaró que «en todo el proceso revolucionario se han introducido actualizaciones»; por tanto «no ha sido inmutable. Incluso puede haber actualizaciones en la dirección equivocada, las hubo, y tal vez eso explica cierta cautela», detalló Rojas, cuyo hermano, el también historiador Rafael Rojas, es uno de los académicos del exilio más activos y reconocidos de una oposición ilustrada al socialismo cubano.

«Hoy estamos ante un universo de galerías privadas ante el cual no se ha producido ningún pronunciamiento de política, y es algo sobre lo que hay que trabajar y pronunciarse, lo cual demuestra cómo a veces la realidad y sus transformaciones se adelantan a la necesaria velocidad que debieron haber tenido las políticas culturales», concedió el funcionario, graduado en Moscú y un sagaz entendido en la revolución bolchevique.

De acuerdo con Rojas, hay grupos de tareas en proceso que estudian las estadísticas y la actualización de las políticas culturales, con el propósito de «tener visiones más abarcadoras» y obtener eficiencia en la minería de datos y en la propia obtención de las referencias.

La palabra mágica

En este debate público sobre políticas culturales al uso, que duró poco más de 2 horas en el centro cultural Fresa y Chocolate, la palabra «censura» asomó en el minuto 110 y aunque a muchos les parezca que tardó demasiado, el hecho habría que anotarlo en la libreta de cambios de una nación.

«Tradicionalmente los políticos y los creadores se toleran, se saludan, incurren en estrategias de convivencia y se mastican pero no se tragan, no solo en Cuba y en nuestro sistema», dijo Eduardo del Llano, mientras Fernando Rojas, con ambas manos sosteniendo la barbilla, lo seguía, sin dejar de sonreír, palabra por palabra.

Hablar de un tema tabú ante un alto representante de la institucionalidad hace menos quimérico un escenario que, sin abolir los conflictos, tendería hacia la horizontalidad del diálogo entre los artistas y los decisores de políticas en un país que se aleja, lentamente, de los radicalismos de antaño que no pocos dramas humanos y costos políticos trajo consigo. Sin embargo, pese a los avances, todavía hoy se pueden escuchar reproches.

«Siento que hay una desconfianza hacia aquellas iniciativas que surgen de la gente, de los creadores, sin que se las pidan», consideró del Llano.

Guionista, actor, cineasta, humorista y escritor, este graduado de Historia del Arte en 1985 fue el colibretista del filme Alicia en el pueblo de Maravillas, la sátira de Daniel Díaz Torres que a principios de los 90 convirtió a los cines por donde furtivamente pasó en objetivos policialmente vigilados.

A Del Llano se debe igualmente la serie underground de cortos Nicanor, un intelectual ficticio que se enfrenta a las suspicacias y realidades coercitivas del sistema.

Junto a un grupo de realizadores, el director nacido en Moscú en 1962, participó hace algunos años en las discusiones sobre una ley de cine que al cabo no llegaron a ninguna parte.

«Es dolorosamente cierto que la censura o la desautorización de una obra no hace otra cosa que añadirle valor y hacerla más interesante», dijo, luego de narrar su frustrada experiencia como guionista del popular y mordaz programa Vivir del cuento, cuyos libretos escritos por Del Llano fueron engavetados, pese a no ser más críticos que otros ya televisados.

«No sé qué hice para merecer eso, puedo sospecharlo, pero nadie me lo ha dicho. Cuando estás en ese estado de limbo nadie te dice nada», contó casi a la manera kafkiana. «Ser incluido en este ‘no existir’ es algo muy negativo», lamentó.

El director de historias de ficción tan temáticamente dispares como Vinci y Omega 3 defendió el carácter provocador del arte desde la permisibilidad de su propuesta. «Tenemos que aprender a coexistir no solo con la disensión, sino con la disensión escandalosa»; pero, a la par, consintió que «tienen que haber algunos principios rectores a escala social. La no aceptación de alguna manera del fascismo, del racismo… pero no mucho más que eso. Todo lo demás debería ser permitido y de alguna manera también recogido por los medios oficiales».

Y para legitimar el derecho a la contestación política, Del Llano resolvió que «todo debería pasar por un empoderamiento del ciudadano y el artista y una asunción de la diferencia y de la provocación como mecanismos útiles a escala social.»

El 349 y la sensualidad de la censura

En diciembre pasado entró en vigor el decreto ley 349. Fue toda una tormenta entre los artistas y la institucionalidad que descargó numerosas preocupaciones y críticas, entre ellas del célebre trovador Silvio Rodríguez. Muchos creyeron ver en el dictamen la remergencia de políticas purgatorias aplicadas en los años 70.

Las autoridades negaron que la medida sea una tijera para recortar la libertad de creación y la presentaron como un muro destinado a «detener la oleada globalizadora y sus imitaciones nacionales», así como «el retroceso de la calidad del consumo cultural».

Irrumpido en la Cuba del 2000, cuando la isla recién salía del clímax recesivo, el reguetón se convirtió, de la noche a la mañana, en una plaga bíblica que deprimió considerablemente el consumo de otros géneros musicales bailables muy populares, como la salsa, el son y la timba, degenerando, en muchos casos, hacia vertientes sexistas, apolegéticas de la violencia callejera y hasta escatológicas.

Pese a ello, el «reguetón no está prohibido, ni lo prohíbe ningún decreto», aseguró el viceministro Rojas.

«No voy a alabar las virtudes literarias del decreto 349, pero no prohíbe ningún género y más allá de la expresión generalizadora que lo califica como una herramienta de censura, ahí no hay prácticamente nada que restrinja la creación», manifestó.

Uno de los polemistas en el asunto, el abogado, profesor e investigador cubano Julio César Guanche, escribió a fines de 2018 que «no se trata de renunciar a los valores ni defender el ‘todo vale'». El problema es quién, cómo y para qué se definen los valores ‘correctos'».

«Moralizar la diferencia, y traducirla a una batalla entre valores correctos e incorrectos, abre la puerta a la exclusión de la discrepancia», indicó el autor de La imaginación contra la norma, un texto de entrevistas sobre la república cubana nacida en 1902.

Por otra parte, el edicto obliga a que los artistas pertenezcan a una institución cultural del Estado, a la que deben solicitar permiso expreso para poder actuar, exponer y comercializar su trabajo en el sector privado.

Rojas, quien discrepa de tachar de verticalistas per se a las políticas culturales, dijo haberse reunido, en plan de explicación y consenso, con unos cinco mil artistas y escritores de todo el país. «La inmensa mayoría comprende que la intención es precisamente garantizar el tipo de tranquilidad en el espacio público que se ha estado reclamando».

Cerrando el debate, un silogista Rafael Hernández trazó la ruta del ejercicio de la censura: la ignorancia influye en la resistencia al cambio y tal sinergia es raíz del conservadurismo y este último genera prohibición, todo lo cual -aseguró- «también es un problema cultural».

Para este sociólogo de 70 años, fundador y director de la revista Temas y de Último Jueves, «en el sector de la cultura probablemente sea imposible dirigir sin diálogo a los dirigidos», en tanto la censura no es una exclusividad del Estado, sino que es practicada también por instituciones de la sociedad civil que conciben sus propias prohibiciones.

Y si de prohibiciones se trata, «no hay nada tan sexy como estar prohibido. El día que no esté prohibido nada, no sé qué vamos a hacer. Cerrar los Últimos jueves y la revista Temas…!», remató Hernández, atrevido y zumbón, con una bala de plata que salió, probablemente, en dirección al futuro.

Fuente: http://oncubanews.com/cuba/politicas-culturales-el-futuro-ya-paso/