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Temor y deseo en el gueto de Gaza

Fuentes: Tlaxcala

Traducido por Àlex Tarradellas

 

      «Palestina es una de las grandes causas morales de nuestro tiempo.»

    -Edward Said, Cultura y política

      «Las bajas civiles no pueden ser completamente evitadas en esa confrontación, porque los combates se dan en áreas densamente pobladas.»

    -Shlomo Bromo, general jubilado israelí, ex director de división de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF)

      «El suplicio hace correlacionar el tipo de sufrimiento físico, la cantidad, la intensidad, el tiempo de los sufrimientos con la gravedad del crimen, la persona del criminal, el nivel social de sus víctimas.»

    -Michel Foucault, Vigilar y castigar

Los bombardeos e incursiones por tierra perpetrados por Israel en las últimas semanas en el territorio palestino de Gaza dan continuidad al proceso de «limpieza étnica» iniciado hace 60 años y jamás interrumpida efectivamente. Sorprende -entre tantos aspectos sorprendentes de esa sucesión de catástrofes- el hecho de que la acción genocida se haya iniciado pocos años después del holocausto nazi.

La mala conciencia histórica, la manipulación incesante de información y los compromisos político-económicos exponen, en ese panorama, representantes del Capital y el Estado a posturas vejatorias ante tal carnicería. Aquí y en cualquier parte, la mayoría de las veces la gran prensa recorre a eufemismos como «incursiones de las tropas de Israel contra Hamas en el territorio de Gaza», para definir lo que sus propias imágenes demuestran ser la masacre de los palestinos por Israel. Sorprendida entre compromisos inconciliables, la llamada comunidad internacional tarda en actuar de modo efectivo para detener el genocidio. El Itamaraty [1], que hoy parece dispuesto a engordar su cuenta telefónica con delicados llamamientos por un alto el fuego, más allá de participar en la indispensable ayuda humanitaria, en un primer momento publicó una nota en la que se sumaba a la consagrada fórmula del «pedido de moderación a los dos lados» -pedido que adquiere un amargo sabor de humo negro cuando un lado masacra y el otro es masacrado (la nota brasileña, tan elegante como inocua, sonaría adecuada si tuviera como objetivo, digamos, la defensa de la integridad de edificios públicos o de sitios arqueológicos de interés universal, pero dejaba mucho que desear al tratarse, como es el caso, de una masacre de seres humanos). La República de Paraguay, que ejerce la presidencia del Mercosur, ha seguido la benevolencia de Brasilia. Vale la pena recordar que el indefinible bloque regional está configurando un acuerdo comercial con el Estado de Israel, y quizá sería el momento de que los ciudadanos de la región opinaran al respecto de la iniciativa, en virtud de los acontecimientos en curso (Venezuela, miembro en proceso de adhesión, ha reaccionado de modo inequívoco al defenestrar al embajador israelí). Sentada en la presidencia de la Unión Europea, la República Checa ha cometido un pronunciamiento espurio, al caracterizar el ataque de Israel como defensivo -para después desmentirse a sí misma- mientras que, en los Estados Unidos, la moribunda administración Bush se ha pronunciado como conviene ante los patrocinadores de la expurgación. Al mismo tiempo, el presidente electo Barack Obama, aquél que llegó para realizar todos los cambios y renovar todos los sueños, se ha declarado «preocupado» con las muertes de civiles, pero esquivó hablar de su implicación en las negociaciones para el fin de las agresiones. O sea, preocupado, sí, pero no hasta el punto de olvidar compromisos de campaña, y menos aún de ignorar el origen de muchos de los dólares que ayudaron a alzar la Casa Blanca.

Terrorismo, como se sabe, es el acto de apuntar a civiles para la obtención de fines políticos, de modo que, aunque Israel pueda tener razón al clasificar como terroristas a las milicias árabes, le es imposible escapar de la misma definición. Acciones como el ataque a Hezbollah en el sur del Líbano y la actual ofensiva en Gaza con el pretexto de detener a Hamas no son nada más aparte de terrorismo de Estado. La ilegitimidad de la acción israelí reside, por tanto, en el hecho de no haber un crimen que aquel Estado pueda imputar a sus enemigos que no haya practicado él mismo (siempre en proporciones catastróficamente mayores), además de no ser verdadera y recíproca: en el conflicto con los palestinos, sólo los israelíes pueden ser acusados de, por ejemplo, invadir y expropiar tierras ajenas, o de perpetrar acciones genocidas (como la actual, como la de Sabra y Shatila en 1982, etc.). Símbolo de ese aspecto marginal y desafiante de Israel ante la ley, de su desprecio y escarnio por la comunidad internacional, son las decenas de resoluciones (181, 194, 242, 252, 446…) [2] de las Naciones Unidas sólo ignoradas por aquel Estado desde su fundación.

Lejos de restringirse al debate teórico, la aclaración de arriba adquiere contornos bien concretos tras eventos como el de ayer, día 6 de enero, cuando un tanque israelí abrió fuego contra una escuela de niñas refugiadas mantenida por la ONU en la ciudad de Jabaliya, asesinando a 30 personas e hiriendo a más de 50. Ante la injustificable masacre bajo cualquier punto de vista, hasta el periodismo brasileño se ha visto obligado a expresar su perplejidad y subir un poco el tono de su cobertura, mientras que un asesor de Lula se ha atrevido a dar a la cosa el nombre que la cosa tiene, al tildar de terrorismo el terrorismo.

La pregunta que muchos se hacen, en este momento, es: ¿por qué una violencia tan desproporcionada? Al final, la desgastada cantinela israelí «estamos actuando en autodefensa», en sus diversas variaciones, asume, con el desarrollo del genocidio, el aspecto grotesco de un escarnio macabro. Está claro, Hamas -que pese a la retórica de sus líderes-, aunque pueda perturbar el día a día de los colonos invasores, no posee ni de lejos la capacidad de amenazar la integridad del Estado de Israel. Desde el punto de vista bélico, uno de sus mayores hechos se habría realizado también en la fecha de ayer, cuando un proyectil lanzado por el grupo llegó a 30 km de Tel Aviv y alcanzó la ventana de una casa (en la que hirió a un niño). Ahora bien, si la amenaza militar representada por Hamas es, como mucho, una broma, ¿por qué Israel responde con una furia avasalladora? ¿Qué es lo que, al final, amenaza a Israel? ¿Y qué es lo que realmente desea Israel? En psicología, se considera una reacción desproporcionada de un individuo a una acción de otro como un evento lleno de significado, por revelar la existencia de una «causa encubierta», probablemente de fondo traumático. Por otro lado, Michel Foucault, citado aquí en epígrafe, subraya el carácter ejemplar de los suplicios inflingidos por el Poder sobre el cuerpo del condenado, lección que implica necesariamente el empleo de violencia desproporcionada.

En suma, la embestida israelí sobre Gaza permite dos interpretaciones que no se excluyen entre sí. La primera es que el combate contra Hamas sólo sería un pretexto más para la continuidad del proceso de «limpieza étnica» iniciado hace 60 años, o sea, para el exterminio de los palestinos o su expulsión de Palestina como supuesta garantía de paz para Israel (deseo oculto). La segunda es que la supresión de Hamas -el cual, como se ve, no representa una amenaza militar considerable- responde a la necesidad de suprimir aquello que éste significa, las preguntas que el grupo suscita o puede suscitar por el simple hecho de existir (temor oculto). Al final, la existencia de un grupo armado como Hamas, con su retórica «extremista» -sea cual sea su significado en el estado reinante-, su popularidad entre los palestinos, recientemente expresada por votación masiva, son el reflejo directo de la situación vivida cotidianamente por aquel pueblo desde 1948, marcada por la expropiación de tierras y casas, desplazamientos forzados, agresiones sexuales, torturas, asesinatos, privaciones, humillaciones de todo orden y todo un rol de violaciones de sus derechos bajo el yugo de Israel, comenzando por el derecho a vivir donde vivieron sus padres y abuelos. Por lo tanto, hablar de Hamas, o de cualquier guerrilla palestina, implica necesariamente abordar ese mundo cotidiano de desespero vivido por el pueblo de Palestina, así como aspectos racistas de la legislación de Israel, fuertemente basada en la distinción entre judíos y no judíos, y su difícil definición como Estado democrático. Si ignoramos esos hechos, ciegos ante ese temor y ante ese deseo, permanecemos presos al sinsentido del discurso encubridor. ¿Pero estaríamos dispuestos a ver que Israel se ha convertido en eso que se ha convertido, después de que miles de judíos hayan vivido lo que vivieron en el siglo pasado?

Notas:

[1] N.T. Órgano político-diplomático que trata de las relaciones exteriores de Brasil.

[2] N.T. Puede consultar las resoluciones en http://www.un.org/spanish/documents/scres.htm

Fuente: http://www.psbnacional.org.br/index.php/content/view/4207.html

Artículo original publicado el 07 de enero de 2009

Sobre el autor: Pedro Amaral es escritor y editor de Comunicação&política (www.cebela.org.br)

Àlex Tarradellas es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a su autor y la fuente.