La dieta industrial, la más habitual entre la población, se compone de pocos ingredientes: mucha carne barata junto con sobredosis de azúcares y aceites de palma, maíz o soja escondidos en productos de bollería y un sinfín más de ultraprocesados, todos propiedad de un puñado de empresas.
Pero la (falsa) sensación en el supermercado, rodeadas de cajas y envases de colores, es que son las personas que compramos quienes decidimos qué queremos comer entre una enorme diversidad. En el otro extremo, rompiendo con estos patrones, encontramos dietas que deciden optar por una alimentación sin proteína animal, nuevas tendencias alimentarias como los llamados «superalimentos», las proteínas vegetales o sintéticas transformadas en alimentos con sabor a carne o, últimamente muy en boga, los suplementos alimenticios para cuerpos atléticos.
En el caso de las dietas industriales, es más que obvio que depende de un modelo agropecuario colmado de incongruencias biológicas y de dominación de la Naturaleza que es altamente responsable de la situación de emergencia ecológica que padecemos. En el caso de las dietas alternativas también podemos encontrarnos que se acabe adoptando un menú que no tiene en cuenta en qué estación del año estamos (se acaba consumiendo tomates y calabacines todo el año), ni qué está brotando en los campos de nuestro territorio (se abusa de quinoa y aguacates), ni quién los produce (las mismas corporaciones de la alimentación industrial). Cuando eso ocurre, el resultado final para ambos modelos de dieta es la misma brecha en cuanto a su desacoplamiento con los ciclos naturales.
Alimentarse con carne industrial de animales estabulados tiene efectos muy negativos para el Planeta, como no contar con ningún tipo de ganadería
Por ejemplo, alimentarse con carne industrial de animales estabulados, tiene efectos muy negativos para el Planeta, de la misma manera que los tiene no contar con ningún tipo de ganadería.
Como sabemos, en un mutualismo claro, las pastoras y los pastores protegen, mueven y controlan rebaños de animales herbívoros que, mientras se alimentan, con su ramoneo reactivan el crecimiento de los pastos, y con sus defecaciones esparcen semillas y colaboran en la captura de carbono que depositado en la tierra representa fertilidad y mayor retención del agua.
El comercio globalizado de aguacates – otro ejemplo muy bien documentado en la investigación de GRAIN, Los aguacates de la ira – representa muy bien la diferencia entre alimento sano para las personas pero no para el planeta.
Aún siendo formas opuestas de alimentarse, hay otro patrón común del que no se suele hablar, que pasa desapercibido: su antropocentrismo, es decir situar al ser humano y sus deseos en el centro del asunto, condicionando con ellos a la Naturaleza. En algunos lugares privilegiados, no comemos lo que ‘toca’ comer, comemos lo que ‘queremos’ comer.
Somos la única especie animal que, en muchos casos, escogemos qué comer, más aún, nos creemos con el derecho a decidir qué comer.
Somos la única especie animal que, en muchos casos, escogemos qué comer
Me gustaría abrir este debate pues no se puede obviar que, sabiendo que la alimentación tiene mucho de deseo, emociones, sentimientos, finalmente esta elección está altamente influenciada y altamente manipulada por fuerzas publicitarias que son dirigidas a nuestros más íntimos resortes, allí donde reside el ego. De igual manera que las dietas industriales se hicieron hueco generaciones atrás, a base de mucha publicidad lanzada desde las corporaciones de los agronegocios, los nuevos regímenes alimentarios están empujados por las mismas exitosas estrategias.
Sabiendo que finalmente tenemos que decidir, tendremos que aprender a escoger sin poner a las personas en el centro. Lo cual puede generar igualmente muchas satisfacciones y disfrutes, sobre todo, saboreando que al hacerlo hemos ganado soberanía, control y futuro
Gustavo Duch. Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria y profesor asociado UAB
Fuente: https://www.lavanguardia.com/natural/20230807/9155221/tendencias-alimentarias.html