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Entrevista a Andrés Piqueras Infante sobre el 26J

«Tendrán que recurrir a la coalición de las principales fuerzas, lo que siempre hizo el ‘bipartido’, pero ahora de forma más contundente y juntos en vez de jugar papeles distintos»

Fuentes: Rebelión

Profesor Titular de Antropología Social y Sociología Social de la Universitat Jaume I de Castellón (UJI). Doctor en Sociología por la Universitat de València. Director por la UJI del Curso Interuniversitario de Cooperación y Desarrollo, de la Generalitat Valenciana, desde su comienzo, año 2000, hasta 2006. Ha impartido numerosos Masters y Cursos de Postgrado sobre […]

Profesor Titular de Antropología Social y Sociología Social de la Universitat Jaume I de Castellón (UJI). Doctor en Sociología por la Universitat de València. Director por la UJI del Curso Interuniversitario de Cooperación y Desarrollo, de la Generalitat Valenciana, desde su comienzo, año 2000, hasta 2006. Ha impartido numerosos Masters y Cursos de Postgrado sobre Mundialización, Desarrollo y Cooperación y ha realizado investigación al respecto en Europa, América Latina y África.

***

Me centro en un artículo tuyo titulado: «Los límites de Laclau o 7 ideas para explicar por qué UNIDOS PODEMOS pierde aun cuando gana». Sobre la tercera idea que en él expones. La irrupción de Podemos, afirmas, frenó todo el proceso movilizador, «desactivó la movilización social de masas y canalizó buena parte de energía social hacia el proceso electoral, derivando (una vez más) lo instituyente hacia lo institucional». ¿Fue entonces la irrupción de Podemos un paso atrás en tu opinión? ¿Ha sido un engaño oportunista?

En la Primera Transición hubo un proceso pactado por el que las fuerzas políticas venidas del franquismo duro y del franquismo terminal, más el PSOE y las en primera instancia extraparlamentarias, se comprometían a encauzar la sociedad hacia una «transición pacífica» que no tocara ninguno de los privilegios de la oligarquía franquista, ni cuestionara ninguno de los elementos del capitalismo dependiente español.

En esta Segunda Transición se han levantado muchas dudas sobre si los procesos que señalo en el artículo responden o no a algo previamente ‘pactado’ o al menos planeado, o bien si son sobrevenidos. En lo personal creo que no es tan importante intentar discernir ese asunto, como tener claro que la fuerza de las circunstancias, digamos, el peso de las estructuras y el rodillo de los poderes de clase, terminan por conducir a procesos semejantes incluso a las entidades políticas que son resultado de una fuerza social más o menos importante, si dejan de anclarse a esa base social amplia. Cuánto más en las que no son fruto de un entramado organizativo ni de la concienciación política de las mayorías, como es el caso de Podemos. En estas últimas lo institucional termina conformando todo el tablero de acciones y posibilidades.

Los ejemplos históricos son abrumadores.

Por ejemplo, puedes ilustrarnos por favor.

Si nos fijamos en el más reciente de Syriza, podemos ver la serie clarificadora de equivalencias, siguiendo el análisis de Stathis Kouvelakis, miembro de la Plataforma de Izquierdas de Syriza:

1. Syriza necesitaba convertir una coalición heteróclita de organizaciones muy dispares en un partido unificado. » Tsipras y su círculo de liderazgo querían aprovechar el proceso de unificación para transformar la cultura del partido y su estructura organizativa a un nivel muy profundo. Eso significó abrir las puertas al tipo de personas que desean unirse a un partido cuando creen que tiene serias posibilidades de acceder al poder». Este proceso también incluía la incorporación de figuras asociadas a la vieja clase política . «Una señal para las elites: nos estamos convirtiendo en un partido normal». El parangón con Podemos es patente.

2. Convertir a Syriza en un partido centrado en su líder fue el segundo aspecto del proceso. «El objetivo era pasar de un partido militante de la izquierda, con una fuerte cultura de debate interno, heterogeneidad, participación en los movimientos y movilizaciones sociales, a un partido de miembros pasivos que pudiera ser más fácilmente manipulado por el centro, y más proclive a identificarse con la figura del líder». En el caso de Podemos, creado en dos días de la nada, su nacimiento ya se dio sobre esas bases.

No sé si «creado en dos días de la nada» es exacto. Pero, ¿hay más puntos de similitud en tu opinión?

Otro punto de similitud, al que a Syriza le costó llegar y del que Podemos partía desde su origen: desde 2012 el tipo de práctica política favorecido por la dirección de Tsipras no iba más allá del parlamentarismo. «Estaba claro que   Syriza quería   derribar la coalición de Samaras, pero sólo mediante tácticas parlamentarias, centrándose en las elecciones presidenciales a finales de 2014. No querían una estrategia de movilizaciones populares para impulsar hacia adelante el proceso».

Aquí Podemos se centró en el desplazamiento del PSOE, pero de nuevo no desde la elaboración de una nueva fuerza social ni a través de ganar espacios de contestación y lucha, sino casi exclusivamente desde el nivel supraestructural, discursivo y, en última instancia, electoral.

El problema de intentar sobrepasar una fuerza instituida de larga trayectoria en torno a principios socialdemócratas propios del capitalismo keynesiano, de donde aquélla sacó su legitimidad, es que hoy no puedes jugar en ese terreno más que desde una desventaja clara, pues las posibilidades del reformismo, de ejercer una política socialdemócrata, están claramente achicadas. El capitalismo degenerativo actual apenas deja margen para una versión de la socialdemocracia muy débil, de mantenimiento parcial de seguridad sólo para ciertos estratos medios. De ahí el desencantador programa de Podemos. No puedes competir en eso con la socialdemocracia clásica, por más que hoy esté neoliberalizada, pues la memoria política de la población todavía la sitúa en el pasado keynesiano.

La única posibilidad es ganar legitimidad a través de la praxis solucionadora de problemas de las mayorías. Algo muy difícil de llevar a cabo desde las instituciones del capitalismo actual sin una sociedad en pie de combate.

¿Más sobre la comparación? 

La dirección de Tsipras también comenzó a construir puentes que facilitaran la incorporación de gente perteneciente al núcleo del aparato del Estado -círculos militares y diplomáticos- y a subrayar su lealtad a los principios fundamentales del Estado griego. El ejemplo de Podemos en ese sentido es más que evidente.

En definitiva, la irrupción mediático-electoral de Podemos supuso una clara canalización del movimiento de lucha social e indignación hacia un proyecto electoral que sacrificaba la transformación por el cambio . Además unas pocas personas decidieron dar ese salto justo cuando después de mucho tiempo había un serio intento de forja y confluencia de fuerzas en torno a un proceso constituyente. Proceso que quedó, obviamente, abortado. Por ahora.

Pero, si me permites, para polemizar un poco, tal como lo explicas, Podemos se constituyó de forma diseñada y calculada para frenar el proceso de transformación social que estaba en marcha. Tu crítica es a la totalidad.

Como te decía, creo que no vale la pena especular sobre si el proceso de Podemos ha estado diseñado o no desde el principio. Lo que hay que analizar son tanto su devenir o modus operandi como los resultados de cara a la correlación de fuerzas sociales. Creo que mi postura queda bastante clara en el artículo entre lo que es construir fuerza social y lo que es intervenir sobre todo para establecer una relación entre aparato y ciudadanas-individuos desorganizadas, aisladas. Relación que se reproduce en parte al interior del propio partido, con una estructura de decisión plebiscitaria, de refrendo o no de lo que marquen los líderes y sobre todo el líder, con un pobre papel de los círculos, por eso tan desgarrados internamente cuando han querido contradecir las decisiones venidas de arriba.

Por otra parte, creo que a nadie se le escapa la dificultad de construir una fuerza social organizada desde abajo, granito a granito, con un trabajo de hormigas que dirían los zapatistas; ganando barrio a barrio, tierra a tierra, ayuntamiento a ayuntamiento. Las luchas del campo andaluz, por ejemplo, lo han sabido bien históricamente; también el municipalismo llevado a cabo por la CUP en Cataluña. Luchas con diferentes horizontes y perspectivas, que se pueden compartir o no, pero con una manera de construir de abajo a arriba que genera sujetos organizados y por tanto suma conciencia y fuerza.

Lo institucional tiene posibilidades transformadoras como resultado de ese trabajo previo de concienciación y acción («conciencia en acción», esa es la filosofía de la praxis , la conciencia política, como el primer elemento de ruptura con el «sentido común», como decía Gramsci. El primer paso para una ulterior y progresiva autoconsciencia de clase, en la que la teoría y la práctica se unifican finalmente).

Lo contrario significa intentar cambiarle a la gente las cosas sin su participación, de arriba abajo (¿despotismo ilustrado?). Y puede ser válido por la urgencia de las circunstancias sólo si se acompaña de un proceso de trabajo enraizado en lo popular y especialmente en el ámbito productivo-reproductivo de la sociedad.

Hablabas antes de una sociedad en pie de combate. Esto es fácil decirlo pero muy difícil de llevar a cabo. Mientras no se consigue, ¿no sería entonces útil y necesaria la intervención institucional? ¿No es eso una arista de lo que solemos llamar realismo político?

El campo institucional es, por esencia, el campo de los poderes instituidos, donde quien pretenda no ya derrocarlos, sino tan sólo modificarlos ,juega con gran desventaja. Acudir a combatir en ese campo sin aquel proceso de enraizamiento y sin estar construyéndolo, sin fuerza social detrás, implica casi indefectiblemente que tus posibilidades se diluyen crecientemente según ahondas en los entresijos de poder. De ahí el «realismo político» al que te terminas sometiendo: es decir, a aceptar lo fundamental de lo dado como intocable. Por eso te ponía el ejemplo de Syriza para mostrar que no es sólo una cuestión de coyuntura española. Y eso que Syriza tenía a buena parte de la sociedad detrás. Aun así. Imagínate sólo con votantes o individuos detrás, es decir, sin organizaciones y sujetos colectivos organizados. Entonces es la institución la que irremediablemente te absorbe a ti. La Historia es didáctica e infinitamente ejemplificativa en esto.

De ahí el programa desleído con el que se acude a lo institucional. Como un previo reconocimiento de que no tienes fuerzas para cambiar nada significativo.

Sin embargo hoy el principal enemigo del Capital es él mismo. Su destrucción permanente y despiadada de lo social no hará sino provocar una creciente desafección popular. Cada vez será menos difícil poner a las sociedades «en pie de combate». El problema es quién va a dirigir la cólera popular y hacia dónde, claro. Hacen falta organizaciones que no hayan perdido el proyecto de emancipación humana, que se atrevan a dar el paso a presentar una vía altersistémica y no sólo de endulzamiento del sistema (un endulzamiento además que ya quisiéramos, pero que es crecientemente improbable según el capitalismo entra en agonía).

Como dijo una vez Ernst Bloch, si el objetivo del socialismo y el deseo de alcanzarlo se ha perdido, es probable que incluso lo bueno de nuestras propuestas se quede sin hacer. En cambio, si el objetivo permanece y se proclama, incluso lo improbable puede ser hecho, o al menos podrá ser más probable de hacer en algún momento porque la pulsión social está orientada a ello.

Por eso revivir la meta del socialismo es tan necesario, incluso para realizar pequeñas mejoras en el estado de cosas del mundo actual.

No he oído nada al respecto de esa meta en la política institucional española desde hace tiempo.

Hablabas también del programa. Por eso, señalas en otro punto de tu artículo, el «programa» (por decirle algo) no podía ser más que una muestra comercial a lo IKEA. ¿Me señalas tus principales críticas al programa?

Creo que las dejé bien claras.

Perdona que insista.

No hay ningún punto fuerte de ruptura con las coordenadas de juego impuestas por la oligarquía nacional, transnacional y global. Ni ruptura con la dirección extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como impagable (la cual no se rechaza sino sobre la que tan sólo se intenta negociar para suavizar las condiciones y alargar los plazos de pago). Ni alusión a la forma de Estado, ni plan contra la sobreexplotación laboral, ni política fuerte feminista, ni nacionalización de la Gran Banca y entidades financieras y de crédito, ni de los recursos energéticos ni las industrias de carácter estratégico, ni ley contundente contra los desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda…

Y es evidente porqué. Cuando empiezas a reformar la casa por el tejado, no puedes cambiar nada de la estructura porque te caes tú mismo.

La falta de fuerzas sociales para revertir el proceso de desguace de lo público tiene su traducción en la timidez de propuestas institucionales al respecto.

Te has centrado en Podemos, parece como si IU hubiera desparecido del panorama político. ¿Tus críticas y reflexiones con extensivas a esta formación también?

Si llevamos a cabo un análisis riguroso de hechos, tendremos que conceder que el eurocomunismo del que viene IU como tantas formaciones de la «izquierda» europea, sentó las bases de una integración de esa izquierda al sistema, como izquierda del sistema. La cual, por tanto, fue tratada a partir de entonces como gente de orden, respetuosa y a respetar. Esa izquierda se instaló cómodamente en la minoría parlamentaria y a cambio recibió financiación bancaria y del Estado, cargos y representaciones que asentaron élites que se perpetuaban a sí mismas en las estructuras institucionales, tanto de los partidos o coaliciones como del Estado. Esto ha posibilitado que bastantes personas a lo largo del tiempo no hayan hecho más trabajo en su vida que el propio de la liberación política concedida por sus organizaciones. De manera que ninguna de esas formaciones políticas creaba ningún problema serio al sistema mientas se dedicaba a pugnar por los votos necesarios para mantenerse en minoría, con oscilaciones de subida y bajada en función de las posibilidades oportunistas del momento.

En cambio Podemos no es estrictamente hablando una fuerza oportunista. Es más bien «oportuna», creada ad hoc para lograr algo. Podemos nace con la ambición de ganar, bien el espacio de la izquierda integrada bien incluso el del poder institucional. Eso es, en su lenguaje, aprovechar la «ventana de oportunidad» que ofrecía la descomposición del modo de regulación (o régimen de dominación) del 78 en el Reino de España, que se correspondía además con la decadencia del modelo de crecimiento capitalista a escala casi global, y que estaba golpeando tan crudamente a la sociedad española. Mientras que el resto de la izquierda integrada del Reino parecía obviar la situación, instalada como decía en su dinámica de reproducir minorías parlamentarias, Podemos rompió el orden en que se daban las cartas en el tablero. Pero no se atrevió a, o desde el primer momento no tuvo la menor intención de salirse del tablero de juego que viene dado por el capitalismo actual, postkeynesiano, degenerativo.

Además, como dije, lo hizo sin fuerzas sociales organizadas detrás y desbaratando el proceso de acumulación de esas fuerzas.

La diferencia, en ese sentido, es que IU cuenta con unas bases sociales y/o con infraestructura institucional o parainstitucional en casi cualquier lugar del territorio estatal. Lo mejor de esa organización es su gente, sus militantes, personas combativas, a menudo abnegadas. Ellas han levantado movimientos y han participado en casi todas las formas de protesta. Lástima que ese potencial fuera sistemáticamente desperdiciado por la crónica falta de estrategia de la organización desde los tiempos de Carrillo.

Si esas dos fuerzas (una con relativa base social y otra con ambición política) se hubieran unido en torno a un programa fuerte de lucha, el resultado podría haber sido explosivo. Pero ambas aceptaron, como digo, el tablero en el que había que jugar, bajo un programa de mínimos, porque lo que importaba realmente era ganar votos, no fuerza de choque. [Así lo reconocen sus líderes, si es cierta la información que recoge Infolibre, de que el pasado día 4, Pablo Iglesias, acompañado de principales figuras del partido, dijo en un curso de verano de la Universidad Complutense, que se acabó la guerra de movimientos, ya no se trata de dar el salto, sino que ahora hay que hacer de Podemos una fuerza política normalizada. Denostando a quienes dicen que las cosas no se pueden cambiar desde las instituciones: «Nosotros aprendimos en Madrid y en Valencia que las cosas se cambian desde las instituciones, esa idiotez que decíamos cuando éramos de extrema izquierda de que las cosas se cambian en la calle y no en las instituciones es mentira» (sic)].

Me figuro que algo en el PCE tendrá que empezar a moverse. No creo que todo el mundo se quede quieto ante la subordinación a una fuerza como Podemos. Es muy posible que o bien haya una escisión o que un núcleo se quede con las siglas, o como pasó en otros procesos políticos, se llame a sí mismo «PCE auténtico» o algo así. Lo importante es si van a partir de algunas consideraciones básicas y de si van a trazar por fin una estrategia anticapitalista.

Una pregunta que tal vez sea demasiado general, discúlpame si es así. En la actual fase del capitalismo, tal como tu la ves, ¿es o no es posible una política reformista de transformación social? Si no fuera, ¿de que se trataría ¿De resistir sea como fuere o de pensar en otras formas de intervención? Si fuera así, ¿en qué formas?

El programa de mínimos al que me refería antes, por su parte, viene dado por el cambio de fase del capitalismo. En estos momentos no se pueden aplicar programas socialdemócratas clásicos. La tasa de ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales, con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema).

Por ahora lo que estamos viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la «riqueza social» cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay posibilidad de mantener el «compromiso de clases».

El resultado de estas tendencias es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas integradas pugnan por ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada. Tanto de guerra social como de guerra militar. Lo estamos viendo doquiera posemos la mirada.

El Capital está desatando una guerra de clase despiadada desde arriba, que se está llevando a las sociedades por medio. El cambio de fase actual puede resultar bien en un modo de regulación(-dominación) despótico o casi-despótico, basado en un régimen de acumulación automatizado, o bien incluso en la metamorfosis hacia otro modo de producción en el que los seres humanos pintemos cada vez menos.

Centrarse en el tablero institucional enarbolando la bandera del reformismo en estas circunstancias, es un engaño que tendrá un precio muy alto, más si es producto de un autoengaño, porque entonces estos líderes emergentes no sabrán ni siquiera de dónde vienen los tortazos.

Fíjate que por si acaso, como me apuntaba un amigo, en dos de las principales potencias capitalistas, EE.UU. y Gran Bretaña, buena parte de la juventud está siguiendo a dos líderes viejos, con memoria histórica y con larga mirada: Sanders y Corbyn. Algo está cambiando allí mientras aquí seguimos deslumbrados por lo aparentemente nuevo.

La última, no te robo más tiempo. El comentario de un gran científico y de un luchador antifascista de largo alcance. Ángel Cárcoba es su nombre: «Después de unos días de las elecciones sigue siendo dificil de comprender que la cuarta parte de los españoles y la mayoría de los valencianos apoye con su voto al partido con más escándalos, más robo,y corrupción en la historia de la democracia española. El viejo dicho de «eres más tonto que un obrero de derechas» ha llegado a límites insospechados. Y ahora vuelve con fuerza el bipartidismo: Bono, Felipe Gonzalez, Bara y otros barones del PSOE van diciendo públicamente que no hay diferencia entre los dos partidos. Las puertas giratorias, los cargos en Consejos de Administración no admiten dudas. Ahí los tenemos apoyando una nueva subida de tarifas eléctricas con efecto retroactivo a marzo de 2014, bajada de pensiones, recortes demandados por la Comisión Europea. Esta si que es la pinza histórica entre los dueños del cortijo que han convertido España. Con ministros mafiosos, como el de Interior. A mayor corrupción, mayor porcentaje de votos, más poder y «que se jodan» como dijo una diputada del PP en las Cortes». ¿ Algún comentario?

Hay poco que añadir a esto. Lo has dicho todo.

Seguro que añades algunas cosas de interés. Inténtalo por favor.

Somos una sociedad disciplinada y derrotada a fuerza de cuartelazos, golpes militares, restauraciones bipartidistas y brutales dictaduras, la última de las cuales ha perpetrado el mayor genocidio político del siglo XX (durante casi 40 años en los cuales todo el que tenía cualquier pensamiento que fuera colectivo o social, fue asesinado, encarcelado, desterrado o domesticado con el miedo). Después de eso, el largo juancarlismo con su pseudo Estado «de Bienestar» y más recientemente la venalidad social a través del crédito fácil, el ladrillo y el pelotazo, han dejado poco margen para la reconstitución de la sociedad.

Por eso aquí la corrupción se da por entendida. Cuánto más cuando hoy ya es inherente al capitalismo degenerativo actual, que por su propia degeneración se hace corrupto, lo que quiere decir que no es una cuestión de individuos sino del sistema. A la sociedad española eso le parece normal, porque viene de un capitalismo mafioso que nunca dejó de ser corrupto.

El problema es que las mafias necesitan repartir algo de su fortuna para ser admitidas o incluso veneradas por las poblaciones. Hoy no están en condiciones de repartir y por tanto su legitimidad se va agotando. Pronto tendrán que recurrir a la coalición de las principales fuerzas, a hacer lo que siempre hizo el «bipartido», pero ahora de forma más contundente, y lo harán juntos en vez de jugar papeles distintos. Desgraciadamente, también en breve estarán dispuestos a emplear medidas mucho más drásticas que las empleadas hasta ahora.

En síntesis…

Todo lo que no sea preparar a la sociedad contra eso es dejarla indefensa para la salvaje guerra de clase que el Capital ha desatado ante su desesperación por no poder seguir acumulando a través de la explotación de los seres humanos, que es su razón de ser.

Gracias, muchas gracias. Efectivamente, es su razón de ser. Siempre lo ha sido.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.