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Terror nocturno en Silwan

Fuentes: Uruknet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Nota del editor de Uruknet: Este artículo apareció durante esta semana en Just Jerusalem. Volvemos a publicarlo aquí antes de una entrevista con el autor, Daniel Dukarevich, sobre acciones adicionales esperadas para este fin de semana.

Protesta en Silwan contra asentamientos

Otra noche comienza en Silwan. Hace sólo dos días, cientos de manifestantes israelíes y palestinos marcharon juntos por las estrechas calles del vecindario, para apoyar a los residentes del lugar que enfrentan el plan de la municipalidad de demoler 22 casas. Pero aquí, como en ningún otro sitio en Jerusalén oriental, no pasa un momento sin que ocurra algo.

En las últimas semanas, ha habido más y más llamados a la solidaridad con los activistas de Sheikh Jarrah de los residentes de Silwan. Ante nuestra exitosa campaña, más y más palestinos han tratado de encontrar un camino para la cooperación entre árabes y judíos. Durante recientes visitas a Silwan, todos hemos tenido un sentido de urgencia y de destinos compartidos. Debemos actuar, y actuar rápido, antes que ocurra la catástrofe, el abismo se profundice y amplíe demasiado para poder superarlo. Y debemos actuar juntos, contra todos los riesgos y contra toda la sospecha que se ha estado acumulando aquí con el pasar de los años.

Y ahora estamos aquí, subiendo por las estrechas callejuelas, junto con la gente del lugar. Hace sólo una hora, decenas de guardias privados de seguridad, escoltados por policías fronterizos, entraron a casas palestinas alrededor de «Beit Hadvash» (casa de miel en hebreo…) y «Beit Yehonatan». Los colonos sólo lograron apoderarse de dos casas en el área, pero bastan para llevar al lugar al borde de la erupción. Patrullas nocturnas de la policía fronteriza, personal privado de seguridad, armados de fusiles, policías infiltrados y

«Mistaarvim» (soldados israelíes disfrazados de árabes) han convertido el lugar en una zona de guerra.

Esta callejuela es estrecha, oscura. Decenas de metros por delante, disparan tiros y se oyen explosiones. Un helicóptero vuela sobre nosotros, proyectando rayos de luz a callejuelas en las cuales la municipalidad nunca ha pensado en colocar alumbrado público. Veinte activistas se aferran a los muros, y siguen avanzando.

De repente la callejuela termina, y tenemos frente a nosotros un campo de batalla. La pequeña calle alrededor de Beit Hadvash está sembrada de cartuchos de balas de rifle, granadas sin estallar y partes de coches destruidos. Los soldados están parados en grupos en las entradas a las casas y en los balcones, disparando a las casas alrededor. Un grupo se dispersa inmediatamente en varias casas, entre grupos de vecinos que contemplan con desesperación lo que sucede a su alrededor. Corro detrás de un paramédico palestino hacia una de las casas. Hay soldados ocultos en la escalera, bloqueándonos y tratando de impedir de avancemos. Finalmente nos dejan pasar, y llegamos a los heridos. La casa de tres pisos está llena de gas lacrimógeno. Las ventanas están todas destrozadas, sus marcos yacen en el suelo. Subimos, un piso tras el otro, mirando los apartamentos. En la mayoría, encontramos familias acurrucadas, gente atemorizada, niños pequeños, mujeres, y gente herida acostada en el suelo. En la sala de estar de un apartamento, hay una joven sobre una camilla. Durante dos horas ha estado esperando que la evacúen, después que los soldados impidieron que llegaran las ambulancias. Y en la pieza siguiente veo a unos pocos niños pequeños sentados frente al ordenador. Así son las cosas aquí. Apartamentos, familias, una vida que repentinamente se ha convertido en un infierno. Pero algunos de los que viven aquí insisten en seguir viviendo sus vidas.

Bajan a los heridos, uno a uno, sobre camillas, a la calle. De ahí todavía hay que correr rápidamente, algunos cientos de metros por las callejuelas, hacia las ambulancias que están esperando. Me quedo atrás, temiendo por un momento la carrera entre granadas de gas y balas de goma. Y quedarse sólo aquí es malo. Trato de permanecer cerca del muro, pero no parece servir para nada. Dos granadas de gas caen junto a mí. ¡Maldita sea!, podrían haberme visto hace sólo un segundo, sabían que estaba tratando de evacuar a los heridos. No es que importe. Por suerte, algunos vecinos me rescatan de esa callejuela. Después de una hora, todo ha pasado. Los soldados se retiran hacia los bordes del vecindario, dejando tras ellos una huella de devastación. Una cañería de agua rota, coches chocados por jeeps militares y disparos, ventanas rotas, y cinco heridos. Y decenas de familias que van a dormir fuera de sus apartamentos saturados de gas lacrimógeno, una noche más. Y todo en nombre de la defensa de una casa en la que nadie ha vivido, una casa de la cual, según el dueño, los colonos simplemente se apoderaron un día.

Mientras abandonamos el vecindario, escoltados por nuestros amigos palestinos, sabemos que no queda nada más que hacer, excepto lo que ya se ha hecho. Tal como estuvimos en

Sheikh Jarrah hasta esta noche, estaremos en Silwan. Y volveremos cada vez que nuestra presencia sea necesitada, hasta que alguien ahí arriba comprenda esta realidad evidente. Esta injusticia, esta locura, de asentamientos, especialmente en el corazón de vecindarios palestinos, tiene que llegar a su fin.

PD Hay una cierta satisfacción al ver que esta vez los medios israelíes no ignoraron los eventos, gracias al buen trabajo hecho por los activistas de la solidaridad.

Lea (en inglés) el informe de Physicians for Human Rights-Israel sobre la violencia en este lugar.

Vea un vídeo sobre la violencia en Silwan, en http://www.uruknet.de/?s1=1&p=67595&s2=04

Fuente: http://www.uruknet.de/?s1=1&p=67595&s2=04