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Terror psicológico en Gaza

Fuentes: ABC

La cama sufre de pronto un ataque epiléptico. Un ataque epiléptico provocado primero por los bombardeos aéreos israelíes contra los puentes y la central eléctrica de Gaza, que han sonado cerca, han sonado fuerte, han sonado a hueco pero nada comparado a esto. Tropas aerotransportadas llegan a Gaza. Nada comparado a esto que te tira […]

La cama sufre de pronto un ataque epiléptico. Un ataque epiléptico provocado primero por los bombardeos aéreos israelíes contra los puentes y la central eléctrica de Gaza, que han sonado cerca, han sonado fuerte, han sonado a hueco pero nada comparado a esto.

Tropas aerotransportadas llegan a Gaza.

Nada comparado a esto que te tira de la cama, abre de golpe la ventana, rompe los cristales de alguna habitación e invita a todos los insomnes habitantes de la Franja a coincidir en lo alto de las azoteas. Alto de las azoteas desde las que se puede ver un fuego eterno que todo lo quema en la central eléctrica recién bombardeada en lo que, como denuncia el presidente Mahmud Abbas, cada vez se parece más a un castigo colectivo.

Un castigo colectivo que, de golpe y bombazo, afecta a 800.000 personas del millón doscientas mil que viven aquí. Viven aquí, y lo harán durante más de tres meses, según reconoce el subdirector de la central eléctrica, Derar Abu Sisi, atados de pies y manos a un generador imprescindible para ver, oír, palpar, oler, sentir.

Ver, oír, palpar, oler, sentir la guerra que llama a la puerta de tu casa sin haber sido invitada; el pánico que hace que todo lo dejes a medias; el llanto de un niño que no puede conciliar el sueño, nadie puede conciliarlo aquí en Gaza, mientras su madre desesperada se pregunta a qué viene esa estrategia, ese terror psicológico.

Estrategia, terror psicológico que empujan a centenares, miles de personas del sur de la Franja a huir hacia ninguna parte, aterradas por la enésima invasión del Ejército de Israel, que busca a su soldado secuestrado en un pajar lleno de trampas.

Un pajar lleno de trampas, y de barricadas, y de bombas ocultas junto a las carreteras, y de odio, y de sed de venganza que cada uno intenta saciar a su manera sin demasiado sentido, sin demasiado éxito, sin más resultado palpable que el sufrimiento del otro.

Sufrimiento del otro

Sufrimiento del otro que al de este lado del muro no le importa, nunca le ha importado, que va de mano en mano, de casa en casa, de campo de refugiado a campo de refugiado entre los temblores del alma, del corazón, de los cimientos de la Franja de Gaza.

La Franja de Gaza en el punto de mira de Israel, decidido a hacer pagar caro el secuestro de su soldado, y el lanzamiento de los cohetes «Qassam» contra Sderot, y las operaciones armadas palestinas contras sus bases fronterizas, justo ahora, casi un año después del comienzo del fin de la ocupación de Gaza durante 38 años.

Treinta y ocho años que sólo sirvieron para que personas hechas y derechas como Ahmed Saadi, profesor en una escuela de secundaria palestina, aproveche la ocasión para «felicitar a Israel por haber conseguido que otra generación de palestinos crezca entre el odio al enemigo que quiere convertirte en esclavo».

«El enemigo quiere convertirnos en esclavos», señala a su vez Abu Sisi en su despacho de la centra eléctrica bombardeada al explicar que ahora la única electricidad que llega a la Franja procede de Gaza y seguro que costará más cara para airear el día, para iluminar la noche. Iluminar una noche que se presenta otra vez muy movida, tanto que la cama volverá a sufrir un ataque de epilepsia.