(Documento presentado a la reunión del Consejo Político Federal del 25 de septiembre de 2004 por Javier Aguilera, Abigail Aleu, Paco de Asís, Víctor Cascos, Luis Díaz, Teresa García, Roberto Iglesias, Susana López, Nacho Loy, Manuel Monereo, Pedro Montes, María Dolores Nieto, Jaime Pastor, Carmina Ramírez, Teresa Rodríguez, Dolores Ruano, Vicente Silva y Diosdado Toledano, […]
(Documento presentado a la reunión del Consejo Político Federal del 25 de septiembre de 2004 por Javier Aguilera, Abigail Aleu, Paco de Asís, Víctor Cascos, Luis Díaz, Teresa García, Roberto Iglesias, Susana López, Nacho Loy, Manuel Monereo, Pedro Montes, María Dolores Nieto, Jaime Pastor, Carmina Ramírez, Teresa Rodríguez, Dolores Ruano, Vicente Silva y Diosdado Toledano, miembros del CPF de IU)
Introducción
La convocatoria de la Asamblea Federal Extraordinaria obedece sin duda a la existencia de un amplio consenso en IU sobre la necesidad de encontrar una salida a la crisis profunda en que se encuentra nuestra formación. Desde nuestro punto de vista, ello implica que el debate a desarrollar no puede ser el normal de una Asamblea en la que se abordan convencionalmente todos los aspectos de la situación internacional, europea y española, así como los elementos programáticos y organizativos generales a desarrollar.
Consideramos, por tanto, que la discusión fundamental debería centrarse en lo que aparece aquí como apartado C), es decir, el balance y la propuesta de modelo de formación política a impulsar con el fin de entrar en una nueva etapa esperanzadora dentro de la historia de IU. No obstante, teniendo en cuenta el documento oficial presentado, hemos optado por comenzar con una referencia al contexto internacional y europeo para seguir con un análisis del nuevo ciclo político y el esbozo de la estrategia que debería desarrollar IU antes de abordar las cuestiones que nos parecen más urgentes.
A) La situación internacional y europea
1) Izquierda Unida aborda su próxima Asamblea Federal Extraordinaria en un contexto internacional caracterizado por el final de la «globalización feliz» (manifestada ahora, tras la crisis de la «nueva economía», en la fragilidad de un «modelo» civilizatorio basado en la depredación de recursos energéticos no renovables y en la creación de un «apartheid social» en el Sur y en el Norte que agravan la crisis ecológica y las desigualdades en todos los planos), la emergencia de un movimiento de movimientos que apuesta por otro mundo posible y la crisis de legitimidad creciente de la ocupación militar de Iraq por parte de Bush y sus aliados, la cual no hace más que fomentar una resistencia popular que adopta diversas formas, desde las no violentas y masivas hasta las más violentas y desesperadas.
Dentro de ese clima general de desorden generado por una mayor injusticia global las elites dirigentes de la Unión Europea están apostando por la recomposición de la alianza con EEUU, aspirando únicamente a «reequilibrar» sus relaciones mediante la constitucionalización de un proyecto neoliberal, autoritario y subordinado a la OTAN, que no cuestiona abiertamente la doctrina de la «guerra preventiva», asumida desde hace tiempo por Sharon en Palestina y Putin en Rusia. Esto no excluye contradicciones y conflictos entre uno y otro polo de la «tríada», especialmente en el ámbito monetario y comercial, pero les sigue uniendo una solidaridad transatlántica en su proyecto común de control geoestratégico del planeta al servicio de una relegitimación del capitalismo.
La tarea de la izquierda no puede ser la de limitarse a apoyar un «multilateralismo» que no cuestione la «guerra preventiva», lo que la convertiría en subalterna de determinadas potencias europeas, sino que, por el contrario, debería esforzarse por transformar la posible derrota política del gobierno estadounidense en Iraq en una ofensiva global contra esa doctrina y a favor de la desmilitarización de Oriente Medio y de los países imperialistas. Como tampoco puede ser labor de la izquierda contribuir al reforzamiento de una UE monetarista y productivista, basada en la precarización de la fuerza de trabajo -cada vez más feminizada y multicultural-, el desmantelamiento de derechos sociales básicos y la privatización de bienes públicos fundamentales, en aras de convertirse en la economía más competitiva del mundo.
2) Nos encontramos, por tanto, en un período histórico de transición en el que es imposible ocultar ya las consecuencias destructivas de la globalización de un capitalismo que todavía no ha conseguido crear las condiciones para entrar en una nueva fase de crecimiento sostenido y, sobre todo, asegurarse un modo de dominación política que garantice la estabilidad necesaria en muchas partes del mundo; por eso asistimos de forma recurrente a una retórica desde los grandes organismos internacionales y las «cumbres» promovidas por las grandes potencias, tendente a atenuar el malestar y la protesta mediante promesas de lucha contra la «pobreza» que luego no se reflejan en resoluciones efectivas que contribuyan a erradicar sus causas.
Si queremos romper en los hechos con ese «modelo» y forzar un cambio de rumbo hacia ese otro mundo posible que reclaman cada vez más voces desde muy distintos lugares, hace falta un nuevo avance sustancial en el desarrollo del «movimiento de movimientos» -y, dentro o junto a él, de un nuevo movimiento obrero- contra la injusticia y la guerra globales; y, junto a él, habrá que esforzarse también por construir una izquierda dispuesta a cuestionar la «camisa de fuerza» neoliberal y militarista del capitalismo real. Una izquierda que quiera ir más allá de la adaptación a los límites a las reformas moderadas que intenta emprender la izquierda hoy mayoritaria cuando llega al gobierno, ya sea en Brasil o en Alemania; una izquierda, en fin, que rompa con la «ley del péndulo» de la alternancia de gobiernos que pretenden situarse en el «centro» político y que abra las brechas necesarias para arrancar conquistas parciales y, a través de ellas, volver a poner de actualidad la necesidad de construir una alternativa: la de una nueva sociedad socialista, profundamente democrática y liberadora de todas las injusticias.
En un contexto general de crisis de las «democracias realmente existentes» a escala nacional-estatal y de sustracción a las mismas de las decisiones sobre las grandes cuestiones de la política, tomadas en el marco de la «gobernación» global que pretende imponer un bloque de poder imperial bajo la hegemonía USA, es necesario demostrar que la izquierda está dispuesta a luchar por una profunda «redemocratización» de nuestras sociedades y de la política, recuperando la idea original de democracia como lucha por la emancipación de la mayoría social de toda forma de despotismo, poniendo como uno de los ejes clave de su actividad la aspiración a una democracia participativa en todos los planos y situando el centro de gravedad de su trabajo en la movilización y la autoorganización de las capas y sectores sociales oprimidos y críticos.
Sólo desde la reconstrucción de esa nueva centralidad será posible invertir la dinámica actual, autoritaria y liberticida, aplicada en nombre de un concepto estrecho e interesado de la «seguridad», y poner la presencia de la izquierda en las instituciones representativas al servicio de la mayoría social. En este camino la izquierda alternativa deberá evitar tanto el «institucionalismo» (que centra su prioridad en conquistar posiciones institucionales y de gobierno y en subordinar a ese objetivo el programa y la movilización social) como el «antiinstitucionalismo» (el cual se limita a un trabajo desde los movimientos sociales y desprecia la necesidad de defender y conquistar demandas parciales desde las instituciones).
B) Nuevo ciclo político y nueva estrategia de IU
3) Después del 14-M hemos entrado en un nuevo ciclo político en el que el largo e intenso ciclo de movilizaciones vivido en los dos años y medio anteriores culminó en un voto de castigo mayoritario al gobierno de Aznar y a su partido de la guerra, del centralismo reaccionario y de las mentiras cotidianas, llevadas al extremo tras la trágica matanza del 11-M. No podemos más que compartir el alivio colectivo que esto supuso, pero sin ocultar que el resultado de aquellas elecciones redundó en beneficio del PSOE de Zapatero y produjo un retroceso sustancial de IU, acentuado después de las elecciones europeas.
Ante esta nueva etapa, en la primera cuestión en la que habría que insistir, aunque sea algo evidente, es en que lo que ha ocurrido ha sido no tanto que el PSOE haya ganado sino, más bien, que el PP ha perdido las elecciones y ya no está en el gobierno central, pese a que siga teniendo un peso institucional y de gobierno en determinadas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos.
Insistir en esto no es una perogrullada. Porque, después de haber vivido en el pasado la experiencia del retraso sufrido en comprender el cambio de ciclo que marcaban la derrota del PSOE y el acceso del PP al gobierno, hoy corremos el riesgo de asistir a la paradoja de que el «todos contra el PP» se prolongue como uno de los elementos clave de la estrategia de la dirección actual de IU, la cual asumiría como prioridad la contribución a configurar una mayoría de izquierdas estable en torno al gobierno de Zapatero.
La cuestión tendría que plantearse de otra manera. Sin negar las diferencias entre PP y PSOE y lo que ha significado la satisfacción efectiva de determinadas demandas urgentes de los movimientos -como la retirada de las tropas de Iraq y la paralización del trasvase del Ebro- en tanto que reconocimiento de su deuda ante los mismos para su propia legitimación, IU no puede engañarse sobre la naturaleza del PSOE y las constricciones en las cuales va a actuar a medio plazo en las grandes cuestiones de la política económica, fiscal, social y militar o en el tratamiento de la realidad plurinacional del Estado. Porque tan ingenuo sería subestimar las estrechas relaciones entre la derecha política y la derecha económica como pensar y actuar considerando al PSOE al margen de las coordenadas que los poderes económicos y sus propios intereses de continuidad en el gobierno limitan y determinan.
Diciéndolo claro y sin ambigüedades, ambos partidos coinciden en los elementos sustanciales del modelo neoliberal vigente hoy en Europa. Existen diferencias importantes entre ambos (especialmente en el plano de algunos valores y de la regulación de determinados derechos civiles), que se han acentuado con la deriva extrema neoconservadora y belicista de los cuatro últimos años del gobierno de Aznar, y la presión que sufren de una parte significativa de sus respectivos electorados no es la misma; pero los elementos de fondo -que coinciden en gran medida con los patrones político-dominantes- los unen. A lo que habría que añadir que el sistema político vigente pretende basarse precisamente en un bipartidismo político que se ha ido convirtiendo, con las excepciones nacionalistas, en un instrumento clave de dominación política que impida ir más allá de la «alternancia» en el gobierno; buena prueba de ello es la reticencia común a modificar la ley electoral e incluso la intención de favorecerla en el ámbito local mediante la elección directa de alcaldes.
Tampoco creemos que, pese al gran impulso de las movilizaciones pasadas y a las expectativas suscitadas por el acceso de Zapatero al gobierno, se pueda considerar que haya un «contraprograma del cambio» o una «mayoría de izquierdas» en el plano político sobre cuya base IU acabara en la práctica priorizando la contribución a la «gobernabilidad» en detrimento de la defensa consecuente de muy diversas demandas sociales y, sobre todo, del rechazo claro al «núcleo duro» de las políticas que van a verse constreñidas por el consenso dominante dentro de la UE y que la Constitución Europea pretende blindar (como estamos viendo ya en la crisis de Izar, en la cual la restricción de las ayudas públicas por parte de la UE ha sido clave).
Esto no significa ignorar la tensión -y los equilibrios retóricos y mediáticos- en que se mueve el nuevo gobierno entre una derecha que no consigue salir de su imagen beligerante y conservadora, por un lado, y la presión que pueda venirle desde las demandas populares, por otro. Pero ello no modifica ni la naturaleza social-liberal del PSOE ni, sobre todo, puede llevar a pensar que convivan proyectos contradictorios en su seno.
Todo esto es lo que determina la gran contradicción en la que tiene que situarse el nuevo gobierno: sacar adelante un programa muy marcado por supuestos socioeconómicos neoliberales en un contexto social complejo donde las posiciones más de izquierdas tienen un peso indudable, aunque todavía no se expresen en una nueva ola de movilizaciones, ya que todavía habrá que ir haciendo la experiencia de los límites de este nuevo gobierno.
4) La estrategia del gobierno de ZP parece consistir, en primer lugar, en consolidar un bloque político-electoral capaz de garantizar la gobernabilidad e ir construyendo una mayoría social a su medida que asegure la continuidad del propio proyecto, con una mayoría electoral suficiente. En segundo lugar, situar al PP ante las contradicciones en que se encuentra para desarrollar su política de oposición, a sabiendas de que en los grandes temas está obligado a reconocer que coincide con el PSOE, aunque no ocurra así en la táctica y en las formas de hacerla. En tercer lugar, el PSOE necesita neutralizar el conflicto social y, con él, a la izquierda crítica que pueda intervenir en él y darle una dimensión antagonista y alternativa.
En ese contexto IU debería ofrecer una respuesta diferenciada tanto de la derecha como del gobierno. Para ello debería:
1. Plantearse una estrategia política a medio plazo capaz de reconstruir las bases ideales, morales y sociales de la izquierda alternativa. Lo fundamental tendría que ser la elaboración de un Programa para la Acción que concretara un conjunto de actuaciones políticas, organizativas y de alianzas sociales capaces de construir una verdadera oposición de izquierdas al gobierno de ZP.
2. Poner el acento en la movilización social, situando la intervención en torno al conflicto en el centro de la actividad militante de IU. Para decirlo con claridad, sólo mediante la modificación desde esa movilización de la correlación político-social de fuerzas podrá avanzar nuestro proyecto.
3. Diseñar y acordar, bajo fórmulas varias, con las diferentes organizaciones sociales las campañas a desarrollar en los próximos tiempos que atiendan tanto a las cuestiones centrales de la actualidad política como a los problemas más urgentes, con el fin de configurar plataformas unitarias o, al menos, iniciativas de acción comunes. La campaña por el No a la Constitución Europea ha de ser una primera ocasión para ello, pero debería vincularse a iniciativas como la lucha contra la precariedad y por un salario social, la denuncia de la especulación urbanística e inmobiliaria, la defensa de los servicios públicos de calidad y contra las privatizaciones, el fomento de una nueva cultura política federalista, plurinacional y multicultural (y respetuosa, por tanto, del derecho de los pueblos a la libre decisión sobre su futuro) o a favor de algo tan fundamental y justo como la reforma de la ley electoral vigente con el fin de que se base en una representación efectivamente proporci onal en el Congreso.
4. Insertar dentro de esa estrategia los posibles emplazamientos tácticos y el apoyo coyuntural a determinadas medidas gubernamentales cuando tengan que ver con la satisfacción efectiva de demandas sociales que compartamos; en casos como éstos deberemos hacerlo tratando de ir más lejos, llamando la atención sobre sus contradicciones con otras medidas también adoptadas por el gobierno y excluyendo pactos de estabilidad legislativa.
5. Precisar con mucho detalle un conjunto de medidas que sitúen a la estructura organizativa y, sobre todo, a las asambleas de base de IU ante los retos actuales y futuros. Sin la implicación del conjunto de afiliadas y afiliados de IU, sin el esfuerzo constante por promover la participación, no hay salida posible; de ahí la enorme importancia de lo que podríamos plantear como la construcción de una nueva legitimidad interna, capaz de unir los cambios en la estrategia política con la democratización de la organización y con nuevas formas de hacer e intervenir en la política sobre la base, eso sí, de una mejor articulación entre lo rojo, lo verde y lo violeta y su vinculación a las distintas realidades locales, regionales y nacionales.
Para el desarrollo de toda esta estrategia consideramos, en cambio, confusa y contradictoria la fórmula de «oposición influyente y exigente», ya que parece querer dar un mismo peso a los acuerdos y desacuerdos posibles con el gobierno de ZP, generando incluso la ilusión de que convivan en su seno proyectos contradictorios.
5) El objetivo de IU en el nuevo período debería ser seleccionar aquellos ejes de conflicto y movilización que permitan ir generando un nuevo ciclo de luchas y, en ese marco, la construcción, probablemente lenta pero también con posibles discontinuidades que permitan saltos en ese proceso, de esa oposición social y política al gobierno de ZP. Para ello deberá priorizar el diálogo y la convergencia con los sectores críticos de la sociedad con el fin de ir encontrando juntos un mayor anclaje social en el mundo, hoy fragmentado y debilitado, del trabajo -con especial atención a la búsqueda de vías de confluencia entre trabajadores con empleo estable y quienes se encuentran dentro del creciente «precariado» para el impulso de un sindicalismo combativo y solidario- y en los distintos movimientos de resistencia, en particular en el movimiento «antiglobalización», desarrollando en su seno su potencial anticapitalista y alternativo.
IU ha de saber responder a las distintas líneas de fractura y a los conflictos que vayan emergiendo públicamente, sin concesiones al discurso dominante, ya venga del PSOE, de los medios de comunicación o de las direcciones sindicales. En esto es en lo que IU ha de cambiar mucho, sabiendo mostrar firmeza política y evitando caer en el síndrome de la «respetabilidad». En resumen, IU ha de saber ser y estar como fuerza de disenso y no de consenso en torno a las cuestiones políticas centrales, ya se trate de políticas económicas y sociales y de nuevas privatizaciones (como ocurre ahora con Izar), del uso demagógico del «antiterrorismo» como instrumento neutralizador de la oposición (renunciando a participar en pactos que restringen libertades y se niegan a reconocer la naturaleza política de los conflictos -y, por tanto, la búsqueda de soluciones políticas-, ya sea en Euskadi o en relación con el mundo árabe e islámico), de la monarquía (siendo coherentemente republicana), del Sa hara (alertando frente al riesgo de ver de nuevo atenuada la presión a favor del reconocimiento de su derecho de autodeterminación en aras de la «buena vecindad» con el régimen dictatorial marroquí), de la inmigración (exigiendo la regularización sin condiciones de todos los «sin papeles»), del derecho al aborto (reclamando su regulación más justa en esta legislatura), del cuestionamiento del insostenible «modelo» de producción, transporte y consumo (como estamos comprobando con la crisis energética) y de tantos otros temas en los que sigue queriendo imponerse el «pensamiento único» como «único pensamiento».
Para todo ello IU ha de saber hacer valer su peso en las movilizaciones y también su actividad desde las instituciones, demostrando que es fuerza de protesta y que a su vez tiene propuestas alternativas viables y factibles. En la actualidad es el trabajo en los ayuntamientos el que puede servir de mejor ejemplo de todo ello: es, por tanto, en este campo en el que habrá que dedicar un enorme y constante esfuerzo por confirmar empíricamente que es posible otra política distinta a la del PSOE y a la de otras izquierdas, con la democracia participativa como práctica cotidiana y la lucha contra toda forma de corrupción y por derechos sociales y servicios públicos como emblemas.
C) Un balance y un nuevo modelo de formación política-movimiento
6) Existe un amplio consenso dentro de IU en reconocer que esta formación vive desde hace bastantes años un período de crisis, de graves dificultades políticas y organizativas y que esta situación impone unas condiciones especialmente difíciles para cualquier dirección de IU. El problema, al menos en el último período está en saber si la actual dirección ha profundizado la crisis o ha creado las condiciones necesarias que nos sitúen en una estrategia de superación de la misma. En nuestra opinión, parece evidente que la situación actual de IU puede ser definida como de agravamiento de la crisis hasta sus últimas consecuencias, convirtiéndola en una crisis de proyecto.
Como suele ocurrir en los procesos históricos controvertidos, los factores que influyen en un fracaso político suelen ser varios y con antecedentes diversos, ya que los cambios políticos y sociales se interrelacionan con las estrategias que los actores llevan o pretenden llevar a cabo. Resumiendo, podríamos afirmar que la crisis de IU en el último período tiene que ver con un conjunto de problemas:
1. El tipo de oposición al Partido Popular: No cabía duda alguna respecto a la necesidad de que la oposición al PP debía ser el centro de nuestra actividad política. El problema estuvo en si se fue capaz de combinar una estrategia de oposición al PP con una diferenciación, en la teoría y en la práctica, respecto del PSOE. Es decir, situando la cuestión de la alternancia y la alternativa como línea de delimitación tanto en las luchas como en las instituciones. Obviamente, la tarea no era fácil y hubiese requerido algo más que ruedas de prensa o intervenciones más o menos brillantes en el parlamento o, algo sin duda positivo, encabezar manifestaciones; en concreto, nos faltó definir una estrategia política, de alianzas sociales y de reconstrucción organizativa, es decir, haber fortalecido los vínculos sociales y la militancia activa de IU. Tras las elecciones municipales y autonómicas de 2003 se optó, además, ante las dificultades de traducir la lucha social en apoyo electoral, por ol que aparentemente era un camino más fácil, un atajo más: «tocar poder», generalizando los acuerdos de gobierno con el PSOE sin tener en cuenta las distintas situaciones y las distintas relaciones de fuerzas.
2. Gestión institucional y lucha social: Resulta cuando menos preocupante que un grupo dirigente que ha insistido tanto en la transcendencia de la gobernabilidad y la gestión institucional haya dedicado tan poco tiempo a definir una estrategia alternativa a las formas y medios de gobernar, hasta el punto que aún no se ha hecho un balance mínimamente serio de nuestra gestión municipal (sólos o en coalición) o lo poco que se ha analizado nuestro relevante papel en algunos gobiernos autonómicos.
Para una formación política que hace de la organización y la movilización social el requisito previo para construir en la sociedad y en las instituciones una izquierda alternativa, las relaciones entre las tareas de gobierno y la lucha social son decisivas. Como ya hemos indicado antes, la cuestión central no consiste en oponer sin más trabajo institucional y trabajo social sino en concretar una estrategia que desde las instituciones contribuya a la autoorganización social, la apertura de espacios públicos y la puesta en práctica de políticas que favorezcan que los y las de abajo tengan más poder. Este ha sido el núcleo estratégico básico que IU ha tratado de asumir desde sus orígenes y que parece haber desaparecido, en la teoría y en la práctica, de las prioridades de nuestra organización. En definitiva, tampoco en esto aportamos nada nuevo: llevar hasta sus últimas consecuencias lo que hemos definido como una estrategia de (contra)poderes sociales y poner a su servicio una actividad institucional que contribuya a ir acercando la necesidad de una alternativa de sociedad.
3. Movilización social y alternativa política: Otro de los asuntos que más tiempo se ha dedicado en nuestros debates, hasta convertirse en un tópico recurrente, es el conocido y en muchos sentidos dramático problema (para una formación como la nuestra) de la distancia entre la lucha social y la lucha política, hasta el punto que se ha llegado a criticar al «movimiento» porque a la hora de la verdad termina votando masivamente al PSOE. De una lectura así caben diversas consecuencias políticas: unos ponen el acento en que tenemos un electorado más moderado que nuestro discurso político; otros, más sutiles, acaban poniendo el acento en la necesidad de compartir gobierno (o mayoría parlamentaria) con el PSOE y desde esa premisa hacer las alianzas sociales; y otros terminan, pura y simplemente, por definir una estrategia de izquierda complementaria, es decir, arriesgarse a cumplir aquí el poco glorioso papel que están cumpliendo Los Verdes en Alemania.
Pero el debate no está ahí. La primera cuestión que habría que subrayar es que la credibilidad social no es algo abstracto o meramente propagandístico, máxime para una fuerza política como la nuestra que tiene un proyecto de sociedad y de poder alternativo que tiene que participar en un terreno de juego cuyas reglas van en contra nuestra: si se adapta a esas reglas y se confunde con las mayoritarias, difícilmente va a aparecer como algo diferente. En segundo lugar, entre la política del equipo dirigente y la sociedad median los medios. Las fuerzas del sistema tienen a su disposición los que son fundamentales: el poder mediático, el político y el económico. Nuestro medio ha de ser nuestra organización y, con ella, las redes de afinidad con las que ha de relacionarse. La derrota cultural de la izquierda ha llegado a tales límites que se es incapaz de tener en cuenta, como ha ocurrido en el último período, que puede haber un ascenso de la lucha social y esto no se traduzca en u n crecimiento organizativo pese a que, paradójicamente, haya sido gente afiliada o próxima a IU la animadora de las movilizaciones. La tercera cuestión es que esto que nos ocurre no nos debe extrañar: la apuesta por un «movimiento político-social» tenía que ver concretamente con esto: posibilitar una forma organizativa adecuada a una etapa histórica de crisis de la forma-partido tradicional. Para los partidos del sistema esto no es un problema, todo lo contrario, ya que ayuda a la «gobernanza» o «gobernación» oligárquica; pero para una fuerza política como IU esta cuestión es crucial si se quiere recuperar la credibilidad de la política: no habrá otra política (alternativa) sin formas nuevas de hacerla y sin la autoorganización social necesaria para acumular «masa crítica» alternativa.
4. Partido tradicional y «movimiento político-social»: La cuestión no es puramente nominal, es pura y simplemente estratégica. Porque lo que ha ido apareciendo en la práctica y más oblicuamente en la teoría es un modelo político-organizativo contradictorio con lo que IU ha pretendido ser y muchas veces realizar: lo que ha ido emergiendo ha sido una forma-partido tradicional que privilegia el momento institucional y la relación preferente con los medios de comunicación, todo ello nucleado en torno a un grupo de cuadros profesionales. Una forma-partido así tiende a ser complementaria de la socialdemocracia realmente existente, a mantener relaciones «externas» de «representación» con los movimientos sociales y a subestimar la realidad y la pluralidad misma de la organización de IU, la cual debería ser nuestro principal activo, en tanto que instrumento imprescindible para promover las alianzas sociales (somos parte de los movimientos) y para proyectar nuestra propuesta político-p rogramática en la sociedad. De ahí la transcendencia del debate sobre la democracia interna, sobre la participación real, con toda su pluralidad y diversidad, de todos y cada uno de los afiliados y afiliadas de IU que son, ante todo, ciudadanos y ciudadanas que no pueden acabar teniendo un marco de derechos y deberes dentro de IU inferior a lo que se tiene en nuestro ordenamiento jurídico.
5. Modelo de dirección y modelo político-organizativo: Si tuviéramos que analizar con detalle los discursos y las resoluciones aprobadas desde hace varios años en Asambleas y Consejos Federales, el problema central sigue siendo la falta de una auténtica dirección colectiva. El Coordinador General, una y otra vez, tiene que asumir la crítica y promete una y otra vez, también, el propósito de enmienda, pero no desaparece, sino que se acentúa, un «estilo» excluyente y excesivamente individualista. De esta forma, en los hechos, el modelo de dirección que se ha ido configurando en IU se parece más al de un partido tradicional que al de un «movimiento político-social»: el Coordinador General ha terminado siendo más secretario general de un partido que alguien que garantice la síntesis y la propuesta unitaria del debate colectivo, autonomizándose con su propio equipo monolítico y asumiendo un presunto liderazgo en la organización, sin saber que ese objetivo ha de ganarse permanentem ente y no es algo determinado a priori y para siempre por los Estatutos o coyunturales mayorías internas.
En las condiciones actuales de IU, donde nuestra retaguardia social y electoral es débil y contamos con un margen de maniobra estrecho, al concentrar muchas veces la discusión en torno a la Coordinación General unipersonal se impide encontrar una salida que privilegie el debate sobre la política y subordine a ello la elección de la dirección adecuada y creíble para llevarla a cabo. Por eso insistimos en que lo fundamental es definir una estrategia y un programa de fase que analice bien las características del nuevo ciclo político y lo concrete en un programa de acción que se proponga una reconstrucción de las bases morales y organizativas de IU como movimiento político-social que restablezca nuestros vínculos sociales y potencie la autoorganización de la mayoría social y (contra)poderes sociales dentro de una esfera pública profundamente democratizada. Para todo ello hay que luchar por un modelo de dirección que (junto a su renovación y a una mayor presencia femenina y juvenil) potencie la participación democrática y la federalidad desde una Coordinación Colegiada de hombres, mujeres y jóvenes que reflejen la pluralidad existente, sean capaces de garantizar la síntesis unitaria e impulsen el debate y la acción de un movimiento político-social; en resumen, una nueva dirección que tenga credibilidad para alcanzar la recuperación y el relanzamiento de IU como fuerza de izquierdas anticapitalista y alternativa.
7) Hace falta, por tanto, un giro voluntarista radical capaz de frenar la tendencia a convertir IU en una formación meramente electoral. Algunas de las propuestas para emprender ese giro podrían ser: La centralidad de IU tiene que estar en las Asambleas, en la deliberación y la decisión por parte de las mismas de las principales orientaciones y políticas a desarrollar por IU tanto en los movimientos sociales como en las instituciones. Una vez actualizados los censos (que deberían estar a disposición de cualquier persona afiliada), el protagonismo de esas Asambleas deberá apoyarse igualmente en una reanimación de las Areas de Elaboración y de Intervención, las cuales deberían promover reuniones regulares y abiertas del Activo de IU en los diferentes movimientos sociales. Debería potenciarse igualmente un movimiento de jóvenes con el fin de que llegue a convertirse en instrumento fundamental para confluir con la nueva generación que, aprendiendo de los errores del pasado, pueda ser motor de una verdadera renovación de la política y de la forma de hacerla.
Será combinando la dimensión territorial con la sectorial y la transversal como podremos encontrar nuevas formas de mestizaje dentro y fuera de IU entre las diferentes «culturas» y estilos de trabajo, evitando así prácticas contradictorias incluso dentro de una misma localidad o sector. Los Programas electorales deberán ser aprobados en Conferencias de delegados y delegadas, abiertas a simpatizantes y activistas de los movimientos sociales y anualmente deberá hacerse balance de la actividad desarrollada. Los órganos de dirección deberán basarse en un funcionamiento efectivamente colegiado y respetuoso de la pluralidad política e ideológica, cuestionando el modelo unipersonal dominante hasta ahora en distintos niveles. Los cargos públicos deberán rendir cuentas periódicamente ante las direcciones y Asambleas correspondientes y atenerse a los acuerdos adoptados en esos órganos, cobrar ingresos equivalentes al sueldo medio de un trabajador y practicar la rotatividad. Las polític as de alianzas y de gobierno y los programas en que se basen deberán ser sometidas a referéndum vinculante entre el conjunto de la afiliación afectada.
Dentro del esfuerzo por conciliar principios y valores que han de presidir el funcionamiento de una organización profundamente democrática, el criterio de «lealtad» no debería ser confundido nunca con la lealtad a las direcciones -o a las mayorías dentro de ellas- sino que ha de entenderse respecto al conjunto de la organización y a las decisiones que democráticamente se toman en ella. Porque el problema principal en IU no ha estado en el último período en la expresión pública que han podido tener las divergencias manifestadas por determinadas minorías ante la opinión pública sino, más bien, en el menosprecio a la organización y sus órganos de dirección y en los métodos autoritarios empleados en la deliberación y toma de decisiones sobre cuestiones básicas de la política de IU. Tampoco lo ha estado en la «parlamentarización» de órganos de dirección como la PEF y la Comisión Permanente sino, al contrario, en la falta de control desde los mismos sobre tomas de posición públicas adoptadas por el Coordinador General.
Asimismo, la «lealtad federal» debería basarse en la necesidad de repartir y compartir soberanía y competencias entre las distintas organizaciones de forma no necesariamente uniforme y en construir un marco de corresponsabilidad compatible con las respuestas a las diversas realidades nacionales y regionales y con la adopción de tácticas que, aun pudiendo ser diferentes, no sean contradictorias entre sí. En ese marco el CPF, la PEF y la Permanente deberían ser los órganos en los cuales se reflejara tanto la pluralidad política como la diversidad territorial de IU, sin necesidad de crear un órgano específico de Coordinadores de Federaciones.