Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. *** Seguimos en la segunda parte de tu libro, en el capítulo «Tres republicanismos y sus momentos históricos». Entramos en […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.
***
Seguimos en la segunda parte de tu libro, en el capítulo «Tres republicanismos y sus momentos históricos». Entramos en «Ethos y nomos», páginas 110-152, uno de los apartados más extensos del ensayo. Para entender bien las cosas: ¿qué deberíamos entender por ethos? ¿Qué debemos entender por nomos? ¿Por qué usamos, no eres tú únicamente, palabras griegas para hablar de estos asuntos? ¿No existen buenas traducciones al castellano?
Comienzo, si te parece, intentando definir qué se entiende por ethos.
Adelante con ello.
Una traducción de esta palabra podría ser «costumbres». Pero es una traducción pobre. Porque, actualmente, por costumbres podemos entender solo aquello que el «costumbrismo» recoge como tales. Algunos usos sociales que por su extrañeza, caracterizan una sociedad. O el comportamiento singular de un individuo. Las torres humanas o los Castellers en un caso; en otro, por ejemplo, que una determinada persona tiene la costumbre -idiosincrática- de caminar una hora cada tarde. Queda excluido del uso del término el grueso total del quehacer o actividad de dicha sociedad o de dicha persona.
De acuerdo.
Ethos es una noción referida al orden social, que presupone que una sociedad es no otra cosa que una comunidad de personas, que es a lo que se denomina polis -res publica, o «Estado», si se quiere actualizar la idea- la cual existe como consecuencia de un hacer integrado o hacer en común. Ese hacer en común, que abarca a la totalidad del hacer de comunidad y personas, se produce porque existe un saber hacer compartido -y creado por la misma comunidad- que es puesto en obra por todos y cada uno de los individuos de la comunidad. Ese saber hacer incluye el saber hacer de la vida cotidiana y el saber hacer laboral, el técnico, toda la actividad simpráctica; no se pilota un avión pensando en las leyes científicas de la física, ni se opera un tumor pensando en las alteraciones del ADN, sino en las habilidades prácticas inmediatas que uno conoce -no se amamanta a un hijo pensando en su cerebración…-.
Buenos ejemplos, creo que tienes razón, que no obramos así (otra cosa es que las técnicas aprendidas se basen en esos conocimientos científicos que citas).
Esa es la concepción que expresa el término «ethos». Aristóteles, en su obra Ética Nicomáquea, dentro de la propia ética, distingue una subclasificación: entre el saber ético y el dianoético; éste último sería el saber discursivo que permite, en comunidad, introducir cambios en el ethos, reflexionar sobre cómo aplicarlo, -también normativamente-, pues la praxis es concreta, se aplica de forma nueva siempre, según la situación concreta; permite elaborar acción política en común, etc.
Esto que señalas sobre la praxis es muy importante en mi opinión
Pero esta subdivisión, que es una subdivisión interna al ethos, y por tanto, es una subdivisión interna de la obra escrita de Aristóteles, no hace al caso ahora para tratar sobre lo que me preguntas. Por ello, en resumen, ethos, es la denominación para el saber práctico que ponemos constantemente en obra, sin el cual no puede existir ni actividad humana, ni sociedad en consecuencia. Es un saber hacer que generamos o creamos en comunidad y dentro del cual vivimos, porque a su vez nos genera: un saber hacer que nos «religa».
Tal como ya he apuntado si no recuerdo mal, en alguna otra ocasión durante esta entrevista, esta noción fue comprendida por las religiones, cuya función, durante siglos y milenios fue organizar el vivir, justificando dicha organización de la vida de la gente en comunidad sobre una base ideológica trascendente, sobre la de un ser superior que imponía un vivir, la divinidad.
Sí, hemos hablado de ello, pero no importa que insistamos un poco.
Las religiones reglaban la vida cotidiana, la cultura material de vida: alimentación, trabajo y descanso, relaciones sexuales y afectivas, y también la cultura en el sentido habitual de la palabra, esto es, vida espiritual consciente, también interpretación sobre el sentido de la vida, claro. Por eso no me acaba de satisfacer como término para referirme a todo esto la palabra Cosmovisión o Weltanschauung, en la medida en que ésta es empleada más bien para definir solo a la toma de consciencia, a la interpretación segunda, filosófica o artística y filosófica, etc., que unas personas hacen de su vivir. Pero las palabras son para entenderse, y si se cambiara el significado de estos términos para que abarcaran también, y fundamentalmente, pero no en exclusiva, el vivir y su saber hacer, podrían ser muy útiles.
Está muy bien visto lo que dices, tanto lo primero como este último. Sacristán, como sabes, tampoco era un entusiasta del uso de la expresión concepción del mundo.
Así es como Antonio Gramsci usaba el término visión del mundo, una filosofía que elabora auto reflexión para cambiar el vivir o praxis de vida, esto es para generar la Reforma Moral, entendiendo por estas, las mores, el vivir o costumbres.
Las religiones, las religaciones de comunidades, tenían consciencia clara de todo esto. El debate entre la iglesia y el poder del príncipe, por ejemplo, durante el siglo XVI, una vez ya los estados reafirman su autonomía frente a la iglesia, consiste en afirmar que el príncipe -que puede ser la propia comunidad social, al menos los filósofos de tradición aristotélica no lo rechazan- posee sobre la comunidad social, la potestas directa, pero la iglesia posee sobre la misma la potestas indirecta, que es el control sobre el vivir. Muchos príncipes asumieron esto, e incluso pensaban, con la iglesia, que su Principado, su estado, no puede estar bien fundamentado si la comunidad sobre la que se asentaba no tenía unidad de religación. Sin esto no se entiende lo que emprenden los reyes católicos con la expulsión de los judíos, y posteriormente, la Casa de Austria, con la expulsión de los moriscos. Unidad de ethos. Cuando los nacionalismos -que son a la par románticos y liberales- llevados de su ceguera de estirpe liberal, dicen que los reinos de la corona de España no estaban homogeneizados porque había diferentes leyes, instancias de gobierno, etcétera, en los diversos territorios de la corona, se olvidan de que la Monarquía crea una instancia de intervención -de intervención para regular el ethos religado, la vida cotidiana- que poseía unidad de jurisdicción en todos los territorios de la corona: El Santo Oficio. Eticidad.
Lo has señalado también alguna vez.
Quiero matizar la matización que acabo de hacer sobre el nacionalismo.
Adelante con el matiz.
Por ejemplo. Uno de los fundadores del nacionalismo catalán, Torras y Bages, que era obispo catalán, sí era consciente de estas cosas, y por eso escribe esa frase que desde el liberalismo resulta extraña: «Cataluña será cristiana o no será». Bueno, barre para casa, pero tiene un calado que va más allá de la interpretación liberal. Claro, si la característica específica de la comunidad nacional es el cristianismo católico, si ese es su ethos religado, se abre el problema racional: qué es lo que, entonces, la diferencia de Aragón, Castilla, Navarra… ¿Qué son tierra de ateos, de «paganos», de herejes, de relapsos contumaces, de pecadores contra el espíritu santo?
Buena pregunta, excelente.
No solo las iglesias sostuvieron hasta hace muy poco la consciencia de lo que es el ethos. También hubo pensamiento laico que reflexionó sobre esto. Por ejemplo, encontramos en la obra de Rousseau, la noción de «costumbres» -moeurs-. También en Montesquieu.
Esta tradición llega al siglo XlX, no solo a través del aristotelismo, y del tomismo -el bien común, etc- sino también a través de la formidable reelaboración filosófica de Hegel, quien toma el término alemán para referirse a las costumbres -sitte- y elabora el término Sittlichkeit. Y esta palabra es, a su vez, traducida a lengua latina, al italiano, por los hegelianos italianos -Croce, etc.- con un término que revela la consciencia de tradición que poseen estos autores. La traducen como -a mi vez, yo uso el término español aceptado para traducir dicha traducción- «eticidad». Me he saltado la referencia a Kant, de quien parte el idealismo alemán y Hegel por tanto, quien tiene una obra titulada Metafísica de las costumbres.
Tiene importancia esta referencia kantiana.
La antropología cultural ha elaborado, a veces, según escuelas, nociones para abarcar lo que resulta ser el elemento constitutivo de la totalidad humana: Cultura, cultura-civilización. Clifford Geertz, por ejemplo, el otro día me lo recordaba nuestro amigo Alexandre Carrodeguas. Pero en general, y salvo excepciones, quizás por el influjo del estructuralismo, no siento que, en estos términos, se recoja esa constante recreación en común del hacer, esa consciencia de fugacidad, incluso, del mismo, ese saber, en consecuencia, que el destino de la comunidad polis está constantemente en juego a partir de nuestro inmediato hacer, que debe ser constantemente repensado, y que -nos recuerda por ejemplo, Felipe Martínez Marzoa-, es lo que explica la necesidad de escribir historia de su presente; lo que induce a escribir a Tucídides. Esa radical historicidad consciente que sabe entender a la perfección un gran pensador político, Cornelius Castoriadis.
Otro de nuestros amigos comunes, Jordi Torrent Bestit, suele hablarnos (y enseñarnos) de este último.
Por lo demás, las costumbres religadas, las religaciones, siguen existiendo; no existe ninguna sociedad -solo las gafas liberales y positivistas pueden distorsionar la interpretación de la realidad, y negarlo-, no existe ninguna sociedad cuya reproducción no esté producida por un saber hacer práxico compartido y puesto en obra por la sociedad. Solo que, por lo menos, en la actualidad, son religaciones producidas por ethos cuya explicación de sentido no depende de la existencia de un ser trascendente o de instituciones religiosas establecidas. El mundo del capital funciona porque todos nosotros sabemos cómo actuar a cada momento, cotidianamente. Sabemos qué quiere decir «mercancía» y qué quiere decir «salario» y «contrato», y entendemos por justo e injusto cosas que a un habitante de la Polinesia -si es que todavía existen esas culturas «incontaminadas»- le dejaría asombrado. Lo mismo que les dejaría asombrados -de existir, insisto- la diferencia que practicamos entre actividades, unas de las cuales son consideradas por nosotros, trabajo -porque producen plusvalía, hecho muy real, nada ideológicamente «economicistas»- y otras no… Todos esos saberes no son «científicos» -la ciencia, ex post, los estudia- sino éticos, son el ethos que nos religa, que compartimos.
Excelente distinción.
El capitalismo somos nosotros, es este ethos, esta religación en común, puesta en obra que genera su propia antropología individual y sus propias necesidades. Unas necesidades cuya solución óptima es interna e inherente a ese ethos. No se puede creer uno que está en contra del capitalismo pero en favor de ese modelo de vida, de esas necesidades antropológicas, orgánico suyo. Querer un cambio de sociedad implica querer ya un cambio de vivir, de eticidad, de ethos; estar ya en el proceso práxico por cambiarla.
Totalmente de acuerdo. Yo lo he aprendido de Sacristán, de Paco Fernández Buey, de mis padres y de muchos camaradas.
Desde luego, siempre es señal del éxito de un modo de organizar la vida y de reflexionarla que la propia Religación ética aparezca como «natural», no como obra producida en y por el hacer en común, y así ocurre con el ethos del capital. Tal y como nos lo explica Marx, en la actualidad el saber cotidiano mediante el que todos, con convicción, iniciativa y voluntad, y creyéndonos libres, constantemente ponemos en obra y constantemente reproducimos el capitalismo, es un saber hacer que tenemos naturalizado, que consideramos que es inherente a este mundo porque es inherente a todo vivir. Pero es una religión cuya divinidad es interna al hacer, y al propio saber hacer puesto en obra, es un fetiche. Marx lo denomina el Fetiche de la Mercancía. Y ese fetiche, ya no trascendente, es el que cimenta nuestra Religación, la religación ética, el ethos capitalista. Las nuevas religaciones éticas siguen siendo aún algo que se nos impone. Todavía no tenemos la capacidad de elaborarlas conscientemente, ni de comprender rectamente que son producto nuestro; pero ya no se nos imponen como resultado de la voluntad de un ser superior omnipotente y divino, trascendente.
Quería señalar esto, porque ese primer capítulo de El Capital, que es de introducción y establece la hermenéutica de lectura de toda la obra -eso trata de hacer- es bien explícito. En él, la «ideología» no es un «sobrestructura», sino un saber hacer interno a la praxis y al que el asalariado se entrega voluntaria y entusiásticamente, sintiéndose libre, en uso de su libertad, para, luego, acompañar al capitalista a la fábrica, tal como explica Marx en dicho capítulo. El capitalismo es un saber hacer un ethos que nos religa y que ponemos en obra, capilarmente, todos nosotros, según esta introducción de El Capital. Todo lo humano se basa en un saber hacer compartido, en una religación o Ethos, también el capitalismo.
Sin duda. Un descanso. Respiremos un momento.
De acuerdo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.