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Entrevista a Rafael Burgos sobre "Crema catalana. Amiguismo, corrupción y otras miserias" (II)

«Todo se hace con tanta finezza que se empieza jugando con el lenguaje y no se para hasta que interiorizamos el mensaje que se quiere imponer»

Fuentes: Rebelión

Nacido en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) en 1972, Rafael Burgos es historiador, periodista y, en la actualidad, guía oficial de Cataluña. Ha colaborado en La Vanguardia, RNE y Enciclopèdia catalana. Entre sus publicaciones cabe destacar: Cervantes en Barcelona (Marge Books, ediciones catalana y castellana). Recientemente ha publicado en Icaria, Crema catalana, un libro apasionante […]

Nacido en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) en 1972, Rafael Burgos es historiador, periodista y, en la actualidad, guía oficial de Cataluña. Ha colaborado en La Vanguardia, RNE y Enciclopèdia catalana. Entre sus publicaciones cabe destacar: Cervantes en Barcelona (Marge Books, ediciones catalana y castellana). Recientemente ha publicado en Icaria, Crema catalana, un libro apasionante sobre la corrupción, el amiguismo y los negocios turbios-más-que-turbios. Sobre esta publicación conversamos en esta serie de entrevistas.

***

Estamos en la Introducción del libro. La abres con una historia protagonizada por el juez Lluís Pascual Estevill, vocal del Consejo General del Poder Judicial en 1994 a petición de la CiU, entonces dirigida y más que dirigida por don Jordi Pujol, el molt ex honorable, un juez corrupto que fue apartado de la carrera judicial posteriormente. ¿Qué ha representado Pascual Estevill en la corrupción político-económico-judicial de estos últimos años? Si no ando errado, es un personaje bastante olvidado en la actualidad.

Tienes razón y es una lástima. La vorágine informativa es tal que hace imposible contextualizar y recordar el nombre de corruptos que han tenido mucho poder en nuestra sociedad. De ahí la facilidad con que algunos de ellos vuelven a ocupar cargos como si nada hubiera pasado.

Además, Pascual Estevill (al igual que Javier de la Rosa o Mario Conde), fueron figuras clave para entender cómo funcionaba la política y el mundo empresarial durante una época determinada de nuestra historia más reciente. Y de ahí derivan muchos de los males que estamos sufriendo en la actualidad. ¡Ay las connivencias! Por cierto, no sólo Pujol o CiU le facilitó el camino al ex juez, el actual ministro de Interior, Jorge Fernández-Díaz, también tuvo mucho que ver con el personaje.

A ver, a ver. ¿Nos puedes dar una breve noticia de esto que acabas de señalar?

No se ha hablado mucho de ello, pero en su momento Jorge Fernández Díaz propuso a Pascual Estevill para que fuese a las listas del Senado como representante de Tarragona por el PP de Cataluña. Sin olvidar que la ex concejal Marta Vila y el mismo Aleix Vidal-Quadras reconocieron que a finales de 1995 los hermanos Fernández Díaz, Jorge y Alberto, querían proponerlo como fiscal general o, incluso, como ministro de Justicia. Curioso, ¿verdad?

Curioso, muy curioso, no lo recordaba. El libro, escribes, es «producto de una reflexión en torno al papel desempeñado por las instituciones que nos gobiernan y los errores cometidos por sus responsables». ¿Cuáles han sido en tu opinión sus errores más importantes? ¿A qué responsables aludes?

Por encima de todos ellos el no verse ni sentirse servidores de lo público. La política debería ser una de las artes más nobles. Ayudar a mejorar el entorno y dejarlo mucho mejor de como uno se lo encontró es una tarea de lo más estimulante. O así lo creo. Esto es, sentirse partícipe del cambio. Sin embargo, cuando vemos en qué se ha convertido nos damos cuenta de cómo se ha prostituido todo, empezando por el propio término: clase política. Son estos responsables de lo público los que deberían hacer lo imposible para acercar la política al ciudadano (recordando que el trayecto, dicho sea de paso, es de doble sentido). Yo propongo empezar abriendo las ventanas para que entre aire fresco. Y aquí la transparencia de las instituciones debe ser algo innegociable por parte de todos nosotros.

¿Esa clase política a la que aludes formaría entonces una casta, por usar un término de uso frecuente en estos momentos? ¿Todos los políticos profesionales caben el mismo saco? ¿No existen notables excepciones que deberían citarse?

Por supuesto que los hay. Y muchos. De hecho la mayoría, pero si no tienen capacidad de decidir en los órganos de gobierno no hacemos nada. La disciplina de partido pesa mucho, pero igual que la ciudadanía tiene que hacer autocrítica, los militantes de base de los diferentes partidos, también. Si un correligionario es corrupto o no se aplican las políticas afines con la ideología de la organización, ¿por qué no levantan un poco más la voz o presentan su dimisión? Según subimos en el escalafón, el miedo a perder el cargo (y lo que conlleva) pesa más que la coherencia.

Y en cuanto a la transparencia de las instituciones, la apertura de ventanas para que entre aire fresco, ¿cómo se consigue, qué medidas podrían sugerirse para ello?

Siendo partícipes. Es una cadena. Primero, estando bien informado. Segundo, participando en la toma de decisiones (o presionando, denunciando y manifestándose) en las instituciones que nos son más próximas. Y, muy importante, tener claro a quién damos nuestro voto.

Una de las tesis de tu libro: hemos llegado hasta aquí, hasta este grado de infamia, por nuestra desidia, «debido a la dejación que venimos haciendo de nuestras funciones como ciudadanos políticos activos.» ¿Ciudadanos políticos activos? ¿Y eso qué es? Por lo demás: ¿por qué hemos hecho dejación de algo tan esencial, tan central como ciudadanos que somos?

Remarco lo de políticos activos pese a que parezca más una pirueta semántica que otra cosa. Quiero decir con esto que el propio término ciudadano ya debería dar por sentado los siguientes: políticos y activos. Todo es política: no solamente el aumento del IVA o una gran obra pública. El colocar una papelera enfrente de casa o informar sobre cómo invierte el dinero nuestro ayuntamiento también los es. Eso sí, contando siempre con la opinión y la participación de sus gobernados. Votar no es un cheque en blanco y, aquí, debemos ser exigentes y no dejar la toma de decisiones en manos de terceras personas. La políticas cautivas del cheque bebé y del cheque en blanco debería tener fecha de vencimiento.

Cuando hablas de las motivaciones que te empujaron a la escritura del libro hablas de nombres que se repiten y saltan del sector público al privado sin justificación «sin olvidar un poder financiero que nadie controla y que va abriendo su camino sabiéndose intocable». ¿Y por qué nadie lo controla? ¿Cómo logra saberse intocable ese poder? ¿Lo es de hecho?

Lamentablemente así sigue. Si no, no se entienden comportamientos y declaraciones por parte de algunos representantes de los partidos con capacidad de gobernar. Hasta que no vean peligrar sus cargos gracias, entre otras cosas, a la irrupción de una ciudadanía que ha dicho basta, no cambiarán. Hay síntomas de ello. Lo que es evidente es que sin una separación de poderes de verdad resulta muy difícil auditar al auditor.

Síntomas, dices, ¿qué síntomas?

Las cada vez más masivas manifestaciones en la calle, así como los nuevos movimientos sociales o los intentos, esperemos que acaben bien, de sumar esfuerzos entre ellas, pese a las diferencias que en un principio pueda haber. No estaría mal dejar el carné de partido a un lado, si es el caso, para ponerse de acuerdo en un programa de mínimos, una especie de decálogo. Ser generoso, al fin y al cabo.

Cuando explicas el proceso de elaboración del libro, reflexionas sobre el saber leer entre líneas. ¿Y eso como se hace? ¿Cómo se consigue alcanzar maestría, tú eres un ejemplo de ello, en este nudo tan crucial? Un profesor mío, Manuel Sacristán, escribió en alguna ocasión: «Es mucho más difícil leer bien que ser un genio.»

Pues no existe una fórmula magistral, aunque de lo que no cabe duda es de que quedándonos en la superficie de muchas informaciones (lo que se ha venido en llamar información low cost) o viendo siempre los mismos puntos de vista no ayuda. En mi caso han sido varios años manejando todo tipo de periódicos, revistas y libros (muchos de ellos descatalogados). Esto me ha permitido ver los silencios que hay en unos y la relevancia que se da a según qué informaciones en otros. Nada es casual y fruto de la inocencia. No obstante, una pregunta es muy útil para empezar: ¿quién es el propietario del medio? Y para quien sea más detallista, que se fije en los adjetivos y adverbios de determinados titulares. No te puedes imaginar la cantidad de tendenciosidad que esconden.

Muy bien visto, seguiré tu consejo. ¿Por qué, como señalas también, se está reduciendo el sector público a la mínima expresión? ¿Es la nueva modernidad a la que algunos aluden? ¿Qué consecuencias tiene esa estrategia presentada en ocasiones casi como un postulado geométrico: o eso o el paleolítico inferior?

Es un ataque al corazón del que hasta ahora ha sido un más que aceptable sistema del bienestar. Las empresas privadas se encuentran frente a una tarta en la que quieren una de las porciones más exquisitas. De nuevo, verdad, las connivencias entre política y grandes empresas. Todo se hace con tanta finezza que se empieza jugando con el lenguaje y no se para hasta que interiorizamos el mensaje que se quiere imponer. Así se entiende que tras la palabra inversión caiga, como fruta madura, el término privada y, en cambio, el gasto siempre se asocia a lo público. No está mal la perversión. Y lo peor es que va calando.

Haces referencia a la élite en varios momentos de la Introducción y del libro en general. ¿Cómo la definirías? ¿Quiénes la componen?

Ahora se juega mucho con el concepto de casta, e incluso algunos van más allá y en el caso de los medios de comunicación aluden a jauría. Las élites, entendidas como puntos de referencia o personas ejemplares a las que tener en cuenta, es una cosa. Aprovecharse de la capacidad de decisión de un grupo para ir en contra de la mayoría, eso es otra. Ahí están las puertas giratorias y el intercambio de cromos entre los cargos públicos que legislan y los privados que aplican luego una normativa ventajosa para sus intereses.

Respecto a quienes la componen, podríamos hablar de dos tipos: los políticos (Felipe González, Rodrigo Rato, Jordi Pujol o los consellers y los ministros de turno) y los grandes empresarios y financieros. Estos segundos son los que mueven los hilos de las marionetas políticas. Son bastante más anónimos. No necesitan exponerse. ¿Quién lo haría cuando sabes que tienes el poder? Apellidos como Abelló, Fainé, Godia, Carceller no son tan populares y esto es un síntoma de su poder.

¿Cómo logran esconderse? ¿Por qué no habla tan de ellos como de los políticos que los representan?

La clave están, de nuevo, en el poder. Una cosa el gobernar y otra tener el poder. Quien tiene el poder no quiere exponerse, no lo necesita, como decía. Mientras tanto, los políticos que cumplen al dictado las decisiones de estos poderes fácticos (multinacionales, bancos, FMI, Trilateral…) tienen que pagar el precio de sobreexponerse para seguir disfrutando del cargo. Echando un vistazo a la prensa -o a cualquiera de las muchas tertulias diarias- vemos lo fácil que es cargar contra el político. Evidente. No tiene consecuencias. En cambio, hacerlo contra determinada empresa o banco, desde esos mismos medios, eso ya es otra cosa. Las pocas veces que ha sucedido se puede notar cierta incomodidad entre los presentes.

Señalas también la necesidad de un cambio de modelo político: pasar de una democracia formal a una real. ¿Qué sería una democracia real para ti? ¿Por qué es incompleta una democracia formal? Por lo demás, ¿cómo podemos conseguir ese realidad democrática a la que aludes?

Cuando hablamos de democracia formal y real no puedo por menos que pensar en los conceptos de valor real y valor nominal cuando hablamos de las monedas. El precio que aparece en ellas es una mera convención con respecto al coste del material con el que están hechas. Todos lo aceptamos porque la economía, al fin y al cabo, se basa en la confianza.

Pues bien, formalmente nuestros derechos pueden estar asegurados por un texto legal que así lo acredite, pero si no se aplica, si no se pone en la práctica, ¿de qué sirve? El asegurar su aplicación es elemental para que se complete y se pase de la teórica a la práctica. Y esto ya es nuestra responsabilidad. Reflexionar sobre qué hacemos, cómo lo hacemos, con quién lo hacemos o a quién votamos es un buen punto de partida para pasar de la una a la otra.

¿Pero basta con eso? ¿Con eso es suficiente para pasar de lo aceptado en teoría a lo que hay que realizar en la práctica?

La toma de conciencia es clave. Sin ese ariete, nada provocará el cambio. Volvemos a lo de siempre, a la fórmula magistral: una buena educación, una información de calidad y poco dogmatismo, así como mucha generosidad para entender al adversario político. El ejemplo de cada uno de nosotros es capital.

Comentas de pasada el asunto de las 400 familias, las de mando en plaza según Millet. ¿Se le fue la lengua a don Félix? ¿Es así realmente, son siempre las mismas 400 familias las que dirigen el país?

El caso Palau es otra de las grandes metáforas de los últimos tiempos. Hace un momento hablábamos de las élites, de quién mueve los hilos. Pues bien, estas cuatrocientas familias serían un buen ejemplo aunque yo creo que redondeó al alza. Hay muchos nombres ilustres que viven más del oropel de un apellido que de una buena cuenta corriente y, desgraciadamente, esta última es clave a la hora de influir.

Yo repasaría la lista de las empresas que más facturan (sea en Cataluña o en cualquier otro lugar), y me pararía en las veinticinco primeras. Súmenle los bancos más potentes y tendrán una idea aproximada. Si quieren acabar de perfilarla añadan los nombres que se repiten en los consejos de administración de muchas de ellas y tendrán un dibujo bastante exacto.

Finalizas tu presentación con unos versos de Luis Cernuda, de su poema «La familia». Me voy de tema: ¿qué representa Cernuda para ti? ¿Qué vidrio que «todos quiebran pero nadie dobla» habría que esforzarse en quebrar de hecho?

Luis Cernuda es uno de los grandes y el poema «La familia» puede servir para entender un tipo de estructuras rígidas y horizontales que se asemejan al funcionamiento de algunos partidos políticos o grandes multinacionales. Cernuda la sufrió e hizo poesía de ello. A lo largo del libro no me he podido resistir a estas pinceladas, sean de Cernuda, Gloria Fuertes o Josep Vicenç Foix. Ante un tema cuyos contenidos son, en principio, difíciles de acercar al lector he querido abrir los capítulos con citas, su interior con algún que otro poema y los destacados que salpican el texto coronarlos, a su vez, con títulos irónicos. En definitiva, hacerlo todo más atractivo y ágil. Ya con la portada de esa crema catalana, cuyo azúcar quemado se metamorfosea en moneda de euro, hemos querido hacer toda un declaración de principios respecto al tono del ensayo. No sé si lo habremos conseguido. Espero haber «doblado» ese prejuicio sin «quebrar», eso sí, el interés del lector a la hora de acercarse al contenido.

Lo has conseguido desde luego. Pasamos al primer capítulo si te parece.

Cuando quieras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.