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Todos contra el bloqueo a Cuba

Fuentes: La Jornada

El próximo 8 de noviembre será votada en la Organización de las Naciones Unidas una solicitud cubana de respaldo internacional para exigir al gobierno estadunidense el levantamiento del criminal bloqueo económico que por 43 años mantiene contra la población isleña. Desde 1992, esa petición cubana ha obtenido el apoyo de cada vez más países, conscientes […]

El próximo 8 de noviembre será votada en la Organización de las Naciones Unidas una solicitud cubana de respaldo internacional para exigir al gobierno estadunidense el levantamiento del criminal bloqueo económico que por 43 años mantiene contra la población isleña. Desde 1992, esa petición cubana ha obtenido el apoyo de cada vez más países, conscientes de la violación de Estados Unidos al derecho internacional, por no hablar de su irracionalidad económica.

El bloqueo contra la isla se inscribe en el conjunto de agresiones directas contra la población de Cuba, determinada a defenderse. Junto con otros actos terroristas, el bloqueo tiene el cometido de socavar la moral del pueblo para rendirlo por hambre, hacerle pagar su apoyo a la revolución y meterlo al «orden». Lo que ha resultado imperdonable para los sucesivos gobiernos estadunidenses es que el mal ejemplo isleño se constituyera en patrón a seguir por sociedades subdesarrolladas, que constataban la alta posibilidad de modernizarse en el lapso de una generación.

La simple idea de que los pueblos latinoamericanos empezaran a demandar un nivel decoroso de vida, imitando el modelo cubano, ya constituía un reto intolerable que Estados Unidos estaba decidido a impedir. Mucho antes de la confrontación directa contra la revolución cubana, para altos funcionarios del gobierno estadunidense había quedado muy clara la amenaza real que la isla representaba a los intereses imperiales.

Desde la administración de Kennedy, sus asesores descartaron que la identidad «comunista» de la revolución constituyese un peligro como para tomarse en serio; el riesgo latente, la «amenaza» cubana, fue la difusión incontrolada entre los pueblos regionales de la idea «subversiva» de que era posible tomar en sus manos el destino suyo y el de sus seres queridos, siguiendo el modelo cubano.

De manera permanente, las excusas para la agresión contra Cuba se han concatenado: primero fue la paranoia por el peligro «comunista» hacia la región, caracterizada por sociedades brutalmente desiguales; ahora los pretextos para justificar el acoso del nuevo imperio romano contra la revolución son los derechos humanos y el súbito amor a la democracia en la zona, aún caracterizada por las endémicas desigualdades abismales. La simple existencia del régimen cubano representa un desafío para Estados Unidos, impedido durante casi medio siglo de aplicar en la totalidad del Caribe su política hemisférica de dominación sustentada en la doctrina Monroe.

Impedido para atacar abiertamente a la revolución luego del fracaso en Bahía de Cochinos, durante las siguientes dos décadas el gobierno estadunidense habría de llevar a efecto la que puede considerarse la mayor campaña terrorista permanente contra un país soberano. Desde santuarios ubicados en territorio de Estados Unidos y operando en instalaciones oficiales, habrían de partir comandos de saboteadores contra la revolución. Los objetivos incluirían atentados directos contra la vida de Fidel, atentados sancionados y aprobados por funcionarios de primer nivel en las administraciones de la Casa Blanca. Los detalles de estos magnicidios frustrados han sido descritos por comisiones senatoriales de Estados Unidos. ¿Cuál sería su reacción si de Cuba partiesen bandas de sicarios con la bendición de Castro para atentar contra la vida de presidentes estadunidenses?

A la agresión armada se añadiría el estrangulamiento económico de la isla, bloqueo equiparable a un ataque con armas de destrucción masiva, término popularizado por el gobierno de Estados Unidos para demonizar a sus enemigos, aun cuando éstos no tengan ni la capacidad y ni siquiera el acceso a armas de esa naturaleza, dado que se trata más bien de víctimas.

Sobre las consecuencias del brutal bloqueo económico, hasta los enemigos de la revolución admiten la inoperancia de la estrategia, aunque no lo hacen por motivos humanitarios o por los estragos que causa entre la población, sino por razones prácticas: dicen que fortalece al régimen en lugar de debilitarlo. Los dogmáticos del libre comercio deberían aceptar que incluso el mal interpretado por ellos Adam Smith denunciaría el aberrante bloqueo. Aunque él lo haría por razones económicas, mientras ellos enarbolan razones políticas, las peores para escabullirse de la denuncia contra una agresión al derecho internacional y a las leyes de la compasión y la humanidad que el imperio viola para doblegar a un pueblo acosado durante medio siglo.