Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
En lugar de ser un secreto militar, los sistemas de apoyo a la ocupación incluyen instituciones regulares como impuestos, proyectos de infraestructura, el sistema educativo y, por supuesto, el servicio militar.
El debate sobre los insumisos de la unidad de inteligencia de la FIL 8200 desató enconadas polémicas durante toda la semana. Aunque ya he observado algunas de ellas, aquí hay algunas más que se destacan.
Carolina Landsmann hizo uno de los más poderosos artículos de opinión que he leído en mucho tiempo en el periódico Haaretz. Todavía puede aparecer en inglés, pero por ahora los extractos aquí publicados son traducción mía. Al igual que un exmiembro de la Unidad de 8200 que habló conmigo, Landsmann dice que su acto de rechazo es una declaración de que el trabajo de inteligencia y el sistema de ocupación están directamente vinculados, estableciendo un corte en la creencia de que sólo los que tienen las armas de fuego son responsables.
Luego desarrolla esta idea para su próximo paso lógico. En un lenguaje directo escribe que los refuseniks apuntan a una perspectiva integrada en el pensamiento israelí que es «clave para entender lo que permite que el Estado continúe su control y opresión de millones de palestinos durante 47 años». La ilusión de que ciertas islas dentro de la sociedad israelí están desconectadas de la dictadura militar en los territorios y los afortunados que se adaptan a ellas están libres de la responsabilidad de sus injusticias, [esa ilusión] ha anestesiado la conciencia de los que se oponen a tal control y les impide levantarse contra ella.
Toda la sociedad israelí, escribe Landsmann, apoya este sistema. Esta me parece una de las observaciones más importantes y precisas de la realidad israelí, que rara vez se entiende.
El Gobierno militar… no es un sistema secreto del ejército. Es el proyecto más grande, más visible, con la participación más amplia que en cualquier otra empresa de Israel.
En lugar de ser un secreto militar, los sistemas de apoyo a la ocupación incluyen instituciones normales como los impuestos, los proyectos de infraestructura, el sistema educativo y, por supuesto, el servicio militar. Concluye con inquietante claridad, «Nadie puede decir no tomo parte en la ocupación'»
No creo que Landsmann quiera decir que todos los israelíes son malos y yo misma rechazo esa idea. Pero el hecho de que todas las estructuras sociales y políticas apoyan la ocupación es cierto y debe asumirse. No con el fin de culpar a los individuos, sino para ayudarles a entender que detener esto significa identificar su contribución personal, a través de cualquier sistema social al que pertenezcan, y cambiarlo. La carta de rechazo, espera, puede ser el primer paso de este profundo cambio de mentalidad.
Lo importante es romper el muro imaginario que separa al ejército de la sociedad civil, el que diferencia a los residentes del Estado de lod de los asentamientos en términos de su responsabilidad respecto a los palestinos. En Israel, un país democrático, todos los ciudadanos -los soldados y los colonos- participan en las injusticias y son responsables de ellas.
Irónicamente, es lo que ha dicho la extrema derecha en varias ocasiones. Argumenta que se sataniza injustamente a los colonos cuando, en realidad todos en Israel, pueblo y Gobierno por igual, apoyan los asentamientos.
Una vez, en un evento de conmemoración de la Nakba en la Universidad de Tel Aviv, vi al ultraderechista líder de los colonos de Hebrón, Baruch Marzel, que vestía una camiseta con la leyenda «Solidaridad: Sheikh Munis», el nombre original en árabe de la aldea palestina donde la universidad se ubica actualmente. Por un fugaz instante me pregunté si el mundo se había vuelto del revés. Pero al mismo tiempo sabía que era burla, una extensión de la consigna: «¡El destino de Hebrón será el destino de Tel Aviv»!
Baruch Marzel en la Universidad de Tel Aviv, mayo de 2012 (Foto: Dahlia Scheindlin)
Los colonos, desde su posición, creen que es hipócrita que Israel haga alguna distinción entre su demanda en Tel Aviv y Hebrón. Con esa lógica, tampoco hay distinción entre los israelíes que asentaron sus vidas en el Tel Aviv de hoy y los responsables de la toma de Hebrón actual: una ciudad dividida por las aceras según la identidad, en virtud de las leyes militares israelíes.
Creo que la comprensión de que los israelíes comunes son parte de la ocupación y que estos mismos israelíes comunes deben actuar para detenerla constituye el corazón de una cuña amarga y profunda entre los distintos tipos de «izquierda» en Israel. La condena de la negativa del ejército hecha por políticos considerados de centro izquierda (principalmente del laborismo, con Shelley Yachimovich a la cabeza) enfureció a algunas personas que no se identifican normalmente con la extrema izquierda.
Uri Misgav, que ha escrito extensamente acerca de la Unidad 8200 toda la semana, publicó hoy una breve nota, tan simple que dolía. ¿Qué otra cosa puede hacer una persona?
Transmitió con éxito el sofocante sentimiento de que ninguna acción de oposición a la ocupación es legítima o eficaz. El ciudadano común y corriente que rechaza esta política no tiene a quién recurrir. «Una y otra vez ve cómo la ‘izquierda’ y el ‘centro’ fortalecen las coaliciones de la derecha que afianzan y perpetúan [la ocupación]».
En tanto Landsmann reveló que todos los israelíes forman parte de la ocupación, el ciudadano medio que busca alguna manera de no ser parte de ella, también (es mi interpretación).
«Simplemente no quiere contribuir con su parte. Quiere vivir en paz… Le parece absurdo financiar [la ocupación] con sus impuestos, pero la evasión fiscal es un delito penal y una rebelión fiscal no es realista. Si quiere boicotear los productos de los asentamientos, le explican que el boicot es una cosa terrible y quién mejor que los judíos para recordar esto… Si se une a un grupo de derechos humanos, lo acusan de dañar la imagen y reputación del Estado. Si se manifiesta contra la ayuda externa o la participación internacional, se convierte en un judío-felpudo de los gentiles antisemitas. Por supuesto, no puede desentrañar cualquier tipo de violencia.
Por lo tanto, para Misgav, cualquier ciudadano común que está contra la ocupación, es suficiente. No sé cómo acabar con ella, pero yo no puedo participar. Interpretándolo y escribiendo en primera persona, Misgav escribe:
«No quiero bombardear desde el aire, asaltar su casa en la oscuridad de la noche, hacer la vida imposible en los puestos de control, disparar balas de caucho pulverizado o de esponja sobre los manifestantes, chantajearlos para que se conviertan en colaboradores y yo ni siquiera voy a reunir información de inteligencia que permitirá que todo se prolongue hasta final de los días».
Luego Misgav transita a través de los viles ataques que se desataron y desatarían sobre esa persona. La conclusión es un alegato trágico.
«Quiere vivir. Una vez más, se pregunta, ¿qué más hay que hacer? No quiere irse. No quiere suicidarse. Quiere vivir en paz con su conciencia en el Estado de Israel, sin apoyar el proyecto de la ocupación y los asentamientos. Por favor, ayúdelo, queridos lectores: ¿existe una forma legítima de hacer esto?»
Yo podría reformular el final: ¿hay una forma legítima de detener esto?
Fuente: http://972mag.com/all-israelis-are-implicated-in-the-occupation/96847/
rCR